domingo, 23 de marzo de 2003

13 Barranquillo de Nieto

    Después de haber hecho ayer un pequeño recorrido urbano por el Puerto de la Cruz, nos apetece el olor a tierra húmeda y a brezo fresco, por eso hemos decidido darnos una vuelta por los altos de Tegueste, haciendo una ruta distinta a la que ha habíamos hecho anteriormente (La Mocanera). Esta ruta es más corta pero no por eso menos interesante pues pasando por el Barranquillo de Nieto, transcurre por los altos de Pedro Álvarez y Tegueste. Otro cambio fue que no seguimos el itinerario sobre todo el principio, al pie de la letra; pues la guía propone empezar en la Cruz del Carmen, algo que es un poco monótono para nosotros pues ya lo habíamos realizado antes y probamos hacer algo nuevo.
    Decidimos coger la guagua de Las Mercedes y bajarnos en la parada antes de llegar a Casa Domingo, donde la carretera se divide en dos y luego vuelve a unirse. Antes de empezar se impone una estiradita de patas, colocar bien la mochila, preparar el bastón para la subida y liberarte de los gases nocivos, tan perjudiciales para el que va siempre en la retaguardia.😉
    Comenzamos a subir los escalones de tierra hacia el Lomo del Boquerón hasta llegar al cortafuegos y en vez de cruzarlo, como ya lo habíamos acometido antes, seguimos por él hasta el final (la Hija Cambada) que es el cruce de la carretera al Pico del Ingles con la del Batan y el Moquinal. Luego seguimos a la izquierda por esta última carretera hasta que en una recta vemos al final y de frente una pista de tierra, y la carretera seguía hacia la izquierda. Pues por aquí nos metimos. Esta pista es uno de los cortafuegos que te lleva a la casa forestal y una vez allí hicimos una parada y... ¿Dónde está el famoso cuadrito de energía instantánea? Pues hoy no hay, porque las nenas acabaron con las existencias viendo películas ¡las muy golosas!
    Después del pequeño descanso seguimos nuestro viaje. Ahora si seguimos la guía dejando la casa forestal a nuestra izquierda y el lo alto y seguimos por la pista que un poco más adelante va en paralelo con la otra que viene del mirador de Zapata, y que únicamente quedan separadas por una cadena, pero no cambiamos el rumbo, seguimos por la misma que veníamos (la de la derecha) que nos llevó a la carretera del Moquinal, un poco pasado el mirador de Zapata y continuamos por esta siempre por nuestra izquierda y en el arcén para que no haya peligro. Ya todo el camino va a ser en bajada, con lo que se supone puede ser bastante agradable.
    Por todo el camino, las chicas comienzan ya a diferenciar un poco las plantas que se van encontrando. Es estupendo ver como mis pequeñas biólogas se enzarzan en descubrir cuales son las diferencias entre el tejo y el brezo, como se conoce a un laurel o a un viñátigo; hasta tal punto que incluso hay unos acalorados debates por las diferencias de opiniones, algo nuevo para ellas y por cierto bastante divertido, es otro aliciente más para seguir haciendo estas escapadas.
    Después de un buen rato caminando por la carretera (cosa que particularmente a mí no me gusta) llegamos a un cruce, hacia la derecha se baja hacia El Batan, que por cierto actualmente está interrumpido el paso por obras, solo pueden transitar los vecinos ¡Pobre gente! Y la otra pista sigue de frente hacia El Moquinal y Pedro Álvarez, pues por esta última de cabeza y seguimos adelante, otra vez por carretera pero no nos queda más remedio si no queremos repetir los senderos.
    Llegamos al desvío a Pedro Álvarez y nos metemos un poco hasta un claro, desde donde se divisa una preciosa panorámica de la Mesa Mota, un poco de La Laguna y todo el horizonte hasta el Teide y bajo nuestros pies Pedro Alvarez, una vista bastante agradable. Volvemos sobre nuestros pasos y continuamos recto por la pista del Moquinal hasta que llegando a una curva hacia la derecha esta se convierte en una pista de tierra y a nuestra izquierda comienza otra que va a La Orilla. Nos metemos por ésta y vemos que el ayuntamiento o el cabildo están haciendo unos muros con tosca muy acondicionados y plantando en su borde, habían ejemplares de laurisilva. Continuamos y a unos cien metros del cruce nos sale un sendero por nuestra izquierda con un cartel caído que pone Nieto. Al ver esto, se nos cambió la cara, porque la guía no indicaba el cruce anterior y un poco desorientados nos metimos por ver que pasaba. Frente al sendero traspasando el muro y subiéndote al monturrio de almagre, entre una base de tejos y enmarcada por las laderas de un barranco; aparece una panorámica de Punta Hidalgo.
