sábado, 7 de septiembre de 2002

01 Pico del Inglés – B º de La Alegría

Nuestra primera salida de "novatos"


    Cinco minutos antes de que sonara el despertador ya estaba despierto, a eso de las cinco de la mañana empezó a dar su escandaloso sonido, nos levantamos todos y después de visitar a nuestra amiga Roca, para cambiarle el agua al pajarito y de ponernos algo adecentado, subimos a la cocina a echarnos ese primer cortadito matinal, o café en mi caso, que va entrando bien a la barriguita a esa hora. Es la hora de partir, salimos todos de casa a eso de las seis menos cuarto. Una que yo me sé, a trabajar; no sin antes expresar en su cara una cierta pena por no poder acompañarnos, y los otros tres bergantes de excursión.

    Decidimos ir a la parada para coger la guagua que va a la estación, para una vez allí, coger la que va directo a La Laguna, nuestro punto de partida. Como veíamos que eran las seis y cuarto y no aparecía ninguna guagua, optamos por subir caminando por la carretera general hacia la parada de Chamberi, en la autopista, pero al llegar allí, comprobamos que en la autopista estaban haciendo obras y solo se circulaba por el carril izquierdo pegado a la mediana, pues sin más en el segundo carril con los obreros trabajando, improvisamos una parada de guaguas de emergencia. Al rato apareció nuestra querida perrera con su traje verde, y sin problemas subimos a ella. La intrépida de Ari salió corriendo a coger los asientos del gallinero, como si fueran los únicos que estuvieran vacíos; aunque tengo que reconocer que son los lugares más divertidos, porque desde ese lugar se puede contemplar una vista panorámica de una muestra matutina de la fauna humana... ¡Fuerte cantidad de arretrancos, incluidos nosotros, a esta hora de la mañana!

    Llegamos a la ciudad del adelantado y nos bajamos en una transversal de la Trinidad, eran las seis y media de la mañana, y todo estaba en silencio, no había nadie por la calle sólo se oían nuestros pasos... ¡Ños!... ¡Daba hasta un poco de miedo! Eso sí, hasta la temperatura nos acompaño pues a esa hora era muy agradable, no hacia frío cosa rara en La Laguna.

    Comenzamos a caminar por una de las calles y atravesamos el túnel Aguere como tres fantasmas en busca de un mártir a quien asustar. Ya por estos lares como si fuera una tradición, nos encontramos el resultado de una mal llevada resaca de viernes noche que pone la desagradable nota clásica a un entorno tan particular de la ciudad. Bajamos un poco por la calle Herradores, nos metimos por Tabares de Cala y al ir a girar en la siguiente esquina para entrar hacia la derecha en la Carrera, justo en ese momento frente a nosotros, ahí mismito, nos topamos con ese avaro cicatero que nos ofrece hasta la luna, nos hace promesas que al final no cumple, ahí está el que dice que nos guarda el dinero y que en realidad lo que hace por nosotros es aliviarnos los bolsillos de billetes y calderilla, dejándonos solo la chatarra menuda. Es ese mismo que pensamos, nuestro amigo-enemigo "El Banco”; disfrazado de múltiples nombres, elija el que más le guste. Creo que ahora duerme sobre su opulencia, así que mejor será que pasemos rápido sin hacer ruido, no vaya a ser que despierte y por las vueltas del demonio le deba dinero y tenga que dejar en prenda a una de las niñas, para que se cobre... ¿Quién habrá inventado los números rojos?. Continuamos bajando por La Carrera, doblando a la izquierda por la calle Viana, ya que el tramo que va desde la Casa de Los Capitanes hasta el Ayuntamiento, está en obras por el proyecto para hacerla peatonal en su primera fase. Luego bajamos por Dean Palahi y llegamos a la entrañable Plaza del Adelantado. La atravesamos y nos metimos de lleno en el bullicioso mercado lagunero.

    Aún no eran las siete de la mañana y ya tenía bastante trasiego de gente. En los primeros puestos compramos una botella de agua, seguimos hacia el patio donde el aroma de: laurel, romero y salvia, acompañados de la fragancia de los puestos de flores te raptaban para luego sucumbir al olor del café exprés del bar de la esquina. Seguimos hacia el patio interior donde están los puestos de frutas y verduras, fantásticos los puestos con sus productos bien expuestos. Por el lado derecho nos dirigimos hacia los puestos laterales de la esquina, y en uno de ellos compramos queso y un salami que quitaba el hipo. Al mismo tiempo, en el puesto de al lado, Loe compraba el pan de leña que... ¡me cago en la leche!... ¡más nunca!... Pues al ir a desayunar... ¡Espera, no vayas tan rápido que enseguida te lo cuento!

