viernes, 25 de julio de 2003

20 Segunda escapada al Rincón


¡Cada vez más viejo, más ciego y más chocho!


    Hoy se celebra la festividad de Santiago, por tal motivo, las chicas se han ido a pasar un largo fin de semana con sus abuelos. Así que como dos jóvenes maduritos nos encontramos con nuestra soledad, pero con una finalidad la de no aburrirnos en estos tres días. De primer plato, queríamos ir a darnos un buen chapuzón en algunas de las playas de nuestro limitado litoral capitalino, pero ha sido imposible pues lo mismo que nosotros pensamos, otros también lo hicieron, de tal manera que estaban las playas concurridas, incluso, hubo retenciones de tráfico para entrar en San Andrés, así que media vuelta y para casa que un buen sustituto es una ducha.
    Después de una buena comida y su correspondiente siesta, costumbre muy sana pero para mí muy peligrosa. Decidimos hacer una caminata por esos mundos de Dios y para ir cerrando los anillos abiertos de excursiones anteriores que no se realizaron por completo, elegimos darnos una vuelta por la zona de El Rincón, en la Orotava, que nos faltaba por conocer. Este magnífico y emblemático enclave, como las caras de una moneda, se hace desear de dos maneras muy distintas: por un lado con codicia por una banda de buitres carroñeros de la especulación inmobiliaria, que solo ven la rentabilidad de la zona. Y por el otro de una manera romántica con pasión filial, para que permanezca así igual que como la conocieron nuestros abuelos y de esta forma disfrutarlas todos y no sólo para uso y disfrute de unos pocos. Decidida la visita a este carismático lugar, solo nos queda preparar la mochilita de paseo con; agua y algunas viandas, ropa cómoda, buen calzado y como dice el dicho... “p’alante, porque p’atrás ni p’a coger resuello”. Directo a la estación de guaguas.
    El itinerario comienza en la urbanización Vista Paraíso de Santa Úrsula, que se encuentra por la autopista, una vez pasado el desvío de la Quinta, en el que va a la Orotava por la Cuesta de la Villa. A eso de las seis de la tarde, estábamos en la estación y al no haber parada de guaguas en el principio de nuestra expedición, tuvimos que optar por la guagua que va por la carretera general del norte. Pues menuda una hazaña porque ésta se detiene en casi todas las paradas que existan en el trayecto. Tardamos aproximadamente media hora en llegar a La Laguna, por culpa de otra compañera suya que subía muy despacio y otra media hora en legar a la Cuesta La Villa, total una hora en todo el recorrido, esto me hizo recordar las diligencias de caballos de las películas de viejo Oeste. Luego analizando un poco la guagua creemos que ésta tenía medio cuerpo paralizado, porque subiendo hacia La Laguna por el lado izquierdo te daba un intenso sol que sus rayos se colaban por la ventana, dándote de lleno unos cachetones que no se podían atajar con ninguna cortinilla – parasol porque no había, como suelen tener las guaguas modernas. También el calor era asfixiante y tampoco funcionaba el aire acondicionado. Al llegar a la parada del Hospital, nos mudamos hacia el lado derecho y aquí cambió la cosa completamente, era el paraíso. En esta misma parada, se incorporó a este peculiar viaje turístico, no se si era La Masa o un armario ropero de seis puertas y su altillo, unos sensuales labios encarnados pidiendo guerra, su peluca y unas gafas de camuflaje, estilo “me mato porque no veo un carajo”. Se sentó detrás de nosotros, ocupando dos asientos porque no podía ser de otra manera, es decir; ella en el centro haciendo de mástil y una nalga en cada asiento, iba tan encajada que ni en las curvas se movía. Si se le llega a escapar un peo, no la contamos.
