Después de pasadas las fiestas navideñas, con el clásico ajetreo que se produce en esta época, donde se imponía un pequeño parón en nuestras andanzas, por fin ya volvemos otra vez a hacer nuestros senderos, ¡porque son nuestros aunque estén programados! Parece mentira como puedes llegar a echar de menos esos recorridos, hasta tal punto que podría ser como una droga y ahora mismo estamos con el mono del síndrome de abstinencia, creo que puede ser el ansia por conocer cosas nuevas, lugares insólitos de nuestra geografía y sobre todo el afán de superación, de alcanzar una meta propuesta y sobre pasarla. Tal es así que incluso sin haber terminado un recorrido, ya comienzas a maquinar el siguiente y proponiéndolo para que así quede ese regusto de misterio en pensar, ¿Cómo será el siguiente? Y lo gracioso del caso es que no sólo era un deseo mío, sino que las chicas también lo echaban en falta. Es más, estaban ansiosas pues querían probar las mochilas, palos y demás cachivaches que les habían dejado los Reyes. Todo esto me da que pensar y notas que en cada uno de los recorridos ellas lo pasan bien, lo disfrutan con intensidad; cuando normalmente los niños de su edad (11 y 13 años), suelen aburrirse con sus padres, y sin embargo en este caso no es así. Ellas mismas son las que me piden que cuando vamos a empezar otra vez a hacer alguna excursión. Esto hace que te den ganas de planificar las caminatas y a veces no sabes cuál elegir.
A pesar de irnos ayer sábado caminando dando un paseo hasta San Andrés, no estamos cansados. Así que nos levantamos temprano, con desayuno en forma y una vez todo preparado nos marchamos. Otra vez ¡pobre Trufo! Esta vez la ruta a seguir es uno de los caminos que va desde Las Mercedes hasta Tegueste por el monte, llamada La Mocanera. Es una ruta que está considerada como un agradable paseo y particularmente creo que es buena para realizarla en épocas secas, en verano o en días de calor, pues casi todo el camino, salvo en ciertos puntos, vas por monte cerrado con lo que te encuentras con poco sol y mucha sombra.
Una vez en la parada de guaguas de la autopista cogimos la perrerilla con destino a la estación de La Laguna. Al llegar al cruce del Padre Anchieta, nos encontramos con una cola de coches que se dirigían hacia la carretera de la Esperanza y enseguida me vino a la cabeza que días atrás había habido una ola de mucho frío que trajo varios días de lluvias y en el Teide había caído nieve, pues como siempre he dicho, el rebumbio y jaleo para la masa de domingueros y nosotros más tranquilitos al lado opuesto. Luego la perrera llegó a la estación y como es domingo vemos que hay movimiento de gente en ese momento llega también la guagua del Puerto de la Cruz, de donde se baja un grupo de extranjeros con mochilas que se dirigen hacia la guagua de La Esperanza, probablemente irán de excursión al Teide. ¡Buen viaje!
Nosotros no tuvimos que esperar mucho, enseguida salimos con nuestra “cirila” para Las Mercedes. En nuestra amiga solo íbamos cuatro pelagatos medio abobados, pero de inmediato nos espabilamos pues el chofer debe ser que tendría hormiguillas o almorranas en sus partes nobles que conducía con un poco de velocidad que se comía todas las esquinas de las aceras y los baches de la carretera. Pasamos por delante de Casa Melian ¡Buenos pollos! (Para el que le guste), y por Casa Ramiro, ¡Ay! Cuanto extraño tus garbanzas y tu bacalao con un vasito de buen vino. Continuamos y nos bajamos un poco mas arriba de Casa Domingo, hasta donde llega mi cirilita, y comenzamos a bajar por la carretera; siempre por la izquierda y un poco más abajo saliendo de una curva, la carretera se divide en dos, para luego unos metros más adelante volverse a unir en otra curva antes de llegar a unos eucaliptos. Pues justo aquí, a la derecha bajando, comienza el sendero, que subiendo no lo ves porque el principio es un poco confuso y no lo percibes, pero bajando sí. La referencia es un grupo de piteras alineadas. El sendero comienza con unos escalones de tierra, un poco altos y que en dos metros gira a la derecha y sube recto entre una tubería de agua, unas casas y huertas. Mira que he pasado veces por este lugar, sobre todo por mi profesión, y en la vida podría imaginar que aquí había un sendero, las cosas que descubres cuando te aficionas al senderismo.
