sábado, 14 de septiembre de 2002

02 Santa Cruz - Punta del Hidalgo


Y…  “pa’ lante compañero”
    Se impuso el madrugón, todos en pie a las cinco de la mañana, una vez todo preparado y nosotros acicalados y guapitos... (Creo que hubo algún estampido matutino), salimos de casa. Merci a su trabajo ¡Qué pena! Y nosotros los golfiantes a una nueva excursión.

    Decidimos, por cambiar un poco, no coger la guagua directa a La Laguna, sino la que va por la carretera general pasando por La Cuesta. Al llegar a la parada de la cervecera, nos encontramos con dos sorpresas: una, la calle estaba en obras, los coches circulaban en un solo sentido, hacia arriba y la otra, había un chico despistado, desorientado y preocupado porque no sabía si la guagua pasaba por allí y tampoco donde se encontraba él, ya que quería ir hacia Buen Paso en Icod. A los cinco minutos, acabaron nuestros temores porque apareció nuestra querida perrera, vestida como siempre de color esperanza. Pues momentos antes me pareció que era como esa amiga a la que esperas pero que nunca llega, pues ya me estaba viendo irnos hacia la autopista a coger la directa, pero no, ahí estaba ella, nos subimos y “pa´lante compañero”. Por cierto por segunda vez, descubrí que en la guagua a esa hora, no hace falta ir al museo para divertirte un rato, pues nos encontrábamos en la Cámara de los Horrores, ¡Vaya unas caras a esa hora de la mañana!

    Llegamos a La Laguna a eso de las seis y media y por supuesto de noche cerrada pero no sé por qué se respiraba en el ambiente un aire muy especial aunque no había nadie y todo estaba en silencio. Nos colocamos el macuto y comenzamos a andar por la calle, atravesando el túnel Aguere que como siempre y gracias a unos cuantos graciosos, estaba hecho un asco con una papelera de plástico quemada y derretida por el calor. En el centro del pasillo suelos encharcados de resacas mal llevadas la noche anterior y las escaleras repletas de cristales de botellas rotas, ¡en fin, como de costumbre! Después de atravesar varias calles y dejar atrás a mi amigo el usurero banco, llegamos a la Plaza del Adelantado y directos al mercado para comprar pan, pero vimos que estaba cerrado.

    En ese momento emprendemos una carrera desenfrenada hacia la izquierda de la plaza... que ¿Por qué hicimos este maratón? Pues porque vimos encendido el letrero de la Churrería y teníamos gazuza. ¡Ños, que buenos estaban!, Y que calentito estaba el chocolatito. Digo “chocola-TITO” porque nos puso poquito porque era bendito, “pa’ que de pa’ toditos” y además en la nueva moda de servírtelo en vaso de plastiquito. Solo un último reproche, “la cabrona” de la churrera nos puso los churros fríos y nos cobro por todo 6’90 euros ¡ladrona! Pero aún así estaban buenos. Nos sentamos en una mesa y en ese momento parecía que estaba en un teatro, a mi derecha se encontraba Loe, aún con los ojos pegados y con sueño, con una mano aguantando el peso de la cabeza y en la otra columpiando un churro que a modo de cuchara de palo daba vueltas a su chocolate con movimientos circulares y sin prisa como si estuviera haciendo frangollo. Y a mi derecha como si fuera una delicada batuta de ébano, dispuesta a dirigir a sus músicos, que se encontraban apiñados en el vaso, esperando el momento mágico de escuchar esos golpecitos para comenzar a ejecutar su gran partitura. ¡Que escena, las dos son fantásticas!

    Bueno terminamos nuestros churritos y como dice el refrán: Barriga llena, corazón contento... macuto a la espalda, carretera y manta. Caminando por Nava y Grimón, dos foguetes trasnochados pegaron dos estampidos al aíre, que su sonido tubo que haber llegado, por lo menos, hasta el faro de Anaga. ¡Ños! ¡Fuerte un susto compadre! Al momento comenzaron a repicar las campanas de la iglesia de San Francisco, como tocando una diana floreada con su peculiar banda musical, y nosotros sin saber el motivo. Un poco más adelante, casi llegando a la Plaza del Cristo, apareció el clásico borrachito de turno, dando traspiés, como si se acabara de levantar y huyendo del melodioso repicar de las campanas de la iglesia, intentando (creía yo) buscar el camino de su casa ¡Vaya pedo, compañero!. Al vernos nos quería dar la pejiguera pero nosotros aceleramos el paso y lo dejamos a solas con su interesante discurso de la vida y seguimos nuestro camino. Al llegar a la plaza, descubrimos a que se debía tanto aire de misterio y tanto repiqueteo; era 14 de Septiembre, el día grande de las fiestas del Cristo. La plaza estaba preciosa, abarrotada de chiringuitos y toda engalanada con banderas, y como únicos bichos vivientes, nosotros y una cuadrilla de basureros (o empleados del servicio de limpieza para que no se me ofenda nadie), que estaban dejando impecable el lugar de los deshechos y basuras de la noche anterior, mis respetos y saludos para ellos por su inmejorable labor.