    A eso de las siete de la tarde llegamos a nuestro destino, la parada de la Cuesta de la Villa. Comenzamos a bajar por la carretera haca la autopista, cruzamos el puente que por ciento el acceso peatonal es muy deficiente y a nuestra izquierda nos metimos en la urbanización Vista Paraíso. Luego bajamos por unas escaleras que te van llevando al fantástico café – mirador, y continuamos por la calle. En unos minutos divisamos el letrerito que te señala las escaleras que te llevan al principio (o al final según se mira) de nuestro itinerario de hoy, el antiguo Camino de Las Compras. Este camino es un sendero quebrado en zigzag que te salva una fuerte pendiente, no es malo de andar pero hay que tener cuidado porque casi a unos cinco minutos del final, hay un tramo un poco irregular que baja en pendiente, una especie de barranquillo algo resbaladizo, con mucha piedrita suelta. Tienes que bajar despacio pisando con cuidado y agarrándote donde puedas, de las rocas laterales de una especie de pasillo. Pues aquí parece que Merci quería practicar esquí porque en una de éstas, perdió el equilibrio al pisar piedras sueltas por detrás de mí, que se vino al suelo y se pegó tal lomazo (como decíamos cuando chicos) que aunque no se hizo daño se quedó con dolorcillos por el golpe.
    En unos veinte minutos haces todo el sendero y el final de éste lo marca una casa con perros sueltos pero que está cercada por una verja y que hace esquina con una pista cementada cerrada por una cadena. Pues unos metros antes de llegar al final del sendero, Merci divisó un perro suelto, que a la vista de éste y con los ladridos de los que estaban en la casa, se puso un poco nerviosa que casi me hace volver atrás, a subir todo el camino de Las Compras. Pero menos mal que se tranquilizó y resultó que el perro era mansito, tenía collar y llegando al cruce, vimos a sus dueños con un coche parado junto a la cadena.
    Una vez en la pista, la atravesamos y seguimos bajando en la dirección que traíamos por un sendero que en pocos minutos desemboca en otro. Este viene por todo lo alto del acantilado desde el Bollullo recorriendo la costa, pero es peligroso y puede causar sensación de vértigo. Esta zona es un lugar que ha sido considerado como el paisaje protegido Costa de Acentejo, y espero que siga siendo así, que no vengan especuladores a llevarse el único espacio que queda sin adulterar, dentro del ya esquilmado gran pastel que representa la Mancomunidad del Valle. Nos encontramos en el acantilado de la playa de Martín Alonso, más conocida como la de Los Patos y desde aquí se puede divisar arte de esta bellísima playa y también la del Pozo.
    Volvimos por el mismo sendero y de nuevo en la pista cogimos a nuestra izquierda por la misma pasando por bancales abandonados y encontrándonos con gente que iban y venían. Un caso gracioso aquí, fue que vimos de lejos viniendo por un senderito de la costa atravesando estos desolados bancales, a dos tipos con dos grandes varas de madera. Merci me pregunto por aquello, a lo que respondí inseguro que probablemente eran pértigas para practicar el salto del pastor, aunque pensé que eso en este lugar no tenía ningún sentido. Luego cuando ya estuvieron cerca de nosotros vimos que eran cañas de pescar, ¡menudo un chasco!... ¡Ay mi niña, la vejez no perdona! Cada vez más ciego y más chocho.
    Seguimos nuestro camino y llegamos a una curva cerrada hacia la izquierda y desde donde comienza una veredilla a nuestra derecha que en unos metros te lleva a un mini mirador sobre la playa del Ancón. Pues al comienzo de este sendero Merci no veía el final del mismo, que es un mini mirador con un murito de piedras, sino que pensó que seguía por el otro lado del acantilado en estrecha y peligrosa vereda. Así que antes de empezar a caminar comenzó a ponerse muy nerviosa, creyendo que íbamos a pasar por un precipicio. No quería seguir con migo ni tampoco quería que fuera solo y eso que la veredita hasta el murito era solo unos cinco metros escasos, pero el pánico que le entró le puso una venda en los ojos, que no le dejaba ver el murito del mirador. Traté de persuadirla para que comprobara que no era peligroso y que solo era llegar hasta el murito, pues a regañadientes aceptó (es el clásico te creo y confío en ti, pero no voy). Pero aquí no acaba la cosa, Yo iba delante y por supuesto, mi querida costilla detrás, pues no había dado sino dos pasos cuando de improviso pegó un chillido histérico que del susto, en un tembleque se me pusieron los calzoncillos en los tobillos Me giré para ver lo que pasaba y viéndole la cara un poco desencajada, casi me hace desistir de ir a este lugar. Pues resultó que de un lateral de la veredita junto a Merci, de repente salió volando algún pájaro o algún bicho que por lo visto la rozó y de la impresión y el miedo que de por sí acarreaba en el cuerpo, la puso en órbita y a mí... me mandó al espacio. Menos mal que dándose cuenta de la tontería del hecho, comenzó a reírse de sí misma y ya se tranquilizó. Por fin pude llegar al mini mirador. Desde donde se divisa la bonita playa del Ancón y donde vimos a varios grupos de jóvenes que se disponían a pasar el largo puente de Santiago en casetas. ¡Bien por ellos!
