domingo, 16 de marzo de 2003

11 Hilario


     Son las seis de la mañana de un domingo cualquiera y no aguanto más en el catre, no tengo sueño y me levanto. Por lo despejado que está el cielo de esta madrugada, aunque aún es noche cerrada, creo que va a ser un buen día para hacernos una escapadita.
    Bueno como todos aún están durmiendo, voy preparando las cosas para el paseo, un buen café en mi terraza con vistas al mar y esperando al amanecer, sacadita del perro para su matutino cambio de aguas y sus otros menesteres. Más tarde ir a buscar el pan calentito para desayunar bien. De regreso aún están todos en los brazos de Morfeo, ¡Qué felicidad! Y a la vez ¡Qué envidia! En este momento, a mi memoria viene el recuerdo de aquellas riquísimas agüitas guisadas de: manzanilla, poleo, toronjil o de cualquiera de las infinitas hiervas que nos regala constantemente nuestro campo y que mamá con mucho cariño nos preparaba para despertarnos con el aroma, acompañado de una cálida sonrisa y de un agradable y cariñoso “buenos días”; y que bien nos sentaba que todavía puedo acordarme de su olor y su sabor, como si ahora mismo lo estuviera tomando.
 Pues se me ocurre preparar una agüita con cascarita de limón y naranja, unos granitos de matalahúva y para darle ese punto exótico un palito de canela. Ya el calderito comienza a ponerse contento, avisando con su ritmo caliente y acompañado con un alegre repiqueteo de burbujas, de que la agüita va cogiendo cuerpo y sabor, tomando prestado de cada elemento inmerso en sus entrañas, las distintas esencias liberadas, para quedar impregnada de ellas y concentrarse formando una sola, adquiriendo ese cálido color púrpura del atardecer de un otoño cualquiera. Luego desde el fondo del calderito, a cada golpe de un tambor imaginario, pero que sentimos, deja escapar las burbujas que al llegar a la superficie, explotan liberando y esparciendo la mezcla de aromas por toda la habitación: azahar de los campos de cítricos, del anís el frescor de la mañana y el punto de canela nos sumerge en la magia de los misterios orientales ¡Qué momento más exquisito!
    Ya oigo a Merci traquinando en el baño, son casi las ocho de la mañana, buena hora para despertar a las chicas con el aroma de una buena tasita de agua calentita y por supuesto otra para mi mimosa. A mí me provoca tomarme una ahora mismo. Pero la mía mejor la dejo en el calderito para que no se me enfríe y tomármela a sorbitos después de un buen baño, aunque... no puedo evitar echar dos sorbitos robados. ¡Qué fría está el agua por las mañanas! Pero que bien sienta pues a medida que el torrente de agua va recorriendo todo el cuerpo, este va despertando a cogotazos todos los poros de la piel, para dejarlos listos a enfrentarse al nuevo día, pero aún así tengo frío, menos mal que me está esperando mi taza de agüita calentita. Después de vestirse uno y arreglarse un poco, aunque eso es un decir, yo diría más bien remendarse porque esa cara, sin dientes y con esos pelos mirándote a un espejo a esta hora de la mañana, no puedo uno esperar un milagro, pero bueno. Entro en la cocina estrujándome las manos pensando en mi agüita, pero... ¿Dónde está? ¡Si estoy seguro que dejé el cacharrito aquí encima de la placa! Buscándolo por todos lados y al mirar hacia el fregadero veo al calderito que, cual soldado abatido en la guerra, yacía inerte boca abajo y no había restos de mi agüita. ¡Ños! Me está subiendo un fuego abrazador desde los pies que de repente me quitó el frío de golpe. El caso fue que Merci creyó que todos ya habíamos tomado agua y, para que todo quedara limpio y recogido, tiró el resto por el fregadero. ¡Adiós, Hasta nunca! Bueno el pequeño enfado se me quitó con un beso de perdón. Dicen que el que parte y reparte siempre se queda con la mejor parte, pues siento decir que esta vez, no estoy muy de acuerdo con eso.
    Una vez desayunados y todo preparado nos subimos al coche. Esta vez venía hasta el Trufo. Hoy salimos a pasar un agradable rato y para ello, primero nos dirigimos hacia el barrio de Cueva Roja, para que Merci lo conociera y también el esplendido mirador que hay allí de todo Santa Cruz. Luego por la carretera de Los Campitos nos dirigimos hacia el parque de Las Mesas. Dejamos el coche frente a mi vieja casita. ¡Qué buenos recuerdos de mi niñez me trae este lugar! Comenzamos a subir por uno de los paseos del parque hacia las torres (antenas). Eran sobre las nueve y media, había muy poca gente aquí, solo vimos gente con perros. Al llegar arriba a la esquina de la valla, nos encontramos con un cruce: hacia la izquierda la pista daba una vuelta para unirse de nuevo con la pista por la que habíamos subido, la pista central se dirige hacia una edificación, pero ahí se termina, y la de la derecha va hacia el mirador, pues fuimos por esta última para echar un vistazo y sobre todo para ver por donde discurre el sendero que, pegado a la valla, te lleva al caserío de Aguaite y a la presa. Por este sendero vemos que venía, como de regreso, alguien con un perro que a mi entender era