lunes, 16 de agosto de 2004

30 De la Orotava a Candelaria


"Tenerife isla limpia" ¡Viva!


    Una vez pasado el día grande de las fiestas de Candelaria que, nos gusta por el carácter religioso que ello conlleva, pero enemigos totales de ser participes de estas fiestas, porque odiamos las multitudes y lo que trae consigo. Decidimos hacer una de las antiguas rutas de los peregrinos, la de Aguamansa a La Crucita para conectar con la confluencia del resto de las rutas del noroeste que utilizan el paso por La Crucita para desembocar en el pueblo de Arafo y desde aquí hasta Candelaria con dos opciones: ya por carretera o por el camino que llega hasta el Socorro y de ahí hasta la villa mariana. El problema principal de esta ruta es el sol que te sigue durante todo el trayecto, así que decidimos levantarnos temprano a eso de las cinco de la mañana, para coger la guagua a las seis en la autopista, la línea 102 hacia el Puerto de la Cruz con una duración de cincuenta minutos, o la 101 que te lleva hasta La Orotava, con el inconveniente de que ésta hace paradas en todos los pueblos de su recorrido hasta su destino, con lo que tardaríamos aproximadamente una hora y media.
    Una vez en la autopista tuvimos la suerte de que la que apareció fue la 102, pues directos al Puerto de la Cruz. Llegamos a la estación a eso de las siete menos diez, todavía noche cerrada. La guagua para Aguamansa salía a las siete y fue puntual. Justo a la salida de la estación ocurrió un incidente con el chofer de la guagua y un taxista que para dejar al pasaje había aparcado justo en la misma salida de las guaguas, impidiendo con ello la circulación de las mismas. Aunque reconozco que el chofer tenía su razón, éste era un poco arisco y medio avinagrado por la sarta de palabrotas que le procuró al taxista, aunque éste último para defenderse, tampoco se quedó corto. Llegamos a la estación de la Orotava donde se bajo el chofer y vimos que tardaba un poco, ¿Dónde se habrá metido éste? Eso fue que del cabreo que cogió le dio un apretón, pero nada a los cinco minutos apareció y seguimos ruta. En la guagua íbamos muy pocos, comenzaba ya a romper el día. Al final del trayecto sólo llegamos: el chofer, una pareja que también salía de pateo y nosotros. Nos bajamos y como alma que se lleva el diablo, el matrimonio comenzó a caminar acelerando el paso que enseguida los perdimos de vista, ¡Hasta luego Lucas, cuando llegues escribe! Por los comentarios que oímos con el chofer (como buenos alcahuetes), éstos pensaban hacer la misma ruta que nosotros.
    A eso de las ocho menos cinco, comenzamos a subir el sendero a Candelaria, junto a la casa forestal de Aguamansa, entre una pista particular y un canal de aguas cubierto. Enseguida pasamos junto a un depósito de aguas y un poco más arriba, otro grande metálico y redondo que se notaba que era de reciente instalación. Seguimos subiendo el sendero junto al Barranco Colorado, que casi seguimos hasta su final pero que enseguida nos dimos cuenta que no llevaba a ninguna parte. Así que atravesamos el barranco y rodeamos una casa que es la galería La Puente por detrás del cuarto de motores de la misma. Enseguida llegamos a una unión de pistas, que seguimos unos veinte metros y tomamos el camino que se acerca (según nuestro librito) al barranco de Los Llanos. En una zona denominadas Las Hayas, se podía divisar las paredes de Los Organos en toda su plenitud, continuamos y enseguida nos encontramos con la pista que viene de la Caldera. Continuamos unos metros hacia la izquierda por ella hasta llegar a eso de las ocho y cuarto, a la Choza de Pedro Gil, donde hicimos una pequeña parada, para el control de todo lo que llevábamos y por supuesto una meadita. Nos pusimos en marcha por un costado de la choza subiendo y en la primera vuelta del camino pasamos por lo que llaman las cruces de Pedro Gil, un pequeño calvario adornado con flores y, que como en otras ocasiones hemos visto en otros lugares, montoncitos de piedritas colocadas probablemente por los que caminan por aquí, en señal de su paso y respeto. Otro poco más arriba encontramos otra cruz pero solitaria.