    Ahora ya si comenzamos a bajar por el sendero de Nieto, un poco más adelante hay un sitio ancho donde es cómodo hacer una paradita y así lo hicimos, donde echamos algo al cuerpo para que no se estanque la máquina por falta de energía y donde como los perros, también marcamos el terreno. Después de esta pequeña parada, comenzamos a movernos y vemos que el camino empieza a estrecharse por la invasión de los tejos y brezos, pues en una parte de éste camino vas caminando entre dos muros de vegetación siempre en fila india, porque dos juntos no cavemos. Pues ocurrió que en esta recta del camino, vemos a un perro con collar, del tipo presa canario, que a la vista parecía manso, pero ¡Tate quieto, compadre! Por si acaso nos quedamos parados. Enseguida, aparecieron los dueños y nos tranquilizamos, pues venían caminando hacia nosotros, mirando a los alrededores buscando algo, pero no sabíamos que era. En ese momento... ¡Ños, coño!... por nuestra izquierda y de improviso atravesando el muro de tejos, aparece otro perro que nos pego un susto tremendo, que nos dejo petrificados. Era una hembra del mismo tipo, mansita y cariñosa, también pertenecía al matrimonio, pasaron junto a nosotros, porque nos quedamos plantados por si se viraba la tortilla; saludito de buena gente y rapidito por el caminito.
    Siguiendo el sendero, éste comienza a cerrarse cada vez más, como formando un gran túnel, con altos árboles de laurisilva y debido a esto se nota en el ambiente una gran humedad. Llegamos a la cabecera del barranquillo de Nieto que es casi imperceptible, porque solo es una pequeña hondonada húmeda y bastante sombría que da un poco de sobrecogimiento. Aquí me vino a la cabeza el famoso loquinario que mató a una parejita y a los extranjeros mayores, que luego se escondió por estos andurriales y por los del Moquinal; pero dese luego no se me ocurrió, ni siquiera, contárselo a las chicas, les hubiera dado un paro cardiaco. En este lugar teníamos que buscar una vereda, pero esta no aparecía por ningún lado, El truco estaba en seguir paralelo al cauce del barranquillo por el lado izquierdo, lo que ocurre que la caída de troncos y hojas, más el agua y la tremenda humedad que resuma esta zona, habían tapado el sendero, pero como a unos cincuenta metros del lugar hacia delante aparecía una ligera veredita que luego se convertía en sendero (si me llego a llevar por lo que decían las chicas, hubiera tenido que regresar, pero soy de los que dice que para detrás, ni para coger impulso), fuerte unas cagaleras que son las tres.
    Llegamos a un pequeño despeñadero bastante alto, era más bien un dique y seguimos por la izquierda de éste, el sendero que sube y se estrecha un poco en el desfiladero, donde Ari, por mirar a su derecha hacia el desfiladero, le entró miedo que el pánico le impedía moverse, pero que aunque existía una ligera posibilidad de vértigo, no era para tanto; pues no hubo forma, Luego para mas “inri” a Loe jugando con el palo, va y se le cae en el desfiladero, quedando enganchado en el tronco de un árbol, pues encaramado peor que un mono y con el griterío de la compañía, para que desistiera y que no lo intentara por si me caía, pero no había manera de cogerlo, pero al fin se pudo recuperar intentándolo de otra manera.
    Seguimos subiendo el sendero hasta que desemboca en uno que, por la izquierda, nos corta en diagonal, pues seguimos por éste bajando hasta que llegamos a un cruce (Las Lajas), con el sendero que va a Pedro Alvarez. Entramos en este sendero y en un lomito a unos cincuenta metros tuvimos una buena perspectiva de Pedro Alvarez y del valle de Tegueste, muy bonito, luego volvimos sobre nuestros pasos a nuestro sendero que ahora comienza a bajar en zigzag, ya en dirección a Tegueste, y disfrutando de las bonitas vistas, también haciendo prácticas con las plantas que encontrábamos averiguando los nombres.
