“Allí donde fueres, has lo que vieres”
Hoy15 de agosto el día grande para nuestra querida “La Morenita”, donde muchos peregrinos (pero de los de verdad) como cada año, renuevan sus promesas. Por nuestra parte, si que entendemos ese sentimiento pero lo reflejamos otro día cualquiera del año. Me siento un poco egoísta y me gusta tenerla para mí solo de tal manera que se establece un diálogo entre ella y yo sin apenas mover los labios, nos entendemos, cosa que no ocurriría un día como el de hoy con tanta gente. Bueno pues como el año pasado, mucha gente para Candelaria y nosotros huyendo de las multitudes, hacia el lado opuesto. Hoy he preparado un recorrido un poco más largo para tener algún aliciente nuevo, puesto que vamos a pasar por zonas que ya conocemos, con algunos tramos nuevos, sobre todo hacia el final.
Salimos de casa a las... ¡Ay! ¿A que hora salimos de casa Basilín?... Pues no me acuerdo, pero de lo que sí estoy seguro es que salimos de casa. Una vez en la autopista, cogimos nuestra querida perrera y para La Laguna (nada nuevo en su interior, la misma fauna de siempre) Llegamos a eso de las ocho y cinco, la estación como tantas otras veces tenía su ambiente, pero la guagua hacia Las Mercedes hacía cinco minutos que había salido, así que tuvimos que esperar hasta la media para coger la siguiente. En la estación vimos que todos los bancos de madera estaban ocupados, menos uno en medio de todos, estaba libre. Me pareció algo raro y me pregunté ¿Por qué estaría así? Ya que había gente por los alrededores que estaban de pie, pero ¡Qué puñetas! ¡Al abordaje, a sentarnos! Pues ocurrió que al rato, frente a nosotros, una guagua que estaba parada, se puso en marcha hacia atrás para hacer su ruta y al marcharse y quedar el espacio vacío fue cuando supimos enseguida la respuesta a la pregunta de ¿Por qué estaba vacío? De repente sentimos de lleno en toda la cara, un tortazo de una mano invisible y con muy mala leche. Estos eran los rayos de un sol que se notaba algo enfadado y que a juzgar por su intensidad, se preveía que estaría así todo el día y es que la guagua nos hacía de toldo y nos tapaba el sol. Fue bastante molesto. Pero aun así, nos quedamos allí aunque muy pronto comenzaron a haber bajas. Primero Merci y luego Loe que no pudieron soportar el calor, solo quedaron en la nave, el capitán y su grumete, combatiendo con una simple gorra contra tan hostil enemigo, hasta que a las ocho y media, vimos que llegaba el chófer y rápidos saltamos al abordaje de la nueva “Cirila”, ¡Venga que nos vamos! Ya en ruta, como otras veces viaje rápido para batir un jarabe, nos bajamos en la última parada, una vez pasado Casa Domingo. Lo primero que hicimos fue abrir nuestros pulmones para respirar aire puro y limpio, el auténtico olor a monte, aunque Loe y Ari decían que era olor a mierda... Pues pensándolo bien... ¡Fos, qué peste!
Con todo preparado comenzamos a subir por la carretera, rumbo a La Cruz del Carmen, hasta llegar al principio del ya conocido sendero que nos llevaría al Llano de los Viejos, pero nos encontramos que éste estaba en obras con su correspondiente cartel de prohibido el paso. Todo era porque estaban colocando una tubería ancha en una gran zanja abierta sobre el mismo sendero, para sustituir el viejo tubo que iba por la superficie. La verdad es que acostumbrado ya a ir por los caminos, no me apetecía nada seguir la carretera, así que, no haciendo caso a los improperios de las chicas, me metí por el herido sendero, bastante en mal estado. Con cuidado se podía pasar incluso por los destartalados puentes de madera, que parecían que estaban agarrados con hilos. Por fin llegamos al Llano de los Viejos y sin parar porque todo estaba en obras, seguimos subiendo por el sendero rumbo ahora hacia el Llano de los Loros. Salvo al principio, este sendero no estaba en obras. Cruzamos la carretera y seguimos subiendo por el sendero. Mini parada obligatoria al llegar al Llano de Los Loros para admirar el barranco y la charca de Taodio y sobre todo el estupendo monte Aguirre. Regresamos al sendero y ahora ya directo hacia la Cruz del Carmen. Esta vez el camino aparecía muy seco, con un ambiente asfixiante por el calor y no con la característica humedad de otras veces. A nuestro primer destino llegamos a eso de las diez menos veinte y por supuesto, parada ya obligatoria para dar buena cuenta de nuestras viandas y descansar un poco. Hoy si que se podía apreciar una bonita panorámica.