    Regresamos a la pista principal, riéndonos de nosotros mismos recordando el percance y seguimos bajando hasta que llegamos a un gran árbol, luego a nuestra izquierda unas ruinosas edificaciones donde pudimos distinguir unos antiguos abrevaderos de animales y a nuestra derecha el portón de entrada de la Finca el Ancón. Entramos en esta finca atravesando el portón principal y siguiendo el camino, llegamos al portón de entrada de la vivienda y frente a éste, dentro del recinto, la ermita de Santa Ana que estaba cerrada y el acceso al recinto al ser particular también estaba cerrado. Este lugar se veía limpio y bien cuidado y con unas bonitas vistas de la costa, y del Valle hasta el Puerto. Desde aquí sigue bajando el camino hacia otro portón y que continúa ya en una vereda algo peligrosa rodeado el recinto por la costa, y que te lleva hasta la playa. Pero nosotros no bajamos. Regresamos a la pista, saliendo de la finca pasando junto al árbol hasta llegar al final de nuestro itinerario en la esquina de la finca, desde donde se veía una perspectiva distinta de la playa del Ancón. Aquí vimos subir a unos pibes con tablas de surf hacia donde estábamos nosotros. Emprendimos el camino de regreso y justo en la esquina opuesta de la finca donde la pista hace una curva cerrada, vimos que por un senderito que arranca de aquí mismo subían los pibes, en vez de seguir la pista cogimos por aquí. Pues resultó ser la veredita por donde anteriormente habíamos visto subir a los de las pértigas y que corta un tramo del camino. Luego llegamos otra vez a la pista principal y en poco tiempo al cruce con el camino de Las Compras.
    Una vez aquí, en vez de bajar para continuar por el sendero de la costa, sobre el acantilado, para un poco evitar el vértigo de Merci, seguimos por la pista una vez pasada la cadena y entre fincas de plataneras atravesamos toda la fantástica zona del Rincón, dejando detrás, el camino que baja hacia la playa del Bollullo. Seguimos por la pista, ahora un poco estrecha donde a veces teníamos que pasar y arrimarnos a un lado para que pasaran los coches que circulan por esta zona, hasta que llegamos a un extremo del barranco de San Juan, justo llegando a una esquina de la pista, donde hay una casa particular y un banco. Desde aquí parte un sendero que baja hacia el cauce del barranco y vuelve a subir en escaleras por la ladera opuesta.
    La pista continua paseándote por toda La Vegueta. Poco después nos encontramos con el camino que te lleva a la Casa del Barco, pero no entramos seguimos nuestro itinerario, atravesamos el túnel que igual que una puerta te da paso a la mal llamada civilización. En un abrir y cerrar de ojos estábamos bajando las escaleras del hotel Semíramis, para seguir paseando por el bonito paseo costero de la urbanización La Paz, con la única pena de no poder admirar uno de esos bellísimos atardeceres que esta zona normalmente te regala, pero fue imposible, culpa de un mar de nubes. Después de dar un saludo a San Amaro, llegamos a la carretera del Botánico y de aquí a la paradita para coger la guagüita que directos a casita.