    Bueno pues cuando íbamos a pagar la chacina que había pedido, me doy cuenta de que Ari con ojos de buena jurona, había dado un buen repaso a la tienda, escaneando minuciosamente (como se dice ahora) el puesto, hasta detener la vista en una estantería, de la que tímidamente asomaba el extremo de un plano paquetito de color rojo:
  • Papi... ¿compramos uno?
  • ¡No!
  • ¡Venga chico!... ¿Por qué no?
  • Bueno, pero solo uno.
  • ¡Señora, por favor, póngame también una tableta de chocolate Dolca!
Había que ver en ese momento la carita de mi niña, al oír la palabra mágica.

    Salimos por un lateral del mercado y de repente nos llega un olor muy característico y familiar a esas horas de la mañana en este lugar, era el olor a aceite caliente que chisporroteaba al contacto con la masa de harina que magistralmente trabajaba un malabarista artesano del gremio con sus dos varillas metálicas dándole forma de espiral... ¡Churros calientes!. Loe y Ari se metieron en el puesto de cabeza y compraron un cartucho de dos euros, de los que más tarde daríamos buena cuenta.

    Seguimos nuestro camino por Nava y Grimón, atravesamos la Plaza del Cristo, que por cierto ya estaba engalanada para las fiestas y con un templete para conciertos. Me parece bien que el ayuntamiento promocione entre los jóvenes toda la “agricultura y el coñocimiento” que sea posible. ¡Así es como es!

    Al principio del camino de las Peras sentimos en toda la cara, como si de un puñetazo se tratara, un olor pestilente bastante fuerte ¡Ños!... ¡Fos, coño!... Es el olor del canal, las chicas se asomaron para echar un vistazo ¡Fuerte pestazo! Y aquí querían poner unas barcas como atracción turística y así llamar al canal la pequeña Venecia... ¡para salir corriendo! ¿Y al que tubo la idea no lo metieron de cabeza al paro?, ¡Ay señor, cuanto bicho suelto! Salimos de aquí como alma que se lleva el diablo y casi al final de la avenida, hicimos una paradita para echar una meadita y dar después buena cuenta de un paquete de churros calentitos que teníamos pendiente ¡Qué buenos estaban!.

    Continuamos y al final del camino, nos encontramos con una fuente, de la que Ari siente una atracción fatal y sin poderlo evitar como si en ello le fuera la vida, tenía que beber de esa fuente o por lo menos oír caer el chorrito, aunque ya hubiera bebido agua cinco minutos antes. Comenzamos a subir por la izquierda del Camino Verde, los tres en fila india y Loe a la cabeza dirigiendo el cotarro (como dice Ari, "la experta"), recorriendo toda la maravillosa vega lagunera y a nuestro paso encontrándonos con inmensas huertas de lechugas fresquitas... ¡Qué buenas ensaladas! Muchas casas con arboles frutales y huertas en las que se podía ver esparcidas calabazas y bubangos para dejarlos secar y conseguir después las semillas. De vez en cuando, de alguna de las casas nos salían al paso para darnos los buenos días algún que otro perrillo. Hubo uno que hasta incluso nos enseño los dientes, para que viéramos que usando pasta no hay caries... ¡menos mal que estaban amarrados!

    Pasamos por la Cruz de los Alamos y seguimos hacia Las Mercedes hasta que llegamos a un cruce con un pequeño parque, donde hicimos un pequeño descanso. Luego continuamos por la pendiente hasta llegar a la plaza de Chicha Zerolo, lugar donde se encuentra la iglesia de Ntra. Sra. de Las Mercedes. Aquí se impuso una parada obligatoria, para hacer un merecido descanso, arreglar la mochila, llenar los bolsillos de frutos secos, el buche de agua que no falte y por fin, comenzamos a estrenar nuestra tableta de chocolate ¡Eh, solo un cuadrito que tiene que durar todo el camino!

    Retomamos el camino cargados de energía, por una pequeña cuesta que nos lleva a la Ctra. Gral. La Laguna – Taganana, donde a pocos metros está Casa Melián el de los pollos asados y frente a él Casa Ramiro; ¡Oiga! ¡Buen bacalao!, También tiene unas garbanzas que si alguna vez el diablo entrara, más nunca se volvía al infierno. Con la boca hecha agua, por tan exquisitos pensamientos, seguimos carretera adelante cuando veo que a las chicas se les ponen los ojos redondos como chochos al ver moras de zarza, pero las pobres solo pudieron coger unas pocas, para matar el ansia, porque la mayoría estaban verdes, así que para otra vez será.