    Casi llegando al final del sendero, nos tropezamos que venían subiendo a dos momias de la época de Tutan-kamón, por lo tapadas que iban, incluso una de ellas llevaba un gorro de los de pescar... ¡Qué feitas eran las pobres! Eran dos extranjeras que iban un poco despistadas y creo que no sabían muy bien donde se encontraban. En fin saludito entre dientes y a continuar el caminito. El senderito tiene su final en el mismo Caidero y donde comienza la pista. El Caidero es un salto amplio en la pared pero que ha quedado reducido y actualmente está seco, gracias a la construcción de un depósito y particularmente a mí me parece un atentado ecológico. Comenzamos a bajar ya por la carretera en para lelo al barrando de La Palmita. Pasados unos cinco minutos, aparecen por nuestra derecha los conocidos escalones de la bajada del camino de La Mocanera. Continuamos bajando hasta llegar a la plaza de Pedro Melian, donde encontré el chorro de agua, con una llave de cierre automático pero estaba seco, y seguimos admirando el esplendoroso drago hasta llegar al ayuntamiento y de aquí para la parada y por supuesto para casa, que nos está esperando el resto de una buenísima cazuela de ayer... ¡Ños, qué hambre! ¡Muchacha saca unas almendritas y unas pasas que se me aprieta la barriga!... ¡Pa dir jaciendo boca!

Domingo 23 de marzo de 2003

sábado, 22 de marzo de 2003

12 Pequeña escapada al Rincón

    Hoy hemos salido en horario diferente a otras veces, sobre las cuatro de la tarde, después de un ligero reposo tras un buen almuerzo. Esta vez Merci prefirió no venir, porque se encontraba un poco indispuesta. Tenemos pensado dar una vuelta por la costa del Puerto de la Cruz y La Orotava, es decir por la zona del Rincón, y para ello nos dirigimos hacia la autopista para coger la guagua que va al Puerto de la Cruz o alguna que pase por allí. Tuvimos que esperar un poquito, a los diez minutos vemos llegar la de La Laguna y justo detrás una que se dirige a Buenavista, pues mandamos a parar esta última y con las prisas voy y le pregunto al chofer si la guagua entra en la estación de La Laguna, cosa que el respondió afirmativamente un poco extrañado pues tenía delante la guagua de La Laguna, cuando en realidad lo que yo quería decir era que si entraba en la estación del Puerto de la Cruz; menos mal que por el camino le volví a preguntar al chofer ya correctamente y ya su respuesta fue negativa, con lo que mejor fue bajarnos en La Laguna y coger allí el enlace.
    Una vez en la estación cogimos la guagua que nos llevaría a nuestro destino. Bajando ya por la carretera del Botánico, decidimos bajarnos pasada la urb. La Paz y muy cerca de la bajada hacia el hotel Meliá. Una vez en tierra y con nuestras mochilas puestas, bajamos un poco y nos metimos por una calle peatonal, paralela al barranco de Martianez, para después salir a la Calzada de Martianez, justo por debajo del hotel Meliá, y desde aquí nos metimos en el camino de Las Cabras. Aunque en realidad y según la guía, el recorrido comienza en la av. Aguilar y Quesada, aunque para nosotros siempre será la Avenida de Las Palmeras y continua por el paseo que junto al centro comercial sube hacia donde estamos ahora (con lo que nos ahorramos un tiempito y un esfuerzo).
    Ya eran las seis de la tarde y comenzamos subiendo por este bonito camino, aunque lo de camino es un decir –sería antiguamente- porque lo han convertido en una avenida peatonal con bancos, bares, tiendas y algún que otros parterres, solo pueden entrar los coches que tienen garaje en esta zona. Llegamos a la ermita de San Amaro, donde se estaba celebrando alguna misa, porque estaba abarrotada de gente. Frente a ésta, se encuentra el mirador La Paz, desde donde se puede apreciar una vista aérea de la playa y toda la zona de Martianez, muy bella, este mirador tiene unos bancos donde ya se ven algunas parejitas esperando disfrutar del ocaso del día. Continuamos bajando por el paseo, que al principio va hacia un restaurante y parece que no tiene salida pero que al llegar junto a él, se ve una entrada por la izquierda que rodea el restaurante para entrar de lleno en el paseo de la costa, paseo que no tiene ningún desperdicio, pues desde cualquier punto, se puede disfrutar de una buena panorámica y contemplar unas inolvidables puestas de sol. El paseo de La Costa, sigue por todo el acantilado y llega hasta el hotel Semíramis, desde donde, por un paso lateral, se accede a la calle y se continua hacia la izquierda pasando por la entrada principal del hotel.