Estando en la placita me llamó la atención un flamante ejemplar de palmera canaria que en lo alto desde su copa colgaba en cascada, los frondes de un helecho inquilino como invitando a sus vecinas las hojas de la palma. También me sedujo el viñátigo y un naranjo... ¡A ver si poco a poco comienzo a diferencias los ejemplares de la laurisilva!
Sobre las diez nos pusimos en marcha pasando por detrás de la ermita y después de presentar los respetos a La Santa de piedra, muy engalanada con flores, seguimos un nuevo sendero para nosotros que parte o sale justo de detrás de la imagen y que en poco minutos desemboca en la carretera hacia El Bailadero. Hoy hacía un sol castigador, con un calor sofocante, preludio de lo que nos esperaba, menos mal que la mayoría del trayecto va por pista cubierta de laurisilva. Dejamos la carretera que va hacia el Bailadero y seguimos hacia Pico del Ingles y sin llegar a él, justo antes de una pista sin salida, sube por la roca un sendero que parece un canal hacia Cruz de Taborno, la parte más alta de toda esta zona y nuestro nuevo punto de destino, así que de cabeza por él. Este es un sendero muy cerrado por la vegetación, sobre todo brezo, tejo y las traicioneras zarzas, actualmente un poco seco pero que en invierno tiene que ser muy húmedo. Llegamos a una alambrada perteneciente a una finca acotada por Aena, donde muy pronto colocaran el radar para la seguridad del tráfico aéreo, aquí en la Cruz de Taborno... ¡Sin comentarios! Seguimos por la derecha de esta alambrada y en unos minutos desembocamos en el antiguo camino de Taborno, hoy atravesado por la carretera al Bailadero, éste es algo más ancho y más cómodo donde ya comienzas a bajar. En todo el trayecto no nos hemos tropezado con nadie, solo nos acompaña nuestro viejo y sabio amigo, el silencio. Este camino se nota que últimamente es poco transitado, hay troncos caídos sobre el mismo que te impiden el paso, también en algunos lugares el sendero es invadido por: grandes helechos, píjaras, tejos cubiertos de musgo y líquenes que caídos sobre las ramas le dan un aspecto fantasmagórico, en cierta forma este lugar me recuerda mucho al camino del Pijaral.
Después de un descenso de unos diez minutos, salimos al mismo cruce de la carretera al Bailadero, con la que va a Las Carboneras, justo en un intercambiador de agua. Pues por la carretera a Las Carboneras nos metimos y seguimos bajando. En algunos puntos donde había algunos claros en la vegetación, se podía divisar el caserío de Taborno y su impresionante roque ¡Pronto te iremos a visitar! Llegamos al cruce con la pista de Las Hiedras y por aquí nos metimos. Esta será la primera vez que vamos a recorrer esta pista completamente hasta su final. Ya por esta parte comenzamos a encontrarnos con gente, sobre todo mayores. En poco tiempo nos sale al paso por la izquierda, el sendero que viene de la Cruz del Carmen, y me fijé que pasando la carretera frente al sendero y un poco oculto, parte una veredita ancha hacia El Batan. Un poco más adelante sale otro ya mucho mejor preparado y señalizado que viene desde la casa forestal y te lleva al Batan también. En algunos puntos del camino nos sorprendió ver Hortensias, mas conocida como "Flor de Mundo", en su apogeo y me pregunto como llegarían aquí, pues a mi entender y según el dicho, "las encuentro ya meando fuera del tiesto”. Creo que éste no es su lugar, porque cada cosa en su sitio y Dios en la de todos.