    Subiendo por la carretera junto al barranquillo cogimos unos palos a modo de bastón y entramos en el sendero que, a nuestra izquierda, en cinco minutos nos llevaría al Llano de los Viejos. Bonito sendero con un barranquillo por el que corre un hilito de agua. Un poco más arriba atravesamos unos puentes de madera y subimos por unos escalones de tierra seca, hasta llegar al Llano, donde se encontraba la patrulla de medio ambiente. Seguimos nuestro camino subiendo por el sendero que en unos diez minutos nos llevaría al Llano de Los Loros y ¡me cago en la leche!, peldaños y más peldaños, también sortear un árbol caído en medio del camino, hasta que por fin llegamos a la carretera que cruzamos para seguir el sendero al otro lado de la misma.

    En este punto y junto a una valla de madera hacemos una paradita con su correspondiente meadita, buchito de agua y por supuesto nuestro cuadrito de energía instantanea.- Una vez descansados, continuamos camino arriba por el sendero todo cubierto por la laurisilva, dando al camino un aspecto esotérico y algo misteriosos. Al rato batiendo con firmeza una dura batalla con la laurisilva, aparecen unos tímidos rayos de luz por entre las hojas de los arboles, que como luciérnagas en lugar tan sombrío iban débilmente iluminando el sendero. A medida que íbamos avanzando estos rayos iban aumentando su intensidad, hasta que al doblar una esquina del camino y comenzar a subir una pequeña cuesta, se nos presentó en toda su plenitud un potente haz de luz solar que atravesaba la laurisilva y contrastaba con la oscuridad del sendero, formando un imaginario túnel del tiempo que nos invitaba a dirigirnos hacia él y traspasarlo, ¡precioso efecto visual el que se producía aquí!. Una vez pasado este tramo, llegamos al Llano de los Loros y al fondo entre barrancos, Santa Cruz de mi alma.

    Abandonamos este mágico lugar y seguimos subiendo el sendero, que en unos diez minutos nos llevó hasta la Cruz del Carmen. Aquí hicimos ya la parada de rigor, dando una vuelta por el mirador, pero el día estaba con calima y no se podía ver muy bien; sólo la vega lagunera en vuelta en un halo y Santa Cruz aunque un poco difuminado. Ya en el banco del mirador, Loe sacó todas las viandas y se encargó de preparar los bocadillos de “pan de leña”, enteros porque por lo visto: o había prisa o había hambre, y no había tiempo de partirlos por la mitad. Cuándo le voy a dar el primer mordisco al bocadillo... ¡me cago en la leche!. Que duro estaba, que hasta incluso me dolieron las muelas postizas; las chicas viendo la escena se morían de la risa y otro cuadrito de chocolatito.

    Una vez bien desayunados (los que pudieron claro), entramos en el Centro de Visitantes del Parque Rural de Anaga y la verdad que estaba muy bien, sencillo y sin grandes pretensiones, pero bien. Justo saliendo del centro, nos topamos sin saberlo con el mercadillo del agricultor, porque desde la carretera no se ve, ya que se construyo debajo de la misma, entre la ermita y los aparcamientos de la zona. Nos dirigimos hacia el restaurante donde Loe compro dos botellas de agua, que por cierto nos clavaron bien, y después del pequeño cabreillo deseando toda clase de buenaventura al dueño del bar, continuamos nuestro camino por la carretera hacia Pico del Ingles, donde llegamos en unos diez minutos. La zona se estaba despejando, ya se podían ver los caseríos del monte y Taganana y hacia el otro lado Santa Cruz, donde en ese mismo momento zarpaba del puerto el Juan J. Sister rumbo a Las Palmas, despacio y majestuoso sobre un mar limpio de olas.

    Después de un pequeño descanso en el mirador y de otro cuadrito, comenzamos a bajar por el sendero hacia el Barrio de La Alegría, por la escalera que está junto al antiguo restaurante, para adentrarnos en un bosque de laurisilva cerrado y muy fresco, lo cual era de agradecer porque el sol a esta hora, ya comenzaba a hacer de las suyas y empezaba a castigar muy fuerte. Seguimos el sendero hasta que empezó a verse clareas de monte y la laurisilva dejaba paso al fayal brezal y a algún que otro eucalipto despistado. El sendero se convertía ya en camino real y continuaba bajando por el barranco, unas veces por terreno liso y otras por escalones naturales. A veces se podía divisar la Charca de Taodio, y por supuesto en cada paradita... una meadita, el buche de agua y un cuadrito de alegría pa’ mi cuerpo, hasta que se acabó, que no me acuerdo donde fue, pero hasta las chicas acabaron con mis reservas.

    Un poco más tarde llegamos a una casa cueva donde nos encontramos con un coleguita que estaba descansando, colorado como un tomate y que venía subiendo, haciendo el sendero al contrario, se impuso el saludo de rigor y seguimos nuestro sendero, la verdad es que el sol apretaba bastante, gracias a nuestras gorras.