uno de los guardas del parque. Llegamos al mirador y después de un ratito regresamos a la esquina de la villa en la encrucijada de caminos, para coger la pista que va de frente, ahora a nuestra derecha. Esta pista primero va hacia la derecha, luego hacia la izquierda y dirigirse a la edificación, pero allí se termina. Mirando por los alrededores y según la guía, buscamos un tubo de agua y lo seguimos que nos llevó hasta la cima de la montaña, hacia el Cabezo de Las Mesas, lugar de obligada parada para respirar y recibir en la cara el aire limpio y fresco que sube del Valle Tabares y Jiménez para seguir corriendo ladera arriba hacia nosotros y continuar bajando corriendo hacia Los Campitos y su presa. Desde aquí la panorámica circular y aérea es maravillosa.
    El Trufo no se despegaba de mi lado, se metía por todos lados, incluso entre matojos que a veces era difícil verlo. Una de estas veces, con lo loco que estaba corriendo de un lado a otro, se metió por un sitio que al final se vio rodeado de varias plantas con muchos picos que le impedían moverse. Fue simpático ver como suplicaba con los ojos que lo sacaran de aquel pequeño infierno, desde luego tubo que ser izado por el brazo de la justicia para sacarlo del lugar, pero nada más verse libre siguió corriendo y metiéndose por otros rincones. Con lo que la situación anterior se produjo varias veces ¡De risa!
    Guiados por el tubo de agua unas veces por la derecha y otras por la izquierda, comenzamos a bajar hasta el Lomo de Las Casillas, aunque por sendero inexistente solo teníamos como referencia el tubo, haciendo algunas paraditas. Algunas de estas paradas fueron motivadas por varias caídas que tubo Loe, porque el sitio está repleto de hierva y ella había venido con unos tenis, por culpa mía, porque todo lo pide o pregunta a distancia,  y a veces no se entiende lo que dice. Los tenis no son un calzado adecuado para hacer senderos, pues hacen que te resbales y caigas al no tener ninguna adherencia al piso. Espero que haya aprendido la lección, de todas maneras se llevó una bronquilla y me regaló dos lágrimas, pero que creo que me dolieron mucho más a mí. Como contrapartida, en esta bajada, me pareció ver que nos acompañaba, la emperatriz Sissi, descendiendo de su calesa, con la elegancia que le caracteriza... ¡Mi querida Ari!, que ni el miedo a caerse en las pendientes le hacen perder su coquetería y glamour, aunque a veces éste pavor llega a ser un poco desmesurado y me suele sacar de mis casillas. A veces me pregunto, ¿Cómo sería mi vida sin mis dos caballitos trotones? Distintos como la luna y el sol, pero cada uno a su manera incomparable: uno de ellos vivo, altanero, chispeante, algo trotamundos, inquieto y bastante sensible con las cosas bellas de la vida. El otro elegante, algo sofisticado, con un temperamento un poco serio y a veces frío, pero que encerrado en una coraza, esconde un gran corazón con muchos sentimientos, que muchas veces intenta esconder para que no le hagan daño, pero que de improviso aflora su más tierna sensibilidad.
    Al finalizar la bajada, después de pasar por el torreón de la luz, llegamos al cruce, donde nos encontramos con un viejillo que nos miraba extrañado cuando aparecimos por detrás de transformador, como diciendo ¿De donde vendrán los locos estos?,  Pues se impone el saludito de rigor y andando hacia la carretera y bajando hacia el valle. Pasamos una pista de cemento que te lleva por el Lomo Las Casillas y un poco más abajo, aparece una pista de tierra con los bordes llenos de matos, pues por aquí nos metimos y comenzamos a subir. A la izquierda y por debajo de la pista hay un grupo de casas con sus correspondientes perros alcahuetes, enseguida nos encontramos con dos parroquianos que estaban palicando, uno de ellos junto a su coche, donde el camino lo cerraba una cadena, saludito y caminitos que se nos escapan los perros... Pasamos por un lado de la cadena sin preguntar nada y continuamos subiendo por la pista. Esta pista va paralela al cauce del barranco del Valle Hilario (de aquí el nombre de la excursión), es un agradable paseo, por donde ya comenzamos a identificar a algunas plantas, por ejemplo: hay bastantes cerrajas con sus flores amarillas, mucha tedera, hinojo con su peculiar perfume anisado, mato risco y me quedé maravillado al ver por primera vez un humilde tajinaste de color azul florido, en el centro del cauce del barranquillo sobre saliendo del resto de las plantas, un poco pequeño pero que no tiene nada que envidiar en belleza a su espectacular hermano el del Teide. Seguimos subiendo por la pista, y al cabo de un rato nos pasa el coche que encontramos al principio, algo complicado y difícil porque la pista es estrecha. A los bordes de esta pista nos encontramos con un manto de vinagretas con sus flores amarillas que las chicas no conocen, ni saben lo que es aunque les diga que chupando sus tallos se te quita la sed.  Ellas las prueban, pero a ambas se les arruga la cara, dando a entender con una mueca que nos les agrada.