Dejamos atrás la plaza y nos dirigimos hace el camino de las peras y... Otra vez ¡Fos, coño! ¡Que peste en el canal!, salimos de aquí de nuevo a escape. Comenzaba ya a amanecer y al poco rato vemos que por nuestro lado pasan dos pelagatos imitando a Speedy Gonzalez (o sea, maltratando el cuerpo corriendo) como si se les fuera a escapar la guagua... y nosotros a nuestro rollo hasta que al final del camino vemos un asiento y una fuente (nuestra querida fuente, o mejor “la de Ari”). Y aquí, porque siempre es así, como si tuviéramos promesa, además de pararnos y sentarnos hacemos dos cosas:
  •      Primero, mi querida Ari, se dirige al chorro como si estuviera embrujada, y apretando el botón mágico comienza a libar el néctar que mana de la fuente, con un deseo irrefrenable, aunque hiciera cinco minutos que hubiera bebido agua... ¡Ciaaa... me supo!
  •     Y segundo yo, (me tocó), como en toda paradita, como un ladrón escondido entre las matas, una meadita. ¡Apunta bien coño, que te mojas las patas!
    Al rato dejamos este agradable lugar y andando, andandito se va haciendo el caminito. Comenzamos a subir hacia Las Mercedes, otra vez los tres en fila india y a la cabeza... ¡La Experta! Pasados unos veinte minutos, llegamos a la Cruz de Los Álamos y Loe se acercó al supermercado a comprar el pan pero estaba cerrado ¡era fiesta, coño! Seguimos caminado y llegamos a otro cruce con un pequeño parque, donde como hicimos otra vez, nos paramos a descansar un poco y después seguimos por la pendiente, cuando delante de nosotros vemos una furgoneta blanca y un hombre que se dirige a ella con un saco a la espalda... ¡gracias a Dios! “El Panadero”. Loe fue corriendo a comprarle el pan, y como siempre con vergüenza y con un débil hilito de voz, que el chico no la entendía. También como siempre y para eso no tiene vergüenza, se queda con la vuelta aunque en esto también interviene Ari.

    Proseguimos el camino hasta la plaza de la iglesia de Las Mercedes, para descansar y arreglar la mochila. Ari y Loe se sientan de un golpe y como dos coches con el depósito vacío, dicen: ¡Agua, agüita! Bueno pues a beber. Estando en la plaza me fijo a mi derecha y veo sobre un bloque de cemento, una campana con una placa. Lo primero que me vino a la cabeza fue contarle a las chicas lo siguiente: “Aquí lo que ocurrió fue que vino un ventarrón y tiró la campana desde lo alto de la torre, y como nadie era capaz de subirla allá arriba y el presupuesto para una grúa se había agotado, decidieron que sería más barato colocarla en un pedestal. ¡Desde luego a cualquier cosa le hacen un monumento! Y las chicas embobadas oyendo el relato, vaya unas cosas me pasan por la cabeza, que le voy a hacer si soy así de espontáneo, menos mal que enseguida se dieron cuenta del rollo que les estaba largando.

    Retomamos nuestro camino subiendo la empinada cuesta para llegar a la carretera general ¡Adiós, Melián!, ¡Adiós, Ramiro! Seguimos avanzando y por el camino cuando ya llevábamos un rato andando, veo que mis dos ratonas van a buscar un tesoro que habían dejado la semana anterior, para que se maduraran bien. Y así fueron revisando todas las zarzas del camino, dando buena cuenta de las moritas, sin dejar escapar ni una, bueno sí dejaron libres las que estaban verdes, vaya un festín se pegaron y sin dejar de caminar. Cuando terminaron parecía como si a sus bocas hubieran llegado los carnavales.