A eso de las diez y media de la mañana, las chicas con sus mochilas nuevas y yo con mi querido librito de Anaga en la mano y mi pantalón nuevo, regalito de Reyes, por cierto muy bueno todo lleno de bolsillos; comenzamos a hacer el sendero, subiendo los escalones. En mitad de la subida, Merci y yo vimos unos palos cortados, cogimos cada uno el de nuestra medida y seguimos subiendo, hasta que girando hacia la izquierda rodeando un cupreso, nos metíamos ya en monte cerrado, es el Monte de la Mina y seguimos subiendo despacio porque la subida se las trae, con una humedad muy alta y con piso un poco resbaladizo, debido al rocío mañanero y probablemente a las lluvias de días anteriores.
Al rato llegamos a un lugar Lomo el Boquerón, donde se cruzaban el sendero y una pista que viene de la Hija Cambada (vaya unos nombres usan mis maguitos). Pues la atravesamos siguiendo de frente y subiendo por el sendero hasta que nos encontramos con que el camino se divide en dos: uno que baja hacia un barranquillo por un hueco y otro que sube recto. Un poco despistados cogimos éste último y subiendo Mercy y yo pasamos por el filo de un barranquillo, como vimos que era un poco peligroso para las niñas, las hicimos subir por la ladera y nos unimos un poco después. En uno de estos tramos las hojas de los brezos estaban cargadas de agua y como era una zona de vegetación espesa, al pasar nos rozaba la ropa y nos mojamos un poco. Este sendero atravesaba en varios tramos la pista (la de la petuda), para finalmente salir a la carretera general a Cruz del Carmen... es decir, ¡Que nos habíamos equivocado!
Bueno como rectificar es de sabios, volvimos hacia detrás por la pista hasta llegar al cruce de Lomo el Boquerón, para volver otra vez a la encrucijada de senderos y coger esta vez hacia la izquierda, el que bajaba metiéndote por el hueco. Enseguida cruzamos un canalillo de piedra en el barranquillo de La Mina, por el que corría un hilito de agua y comenzamos a subir por la ladera opuesta hasta que al poco rato nos cruzamos con el antiguo camino que viene desde Las Canteras y que se une al nuestro. Desde aquí el sendero subía en una fuerte pendiente culebreando la ladera, hasta salir por el lado izquierdo del mirador de Zapata, después de haberlo bordeado, y aquí se impuso una paradita. Este lugar tiene una vista de la vega lagunera y que se extiende hasta nuestro Teide, pasando por el Rosario. Un buen lugar donde de novios veníamos muchas veces. Al llegar aquí, nos encontramos con dos ciclistas, un chico con moto de cuatro ruedas y dos extranjeros con mochilas que Mercy me dijo que había visto que se bajaban de un taxi abajo en Las Mercedes, y que a mi ver consultaban un mapa un poco despistados.