    A las ocho y media llegamos a una pista, que viene de Pasada de Las Bestias, en Lomo Los Brezos, como muy bien indica un pequeño monolito con esta inscripción en una placa. Mínima parada y atravesamos esta pista para continuar por un camino que sale de frente. Veinte minutos más tarde nos encontramos con un sendero que nos cruza, pero nosotros seguimos por el que traíamos, aunque a los cinco minutos nos volvemos a encontrar con él. Este es el sendero forestal que seguimos durante unos cincuenta metros hasta que llegamos a lo que llaman el Pino de la Mesita, a eso de las nueve de la mañana. Lugar ideal para hacer un pequeño alto en el camino, esto es una zona aplacerada donde hay un gran pino y en su base hay unas piedras a modo de asiento, pero no vimos mesa alguna. Lo que sí nos empezamos a encontrar a partir de aquí, fue una especie que no es endémica de aquí pero que se está arraigando mucho en nuestros montes y que aparece de improviso al paso de ciertos animales de dos patas, que está compuesta por: botellas plásticas, latas, papeles, desperdicios, etc.; fruto del progreso y llamado comúnmente basura, en resumidas cuentas “mierda”. Triste es tener un bellísimo monte con tal lacra y que suele aparecer después de algún acontecimiento que mueve masas. Pero esto no fue todo sino que, de muchos pinos vimos que salían como enormes higos, que no eran más que bolsas de basuras colgadas y lo más penoso es que como castigo, los desperdicios estaban regados por el suelo.
    Desde el Pino la Mesita, comenzamos a subir ahora ya en fuerte pendiente. Aquí ya Merci comenzó a sentir la fatiga (como asfixia) debido al calor, la presión y el esfuerzo de la subida por la Vuelta Grande, dando pequeños y pesados pasos que la obligaban a hacer pequeñas paradas, le aligeré el peso de la mochila en contra de su voluntad y continuamos luego por las Vueltas Chicas. Por esta zona a Loe se le posó en la cabeza una preciosa mariposa de color marrón atraída quizás por el color blanco de la gorra, mostrando en conjunto una fotografía simpática, pero Loe la espantaba pues no le gustan los bichos y ésta seguía persistiendo en posarse en la gorra. Luego se posó encima de mi mochila pero que espanté (¡dos mochilas y una mariposa encima, demasiado peso!), y salió volando a reunirse con otras compañeras que por allí deambulaban formando un bonito ballet.
    Seguimos subiendo ahora ya por unos pequeños diques que el sendero pasa junto a ellos formando muros naturales son Las Paredes, en el Morro de la Vieja, seguimos subiendo pasando por los Descansaderos de las Chajoras en la fuerte subida de La Corchona y al terminar ésta la pendiente se suavizaba un poco. Por esta zona, comenzamos a oír voces y unos chillidos, pero no se veía a nadie. Hasta que un poco más adelante ya nos tropezamos con un señor que chillaba a unos perros, acompañados por las voces de varios más que estaban en la ladera con otros perros, por lo que dedujimos que eran cazadores. Luego Mercy y Loe se pusieron un poco nerviosas porque vieron aparecer de improviso a dos preciosos caballos de color ceniza, dándose cuenta que bajaban por el mismo sendero por el que nosotros subíamos. Las aparté a un lado y pasaron el chico con los caballos. A esto comenzaron los perros a aullar y ladrar fuertemente porque habían dado con un conejo al que vi corriendo por aquella ladera. Oímos un chillido y vimos como uno de los cazadores cayó y rodó un poco por la pendiente, creo que debido al nerviosismo por atrapar la presa. Nosotros continuamos dejando atrás la tremenda verbena montada, por supuesto con el correspondiente saludo de rigor a todo el que encontrábamos a nuestro paso, hasta que llegamos a unas rocas que me causaron risa porque tenían inscrito: ¡Que viva el Culturismo! Y algún que otro gravado de nombres y fechas. Pasamos entre unas rocas que forman parte de un gran dique El Portillo, el cual atravesamos para comenzar otra vez a subir llegando a La Piedra del Reloj, una especie de mirador natural del que se apreciaba una fantástica vista de todo el valle, y no fue el único lugar donde se podían apreciar estas vistas.