    A los cinco minutos de camino, a nuestra izquierda aparece un pequeño mirador con su banco donde se puede hacer una paradita para un descanso, a continuación la calle sube girando hacia la derecha, pero nosotros seguimos de frente por una pista de tierra que va paralela al a carretera del Este, que el ayuntamiento lo ha acondicionado con mobiliario urbano y donde podemos ver gente sentada con los chiquillos y sus cachivaches, otras haciendo deporte y mucho “giri” paseando. Continuamos este camino que en cierto punto atraviesa la carretera del Este, mediante un túnel que te lleva ya a una pista de tierra que, entre huertas de platanera y alguna que otra casa dispersa, caminas por la zona de La Vegueta y que enseguida se convierte en una pista de cemento. Pasamos por delante de una casa a nuestra derecha, donde muy efusivo un gran perro nos saludaba y nos invitaba a café con sus ladridos ¿ - ? Cinco minutos más tarde al final de una recta, gira la pista hacia la derecha y aquí mismo hay una casa y junto a ella, una pista cerrada por una cadena y que baja hacia la izquierda. Nos metimos por aquí y nos llevó a un alto espigón sobre el mar, donde se encuentra “La Casa del Barco”, una edificación en ruinas, desde aquí se tiene una perspectiva a vista de pájaros de la zona costera del norte. Lugar donde se impone, desde luego, una paradita para aspirar el agradable aire yodado del mar y por supuesto... una meadita ¡Salud!
    Volvimos sobre nuestros pasos al camino principal y seguimos nuestra pista, de lo que nos damos cuenta es que, por aquí viene bastante gente a pasear y que está todo muy limpio, cosa que me alegra. Un poco más adelante vamos por una bajada con unos escalones que te llevan al barranco de San Juan y lo atraviesa. En el mismo cauce hay un sendero casi inapreciable que siguiéndolo, accedes a una playa de callados grandes. Subimos la vereda por la otra ladera del barranco, donde a nuestro paso nos encontramos gran cantidad de mato risco en flor. Al llegar arriba en el muro de una casa, hay preparado una especie de mirador balcón y un banco de madera, buen sitio para hacer una parada. Desde este lugar, entras ya en la carretera del Rincón, lugar fantástico, que espero no sea nunca urbanizado como hasta hace poco gente especuladora y con pocos escrúpulos pretendían hacer. En pocos minutos nos llevó al principio del acantilado de la playa del Bollullo, desde donde se veía en la playa gente pasando los últimos minutos de la tarde.
    Seguimos por el sendero bordeando desde lo alto la playa, hasta que pasamos por un lugar cubierto por altos tarajales y por el aroma que desprendía este sitio, comprendimos que allí estaban unas letrinas improvisadas. Llegamos al promontorio, al final de la playa, desde donde puedes continuar a la siguiente playa, la del Pozo, por el sendero costero, o bajar por otro senderito a la misma playa. Pero en este lugar han acondicionado unos banquitos, donde ya había gente ocupándolos en espera del gran espectáculo del ocaso que muy pronto cerraría el día, bajando el telón de la noche pues ya eran las siete de la tarde. Nosotros viendo ya la hora que era, decidimos parar nuestro recorrido aquí y volver para que no se nos hiciera de noche. Por el camino de regreso, bajando el sendero del barranco de San Juan, nos adelanta un pibe con tal premura, que se veía que no quería que la oscuridad lo cogiera por esta zona, porque solo en el justo tiempo de echar un estornudo, ya se encontraba subiendo la otra ladera del barranco ¡Hasta luego Lucas, cuando llegues escribe!
    Las chicas estaban ansiosas porque se hiciera de noche, aunque pretendían disimularlo, pues al oscurecer un poco más podrían probar las linternas de cabeza (regalito de reyes) y estaban como locas, por cierto las linternas son muy cómodas y bastante buenas. En una de estas a Loe, mi cabecita loca, de tanto quitársela y ponérsela cada vez que venía alguien, porque le daba vergüenza que la vieran con aquel artilugio; una vez pasado el túnel, se da cuenta de que no tiene la diadema sobre la cabeza, que la ha perdido. Al ser nueva, pues la estaba estrenando, quería recuperarla; volvimos un poco hacia atrás, pero nada fue imposible y no apareció, pero... después resultó que al día siguiente, como por arte de magia, apareció en un bolsillo del pantalón ¡Esta chica está como una chiva!