    Tomamos el bonito sendero que pasa por el Llano de los Viejos, donde nos encontramos un grupo de pibes con una resaca de la fiesta del Cristo, recuperándose para después continuar con lo que quedaba de fiesta. Nosotros como buena gente saludamos y continuamos por el sendero que asciende hacia el Llano de los Loros, hasta la Cruz del Carmen. Una vez llegamos al mirador, nos encontramos con una día espléndido, todo despejado, reconozco que en este momento somos unos privilegiados porque frente a nosotros se nos presentaba una vista panorámica inusual: a la izquierda Santa Cruz, a la derecha toda la zona norte hasta donde la vista se pierde; a nuestros pies la vega lagunera, más allá La Esperanza y en medio de este pastel a modo de guinda, nuestro fantástico y majestuoso Teide dominándolo todo. Creo que no hay otro sitio mejor para desayunar y así lo hicimos.

    Preparamos unos bocadillos de queso con chorizo ¡buenísimos! Ari y yo nos pusimos en uno de los bancos a desayunar absortos mirando el paisaje y Loe se subió sobre el muro del mirador, con su bocadillo en la mano y dejando caer vagamente un pie, parecía un arlequín columpiándose sobre una media luna... ¡bellísima estampa!, componía el marco ideal junto con el muro del mirador para la pintura que estabamos admirando. Fantástico desayuno e incomparable momento.

    Sobre las diez de la mañana abandonamos la Cruz del Carmen dirigiéndonos hacia el lateral del restaurante (no sin antes decirles: ¡Ladrones!), por donde tomamos el sendero hacia Chinamada. Este según el cartel ponía 1 h. 30 min. Vamos a ver si es verdad. Este sendero no tiene nada que envidiar al otro, es también cerrado formando un túnel con la laurisilva donde en ciertas partes del camino se estrecha para luego abrirse en una gran bóveda, digna de la más bella catedral. Por el camino nos encontramos con dos proyectos de senderistas y su lindo retoño, que más parecían un anuncio de grandes almacenes por la cantidad de cachivaches que llevaban encima y nosotros con una mochila de plástico remendada, unos viejos vaqueros desteñidos y camisas de doscientas pesetas, pero eso sí, con unos tenis de marca... ¡desconocida! y con unos ánimos, un alarde y un talante como para subir a un pódium a recibir un premio (no se por qué pero debo reconocer que sentía un poco de envía en esos momentos, pero eso si, envidia sana).

    Continuamos bajando el camino hasta que llegando a una pista de tierra con un cartel, cogimos hacia la derecha. Por la pista nos vamos encontrando con aljibes de agua cerrados y seguimos adelante cuando de repente y como si le hubiera llegado el olor del contenido de los aljibes, suena en mis oídos cuatro palabras: “Tengo la boca seca”, en fin, mi querida e insaciable Ariadna... se impone una parada mínima para beber todos, un buche de agua. Y donde también estrenamos nuestra tableta de fuente de energía: el chocolate, solo un cuadrito.

    Proseguimos la marcha hasta llegar a una carretera asfaltada por la que bajamos a la izquierda. A unos quinientos metros nos encontramos un caserío (no me sabía su nombre) y un poco más adelante otro “Cabeza de Toro”, donde del lateral de una de las casas nos sale corriendo al paso a darnos la bienvenida un precioso cachorrito de perro de caza, agachando la cabeza y meneando el rabo de alegría. Y como era de esperar nuestra insigne veterinaria, defensora de los animales, como si de uno de sus pacientes se tratara, salió corriendo a acariciar al benjamín efusivamente (no lo puede evitar para los animales es como las pulgas a los perros). Una vez el perrillo nos saludo a todos, se veía que estaba bien educado, volvió corriendo a dar las novedades a su madre que atada se encontraba junto a la caza y que al pasar cerca de ella también nos saludó (o eso creo).

    Carretera abajo pasando el siguiente caserío, nos metimos por un sendero de tierra que había a la izquierda con unos escalones hechos con troncos de árboles y continuamos por el mismo hasta llegar a un cruce (la degollada), el sendero de la derecha iba a Las Carboneras, nosotros cogimos el de la izquierda hacia Chinamada, donde se impuso una paradita y por supuesto: una meadita, vaso de agua y cuadrito de chocolate. Pero cuando abrimos el papel del chocolate, vemos que por el calor estaba bastante blando. Bueno pues para evitar que se estropeara, se imponía una liquidación rápida de las existencias… ¡mentiroso! Los tres miembros del equipo de exterminio en pocos segundos acabaron con el problema y... Carretera y manta seguimos.