Por todo el camino fuimos acompañados por varias mariposas de color amarillo vistoso y siempre en parejas que en varios tramos se iban pasando el testigo como si de una carrera de relevos se tratara. Estas nos iban amenizando y deleitando el camino con unos pasos elegantes de ballet, para terminar en una danza frenética de dos enamorados prometiéndose amor eterno, otros parecía el duelo apasionado de dos caballeros con sus espadas. Valía la pena parar un instante y quedarte embobado mirando tan peculiar espectáculo. El calor ya era bastante bochornoso te hacía beber bastante agua, pero había que racionarla porque aún nos quedaba bastante camino. Al terminar la pista, llegamos a la carretera que va al Batan uy como otras veces fuimos hacia la izquierda hasta llegar a Las Cuadras de Don Benito, y por ellas nos metimos, dejando siempre el grupo de pinos insignes a nuestra derecha. Al rato ya bajando por una loma después de toparnos y seguir en paralelo con la pista de El Moquinal, que enseguida nos abandona. Dos minutos o tres más tarde, la volvemos a encontrar en El Juntadero y ahora por ella seguimos de frente, hasta que llegamos al desvío de Punta Hidalgo, por donde nos metimos y aquí comienza el tramo nuevo y desconocido para nosotros. Buen sendero para fortalecer las patas, pues en fuertes bajadas en zigzag, te lleva desde el monte de laurisilva a zonas despejadas con algunos manchones de eucaliptos y tejos. En uno de estos lugares, a un lado del camino y a la sombra, hicimos la parada de rigor para ponernos viscos con el resto del entullo y con un paisaje a lo lejos a través de ramas de eucaliptos, de las casas del Peladero y Bejía.
Después del merecido descanso de unos treinta minutos, seguimos nuestra ruta bajando, hasta que en el cauce del barranquillo de La Majada. Ya con bastantes zonas despejadas de vegetación y con un sol que ya nos empezaba a castigar de duro, comenzamos a subir por la otra ladera. Al poco rato nos sale al paso un senderito que, de haberlo seguido, te hubiera elevado al Lomo de Siete Fuentes. En el punto donde estábamos, pudimos divisar sobre nosotros, dos jóvenes dragos gemelos en una era. Continuamos por nuestro sendero subiendo y bajando por un descampado y no es buen lugar para pararte por el asfixiante calor que estamos padeciendo. Poco más tarde llegamos a la Gollada de Agudo, lugar que nos hizo recordar mucho al Paisaje Lunar. Luego saliendo de nuestro sendero hacia la izquierda, siguiendo una estrecha vereda entre dos paredes, te lleva enseguida al encajonado Barranco de Flandes. ¡Impresionante! Seguimos nuestro camino por la otra ladera hacia una pequeña degollada antes de Lomo el Morro, donde hicimos una pequeña parada para un buchito de agua, aunque ya ase están mermando las existencias. Fijándote bien, en este punto puedes apreciar lo diminuto e insignificante que uno es, ante la inmensidad del paraje que tenemos ahora mismo delante, frente a nosotros. Todo un basto arco forestal, que con los brazos en cruz abarca desde el extremo izquierdo de mi mano con El Peladero y Bejía, de frente a la altura de la cabeza Las Cuadras de Don Benito, y por el extremo derecho de mi mano, las crestas del Juntadero y Siete Fuentes, marcados y separados por barranquillos que confluyen en una artería principal, Barranco Seco, allá abajo en tremenda fuga bajo mis pies, que hace que por muy agotadora que haya sido la caminata, se te olvida todo el sufrimiento ante tan magnifico paisaje. Hacemos correr el telón girando sobre nuestros pies, dándole la espalda diciendo con el alma, no un adiós sino un hasta pronto y nos marchamos bajando en silencio por la vereda que un cartel señalaba a Punta Hidalgo.
Desde el principio del camino del Homician, en el Juntadero hasta aquí, vimos varios letreros de madera tirados en el suelo que en sentido contrario al nuestro te indicaba “Las Cuadras”. No sé cuál sería el motivo de que estuvieran tirados
Continuamos por unos manchones de fayal brezal con un camino algo duro que en zigzag sobre unos escalones naturales y muchas piedras sueltas, te van guiando hacia el cauce del barranquillo. Desde las mismas profundidades de éste se podían oír algunas voces que a coro decían: “A a a r i i i”, “Lo o o r e e e n a a a”. Las chicas me preguntaron que ¿Qué era eso? Y en ese mismo instante se volvía a oír en el eco del barranco una respuesta: “T u u u s H e e e r m a a a n a a a s”. Nada que resultó ser un grupo de revoltosas cabras descarriadas balando sobre un morro, donde una de ellas se encontraba como castigada, en un cuarto derruido y sin techo, ¿Qué habrás hecho jocicuda? Desde lo alto de la montaña donde nos encontrábamos vimos justo debajo de nosotros, un sendero muy cerca de donde estaban las cabras, en el que divisamos un grupito de excursionistas, el único que vimos por esta zona, probablemente foráneos que luego se perdieron de vista por un lateral de la montaña siguiente. Continuamos bajando hasta el cauce del barranquillo, pasando muy cerca del cuarto con la cabra solitaria dentro ¡Hasta luego suegra! Mientras en un morrito estaban las otras balando que parecían hacerle morisquetas.
