Son las seis de la
mañana de un domingo cualquiera y no aguanto más en el catre, no tengo sueño y me levanto.
Por lo despejado que está el cielo de esta madrugada, aunque aún es noche
cerrada, creo que va a ser un buen día para hacernos una escapadita.
Bueno como todos
aún están durmiendo, voy preparando las cosas para el paseo, un buen café en mi
terraza con vistas al mar y esperando al amanecer, sacadita del perro para su
matutino cambio de aguas y sus otros menesteres. Más tarde ir a buscar el pan
calentito para desayunar bien. De regreso aún están todos en los brazos de
Morfeo, ¡Qué felicidad! Y a la vez ¡Qué envidia! En este momento, a
mi memoria viene el recuerdo de aquellas riquísimas agüitas guisadas de:
manzanilla, poleo, toronjil o de cualquiera de las infinitas hiervas que nos regala
constantemente nuestro campo y que mamá con mucho cariño nos preparaba para
despertarnos con el aroma, acompañado de una cálida sonrisa y de un agradable y
cariñoso “buenos días”; y que bien nos sentaba que todavía puedo acordarme de
su olor y su sabor, como si ahora mismo lo estuviera tomando.
Pues se me ocurre
preparar una agüita con cascarita de limón y naranja, unos granitos de
matalahúva y para darle ese punto exótico un palito de canela. Ya el calderito
comienza a ponerse contento, avisando con su ritmo caliente y acompañado con un
alegre repiqueteo de burbujas, de que la agüita va cogiendo cuerpo y sabor,
tomando prestado de cada elemento inmerso en sus entrañas, las distintas
esencias liberadas, para quedar impregnada de ellas y concentrarse formando una
sola, adquiriendo ese cálido color púrpura del atardecer de un otoño
cualquiera. Luego desde el
fondo del calderito, a cada golpe de un tambor imaginario, pero que sentimos,
deja escapar las burbujas que al llegar a la superficie, explotan liberando y
esparciendo la mezcla de aromas por toda la habitación: azahar de los campos de
cítricos, del anís el frescor de la mañana y el punto de canela nos sumerge en
la magia de los misterios orientales ¡Qué momento más exquisito!
Ya oigo a Merci traquinando en el baño, son casi las ocho de la mañana, buena hora para
despertar a las chicas con el aroma de una buena tasita de agua calentita y por
supuesto otra para mi mimosa. A mí me provoca tomarme una ahora mismo. Pero la
mía mejor la dejo en el calderito para que no se me enfríe y tomármela a sorbitos después de un buen baño, aunque...
no puedo evitar echar dos sorbitos robados. ¡Qué fría está el
agua por las mañanas! Pero que bien sienta pues a medida que el torrente de
agua va recorriendo todo el cuerpo, este va despertando a cogotazos todos los
poros de la piel, para dejarlos listos a enfrentarse al nuevo día, pero aún así
tengo frío, menos mal que me está esperando mi taza de agüita calentita. Después de vestirse
uno y arreglarse un poco, aunque eso es un decir, yo diría más bien remendarse
porque esa cara, sin dientes y con esos pelos mirándote a un espejo a esta hora
de la mañana, no puedo uno esperar un milagro, pero bueno. Entro en la cocina
estrujándome las manos pensando en mi agüita, pero... ¿Dónde está? ¡Si estoy
seguro que dejé el cacharrito aquí encima de la placa! Buscándolo por todos
lados y al mirar hacia el fregadero veo al calderito que, cual soldado abatido
en la guerra, yacía inerte boca abajo y no había restos de mi agüita. ¡Ños! Me
está subiendo un fuego abrazador desde los pies que de repente me quitó el frío
de golpe. El caso fue que
Merci creyó que todos ya habíamos tomado agua y, para que todo quedara limpio y
recogido, tiró el resto por el fregadero. ¡Adiós, Hasta nunca! Bueno el pequeño
enfado se me quitó con un beso de perdón. Dicen que el que parte y reparte siempre
se queda con la mejor parte, pues siento decir que esta vez, no estoy muy de
acuerdo con eso.