Al rato, una vez descansados, nos situamos por donde salimos y cruzando la carretera hacia el lado derecho, a unos veinte metros, nos metimos por un estrecho sendero, que apenas se veía porque está casi cerrado por la vegetación. Al principio va recto casi paralelo con la carretera donde nos volvimos a mojar la ropa; pero que después sube en una fuerte pendiente. Tal es así, que tuve que ayudar a subir a Ari, agarrada al extremo del palo que yo llevaba. Al llegar a la loma, salimos a un acebe (cortafuegos) ¡Bien de palabrotas estoy aprendiendo con este librito! ¡Que viva la agricultura y el coñocimiento! Aquí hicimos una pequeña parada para consultar el manual. Al momento aparecieron a mis espaldas: la extranjera del mirador, algo confusa, y enseguida el marido, preguntando cual era nuestra ruta, a lo que gustosamente le dijimos Tegueste, y vimos en sus caras como se desilusionaban porque estaban desorientados y creían que íbamos hacia Pico del Ingles. Bueno pues con nuestro carácter de buen samaritano, algo que aún nos caracteriza a los isleños, les expliqué en el mapa que traían, donde estaban y como podían llegar allí. Aunque Merci, sin mala intención, no estaba de acuerdo, me lo discutía y exponía lo contrario. Otra que todavía no sabe dónde tiene la mano derecha. Le das un plano y le pides que te lleve al faro de Anaga desde Chamorga y seguro que nos lleva al faro... pero al de Teno. Merci te quiero mucho, pero estas un poco p’allá. Bueno una vez se marcharon los extranjeros, seguimos a la izquierda por el acebe (bonita palabra) hasta que nos encontramos con un pluviómetro de color blanco, Las chicas lo estuvieron mirando, pues nunca habían visto uno y continuamos nuestro camino.
Más adelante el cortafuegos se divide en dos pistas y a su vez va paralelo a otra mas (fuerte follón compadre) pero con el manual no hay confusión, pasamos una cadena y continuamos por una de las pistas hacia la derecha, es decir, en la misma dirección que traíamos y enseguida vimos la casa forestal a nuestra derecha, donde hicimos una paradita para un buen descanso, cuadrito de energía, agüita, y por supuesto la correspondiente meadita. Cuando ya nos íbamos a marchar, Merci se sobresaltó porque vio aparecer por la pista un grupito de perros sueltos, pero enseguida vimos que venían acompañados de sus dueños dando un paseo. Saludito de rigor, carretera y manta por la pista todo recto.
Antes de llegar a la curva que gira hacia la derecha, vimos a nuestra izquierda el sendero que te lleva a Punta Hidalgo, pues por ahí nos metimos. Justo aquí comienza el Monte de Las Hiedras. A los diez minutos desembocas en una pista que ya en la ruta a Chinamada habíamos cogido pero hacia la derecha (la pista de Las Hiedras). Bueno, pues esta vez fuimos hacia la izquierda. Por el camino debido a la lluvia había grandes charcos y mucho barro, pero pasábamos bien aunque haciendo un poco de funambulismo. En el ambiente se respiraba ese olor a tierra húmeda tan característico y agradable y vimos algunas píjaras, morgallanas y muchas hiedras canarias por el camino, de ahí el nombre de la pista. También nos encontramos con una fauna algo peculiar: de entrada unos excursionistas ya entraditos en años ¡bien por ellos! Luego apareció un tipo solo muy educado pero también muy zumbado, caminando con auriculares puestos oyendo música, respeto a todo el mundo pero... ¡Será tolete! ¿Habrá alguna melodía mejor que la que te ofrece la naturaleza? En fin, cada uno con sus rarezas pues hay que considerar a todos para que te consideren. Un poco más adelante oímos un ruido que a nosotros nos resultó familiar y que desgraciadamente se está haciendo muy frecuente por las pistas de nuestros montes, nos apartamos hacia la orilla y enseguida apareció el chico que vimos en el mirador de Zapata con su moto de cuatro ruedas ¡Adiós, que te vaya bien!
Después de un buen rato caminando, legamos a un lugar que está algo despejado de árboles, donde a la izquierda se podía ver una pared muy alta de color rojizo, eran los restos de una antigua cantera, al final había una cuevita acondicionada en la tosca, con su ventana y repisas excavadas en la pared, buen sitio para descansar o refugiarte de una buena lluvia, pero nosotros, como la canción del seiscientos, adelante durante un buen rato esquivando charcos. Después de otro buen rato caminando, deleitándonos con el paisaje, en una pequeña bajada aparece a nuestra izquierda la pista que sube a la casa forestal, y enseguida salimos a la carretera que va al Batan. Cogimos a la izquierda y seguimos por ella, llegamos a una recta donde a la izquierda hay un muro de piedra largo que se veía que estaba en obras, al final hay una curva muy cerrada, pues antes de llegar a ella, a nuestra derecha aparece un sendero que te lleva a una parte llana con pinos insignes y que a simple vista parece una zona recreativa, pero que no lo es, pues nuestro itinerario transcurre por este lugar, y el sendero divide el lugar en dos zonas: una de pinos y otra de árboles varios, no hay pérdida si sigues el sendero, dejando siempre la zona de pinos a la derecha. Este lugar se llama Las Cuadras de D. Benito.
