viernes, 25 de julio de 2003

20 Segunda escapada al Rincón


¡Cada vez más viejo, más ciego y más chocho!


    Hoy se celebra la festividad de Santiago, por tal motivo, las chicas se han ido a pasar un largo fin de semana con sus abuelos. Así que como dos jóvenes maduritos nos encontramos con nuestra soledad, pero con una finalidad la de no aburrirnos en estos tres días. De primer plato, queríamos ir a darnos un buen chapuzón en algunas de las playas de nuestro limitado litoral capitalino, pero ha sido imposible pues lo mismo que nosotros pensamos, otros también lo hicieron, de tal manera que estaban las playas concurridas, incluso, hubo retenciones de tráfico para entrar en San Andrés, así que media vuelta y para casa que un buen sustituto es una ducha.
    Después de una buena comida y su correspondiente siesta, costumbre muy sana pero para mí muy peligrosa. Decidimos hacer una caminata por esos mundos de Dios y para ir cerrando los anillos abiertos de excursiones anteriores que no se realizaron por completo, elegimos darnos una vuelta por la zona de El Rincón, en la Orotava, que nos faltaba por conocer. Este magnífico y emblemático enclave, como las caras de una moneda, se hace desear de dos maneras muy distintas: por un lado con codicia por una banda de buitres carroñeros de la especulación inmobiliaria, que solo ven la rentabilidad de la zona. Y por el otro de una manera romántica con pasión filial, para que permanezca así igual que como la conocieron nuestros abuelos y de esta forma disfrutarlas todos y no sólo para uso y disfrute de unos pocos. Decidida la visita a este carismático lugar, solo nos queda preparar la mochilita de paseo con; agua y algunas viandas, ropa cómoda, buen calzado y como dice el dicho... “p’alante, porque p’atrás ni p’a coger resuello”. Directo a la estación de guaguas.
    El itinerario comienza en la urbanización Vista Paraíso de Santa Úrsula, que se encuentra por la autopista, una vez pasado el desvío de la Quinta, en el que va a la Orotava por la Cuesta de la Villa. A eso de las seis de la tarde, estábamos en la estación y al no haber parada de guaguas en el principio de nuestra expedición, tuvimos que optar por la guagua que va por la carretera general del norte. Pues menuda una hazaña porque ésta se detiene en casi todas las paradas que existan en el trayecto. Tardamos aproximadamente media hora en llegar a La Laguna, por culpa de otra compañera suya que subía muy despacio y otra media hora en legar a la Cuesta La Villa, total una hora en todo el recorrido, esto me hizo recordar las diligencias de caballos de las películas de viejo Oeste. Luego analizando un poco la guagua creemos que ésta tenía medio cuerpo paralizado, porque subiendo hacia La Laguna por el lado izquierdo te daba un intenso sol que sus rayos se colaban por la ventana, dándote de lleno unos cachetones que no se podían atajar con ninguna cortinilla – parasol porque no había, como suelen tener las guaguas modernas. También el calor era asfixiante y tampoco funcionaba el aire acondicionado. Al llegar a la parada del Hospital, nos mudamos hacia el lado derecho y aquí cambió la cosa completamente, era el paraíso. En esta misma parada, se incorporó a este peculiar viaje turístico, no se si era La Masa o un armario ropero de seis puertas y su altillo, unos sensuales labios encarnados pidiendo guerra, su peluca y unas gafas de camuflaje, estilo “me mato porque no veo un carajo”. Se sentó detrás de nosotros, ocupando dos asientos porque no podía ser de otra manera, es decir; ella en el centro haciendo de mástil y una nalga en cada asiento, iba tan encajada que ni en las curvas se movía. Si se le llega a escapar un peo, no la contamos.