Una vez desayunados
y todo preparado nos subimos al coche. Esta vez venía hasta el Trufo. Hoy
salimos a pasar un agradable rato y para ello, primero nos dirigimos hacia el barrio de Cueva Roja, para que Merci lo conociera y también el esplendido mirador que hay allí de todo Santa Cruz. Luego por la
carretera de Los Campitos nos dirigimos hacia el parque de Las Mesas. Dejamos
el coche frente a mi vieja casita. ¡Qué buenos recuerdos de mi niñez me trae
este lugar! Comenzamos a subir
por uno de los paseos del parque hacia las torres (antenas). Eran sobre las
nueve y media, había muy poca gente aquí, solo vimos gente con perros. Al
llegar arriba a la esquina de la valla, nos encontramos con un cruce: hacia la
izquierda la pista daba una vuelta para unirse de nuevo con la pista por la que
habíamos subido, la pista central se dirige hacia una edificación, pero ahí se
termina, y la de la derecha va hacia el mirador, pues fuimos por esta última
para echar un vistazo y sobre todo para ver por donde discurre el sendero que,
pegado a la valla, te lleva al caserío de Aguaite y a la presa. Por este sendero
vemos que venía, como de regreso, alguien con un perro que a mi entender era
uno de los guardas del parque. Llegamos al mirador y después de un ratito
regresamos a la esquina de la villa en la encrucijada de caminos, para coger la
pista que va de frente, ahora a nuestra derecha. Esta pista primero va hacia la
derecha, luego hacia la izquierda y dirigirse a la edificación, pero allí se
termina. Mirando por los alrededores y según la guía, buscamos un tubo de agua
y lo seguimos que nos llevó hasta la cima de la montaña, hacia el Cabezo de Las
Mesas, lugar de obligada parada para respirar y recibir en la cara el aire
limpio y fresco que sube del Valle Tabares y Jiménez para seguir corriendo
ladera arriba hacia nosotros y continuar bajando corriendo hacia Los Campitos y
su presa. Desde aquí la panorámica circular y aérea es maravillosa.
El Trufo no se
despegaba de mi lado, se metía por todos lados, incluso entre matojos que a
veces era difícil verlo. Una de estas veces, con lo loco que estaba corriendo
de un lado a otro, se metió por un sitio que al final se vio rodeado de varias
plantas con muchos picos que le impedían moverse. Fue simpático ver como
suplicaba con los ojos que lo sacaran de aquel pequeño infierno, desde luego
tubo que ser izado por el brazo de la justicia para sacarlo del lugar, pero
nada más verse libre siguió corriendo y metiéndose por otros rincones. Con lo
que la situación anterior se produjo varias veces ¡De risa!
Guiados por el tubo
de agua unas veces por la derecha y otras por la izquierda, comenzamos a bajar
hasta el Lomo de Las Casillas, aunque por sendero inexistente solo teníamos
como referencia el tubo, haciendo algunas paraditas. Algunas de estas paradas fueron
motivadas por varias caídas que tubo Loe, porque el sitio está repleto de
hierva y ella había venido con unos tenis, por culpa mía, porque todo lo pide o
pregunta a distancia, y a veces no se
entiende lo que dice. Los tenis no son un calzado adecuado para hacer senderos,
pues hacen que te resbales y caigas al no tener ninguna adherencia al piso.