Viernes, 25 de julio de 2.003

domingo, 6 de julio de 2003

19 De La Esperanza a Las Lagunetas

 

“…. como dos viejitos enamorados”

    Ya hace un tiempo que por una razón u otra, no podíamos salir de marcha pero ayer sábado, nos fuimos los dos viejitos (según las chicas) a dar una vuelta por los Silos y aproveché para ver los itinerarios de un par de senderos interesantes. Luego subimos al municipio de El Tanque por su famosa carretera de curvas para salvar la altura del acantilado de La Culata. Bueno pues subiendo por la misma, vimos que ésta era cortada en varios tramos por un sendero muy bien acondicionado y que en algunos puntos tenía sus miradores, con barandas de troncos sobre los que se apreciaban unas interesantes vistas de la isla baja. Ya en El Tanque nos dirigimos por la izquierda hacia el restaurante – mirador con su impresionante vista de Garachico. Después bajamos por los barrios de Genovés y Las Canales (famoso por los hachitos, en la víspera de San Juan) hasta llegar a Icod de los Vinos y de aquí para casa.
    Hoy Merci y yo estamos solos con nuestro Trufo porque nuestra descendencia se ha ido a pasar unos días con el tío Toñi y sus adjuntos, ya que la abuela se había ido a pasar unos días al Hierro. Así que la casa está vacía y sorda. Me estoy viendo pasar un domingo más, encerrado cual lánguido pájaro, atiborrado de televisión a la espera de la caída de la hoja, pero tengo el alma de capirote que necesita la libertad de su entorno para sentirse alegre y feliz, así que hay que buscar una solución. Una de estas tardes pasadas, ordenando viejos recortes de periódicos sobre excursiones, mi vista se clavó en uno de los artículos que de una manera vaga y efímera, me hizo recordar con el color sepia de una vieja fotografía, unas imágenes de una caminata que de niño realice, y me hizo ilusión volver a rememorar aquellos pasos.
    Así que dicho y hecho, hoy es el día indicado para hacerlo. Con todo preparado, cogimos al Trufo y al coche. Después compramos nuestro panito, y a eso de las nueve estábamos en la autopista. En unos veinte minutos nos encontramos aparcando en una fuerte pendiente a la derecha de la plaza del antiguo ayuntamiento de La Esperanza. Mochila en ristre nos pusimos en camino y nos dirigimos a la placita donde comienza el bosque, lugar muy conocido por mí ya que hace bastante tiempo, muchos domingos hemos echado el día aquí la familia. En esta placita estaban montando un templete pues muy pronto serán las fiestas y la romería del lugar.
    Subimos las escalinatas para encontrarnos en el principio del Bosque del Adelantado, listos para comenzar nuestro recorrido. Aquí me di cuenta que no está como antaño, ha habido algunas obras para mejorar el entorno. Comenzamos a andar por el sendero, adentrándonos en el bosque y después de pasar el barranquillo a través de dos puentes, desembocamos en la curva de una pista asfaltado que contorna el bosque por ambos lados. Seguimos de frente por el sendero que enseguida gira hacia la izquierda pasando junto a dos casas en ruinas y que viene a desembocar en la calle Grano de Oro. Esta calle es una buena pendiente y mejor se va a poner. Buen ejercicio para empezar a calentar los músculos.
    A medida que vamos subiendo, nos vamos quedando embobados admirando los frondosos poyos de flores de las fantásticas casas y los frescos patios, cubiertos con parrales con su mesa y sus sillas, para el descanso y con unas vista de toda el área metropolitana. Que agradable tiene que ser vivir aquí, sentados en uno de estos patios o simplemente asomado a una de las ventanas de las casas, cara hacia la bahía, y justo antes de que empiece a amanecer, acomodarte deleitando ese primer café, viendo a lo lejos las mortecinas luces de la ciudad y en el cielo, al vigilante lucero de la mañana que, como cada día se despide de nosotros con un buenas noches, en contrapunto con la tenue y sutil paleta de colores que va dibujando nuestro rezagado astro cada día, para señalar el sendero por donde enseguida asomará su rostro, nuevo y radiante, dándonos los buenos días. ¡Qué momento más apasionante!.