    A eso de las siete de la tarde llegamos a nuestro destino, la parada de la Cuesta de la Villa. Comenzamos a bajar por la carretera haca la autopista, cruzamos el puente que por ciento el acceso peatonal es muy deficiente y a nuestra izquierda nos metimos en la urbanización Vista Paraíso. Luego bajamos por unas escaleras que te van llevando al fantástico café – mirador, y continuamos por la calle. En unos minutos divisamos el letrerito que te señala las escaleras que te llevan al principio (o al final según se mira) de nuestro itinerario de hoy, el antiguo Camino de Las Compras. Este camino es un sendero quebrado en zigzag que te salva una fuerte pendiente, no es malo de andar pero hay que tener cuidado porque casi a unos cinco minutos del final, hay un tramo un poco irregular que baja en pendiente, una especie de barranquillo algo resbaladizo, con mucha piedrita suelta. Tienes que bajar despacio pisando con cuidado y agarrándote donde puedas, de las rocas laterales de una especie de pasillo. Pues aquí parece que Merci quería practicar esquí porque en una de éstas, perdió el equilibrio al pisar piedras sueltas por detrás de mí, que se vino al suelo y se pegó tal lomazo (como decíamos cuando chicos) que aunque no se hizo daño se quedó con dolorcillos por el golpe.
    En unos veinte minutos haces todo el sendero y el final de éste lo marca una casa con perros sueltos pero que está cercada por una verja y que hace esquina con una pista cementada cerrada por una cadena. Pues unos metros antes de llegar al final del sendero, Merci divisó un perro suelto, que a la vista de éste y con los ladridos de los que estaban en la casa, se puso un poco nerviosa que casi me hace volver atrás, a subir todo el camino de Las Compras. Pero menos mal que se tranquilizó y resultó que el perro era mansito, tenía collar y llegando al cruce, vimos a sus dueños con un coche parado junto a la cadena.
    Una vez en la pista, la atravesamos y seguimos bajando en la dirección que traíamos por un sendero que en pocos minutos desemboca en otro. Este viene por todo lo alto del acantilado desde el Bollullo recorriendo la costa, pero es peligroso y puede causar sensación de vértigo. Esta zona es un lugar que ha sido considerado como el paisaje protegido Costa de Acentejo, y espero que siga siendo así, que no vengan especuladores a llevarse el único espacio que queda sin adulterar, dentro del ya esquilmado gran pastel que representa la Mancomunidad del Valle. Nos encontramos en el acantilado de la playa de Martín Alonso, más conocida como la de Los Patos y desde aquí se puede divisar arte de esta bellísima playa y también la del Pozo.
    Volvimos por el mismo sendero y de nuevo en la pista cogimos a nuestra izquierda por la misma pasando por bancales abandonados y encontrándonos con gente que iban y venían. Un caso gracioso aquí, fue que vimos de lejos viniendo por un senderito de la costa atravesando estos desolados bancales, a dos tipos con dos grandes varas de madera. Merci me pregunto por aquello, a lo que respondí inseguro que probablemente eran pértigas para practicar el salto del pastor, aunque pensé que eso en este lugar no tenía ningún sentido. Luego cuando ya estuvieron cerca de nosotros vimos que eran cañas de pescar, ¡menudo un chasco!... ¡Ay mi niña, la vejez no perdona! Cada vez más ciego y más chocho.
    Seguimos nuestro camino y llegamos a una curva cerrada hacia la izquierda y desde donde comienza una veredilla a nuestra derecha que en unos metros te lleva a un mini mirador sobre la playa del Ancón. Pues al comienzo de este sendero Merci no veía el final del mismo, que es un mini mirador con un murito de piedras, sino que pensó que seguía por el otro lado del acantilado en estrecha y peligrosa vereda. Así que antes de empezar a caminar comenzó a ponerse muy nerviosa, creyendo que íbamos a pasar por un precipicio. No quería seguir con migo ni tampoco quería que fuera solo y eso que la veredita hasta el murito era solo unos cinco metros escasos, pero el pánico que le entró le puso una venda en los ojos, que no le dejaba ver el murito del mirador. Traté de persuadirla para que comprobara que no era peligroso y que solo era llegar hasta el murito, pues a regañadientes aceptó (es el clásico te creo y confío en ti, pero no voy). Pero aquí no acaba la cosa, Yo iba delante y por supuesto, mi querida costilla detrás, pues no había dado sino dos pasos cuando de improviso pegó un chillido histérico que del susto, en un tembleque se me