    Continuamos el camino y ya de noche llegamos a la urb. La Paz, cabina de teléfono a la vista, pues llamadita a Merci para que no se preocupe y seguimos hasta la carretera general para alcanzar la parada de guaguas. En esta parada llevábamos ya un rato esperando y no aparecía ninguna guagua, solo pasó una para La Orotava y poco después otra que se dirigía hacia La Caldera, y la nuestra ni rastro. Ya llevábamos como una media hora esperando cuando Loe, con el desespero que la caracteriza, propone ir a cogerla a la estación, pues decidimos hacerlo así pero con el desacuerdo de Ari. Cuando llevábamos unos cinco minutos caminando, aparece en una curva nuestra guagua, e inmóviles levantando la mano saludando, vemos que pasa ante nuestras narices ¡Adiós! ¿Por qué siempre nos pasará lo mismo? Y tuve que aguantar el famoso ¡Te lo dije! Bueno pues seguimos hacia la estación, y subiendo por la avenida venía una señora haciendo carantoñas y mimos a lo que parecía un bebe que traía meciéndolo en sus brazos. Pues al pasar a nuestro lado, resultó que era un cachorro de perro consentido, que feíllo era el "sio jodio", en fin cada loca con su tema y los manicomios vacíos.
    Para rematar la faena del día, nos pasó un caso que... Creyendo que cortaríamos camino, nos metemos por la gasolinera frente a la entrada del Taoro, para seguir por unas escaleras que bajaban y que resultó que te llevan a los servicios de la gasolinera ¡Otra vez p’atrás! Y que vergüenza al ver la cara de risa del empleado de la gasolinera ¡Qué lote! Salimos de la gasolinera como al que se le escapa la guagua (nunca mejor dicho) un poco por el ridículo que hicimos al tener tamaño despiste y seguimos camino a la estación, a la que por fin llegamos y donde justo estaba la guagüita nuestra a punto de salir. Subimos, metimos el bono y pa’ casa, por fin llegamos a la estación y salimos de la misma como al que se le escapa la guagua. Hoy fue un paseo corto pero a juzgar por lo anteriormente descrito, bastante intenso.

Sábado 22 de marzo de 2003

domingo, 16 de marzo de 2003

11 Hilario


     Son las seis de la mañana de un domingo cualquiera y no aguanto más en el catre, no tengo sueño y me levanto. Por lo despejado que está el cielo de esta madrugada, aunque aún es noche cerrada, creo que va a ser un buen día para hacernos una escapadita.
    Bueno como todos aún están durmiendo, voy preparando las cosas para el paseo, un buen café en mi terraza con vistas al mar y esperando al amanecer, sacadita del perro para su matutino cambio de aguas y sus otros menesteres. Más tarde ir a buscar el pan calentito para desayunar bien. De regreso aún están todos en los brazos de Morfeo, ¡Qué felicidad! Y a la vez ¡Qué envidia! En este momento, a mi memoria viene el recuerdo de aquellas riquísimas agüitas guisadas de: manzanilla, poleo, toronjil o de cualquiera de las infinitas hiervas que nos regala constantemente nuestro campo y que mamá con mucho cariño nos preparaba para despertarnos con el aroma, acompañado de una cálida sonrisa y de un agradable y cariñoso “buenos días”; y que bien nos sentaba que todavía puedo acordarme de su olor y su sabor, como si ahora mismo lo estuviera tomando.
 Pues se me ocurre preparar una agüita con cascarita de limón y naranja, unos granitos de matalahúva y para darle ese punto exótico un palito de canela. Ya el calderito comienza a ponerse contento, avisando con su ritmo caliente y acompañado con un alegre repiqueteo de burbujas, de que la agüita va cogiendo cuerpo y sabor, tomando prestado de cada elemento inmerso en sus entrañas, las distintas esencias liberadas, para quedar impregnada de ellas y concentrarse formando una sola, adquiriendo ese cálido color púrpura del atardecer de un otoño cualquiera. Luego desde el fondo del calderito, a cada golpe de un tambor imaginario, pero que sentimos, deja escapar las burbujas que al llegar a la superficie, explotan liberando y esparciendo la mezcla de aromas por toda la habitación: azahar de los campos de cítricos, del anís el frescor de la mañana y el punto de canela nos sumerge en la magia de los misterios orientales ¡Qué momento más exquisito!