    Este sendero pasa por unas impresionantes fugas hacia el barranco con unas espléndidas vistas, no es peligroso pero hay que tener cuidado (nunca miedo), no hay que descuidarse por eso decidimos ir yo delante, luego Ari y por último Loe. Según íbamos bajando veíamos a nuestra izquierda lo lejos como un fiel guía para que uno no se pierda el bonito caserío del Batan.

    Como a un cuarto de hora de camino más adelante, llegamos a una especie de casa ermita cerrada, donde por una de las ventanas se podía ver un pequeño altar con un San Antonio y rodeado de muchas flores ¡muy frescas!... de plástico descoloridas por el sol, y frente a la casa, por debajo del sendero, una cuevas pequeñas hechas en la pared. En este lugar se nos presentó una duda porque el sendero se ramificaba en dos. No sabíamos si seguir por el sendero justo pasando la casa a la derecha o seguir el otro de frente; porque no había ningún cartel identificativo, ni alguna señal que pudiera indicarnos algo. Decidí tomar el sendero junto a la casa y después de haber caminado unos minutos, creí que nos habíamos equivocado y volvimos sobre nuestros pasos otra vez hacia la casa, para coger el otro sendero que sigue de frente, pero caminando un poco vemos que el camino se cierra con unos arbustos, aunque se veía que continuaba hacia la cima de la montaña. Así que regresamos otra vez a la casa y volvimos por el primer sendero. Al rato mirando a la izquierda vemos allá al frente a lo lejos Chinamada ¡qué alivio!, Pensé que estábamos perdidos.

    Este itinerario estaba cubierto de zarzas pero sin moras, que a veces sus ramas invadían el sendero. Una de estas veces, intentado huir de los picos de estas ramas, Loe da un traspié y cae al suelo golpeándose el muslo izquierdo quedándose sentada; se levantó y vimos que no tenía nada así que seguimos por la vereda, pero se le puso un dolor en el lado izquierdo que a la pobre le acompañó todo el camino. Al final del sendero, después de rodear la montaña, salimos a una carretera asfaltada, ya estábamos en Chinamada. Esta carretera tenía una especie de apartadero, donde había una impresionante vista sobre el mar y la Punta Fajana.

    Seguimos por la pista hacia el final, pasando las casas cuevas y llegando a los aparcamientos de un restaurante y la ermita a eso de las once de la mañana. Descansamos un buen rato sentados en un banco de la plaza, y en un chorro que teníamos de frente llenamos la botella de agua y nuestros estómagos. Cómo a Loe le seguía doliendo el pie, se ató fuertemente el muslo con un pañuelo para continuar el camino ¡Ole! , ¡Ole!, y ¡Ole!

    Salimos por la derecha de la plaza por una calle que rodeaba la ermita, pero que antes salía un sendero con farolas hacia un mirador, pero no lo cogimos, seguimos bordeando la plaza hasta llegar a un sendero con un cartel que ponía: “A Punta del Hidalgo, 1h. 30 min.”, Pues bueno a caminar se ha dicho y por ahí nos metimos de cabeza. Es un sendero bastante entretenido, pero como el anterior un poco peligrosillo por las fugas que dan al barranco que separa Chinamada del Batan. Seguimos bajando el senderito que estaba lleno de cardones, tabaibas, bejeques, verodes, alguna que otra penca; solo nos pareció algo curioso, una cosa rarísima que en un risco como si lo hubieran puesto adrede, habían pinos, pero solo allí.

    Seguimos el camino y más adelante al pasar una curva aparece la imagen de Punta Hidalgo al fondo, y de frente en todo su esplendor, la montaña de los Dos Hermanos con un corte en el medio que la divide en dos partes iguales de ahí su nombre y por supuesto a mi memoria me vino el recuerdo de una leyenda que corre de boca en boca por estos lugares, la de los dos hermanos, basada en un drama sobre el amor imposible de dos jóvenes huérfanos: Juana y Diego, con un trágico final y sobre la que muchos viejillos de la Punta dicen que fue verdad.

    Seguimos bajando la veredita con un sol y un calor intenso, hasta un roque que dividía en dos el camino, uno seguro y otro algo peligrosillo, ¿Cual de los dos elegimos? Pues el peligroso claro está, pero con mucha prudencia. Aquí nos golpeó de lleno una fresquísima brisa marina que era de agradecer, donde había unas impresionantes vistas, aunque muy peligrosas, sobre el acantilado hacia la costa de Anaga. Desde este lugar seguimos el sendero hacía la izquierda que bajaba en zigzag hacia el barranco y otras veces subiendo y nos empezamos a encontrar a otros excursionistas, la mayoría extranjeros y el resto peninsulares... ¿Dónde están los de aquí? Luego nos volvimos a encontrar otra vista del acantilado. En este lugar nos encontramos sobre una roca a modo de altar a una extranjera sentada, roja como una cangreja, meditando o levitando o yo que sé... aunque a mí me parece que estaba medio pirada; en fin, cada loco con su tema, un saludo de cortesía y arreando que se hace tarde.