Espero que haya aprendido la lección, de todas maneras se llevó una bronquilla
y me regaló dos lágrimas, pero que creo que me dolieron mucho más a mí. Como contrapartida,
en esta bajada, me pareció ver que nos acompañaba, la emperatriz Sissi,
descendiendo de su calesa, con la elegancia que le caracteriza... ¡Mi querida
Ari!, que ni el miedo a caerse en las pendientes le hacen perder su coquetería
y glamour, aunque a veces éste pavor llega a ser un poco desmesurado y me suele
sacar de mis casillas. A veces me
pregunto, ¿Cómo sería mi vida sin mis dos caballitos trotones? Distintos como
la luna y el sol, pero cada uno a su manera incomparable: uno de ellos vivo,
altanero, chispeante, algo trotamundos, inquieto y bastante sensible con las
cosas bellas de la vida. El otro elegante, algo sofisticado, con un
temperamento un poco serio y a veces frío, pero que encerrado en una coraza,
esconde un gran corazón con muchos sentimientos, que muchas veces intenta
esconder para que no le hagan daño, pero que de improviso aflora su más tierna
sensibilidad.
Al finalizar la
bajada, después de pasar por el torreón de la luz, llegamos al cruce, donde nos
encontramos con un viejillo que nos miraba extrañado cuando aparecimos por
detrás de transformador, como diciendo ¿De donde vendrán los locos estos?, Pues se impone el saludito de rigor y andando
hacia la carretera y bajando hacia el valle. Pasamos una pista de cemento que
te lleva por el Lomo Las Casillas y un poco más abajo, aparece una pista de
tierra con los bordes llenos de matos, pues por aquí nos metimos y comenzamos a
subir. A la izquierda y
por debajo de la pista hay un grupo de casas con sus correspondientes perros
alcahuetes, enseguida nos encontramos con dos parroquianos que estaban
palicando, uno de ellos junto a su coche, donde el camino lo cerraba una
cadena, saludito y caminitos que se nos escapan los perros... Pasamos por un
lado de la cadena sin preguntar nada y continuamos subiendo por la pista. Esta pista va paralela al cauce del
barranco del Valle Hilario (de aquí el nombre de la excursión), es un agradable
paseo, por donde ya comenzamos a identificar a algunas plantas, por ejemplo:
hay bastantes cerrajas con sus flores amarillas, mucha tedera, hinojo con su
peculiar perfume anisado, mato risco y me quedé maravillado al ver por primera
vez un humilde tajinaste de color azul florido, en el centro del cauce del barranquillo sobre saliendo del resto de las
plantas, un poco pequeño pero que no tiene nada que envidiar en belleza a su
espectacular hermano el del Teide. Seguimos subiendo
por la pista, y al cabo de un rato nos pasa el coche que encontramos al
principio, algo complicado y difícil porque la pista es estrecha. A los bordes
de esta pista nos encontramos con un manto de vinagretas con sus flores
amarillas que las chicas no conocen, ni saben lo que es aunque les diga que
chupando sus tallos se te quita la sed.
Ellas las prueban, pero a ambas se les arruga la cara, dando a entender
con una mueca que nos les agrada.
Un poco más arriba
nos aparece por la derecha una pista que viene de Taodio, cruza nuestra pista y
llega al cauce del barranco, donde el Trufo comienza a ladras un poco nervioso
mirando hacia esta pista y era porque en el mismo cruce había un señor que se
estaba preparando para trabajar en su terrenito, saludito de buena gente y
pa’lante. Seguimos nuestro
itinerario y ya donde casi no existe el barranco, aparece a nuestra izquierda
una cancelilla de hierro, donde se ve un sendero que sube hacia la montaña. Es
por aquí por donde tendremos que bajar después, pero ahora continuamos subiendo
por una pista empedrada que se hace cada vez más pendiente y sigue hacia una
curva cerrada, rodeando unos arboles frutales, nísperos, higueras, etc., y
termina en una casa. Vemos en este
punto, que no hay caminos, ni veredas así que, volvimos hacia detrás, puesto
que no está el itinerario que teníamos que seguir, pues buscábamos un sendero
que subiera la montaña de Lomo Tieso y el único que había nos levaba a una
huerta plantada de papas.