    Comenzamos a ascender en vueltas por El Risco Blanco del Cedro. Con algunas paraditas por el cansancio y donde también cargué con la mochila de Loe, porque veía que ya no podía más (ya son tres, ¡qué viva el cuerpo!). Llegamos a La Crucita a eso de las once. Habíamos hecho el recorrido en tres horas. Aquí ya hicimos la parada con fundamento en un lugar llano antes de salir a la carretera general, donde dimos buena cuenta de las viandas que traíamos, estirar las patas, cambiar el agua a los chochos, y todas esas cosas. El sitio estaba lleno de papeles, y botellas, esto daba a entender que el día anterior había pasado la marabunta por aquí. Estando comiendo vimos bajar por la pista a un forestal (o agente de medio ambiente, como se llaman ahora) acompañado por un novato, saludito y a lo nuestro que tenemos poco y no da para todos.
    Después de un reparador descanso por el tremendo esfuerzo de la subida, nos pusimos en marcha a eso de las doce menos diez. Llegamos a la carretera y aquí ¡horror! Creo que han trasladado el vertedero a esta zona. Hasta un ciclista que pasaba, después del saludo nos hizo algún comentario al respecto, viendo nuestras caras de espanto por lo que estábamos viendo, razón para marcharnos de aquí a toda pastilla. ¡Que vergüenza! Que me vengan ahora y aquí con el eslogan del cabildo de “TENERIFE, ISLA LIMPIA”. Echamos un rápido vistazo en el mirador de La Crucita, confrontado el mapa que allí hay en forma de mesa, con el paisaje, para saber por donde deberíamos ir, pues a partir de aquí iríamos a ciegas; y nos dirigimos hacia la derecha del mirador para comenzar a bajar por la pista de tierra, y en la primera curva atajamos por un sendero algo resbaladizo por el picón y que perfectamente estaba señalizado por un cartel indicando “A Candelaria”, cartel que se repetiría muchas veces a lo largo del recorrido.
    Bajábamos atravesando los barrancos de Las Sotelas y de Las Gambuesas, bajo la atenta mirada a nuestra derecha de los Picos de Cho Marcial, atravesando la pista varias veces y que solo usábamos para dejar el atajo y conectar con el siguiente. Al principio sin árboles con un calor sofocante de un día de calima, pero ya después bajo los pinos a los que agradecimos su presencia. En uno de los pasos de un atajo a la pista para continuar por otro atajo, nos encontramos con un forestal en un jeep, saludando e informándose por nosotros de la existencia de alguien más en la zona, después de las correspondientes pesquisas, el “p’arriba y nosotros p’abajo".
    Sobre la una y media estábamos ya caminando por una ladera de la montaña negra de picón del volcán de Las Arenas, y en una olla del mismo vimos un pinar joven. Después de un largo rato caminando entre cenizas del volcán, en una de las pendientes de la pista, veo a Loe que empieza a acelerar el paso, y detrás Merci que luego aceleró el paso adelantando a Loe, con una carrera que cada vez iba aumentando, que parecía como si fueran a perder la guagua, levantando una polvacera que me estaba tragando, pues yo tampoco me quedo atrás. Y así el que se quedaba detrás se quejaba de lo mismo y emprendía nuevas carreras, se solucionó el problema marchando los tres en paralelo. Fue algo gracioso.