    Ya oigo a Merci traquinando en el baño, son casi las ocho de la mañana, buena hora para despertar a las chicas con el aroma de una buena tasita de agua calentita y por supuesto otra para mi mimosa. A mí me provoca tomarme una ahora mismo. Pero la mía mejor la dejo en el calderito para que no se me enfríe y tomármela a sorbitos después de un buen baño, aunque... no puedo evitar echar dos sorbitos robados. ¡Qué fría está el agua por las mañanas! Pero que bien sienta pues a medida que el torrente de agua va recorriendo todo el cuerpo, este va despertando a cogotazos todos los poros de la piel, para dejarlos listos a enfrentarse al nuevo día, pero aún así tengo frío, menos mal que me está esperando mi taza de agüita calentita. Después de vestirse uno y arreglarse un poco, aunque eso es un decir, yo diría más bien remendarse porque esa cara, sin dientes y con esos pelos mirándote a un espejo a esta hora de la mañana, no puedo uno esperar un milagro, pero bueno. Entro en la cocina estrujándome las manos pensando en mi agüita, pero... ¿Dónde está? ¡Si estoy seguro que dejé el cacharrito aquí encima de la placa! Buscándolo por todos lados y al mirar hacia el fregadero veo al calderito que, cual soldado abatido en la guerra, yacía inerte boca abajo y no había restos de mi agüita. ¡Ños! Me está subiendo un fuego abrazador desde los pies que de repente me quitó el frío de golpe. El caso fue que Merci creyó que todos ya habíamos tomado agua y, para que todo quedara limpio y recogido, tiró el resto por el fregadero. ¡Adiós, Hasta nunca! Bueno el pequeño enfado se me quitó con un beso de perdón. Dicen que el que parte y reparte siempre se queda con la mejor parte, pues siento decir que esta vez, no estoy muy de acuerdo con eso.
    Una vez desayunados y todo preparado nos subimos al coche. Esta vez venía hasta el Trufo. Hoy salimos a pasar un agradable rato y para ello, primero nos dirigimos hacia el barrio de Cueva Roja, para que Merci lo conociera y también el esplendido mirador que hay allí de todo Santa Cruz. Luego por la carretera de Los Campitos nos dirigimos hacia el parque de Las Mesas. Dejamos el coche frente a mi vieja casita. ¡Qué buenos recuerdos de mi niñez me trae este lugar! Comenzamos a subir por uno de los paseos del parque hacia las torres (antenas). Eran sobre las nueve y media, había muy poca gente aquí, solo vimos gente con perros. Al llegar arriba a la esquina de la valla, nos encontramos con un cruce: hacia la izquierda la pista daba una vuelta para unirse de nuevo con la pista por la que habíamos subido, la pista central se dirige hacia una edificación, pero ahí se termina, y la de la derecha va hacia el mirador, pues fuimos por esta última para echar un vistazo y sobre todo para ver por donde discurre el sendero que, pegado a la valla, te lleva al caserío de Aguaite y a la presa. Por este sendero vemos que venía, como de regreso, alguien con un perro que a mi entender era uno de los guardas del parque. Llegamos al mirador y después de un ratito regresamos a la esquina de la villa en la encrucijada de caminos, para coger la pista que va de frente, ahora a nuestra derecha. Esta pista primero va hacia la derecha, luego hacia la izquierda y dirigirse a la edificación, pero allí se termina. Mirando por los alrededores y según la guía, buscamos un tubo de agua y lo seguimos que nos llevó hasta la cima de la montaña, hacia el Cabezo de Las Mesas, lugar de obligada parada para respirar y recibir en la cara el aire limpio y fresco que sube del Valle Tabares y Jiménez para seguir corriendo ladera arriba hacia nosotros y continuar bajando corriendo hacia Los Campitos y su presa. Desde aquí la panorámica circular y aérea es maravillosa.
    El Trufo no se despegaba de mi lado, se metía por todos lados, incluso entre matojos que a veces era difícil verlo. Una de estas veces, con lo loco que estaba corriendo de un lado a otro, se metió por un sitio que al final se vio rodeado de varias plantas con muchos picos que le impedían moverse. Fue simpático ver como suplicaba con los ojos que lo sacaran de aquel pequeño infierno, desde luego tubo que ser izado por el brazo de la justicia para sacarlo del lugar, pero nada más verse libre siguió corriendo y metiéndose por otros rincones. Con lo que la situación anterior se produjo varias veces ¡De risa!