Por un pequeño despiste al
interpretar el plano, nos llevó a subir hasta una degollada que teníamos frente
a nosotros a continuación de la curva de la pista, por una zona sin sendero. Al
llegar arriba nos encontramos con una alambrada toda oxidada en donde aparece
ante nosotros el Barranco de Taodio, luego por la derecha, nos dirigimos hacia
un pequeño mojón, que tenía en lo alto uno de esos carteles rectangulares y
pequeños del cabildo, éste en particular rojo que indica “parque rural espacio
protegido”. Al llegar a esta zona, en un recodo
que parece una especie de balcón con una baranda de piedra seca, se descubre
ante nuestros pies como si fuéramos dioses, una espléndida vista del Barranco
de Taodio desde otra perspectiva y la charca de Taodio, ¡preciosa! Es la vez
que más cerca hemos estado de ella, normalmente la solemos
ver pero de lejos, estaba casi llena.
Volvimos sobre nuestros pasos, para
ver si encontrábamos el sendero real pero tras un par de intentos fallidos fue
imposible puesto que, según vimos después, estábamos mal ubicados y eso que nos
faltaba muy poco pero ya se nos echaba el día encima, así que decidimos
regresar e intentarlo otro día. Cuando llegamos a la pista principal, donde
estaban los frutales, después de una complicada bajada, vemos un atisbo del
senderito por donde verdaderamente deberíamos haber subido, pero bueno ya
sabiendo donde está para otra vez será. Bajamos por la pista, desandando el
camino anteriormente hecho y bien, aunque a Loe le empezaron a doler las
rodillas ¿A qué se deberán esas molestias, cada vez que hace un pequeño
esfuerzo? Por el camino nos tropezamos subiendo a dos pibes que practicaban la
bicicleta de montaña (perdón mountain bike, que es más moderno) por cierto,
creo que es un buen lugar para este deporte. Llegamos al cruce con la carretera
general, en cinco minutos estabamos en el Lomo de Las Casillas y desde aquí por
la carretera hasta el parque de Las Mesas, para coger el coche, frente a mi
casita...
¿Qué tendrá este lugar que tanto me atrae? Y donde de momento cada
vez que vengo me vuelven a aparecer viejos recuerdos como: Los juegos
infantiles de mi hermana Loli y yo, medio desnudos corriendo detrás de la casa,
¡nuestra casita! Una espantosa noche de tormenta con fuertes lluvias y viento,
impresionados por el miedo a los rayos y el estruendo de los truenos que hacían
temblar la casa y que nos llevo a escondernos debajo de los catres, luego
espantados días más tardes al enterarnos que un chico en Los Campitos había
sido alcanzado por un rayo. Los japoneses, que aunque no los entendía, eran muy
simpáticos, pero que feitos eran o así me lo parecían. De mi amigo Cosme por la
promesa de traerme los famosos cuentos de “El Gordito”, que aún hoy sigo
esperando. La famosa y ya familiar tortilla del señor Barrios y su Triumph
amarillo, tortilla que al final se la comía el perro, con razón el chucho nunca
bajaba de peso. La cabra y el baifo, porque recuerdo muy bien los divertidos
disparates de papá que decía "Cuando la cabra hace sus necesidades siempre
echa alguna moneda” y yo con mi inocencia corriendo detrás de la cabra todo el
día, para ver que pasaba. También recuerdo mi
pequeña pero entrañable y para mi gran bicicleta que tantos buenos ratos me dio,
sobre todo con su paseo hasta la venta del Lomo Las Casillas, mira que le di
guerra a sus ruedas. También la gente
que no he vuelto a ver más, pero que aún sigue en mis recuerdos como: Francisco
con los pantalones atados con una soga, Goya, las duras facciones del bruto de
Macario y por supuesto de la simpática María a la que yo apodé cariñosamente “la
cabra”, porque en la cocina cuando mamá pelaba las verduras, veía como se las
comía crudas. En fin tantos y tan
buenos recuerdos de mi infancia. Bueno siempre estarán ahí, para cada vez que
quiera recordarlos, solo tengo que subir hasta aquí frente a mí querida casita
y enseguida comenzarán a surgir de nuevo.
Domingo, 16 de marzo de 2003
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