    Ya aquí el calor era insoportable, que incluso hasta el picón en nuestros pies ardía. Ya comenzábamos a acusar el sufrimiento en los pies. Luego nos encontramos con un grupo de castaños aislados cargados de hojas, a los que le dimos mil gracias por dejarnos descansar junto al tronco, bajo sus ramas donde corría un aire fresquito en contraposición con el embate caliente de la zona. Tal fue el placer que, incluso Merci propuso cortar una rama y usarla de parasol para el resto del camino. No hubiera sido mala idea. Menos mal que el camino se turnaba entre zonas áridas y otras con pinares. Bajo estos árboles se percibía que muchos otros habían pernoctado bajos sus ramas la noche anterior (más basura, ¡Que viva el consumo!). Ya el agua se nos estaba acabando y todavía nos quedaba bastante camino, cuando divisamos una tajea por la que oíamos correr agua, en una zona denominada El Pinarete, pero ésta estaba cerrada, más adelante la vimos abierta pero resultó que estaba canalizada por medio de una tubería metálica que iba por dentro del canal. Más adelante el sonido del agua era más fuerte porque la tubería metálica desembocaba en la misma tajea para luego conectarse a otra de plástico, formándose aquí un pequeño pozo y tuvimos la suerte de que estuviera abierta, esto fue una fiesta para nosotros, porque además de llenar las botellas y nuestros gaznates, Merci se empapó la cabeza, refrescándose las manos y la cara, que hasta el carácter le cambió. Fue un gran alivio.
    La pista se dividía en dos al llegar cerca de lo que Merci denomino “la parada de las guaguas”, que no era otra cosa que un cuarto de aperos, pegado a otro cuarto. Pues gracias al cartel que habían puesto nos metimos por la pista de la izquierda y continuamos bajando. El camino se nos estaba haciendo ya bastante pesado porque eran pendientes continuas. Comenzábamos a sufrir un poco el aplastamiento de los dedos de los pies con la delantera de las botas, por la presión que teníamos que hacer en las bajadas.
    A eso de las dos y media, llegamos a las primeras casas de Arafo, pero ahora era peor porque las pendientes eran de gran desnivel y sobre pista de piche, lo que implicaba un esfuerzo mayor para ir frenando. En varias de estas pendientes, Merci tenía que bajar al revés agarrada de mi mano y pisando sobre los talones, lo que le resultaba un gran alivio para los dedos, parecíamos como dos locos bailando en medio de la pista.
    A eso de las tres y cuarto bajábamos por la calle principal de Arafo a través de una placeta, donde a mitad de la calle subía un coche que nos hizo gracia por el comentario que hizo sobre la caminata, dando a entender que íbamos algo despistados con respecto al día de la fiesta; ya casi llegando a la plaza principal de Arafo. Aquí se decidió por unanimidad terminar el recorrido de hoy, porque era imposible como estábamos seguir hasta Candelaria, ¡perdónanos virgencita! porque aunque no teníamos promesa, la intención era ir a verte, otra vez será. Nos metimos en un bar frente a la parada de guaguas donde disfrutamos de dos riquísimos y fresquitos Nestea y un refresco de limón, con su correspondiente repetición porque supo a poco.
    En el bar preguntamos por el horario de las guaguas y menos mal que nos dio por preguntar, porque con motivo de las fiestas del pueblo, las calles estaban cerradas, interrumpiéndose así el servicio, gracias a la chica del bar, que nos indico que la podríamos coger en la plaza del Pino, casi a la salida del pueblo frente a la gasolinera en el cruce con la carretera que va hacia el Teide y la que baja a La Hidalga. Pues mochila al hombro, carretera y manta. En cinco minutos bajábamos por la calle que da a dicha placita, quedándonos con la boca abierta de las preciosas helechas que colgaban de algunos de los patios y balcones de esta calle. El pino de la plaza está rodeado por una capillita, siendo el pino el pilar de la misma, aquí se puede apreciar un pequeño calvario con un Cristo y en un lateral un busto de José Gregorio Hernández, estaba todo muy limpio y con flores.
    A eso de las cuatro apareció la guagua que nos llevaría posteriormente a Santa Cruz y luego en otra perrera para casa, con las patas rasgadas pero con el sentimiento de haber pasado un gran día.

16 de Agosto de 2004

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