Un poco más adelante, eran ya casi la una y media de la tarde, a las chicas les empezó a apretar la barriga, pero no precisamente de gases, así que decidimos hacer una parada para descansar, comer algo y nuestro correspondiente cambio de aguas amarillas. Pues aquí aparece el clásico comentario jocoso de las chicas referente a mi persona; mientras unas dicen que vaya al médico porque sufro de meteorismos, otras en cambio dicen que me parezco a los perros, porque donde se efectúa una parada, voy marcando el terreno. Bueno una vez ya sentados, vamos a meternos entre dientes y muelas un pedazo de bocadillo con chorizo polaco, pero que está muy bueno, que hasta en la guagua y con la mochila cerrada se podía oír al chorizo cantar... ¿Qué será lo que no sabe a bueno en un monte? Desde este lugar, por entre los pinos mirando hacia la montaña de enfrente, pudimos reconocer de otra excursión anterior: la casa de Tamé, a lo lejos Chinamada y a nuestros pies el bonito caserío de El Batan.
Una vez ya descansados, mochila al hombro, carretera y manta. Que se nos escapan los perros... Comenzamos a descender por el sendero, siempre dejando los pinos a la derecha, que incluso no había perdida porque se distinguían las marcas de las ruedas de una bicicleta (o mountain baik, como se dice ahora) ¿O eran de alguna moto? A los pocos minutos apareció en paralelo la pista del Moquinal, pero no nos metimos en ella, seguimos nuestro senderito hasta que al final de la bajada nos encontramos con una encrucijada de caminos, donde también se incorporaba la pista anterior. Este lugar se llama El Juntadero o Ajuntadero. En este lugar hay dos letreros: hacia la derecha va a El Peladero y de frente hacia Lomo Solis. Pues nosotros seguimos de frente por la pista del Moquinal hacia Solis, y un poco más tarde aparece por la derecha la pista que va hacia Punta Hidalgo, pero nosotros seguimos recto hasta que un minuto después no aparece por la izquierda la pista de Los Dornajos, por cierto muy bien señalizada con un cartel de madera. Pues sin más, nos metimos por esta otra y comenzamos a bajar por ella. Ya en este punto entramos en el Monte de Tegueste. Por el camino seguimos encontrándonos charcos con mucho barro y también a las orillas del camino hileras de morgallanas que cuando sea la época de la flora, el estallido de inflorescencias amarillas que producirá, será digno de ser visto. También nos encontramos con preciosas bicacareras con su campanitas moviéndose cadenciosamente a nuestro paso.
Aproximadamente unos quince minutos después, en unos claros del camino, se podía divisar El Peladero allá a lo lejos, un poco más adelante, el barranco de La Goleta y al final del mismo: Cantarranas y Bajamar. Después de otro buen rato de camino llegamos a La Orilla, un lugar con un pinar muy bien alineado sobre una meseta en los altos de Tegueste. Enseguida recordé una fotografía en casa de mamá, de una excursión que hice con papá y mi tío Alfredo, hace aproximadamente unos treinta años y que recuerdo con mucho cariño, puesto que fue una de las pocas cosas que papá y yo hicimos juntos. Este lugar es un buen sitio, para pasar un domingo tranquilo con la familia a la sombra de los pinos, pues aquí no había nadie, solo un coche que estaba vacío. En este lugar está previsto que se haga una zona recreativa... ¡Qué pena! ¡Pinar para el carajo! De momento ya hay una pista asfaltada que lega hasta aquí.