    El sendero se dividía en dos: uno que iba a una casa y otro hacia nuestra derecha, por intuición cogimos este último, pues grave error porque éste último te llevaba hacia unas huertas. Gracias al dueño de la casa que nos hizo señas y nos avisó que el sendero real pasaba junto a su casa, aquí se impuso las correspondientes gracias, saludo y arrancando que se nos hace tarde.

    Hacía un buen rato que por todo el camino, se venía escuchando como unos voladores que sonaban a lo lejos, pensé que era raro a esa hora de la mañana, pero no le puse importancia y seguimos bajado en zigzag hasta el cauce del barranco, atravesando este cauce varias veces. La mayoría de la vegetación que encontrábamos eran cardones, tabaibas, verodes, piteras, etc., y sobre todo como si nos fuera marcando el sendero nuestro perfumado incienso canario. ¡Contra!, se volvían a oír los estampidos, y les dije a las chicas que fiesta no podía ser, porque ¿Quién tiraría tantos voladores de día? Tampoco había ninguna casa por las cercanías, tampoco podían ser cazadores porque no es la época, además la veda está cerrada. En fin seguí sin ponerle mayor importancia y continuamos bajando donde ya el sol apretaba más y se hacia incluso insoportable. Por el camino nos encontramos con una casa en ruinas y junto a ella, algo que daba una nota de color a un paisaje un poco desolado y seco, esto era la corola de intenso color rojo (encarnado como diríamos aquí) de un humilde geranio que se resistía a morir y que sacaba fuerzas de sus entrañas para sobrevivir, algo digno de ver, porque incluso sus secas y arrugadas raíces intentaban llegar a una atarjea, que en su momento llevaría gran caudal del liquido elemento, pero que actualmente estaba reseca. Pero aún así ahí estaba él, erguido y orgulloso. Un poco más abajo, vimos una palmera solitaria, a la cual le agradecimos su sombra, aquí hicimos un alto en el camino, donde nos bebimos las últimas gotas de agua, y descansamos un fisquito, cuadritos no porque ya se habían acabado. De repente vuelvo a oír los pequeños estampidos más cerca ¿... ? Y el caso es que ese ¡Pum!, me sonaba algo familiar. Me doy la vuelta rápidamente para ver si descubría los destellos y averiguaba así de donde venían, cuando veo a las chicas riéndose a carcajadas, que incluso les dolía la barriga. ¡En fin!, que ya sabía de donde venían los estruendos y quienes eran las patronas de la fiesta ¡Salud! Que eso es muy sano y prefiero perder un amigo a perder la vida por culpa de un estampido.

    Una vez pasada la palmera del barranco y antes de llegar a la pista asfaltada, pasamos junto a un cañaveral en el fondo ya del barranco que estaba seco, donde habían puesto guardando un terrenito a un espantapájaros con una careta de carnavales algo grotesca pero simpática. Pues ocurrió que unos metros más abajo, nos tropezamos con un parroquiano que cuando nos divisó, agarró fuerte un cubo que llevaba y se salió del sendero apurando el paso. No sé si lo hizo por educación y cedernos el paso o porque era un mago más bruto que un arado. ¡Oye! Y ahora que me viene a la memoria su cara era el mismo retrato que el espantapájaros. ¡Jesús!, Cosa más igualita, si fueran hermanos se diría que son gemelos.

    Sobre unos cuarenta minutos después de los foguetes, llegamos a una pista asfaltada por la que seguimos a la izquierda. Al poco rato ya empezamos a encontrarnos las primeras casas, pasamos junto a una asociación vecinal. Pues unos metros más abajo vimos una cosa insólita. Había una casa que, frente a ella pasando la carretera, tenía bajo dos árboles que le daban sombra, dos sillones de material encarnado fuego y una mesita con su mantel y su florero. Las chicas y yo nos miramos y empezamos a reírnos sin decir nada. Seguramente pensarían lo mismo que yo, que como la casa era pequeña no tenían sitio, y habrían tenido que poner el recibidor allí fuera. ¡De escándalo!.

    Seguimos carretera adelante y nos tropezamos con dos tíos que estaban haciendo una hoguera, saludo de rigor y “tira pa’lante”, ya estábamos en el Barrio de La Alegría a eso de la una y media de la tarde. Llegamos a la parada donde por suerte había una guagua, era el final de nuestro itinerario de hoy y para casita a saborear una comidita calentita.

    Al día siguiente, ¡fuerte unas agujetas teníamos en las patas de tantos escalones que habíamos bajado! Pero valió la pena hacer este sendero y que espero que no sea el último, porque creo que a todos nos esta picando el gusanito.


7 de Septiembre de 2.002

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