Seguimos por el sendero junto a una alambrada que delimitaba una pequeña finca y hacia lo alto vimos unas cuevas con formas algo extrañas. Volvemos a subir por donde anteriormente vimos a los extranjeros. Ya solo no quedaba menos de un cuarto de la botella de agua, así que aconsejé que guardaran algo para el final, pero el calor era asfixiante. Al llegar a la cresta de este morro, nos dimos cuanta de que era el último tramo, pues desde aquí ya pudimos divisar las primeras casas de Homician y abajo en la costa el hotel Altagay y los Charcos de San Mateo, ya comenzamos a bajar por una pista cementada. Unos pasos más abajo, sobre nuestra derecha se asomaban por una degollada, nuestros ya conocidos Dos Hermanos. La pista asfaltada cada vez se iba haciendo más pendiente y mucho más dura y difícil de andar, hasta tal punto que en algunos tramos tienes que bajar de lado o hacia atrás despacio, porque te puedes ir de boca. Aquí ya se nos fueron al suelo las fuerzas y los ánimos, es una dura y difícil prueba para nuestros pies. Las chicas no podían disimular el cansancio de los pies, el sofoco por el intenso calor o el dolor de unas caderas desencajadas que en algunas provocaron ciertas protestas, por lo largo de la excursión y en otras alguna lagrimilla.
El camino del Homician, ahora ya convertido en calle, pasa entre las casas del barrio en una pendiente en línea recta hasta la carretera general, frente a la iglesia donde también está la parada de guaguas y es el final de nuestro recorrido de hoy que fue a eso de las tres y cuarto. En la parada hacía un sol sofocante, sin embargo en la acera de enfrente, pasada la carretera hay un poyo con plantas cuyo borde es un murito, donde había sombrita rica y en el muro sentado un viejillo que nos miraba y se sonreía viéndonos colorados como tomates. Hay un sabio dicho que dice: “Allí donde fueres, has lo que vieres”. Pues eso hice y cuanta razón tiene. Sentado en el poyo corría una brisita algo agradable que mitigaba un poco el calor. Luego me reí porque extranjero que llegaba a la parada miraba a la misma y luego echaba un vistazo al poyo y al final la elección era indiscutible, cruzaban la carretera y al poyo. Y el viejillo a todas estas me miraba y se sonreía. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.
En este divertido rato, las chicas tenían sed, pues solo quedaba en cada una de las botellas un simple buchito y medio de agua y además estaba caliente. De suerte que junto a la placita hay un bar restaurante y hacia él se dirigió Loe con la esperanza de comprar alguna botella de agua. Entre tanto en la parada estaba Merci, Ari, y una chica que llegaba en ese momento y que acababa de salir de su trabajo, según dijo. Y yo cual esquirol, en la acera de enfrente en el poyo y de ahí no me movía nadie. Al ratito sale Loe del Bar con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja y con dos trofeos en sus manos, ganados por el merecido esfuerzo de ir a buscarlos: dos botellas de agua helada, cuyo líquido bajo por nuestros gaznates a buches pero despacio que iba rasgando a su paso como una cruel daga, el conducto del esófago y la respuesta inmediata a ese desgarro fue un dolorcillo de cabeza que avisa que algo anormal ocurre. Pero divino dolor que se convierte en sublime placer a cada buche para aplacar la sed y regular el termostato de nuestro cuerpo. Ocurrió que disfrutando bebiendo la agüita, la chiquita de la parada viéndonos con cierta lujuria, le entró un poco de envidia sana que no pudo reprimir el deseo de pedirnos un poco y por supuesto ahí fue nuestro ofrecimiento de compartir el líquido elemento. Pues ahí no quedó la cosa, porque para morirte del gusto, a las tres y media (más bien pasadas) aparece la guagua, todos los del murito cruzando rápido para cogerla. Al entrar en la misma, nos llegó un tonificante y gélido abrazo que nos hizo entrar enseguida en el iglú. La suerte fue que nos había tocada una guagua con aire acondicionado ¡Ole, ole y ole mi perrera! Se estaba tan bien, porque el aire salía de un canalillo justo encima de la cabeza que provocó que varias veces nos diéramos cabezazos contra el cristal porque, de la modorra que nos entró, nos estábamos dejando dormir.
Como siempre fue un buen día, algo duro pero con un final muy agradable.
Viernes, 15 de agosto de 2.003