Continuamos la pista hacia la izquierda, describiendo un gran arco por el contorno de esta zona hacia la derecha, donde a la mitad nos encontramos con el final de la pista de asfalto, el coche y dos muritos con una cadena rota hasta que al final llegamos a una casa abandonada, y hacia la izquierda en la misma orilla de la meseta (de ahí su nombre) se puede apreciar una de las vistas aéreas más bonitas del valle teguestero, desde el barranquillo de Nieto hacia el mar, incluso detrás de la montaña que tapa a Pedro Álvarez se podía ver un gran estanque. Aquí ya comenzamos a descender hacia Tegueste por el sendero de La Mocanera, nombre que recibe esta excursión. Un lugar que a Ari no le gustó mucho porque era bastante pendiente y un poco incómodo, lleno de escalones irregulares de toscas, algunos tan altos que eran un poco difíciles de bajar. A Loe tampoco le gustó mucho, no era por el lugar en sí, sino que al bajar tenía que hacer fuerza y frenar con los pies y una de las rodillas empezó a darle la lata, menos mal que lo íbamos haciendo despacio.
Pasados unos veinte minutos, llegamos a un barranquillo bastante pronunciado donde había un pequeño cañaveral y bajamos por su cauce lleno de piedras, hasta llegar a la carretera, en el barranco de La Palmita, cerca de lo que se denomina El Caidero. Continuamos bajando por la derecha y ya comenzamos a encontrarnos los primeros chalets, hasta que llegamos a la plaza de La Arañita ¡Qué sitio éste de la plaza, para tener una casa y vivir! ¡Qué tranquilidad! Cogemos hacia la izquierda pasando por delante de la placita. Si hubiéramos cogido hacia la derecha hubiéramos ido a la Mesa de Tejina y Bajamar, pero eso será para otra vez. Cruzamos el barranco de Pedro Álvarez y pasamos por delante de la bellísima casa del Prebendado Pacheco que tiene en el jardín un imponente ejemplar de drago precioso. Llegamos a la plaza de Pedro Melián, donde en el medio hay como una especie de ermita, luego bajamos por la calle Gral. Franco y por la derecha aparece la casa sacerdotal. Seguimos bajando hasta llegar al ayuntamiento y a la plaza de San Marcos para luego girar a la izquierda y seguir todo recto por la calle principal del pueblo.
En cinco minutos llegamos a la carretera general, hasta la parada de la guagua, ya eran sobre las cinco de la tarde. En la parada nos encontramos con dos Marías y un pibe, que también venía de caminar, con una fantástica mochila. Mercy y yo enseguida reparamos en ella, que envidia me entró en ese momento, pero una envidia sana, pero bueno ya algún día tendré una parecida. Al subir a la guagua, como siempre la jauría se fue al final y a sentarse, nos pasó un caso de psiquiatra: Va Merci y me dice que si ya dejaban subir animales a la guagua, porque en el primer asiento de la misma, iba un perro sentado con su dueña al lado. Pensé para mí: “A esta piba le dio una insolación” ¡cada vez está más loca!, Pues resultó que el perro, o mejor el hocico del perro que ella veía, no era otra cosa que la traba de color negra en la cabeza de una señora, rubia natural de agua manzanilla, un poco despelujada y que iba sentada al lado de su amiga. ¡Ay, Dios mío! ¡Lo que llega a hacer el hambre... o la vejez!
Y con esto termina nuestro itinerario, relajaditos y nada cansados, para ir dentro de seis horas a trabajar en la maldita nocturna. Como anécdota debo decir, que el día de hoy se despertó un poco con llovizna y, por el color y la cantidad de nubes que había, amenazaba lluvia, cosa que menos mal no ocurrió. Pues lo curioso del caso, es que ya saliendo por la puerta de casa para irnos, alguien ya grandito de esta familia sugirió llevarnos un paraguas, por si acaso... ¡Qué cuadro! En un monte con mochilas y un paraguas, no sé porque pero creo que alguien tiene en su mente el complejo de Mary Poppins.
Domingo 19 de Enero de 2003
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