    Un poco más arriba nos aparece por la derecha una pista que viene de Taodio, cruza nuestra pista y llega al cauce del barranco, donde el Trufo comienza a ladras un poco nervioso mirando hacia esta pista y era porque en el mismo cruce había un señor que se estaba preparando para trabajar en su terrenito, saludito de buena gente y pa’lante. Seguimos nuestro itinerario y ya donde casi no existe el barranco, aparece a nuestra izquierda una cancelilla de hierro, donde se ve un sendero que sube hacia la montaña. Es por aquí por donde tendremos que bajar después, pero ahora continuamos subiendo por una pista empedrada que se hace cada vez más pendiente y sigue hacia una curva cerrada, rodeando unos arboles frutales, nísperos, higueras, etc., y termina en una casa. Vemos en este punto, que no hay caminos, ni veredas así que, volvimos hacia detrás, puesto que no está el itinerario que teníamos que seguir, pues buscábamos un sendero que subiera la montaña de Lomo Tieso y el único que había nos levaba a una huerta plantada de papas.
    Por un pequeño despiste al interpretar el plano, nos llevó a subir hasta una degollada que teníamos frente a nosotros a continuación de la curva de la pista, por una zona sin sendero. Al llegar arriba nos encontramos con una alambrada toda oxidada en donde aparece ante nosotros el Barranco de Taodio, luego por la derecha, nos dirigimos hacia un pequeño mojón, que tenía en lo alto uno de esos carteles rectangulares y pequeños del cabildo, éste en particular rojo que indica “parque rural espacio protegido”. Al llegar a esta zona, en un recodo que parece una especie de balcón con una baranda de piedra seca, se descubre ante nuestros pies como si fuéramos dioses, una espléndida vista del Barranco de Taodio desde otra perspectiva y la charca de Taodio, ¡preciosa! Es la vez que más cerca hemos estado de ella, normalmente la solemos ver pero de lejos, estaba casi llena.
    Volvimos sobre nuestros pasos, para ver si encontrábamos el sendero real pero tras un par de intentos fallidos fue imposible puesto que, según vimos después, estábamos mal ubicados y eso que nos faltaba muy poco pero ya se nos echaba el día encima, así que decidimos regresar e intentarlo otro día. Cuando llegamos a la pista principal, donde estaban los frutales, después de una complicada bajada, vemos un atisbo del senderito por donde verdaderamente deberíamos haber subido, pero bueno ya sabiendo donde está para otra vez será. Bajamos por la pista, desandando el camino anteriormente hecho y bien, aunque a Loe le empezaron a doler las rodillas ¿A qué se deberán esas molestias, cada vez que hace un pequeño esfuerzo? Por el camino nos tropezamos subiendo a dos pibes que practicaban la bicicleta de montaña (perdón mountain bike, que es más moderno) por cierto, creo que es un buen lugar para este deporte. Llegamos al cruce con la carretera general, en cinco minutos estabamos en el Lomo de Las Casillas y desde aquí por la carretera hasta el parque de Las Mesas, para coger el coche, frente a mi casita...
    ¿Qué tendrá este lugar que tanto me atrae? Y donde de momento cada vez que vengo me vuelven a aparecer viejos recuerdos como: Los juegos infantiles de mi hermana Loli y yo, medio desnudos corriendo detrás de la casa, ¡nuestra casita! Una espantosa noche de tormenta con fuertes lluvias y viento, impresionados por el miedo a los rayos y el estruendo de los truenos que hacían temblar la casa y que nos llevo a escondernos debajo de los catres, luego espantados días más tardes al enterarnos que un chico en Los Campitos había sido alcanzado por un rayo. Los japoneses, que aunque no los entendía, eran muy simpáticos, pero que feitos eran o así me lo parecían. De mi amigo Cosme por la promesa de traerme los famosos cuentos de “El Gordito”, que aún hoy sigo esperando. La famosa y ya familiar tortilla del señor Barrios y su Triumph amarillo, tortilla que al final se la comía el perro, con razón el chucho nunca bajaba de peso. La cabra y el baifo, porque recuerdo muy bien los divertidos disparates de papá que decía "Cuando la cabra hace sus necesidades siempre echa alguna moneda” y yo con mi inocencia corriendo detrás de la cabra todo el día, para ver que pasaba. También recuerdo mi pequeña pero entrañable y para mi gran bicicleta que tantos buenos ratos me dio, sobre todo con su paseo hasta la venta del Lomo Las Casillas, mira que le di guerra a sus ruedas. También la gente que no he vuelto a ver más, pero que aún sigue en mis recuerdos como: Francisco con los pantalones atados con una soga, Goya, las duras facciones del bruto de Macario y por supuesto de la simpática María a la que yo apodé cariñosamente “la cabra”, porque en la cocina cuando mamá pelaba las verduras, veía como se las comía crudas. En fin tantos y tan buenos recuerdos de mi infancia. Bueno siempre estarán ahí, para cada vez que quiera recordarlos, solo tengo que subir hasta aquí frente a mí querida casita y enseguida comenzarán a surgir de nuevo.
 

Domingo, 16 de marzo de 2003

 

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