    Pobre Loe seguía con su dolor que no la dejaba caminar bien. Al rato para hacerla olvidar su malestar y jugar un poco con el eco del barranco, también para pasar más rápido y ameno el camino, bonito, pero que se estaba haciendo pesado: Comenzamos a pegar chillidos como unos locos rematados y desquiciados, fue bastante divertido. Luego en la otra ladera del barranco vimos una casa cerrada y solitaria. A modo de broma me da por decir: ¡Paca, pon la cafetera al fuego que ya vamos p’arriba, pa’ que nos des algo de café! Muertos de la risa seguimos bajando más, y más, y muchos más escalones del camino, pero vemos que el sendero volvía a subir y desaparecer en una curva a lo que Loe dijo: ¡seguro que el camino da la vuelta a la montaña y vuelve otra vez aquí!, No sé si porque el sol estaba apretando bastante y nosotros un poco cansados que, el camino ya se estaba volviendo algo duro. Cuándo nos encontramos detrás de un murito dos extranjeros sentados descansando, colorados como dos tomates esperando que los recojan de la mata, y que parecieran dos indios “Pies Negros” escondidos esperando a que pasáramos para asaltarnos ¡que gente! Al pasar junto a ellos saludamos con nuestros socorrido e internacional: “Guuurbay” y seguimos pa’ lante. Al final del sendero, ya en el fondo del barranco, nos encontramos con un puente hecho con troncos de madera para salvar el barranco con una impresionante altura (casi medio metro), que a Loe le estaba dando vértigo cruzarlo, pero gracias a las palabras de ánimo de su hermana, logró sobreponerse y lo cruzó sin problemas. ¡Bravo por mi chica!

    El puente daba a una pista de tierra que, hacia la derecha va a la playa y hacia la izquierda subía al pueblo pasando por una vieja fábrica en ruinas y donde se podía ver en lo alto, la plaza... y ¡me cago en la leche!. También se podía ver a la guagua allí parada, y la pista era una tremenda pendiente. Pues bueno, despacito y con buena letra comenzamos a subir que si se va, ya vendrá otra. Por ésta subimos y nos íbamos encontrando chicos con tablas de surf, que se dirigían a la playa. En una parte del recorrido se veía ésta abajo con gente pescando, otros mariscando y otros practicando surf. Seguimos subiendo despacito y pasito a pasito hasta que al doblar la esquina vimos la plazita donde está el monumento a Sebastián Ramos “El Puntero”. Nos armamos de valor y con un esfuerzillo, llegamos a la plaza. Al girar la esquina de la misma, en la misma subida y en el otro extremo de la plazita vemos a nuestra querida perrera que, no nos lo podíamos creer, nos había esperado. ¡Buena chica!

    Pero en ese momento, oímos el sonido característico del arranque de la misma... ¡me cago en la leche! Salimos corriendo y la primera en llegar a ella, que casi se colgó de la puerta, fue Ari, aunque no sé como porque, todavía me estoy preguntando ¿Cómo lo hizo? Pues mira que le costó caminar en toda la excursión. Bueno pero aún así llegamos a cogerla, más bien a secuestrarla, y con gran alivio y dando gracias al chofer que nos esperó cuando nos vio. ¡Que vivan los choferes rumbosos de las guaguas! Y con un gran cansancio, sobre la dos de la tarde concluye nuestro fantástico recorrido.

    Tengo que reconocer que a mi lado tenía a dos amazonas sublimes, ya que creo que muy pocos de su edad hubieran aguantado tremendo recorrido. Por cierto una patada grande y fuerte a los teléfonos móviles, para que se desaparezcan del mapa, porque yo no los uso, pero para una vez que tuve la intención de hacerlo, no sirvió para nada. Estuvimos desde Chinamada hasta el final del recorrido, intentando llamar a casa sin conseguirlo, solo salía: “Servicio no disponible”, ¡Vétete por ahí, fantasma!, ¡Están buenos para una emergencia!

14 de Septiembre de 2.002





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