    Bueno dejemos de seguir delirando y continuemos con nuestra ruta de hoy. Pasamos junto a la casa de Artemio ¡Adiós Adela! Y un poco más arriba donde se suaviza la pendiente, llegamos a una glorieta con una encrucijada de caminos, Las Cabezadas. Continuamos de frente subiendo por una pista algo pendiente, pero no tan fuerte como la anterior y muy agradable. Para aliviarnos un poco de la fatiga del esfuerzo, nuestro amigo y aliado Eolo, comenzó a soplar hacia nuestras caras, una fresca brisa mañanera con aromas de eucalipto mezclado con brezo y codeso, que nos hizo más llevadera la subida. La pista enseguida se suaviza y después de terminar el asfalto nos encontramos con el principio de una pista de tierra y una casa situada a la izquierda con un rotulo que decía: Camino el Madroño – Las Goteras. Saludito al perro que muy alegre nos da la bienvenida o… ¿Quizás nos invita a que sigamos de largo? No sé, así que ¡Hasta luego Lucas!
    Al poco tiempo oímos un ruido de un motor, era un furgoncito que llevaba a tres lugareños que, por el aspecto y por los aperos que llevaban, iban a pasar un domingo de manera muy distinta a la nuestra, saludito y a seguir andando el caminito. Por el recorrido, a medida que vamos subiendo, nos vamos encontrando varias veredas a derecha e izquierda, hasta que llegamos a otra encrucijada de caminos donde aparecen varios letreros; T.M. El Rosario, T.M. Tacoronte, de frente Pista el Rayo... Enseguida nos vino a la memoria otra excursión que hicimos de novato y la más larga que hemos realizado hasta ahora. En este punto cogidos una pista que sale a nuestra izquierda y que sube paralelo a la alambrada de la finca del Cabildo. Un poco más adelante nos encontramos a nuestra izquierda una pista asfaltada que mirando su recorrido, te lleva a un lomo donde hay varias antenas. Pero nosotros seguimos recto subiendo. Poco después se acaba la alambrada y un poco más adelante llegamos a un cruce en forma de T, tomamos hacia la derecha y seguimos subiendo de manera moderada. Y aunque ya comienza a calentar el sol, vamos por zona algo cubierta por árboles y a nosotros nos sigue acompañando la fresca brisa que nos regaló nuestro amigo.
    Por todo el trayecto veníamos a modo de juego, tirando a los lejos un palito para que Trufo hiciera un poco de ejercicio, que buena falta le hace, pero llegó el momento en que se cansó de tan monótono juego, pues le lanzabas el reclamo y se quedaba mirándolo y luego se giraba mirándote fijamente que parecía que te decía “Oye, ¿por qué no vas a buscarlo tú? ¿Quién puede saber lo que puede pensar un perro?
    Después de un buen rato de camino ascendente, unas veces con paso ligero y otras como en las pendiente, con paso algo más lento pero con alegría admirando el paisaje de estos entornos naturales, llegamos al final de la pista con la unión de la carretera de La Esperanza al Portillo. La cruzamos y seguimos hacia la derecha por un sendero que enseguida va a dar a una pista de tierra. Pues justo entrando en el sendero, me encontré con una gran mata de algaritofe que estaba en flor, con su agradable y característico perfume algo dulzón, aunque Merci dice que apesta.
    Subiendo un poco por la pista de tierra enseguida se divide en dos:
- El ramal hacia la izquierda y después de pasar una valla, caminando unos cinco minutos te lleva al Pico de las Flores, lugar con una rotonda donde antiguamente se celebraban misas de campaña y donde aún quedan reminiscencias de un pasado castrense, pero que vale la pena desviarse un poco del camino y llegar hasta aquí para poder disfrutar de las atractivas vistas sobre La Laguna y Santa Cruz. Este sitio lo conocemos muy bien y buena cuenta hemos dado de las moras de zarza del lugar.