    Guiados por el tubo de agua unas veces por la derecha y otras por la izquierda, comenzamos a bajar hasta el Lomo de Las Casillas, aunque por sendero inexistente solo teníamos como referencia el tubo, haciendo algunas paraditas. Algunas de estas paradas fueron motivadas por varias caídas que tubo Loe, porque el sitio está repleto de hierva y ella había venido con unos tenis, por culpa mía, porque todo lo pide o pregunta a distancia,  y a veces no se entiende lo que dice. Los tenis no son un calzado adecuado para hacer senderos, pues hacen que te resbales y caigas al no tener ninguna adherencia al piso. Espero que haya aprendido la lección, de todas maneras se llevó una bronquilla y me regaló dos lágrimas, pero que creo que me dolieron mucho más a mí. Como contrapartida, en esta bajada, me pareció ver que nos acompañaba, la emperatriz Sissi, descendiendo de su calesa, con la elegancia que le caracteriza... ¡Mi querida Ari!, que ni el miedo a caerse en las pendientes le hacen perder su coquetería y glamour, aunque a veces éste pavor llega a ser un poco desmesurado y me suele sacar de mis casillas. A veces me pregunto, ¿Cómo sería mi vida sin mis dos caballitos trotones? Distintos como la luna y el sol, pero cada uno a su manera incomparable: uno de ellos vivo, altanero, chispeante, algo trotamundos, inquieto y bastante sensible con las cosas bellas de la vida. El otro elegante, algo sofisticado, con un temperamento un poco serio y a veces frío, pero que encerrado en una coraza, esconde un gran corazón con muchos sentimientos, que muchas veces intenta esconder para que no le hagan daño, pero que de improviso aflora su más tierna sensibilidad.
    Al finalizar la bajada, después de pasar por el torreón de la luz, llegamos al cruce, donde nos encontramos con un viejillo que nos miraba extrañado cuando aparecimos por detrás de transformador, como diciendo ¿De donde vendrán los locos estos?,  Pues se impone el saludito de rigor y andando hacia la carretera y bajando hacia el valle. Pasamos una pista de cemento que te lleva por el Lomo Las Casillas y un poco más abajo, aparece una pista de tierra con los bordes llenos de matos, pues por aquí nos metimos y comenzamos a subir. A la izquierda y por debajo de la pista hay un grupo de casas con sus correspondientes perros alcahuetes, enseguida nos encontramos con dos parroquianos que estaban palicando, uno de ellos junto a su coche, donde el camino lo cerraba una cadena, saludito y caminitos que se nos escapan los perros... Pasamos por un lado de la cadena sin preguntar nada y continuamos subiendo por la pista. Esta pista va paralela al cauce del barranco del Valle Hilario (de aquí el nombre de la excursión), es un agradable paseo, por donde ya comenzamos a identificar a algunas plantas, por ejemplo: hay bastantes cerrajas con sus flores amarillas, mucha tedera, hinojo con su peculiar perfume anisado, mato risco y me quedé maravillado al ver por primera vez un humilde tajinaste de color azul florido, en el centro del cauce del barranquillo sobre saliendo del resto de las plantas, un poco pequeño pero que no tiene nada que envidiar en belleza a su espectacular hermano el del Teide. Seguimos subiendo por la pista, y al cabo de un rato nos pasa el coche que encontramos al principio, algo complicado y difícil porque la pista es estrecha. A los bordes de esta pista nos encontramos con un manto de vinagretas con sus flores amarillas que las chicas no conocen, ni saben lo que es aunque les diga que chupando sus tallos se te quita la sed.  Ellas las prueban, pero a ambas se les arruga la cara, dando a entender con una mueca que nos les agrada.
    Un poco más arriba nos aparece por la derecha una pista que viene de Taodio, cruza nuestra pista y llega al cauce del barranco, donde el Trufo comienza a ladras un poco nervioso mirando hacia esta pista y era porque en el mismo cruce había un señor que se estaba preparando para trabajar en su terrenito, saludito de buena gente y pa’lante. Seguimos nuestro itinerario y ya donde casi no existe el barranco, aparece a nuestra izquierda una cancelilla de hierro, donde se ve un sendero que sube hacia la montaña. Es por aquí por donde tendremos que bajar después, pero ahora continuamos subiendo por una pista empedrada que se hace cada vez más pendiente y sigue hacia una curva cerrada, rodeando unos arboles frutales, nísperos, higueras, etc., y termina en una casa. Vemos en este punto, que no hay caminos, ni veredas así que, volvimos hacia detrás, puesto que no está el itinerario que teníamos que seguir, pues buscábamos un sendero que subiera la montaña de Lomo Tieso y el único que había nos levaba a una huerta plantada de papas.