pusieron los calzoncillos en los tobillos Me giré para ver lo que pasaba y viéndole la cara un poco desencajada, casi me hace desistir de ir a este lugar. Pues resultó que de un lateral de la veredita junto a Merci, de repente salió volando algún pájaro o algún bicho que por lo visto la rozó y de la impresión y el miedo que de por sí acarreaba en el cuerpo, la puso en órbita y a mí... me mandó al espacio. Menos mal que dándose cuenta de la tontería del hecho, comenzó a reírse de sí misma y ya se tranquilizó. Por fin pude llegar al mini mirador. Desde donde se divisa la bonita playa del Ancón y donde vimos a varios grupos de jóvenes que se disponían a pasar el largo puente de Santiago en casetas. ¡Bien por ellos!
    Regresamos a la pista principal, riéndonos de nosotros mismos recordando el percance y seguimos bajando hasta que llegamos a un gran árbol, luego a nuestra izquierda unas ruinosas edificaciones donde pudimos distinguir unos antiguos abrevaderos de animales y a nuestra derecha el portón de entrada de la Finca el Ancón. Entramos en esta finca atravesando el portón principal y siguiendo el camino, llegamos al portón de entrada de la vivienda y frente a éste, dentro del recinto, la ermita de Santa Ana que estaba cerrada y el acceso al recinto al ser particular también estaba cerrado. Este lugar se veía limpio y bien cuidado y con unas bonitas vistas de la costa, y del Valle hasta el Puerto. Desde aquí sigue bajando el camino hacia otro portón y que continúa ya en una vereda algo peligrosa rodeado el recinto por la costa, y que te lleva hasta la playa. Pero nosotros no bajamos. Regresamos a la pista, saliendo de la finca pasando junto al árbol hasta llegar al final de nuestro itinerario en la esquina de la finca, desde donde se veía una perspectiva distinta de la playa del Ancón. Aquí vimos subir a unos pibes con tablas de surf hacia donde estábamos nosotros. Emprendimos el camino de regreso y justo en la esquina opuesta de la finca donde la pista hace una curva cerrada, vimos que por un senderito que arranca de aquí mismo subían los pibes, en vez de seguir la pista cogimos por aquí. Pues resultó ser la veredita por donde anteriormente habíamos visto subir a los de las pértigas y que corta un tramo del camino. Luego llegamos otra vez a la pista principal y en poco tiempo al cruce con el camino de Las Compras.
    Una vez aquí, en vez de bajar para continuar por el sendero de la costa, sobre el acantilado, para un poco evitar el vértigo de Merci, seguimos por la pista una vez pasada la cadena y entre fincas de plataneras atravesamos toda la fantástica zona del Rincón, dejando detrás, el camino que baja hacia la playa del Bollullo. Seguimos por la pista, ahora un poco estrecha donde a veces teníamos que pasar y arrimarnos a un lado para que pasaran los coches que circulan por esta zona, hasta que llegamos a un extremo del barranco de San Juan, justo llegando a una esquina de la pista, donde hay una casa particular y un banco. Desde aquí parte un sendero que baja hacia el cauce del barranco y vuelve a subir en escaleras por la ladera opuesta.
    La pista continua paseándote por toda La Vegueta. Poco después nos encontramos con el camino que te lleva a la Casa del Barco, pero no entramos seguimos nuestro itinerario, atravesamos el túnel que igual que una puerta te da paso a la mal llamada civilización. En un abrir y cerrar de ojos estábamos bajando las escaleras del hotel Semíramis, para seguir paseando por el bonito paseo costero de la urbanización La Paz, con la única pena de no poder admirar uno de esos bellísimos atardeceres que esta zona normalmente te regala, pero fue imposible, culpa de un mar de nubes. Después de dar un saludo a San Amaro, llegamos a la carretera del Botánico y de aquí a la paradita para coger la guagüita que directos a casita.

Viernes, 25 de julio de 2.003

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Domingo, 25 de mayo - Cno. de San Salvador 2025

6ª etapa:      🚶18 Kilómetros Mieres > Oviedo Mieres - La Peña - La Rebollada - El Rollu - El Padrún - Olloniego - Picullanza - Manjoya...