- El otro ramal de la pista, subiendo a la derecha entre pinos y algún que otro eucalipto, te lleva otra vez a la carretera después de andar más o menos un kilómetro
    A los cinco minutos de camino, se nos acerca por detrás un jeep con la cuadrilla de medio ambiente que una vez nos rebasó, después del correspondiente saludo matutino, nos regaló una nube de polvo, que aún tengo el sabor a tierra. Y creo que por el cristal trasero del jeep se podía divisar alguna que otra risita mal intencionada: ¡Gracias compañero por el obsequio!... ¡Hediondos! Ya llegando a la carretera vimos como el todoterreno se incorporaba a la misma y subiendo se alejaba. Una cosa que nos sorprendió bastante fue que por todo el camino íbamos encontrando a nuestro paso, el auténtico y genuino “pastel de monte”, acompañado de su inconfundible aroma que incluso donde no lo veías, se notaba que estaba presente y muy cerca, por lo impregnado que estaba el ambiente. Este pastel de monte lo podías encontrar en toda sus variedad: de vaca, de caballo, de perro; pero la variedad más frecuente era la humana. Esta última normalmente te la encuentras coronada con su flor de papel blanca, como si de una siempreviva se tratara y en lugares muy recónditos y sombríos. ¿Será para que no se marchite dicha flor?
    Cruzando la carretera seguimos una pista casi inapreciable que poco a poco iba subiendo hacia un lomo a la izquierda, y que va paralela a la carretera. En ciertos momentos, se veía la misma a unos cincuenta metros bajo nosotros, es decir, que pasabas por un pequeño desfiladero, tal es así, que vimos cortado un joven eucalipto que se atravesaba en nuestro paso y que en muy mala posición, apuntaba hacia el desfiladero, de suerte que estaba enganchado, pero que un simple golpe lo haría caer ladera abajo sobre la carretera, con el consiguiente peligro si en ese momento pasara algún vehículo. Pues pasando rapidito por debajo del arbolito, no vaya a ser que nos arrastre. En este mismo camino, un poco más arriba nos tropezamos con un parroquiano que con saco en mano parecía que recolectaba algún producto de los que nos brinda el monte, saludito y “tira p’arriba”
    Esta pista te lleva otra vez a la carretera, pero como no nos apetece pisar asfalto, seguimos campo a través hasta que en poco tiempo divisamos la casa forestal, señal de que ya habíamos alcanzado nuestro objetivo Las Lagunetas. Habíamos tardado justo unas dos horas en hacer el recorrido, pues eran las once y cuarto de la mañana. Hora de descansar y de dar buena cuenta a dos teleras de chorizo auténtico en las traseras de misma casa forestal. Subimos las escalinatas de la misma, dimos una vuelta por los alrededores como se dice en el campo, huroneando un poco, y me llamó la curiosidad de que las jardineras estaban secas o vacías, solo en una de ellas una pequeña planta de millo te mostraba esperezándose, como despertando de un sueñito, su color verde triunfante, siendo la reina de la terraza. Por otra parte frente a nosotros, pasando la carretera, teníamos un redil con los clásicos fogones que ya estaban siendo alimentados de madera por un par de madrugadores domingueros, y pienso que mejor que sea así, que se encuentren todos juntos en las zonas que el Cabildo ha habilitado para tal fin, así no nos encontramos a esas jaurías sueltas por los montes, con el consiguiente daño para la naturaleza, como dice el dicho: Vive y deja vivir. Hay que ver que con el paso de los años me he vuelvo más crítico y más huraño. Bueno pues siguiendo en el mismo lugar (en el redil) y siendo un poco alcahuete, metomentodo, mientras entablábamos un vis-a-vis con la telera, del redil nos ofrecieron un espectáculo gratis, un desfile de modelo de ropa urbana, es decir, paseando el palmito por la cuadra, un pibe pelado al huevo, con un pantalón al tobillo, una chaqueta y con gafas tipo mosca ciega... ¡Porfa, plis! ¡Fotos no!... ¡Patético!... ¡Ropa de ciudad en un monte! ¡Ay, Dios mío! Cada vez que veo mierda me dan ganas de...
    Bueno después del entretenido ratito, a eso de las doce nos pusimos en marcha y atravesando el llano de Las Lagunetas, seguimos nuestro camino hacia Fuente Fría, porque venir hasta aquí y no llegarse uno a Fuente Fría es como ir a Candelaria y no visitar la basílica, es decir casi un sacrilegio. Por el camino, en la finca de la casa rural de D. Benito, al que no tengo el gusto ni disgusto de conocer, nos vimos a un grupo de chiquillos disfrutando el día, montando a caballo y nosotros “P’adelante, tan campante como el del whisky”. Tenía pensado hacer el regreso por la pista El Fayal hasta las Raíces, luego Las Rosas y desde aquí hasta el centro del pueblo de La Esperanza, pero bajando hacía Fuente Fría, Merci se acordó de la pista El Rayo y propuso que si la encontrábamos donde esperábamos, podríamos hacerla, sobre todo porque nuestro lema es siempre en la medida de lo posible, no repetir senderos que ya hemos hecho, me pareció perfecto y seguimos.