    Por un pequeño despiste al interpretar el plano, nos llevó a subir hasta una degollada que teníamos frente a nosotros a continuación de la curva de la pista, por una zona sin sendero. Al llegar arriba nos encontramos con una alambrada toda oxidada en donde aparece ante nosotros el Barranco de Taodio, luego por la derecha, nos dirigimos hacia un pequeño mojón, que tenía en lo alto uno de esos carteles rectangulares y pequeños del cabildo, éste en particular rojo que indica “parque rural espacio protegido”. Al llegar a esta zona, en un recodo que parece una especie de balcón con una baranda de piedra seca, se descubre ante nuestros pies como si fuéramos dioses, una espléndida vista del Barranco de Taodio desde otra perspectiva y la charca de Taodio, ¡preciosa! Es la vez que más cerca hemos estado de ella, normalmente la solemos ver pero de lejos, estaba casi llena.
    Volvimos sobre nuestros pasos, para ver si encontrábamos el sendero real pero tras un par de intentos fallidos fue imposible puesto que, según vimos después, estábamos mal ubicados y eso que nos faltaba muy poco pero ya se nos echaba el día encima, así que decidimos regresar e intentarlo otro día. Cuando llegamos a la pista principal, donde estaban los frutales, después de una complicada bajada, vemos un atisbo del senderito por donde verdaderamente deberíamos haber subido, pero bueno ya sabiendo donde está para otra vez será. Bajamos por la pista, desandando el camino anteriormente hecho y bien, aunque a Loe le empezaron a doler las rodillas ¿A qué se deberán esas molestias, cada vez que hace un pequeño esfuerzo? Por el camino nos tropezamos subiendo a dos pibes que practicaban la bicicleta de montaña (perdón mountain bike, que es más moderno) por cierto, creo que es un buen lugar para este deporte. Llegamos al cruce con la carretera general, en cinco minutos estabamos en el Lomo de Las Casillas y desde aquí por la carretera hasta el parque de Las Mesas, para coger el coche, frente a mi casita...
    ¿Qué tendrá este lugar que tanto me atrae? Y donde de momento cada vez que vengo me vuelven a aparecer viejos recuerdos como: Los juegos infantiles de mi hermana Loli y yo, medio desnudos corriendo detrás de la casa, ¡nuestra casita! Una espantosa noche de tormenta con fuertes lluvias y viento, impresionados por el miedo a los rayos y el estruendo de los truenos que hacían temblar la casa y que nos llevo a escondernos debajo de los catres, luego espantados días más tardes al enterarnos que un chico en Los Campitos había sido alcanzado por un rayo. Los japoneses, que aunque no los entendía, eran muy simpáticos, pero que feitos eran o así me lo parecían. De mi amigo Cosme por la promesa de traerme los famosos cuentos de “El Gordito”, que aún hoy sigo esperando. La famosa y ya familiar tortilla del señor Barrios y su Triumph amarillo, tortilla que al final se la comía el perro, con razón el chucho nunca bajaba de peso. La cabra y el baifo, porque recuerdo muy bien los divertidos disparates de papá que decía "Cuando la cabra hace sus necesidades siempre echa alguna moneda” y yo con mi inocencia corriendo detrás de la cabra todo el día, para ver que pasaba. También recuerdo mi pequeña pero entrañable y para mi gran bicicleta que tantos buenos ratos me dio, sobre todo con su paseo hasta la venta del Lomo Las Casillas, mira que le di guerra a sus ruedas. También la gente que no he vuelto a ver más, pero que aún sigue en mis recuerdos como: Francisco con los pantalones atados con una soga, Goya, las duras facciones del bruto de Macario y por supuesto de la simpática María a la que yo apodé cariñosamente “la cabra”, porque en la cocina cuando mamá pelaba las verduras, veía como se las comía crudas. En fin tantos y tan buenos recuerdos de mi infancia. Bueno siempre estarán ahí, para cada vez que quiera recordarlos, solo tengo que subir hasta aquí frente a mí querida casita y enseguida comenzarán a surgir de nuevo.
 

Domingo, 16 de marzo de 2003

 

Domingo, 25 de mayo - Cno. de San Salvador 2025

6ª etapa:      🚶18 Kilómetros Mieres > Oviedo Mieres - La Peña - La Rebollada - El Rollu - El Padrún - Olloniego - Picullanza - Manjoya...