    Bajando apareció el clásico guarro, que cree ser el dueño del monte, pues subía con un jeep, Suzuki a todo meter, levantando una polvacera exagerada. En ese momento nos acordamos de sus ancestros y de la cultura que pudo haber heredado de estos. Llegamos a Fuente Fría pero pasamos de largo, las pocas mesas que posee el lugar, estaban ocupadas y sus respectivos fogones. Aquí dentro de poco habrá que coger número como en los supermercados ¡Que aproveche! Un poco más abajo un forestal que subía solo en su jeep. Tubo que parar porque el Trufo nervioso al oír el ruido del motor y los gritos nuestros para que parara, no sabía en donde meterse, pero nada, agarramos al perro, un saludo y el por su lado y nosotros por el nuestro. Luego nos llevamos un buen susto, porque no esperábamos que por detrás de nosotros bajaran por la pista a todo meter dos o tres ciclistas, que cerca de nosotros pegaron un frenazo ruidoso que nos sobresaltó. Luego un poco más rezagada pero más cuidadosa una pivita que al pasar junto a nosotros saludó y siguió su camino.
    Siguiendo la pista de Fuente Fría, nos salen al paso varias pistas: por la derecha Cabeza de Toro y Salto del Naranjo (que más tarde descubrimos albo) y por la izquierda Pino el Carretón. Llegamos al cruce de caminos que, nos hizo gracia porque había varios letreros que indicaban los caminos a seguir, pero uno de ellos nos llamó la atención porque ponía Plaza de La Paz, pero ¿Dónde estaba la plaza? También vimos con alegría para nuestro cuerpo que la pista que iba de derecha a izquierda cortando a la que bajábamos, era la Pista el Rayo. Hacia la izquierda ya la conocíamos por una equivocación anterior, así que nos metimos hacia la derecha; ya no teníamos que regresar a Las Lagunetas para realizar el itinerario planeado. Enseguida vimos un cartel con T.M. Tacoronte, este tramo de pista desconocido para nosotros, transcurre casi en llano por lugares polvorientos y donde puedes ver volar a las rapaces de Canarias, con total libertad y elegancia que incluso hace que te quedes un buen rato ensimismado admirándolas. También te encuentras gran cantidad de Crestas de Gallo y la bellísima y coqueta Jara. Caminando por esta senda, también te encuentras con varias pistas que confluyen aquí como: Las Helecheras y el Salto del Naranjo, ésta ya sabemos que corta camino sin tener que llegar al cruce para acceder a Fuente Fría; Pista de la Herradura y otras veredas aledañas.
    Continuamos y ya nos encontramos con la valla de la finca del cabildo, aunque un cartel ponía Data de Coronado. Llegar hasta aquí significa que ya estábamos cerca del cruce que habíamos cogido por la mañana, la línea divisoria del T.M. Tacoronte y del T.M. el Rosario. Luego ya solo nos quedaba deshacer todo el resto del camino, hasta la plaza de La Esperanza y de aquí por la subidita hasta el coche, pero esta vez cogimos hacia la izquierda la pista que bordea el bosque del Adelantado y que luego lo atraviesa, pasando luego por delante del bodegón El Bosque y llegando muy rápido al coche. Justo el final fue a las dos de la tarde.
    Ya solo nos queda para completar el día llegar a casa, cambio rápido y bañito relajante en Acapulco. Fue un día completo y muy gratificante.

Domingo, 6 de julio de 2.003

Domingo, 25 de mayo - Cno. de San Salvador 2025

6ª etapa:      🚶18 Kilómetros Mieres > Oviedo Mieres - La Peña - La Rebollada - El Rollu - El Padrún - Olloniego - Picullanza - Manjoya...