Hoy 19 de agosto, día de San Magín, (aunque no tengo la menor idea de quien fue) en el cenit de nuestras vacaciones queríamos disfrutar de un día en el monte con Toñi, Carmela e Isabel (la suegrita), pero esta vez nos encontraríamos un poco más tarde, habíamos quedado a eso de las ocho en la “Móvil” de Tacoronte, por eso salimos de casa a las ocho menos cuarto para llegar a tiempo, y así fue. Toñi se retrasaba un poco pero mientras nosotros le echábamos gasolina, limpiaba los cristales y llevé el coche hacía la bomba de aire, pero con tan mala suerte que me equivoco de llave y me saltó un chorro de agua encima que me mojó todo; para colmo la bomba de aire estaba estropeada. Llegó Toñi y nos fuimos al bar a tomar algo, mientras Carmela se dirigía a la tienda a comprar algunas cosas. A eso de las ocho y media nos pusimos en marcha con dirección a La Orotava y en La Caldera estábamos a las nueve, cogimos la pista de la derecha que rodea toda el área recreativa, y dejamos el coche en el cruce de pista con el gran sendero del norte.
Agarramos todos los bártulos y comenzamos nuestra caminata del día. Toñi había sacado por impresora la ruta de hoy y esta empezaba en este cruce con dirección al naciente hacia la izquierda. En cinco minutos estábamos en la choza de Pedro Gil, siguiendo las mismas instrucciones del mapa y del texto de Toñi. Subimos por la choza, sendero que ya conocíamos nosotros de cuando fuimos a Candelaria, y continuamos el sendero pasando por las Cruces de Pedro Gil hasta que llegamos a la pista en el Lomo de los Brezos. Una vez allí, hicimos una pequeña paradita para descansar consultar el mapa y seguir con nuestra ruta.
A los cinco minutos nos pusimos en marcha en dirección izquierda siguiendo la pista, hasta que esta era bloqueada por una gran piedra, y continuamos por el lado izquierdo de la misma pero ya la pista se transformaba en un sendero que se internaba en el bosque e iba paralelo al barranco, así que tuvimos que ir en fila india porque dos juntos no cabían en el camino. La zona estaba un poco húmeda, las hojas de los árboles estaban cargadas de gotitas de agua que se quedaban por el roce en nuestras espaldas o en la mochila. Hubo algún que otro resbalón pero nada importante. Íbamos un poco a ciegas, tan solo guiados por el recuerdo que Toñi tenía de hacía ya algunos años, y nos internamos en el barranco siguiendo una estrecha veredita pero que al final no iba a ningún sitio. Carmela en este punto quería continuar para ver si se podía encontrar algún sendero que siguiera con la ruta, pero la veredita no aparecía, además era algo peligrosillo y decidimos regresar sobre nuestros pasos a ver si por algún otro lado encontrábamos alguna vereda que cruzara el barranco para poder continuar el camino, pero esta tampoco se localizaba, y es que la vereda estaba realmente frente a la roca de la pista, pero de esto nos dimos cuenta muy tarde. Volvimos otra vez hasta el mojón del Lomo de los Brezos y consultamos el mapa viendo que el camino seguía de frente como en la ruta a Candelaria, y por aquí nos metimos. Teníamos a nuestra izquierda una preciosa vista de una parte de Los Órganos y continuamos subiendo por el camino empinado, haciendo un par de paraditas.
Mi suegra, adorable por cierto y única en su especie, iba vestida de una manera muy peculiar, camiseta y pantalón todo de color rojo intenso a lo que se sumaba un pajizo con una cinta roja haciendo juego y atado al cuello, unos tenis azules cortos y mochila de ciudad al hombro. Pero ella iba muy cómoda y más pancha que unas garbanzas, disfrutando del entorno. Si hay algo que me gusta de ella es la naturalidad y la espontaneidad que posee.
Continuamos subiendo hasta que nos encontramos en una intersección de caminos y cogimos hacia la derecha en una subida pero que esta vez era algo más suave. Hasta que llegamos a una vaguada y vimos una choza. Pues hacia ella nos dirigimos. Al llegar a la choza y fijarnos en el letrero vimos que era la Choza Chimoche, aquí nos dimos cuenta realmente de que nos habíamos equivocado, y que habíamos interpretado mal el mapa. Bueno pues como no hay mal que por bien no venga, nos dispusimos a descansar, y a dar cuenta de algún refrigerio para aumentar las energías y ver lo que íbamos a hacer.
Lo de ir a ciegas por ahí es algo que no me hace ninguna gracia, los caminos que hasta ahora he hecho nunca los había pisado pero nunca me he perdido porque siempre llevaba una guía, me pude equivocar muchas veces pero siempre regresaba a un punto en concreto conocido y de ahí vuelta a empezar hasta encontrar el verdadero sendero. Hubo una pequeña discrepancia entre todos por ver cual era el camino a seguir, todos hablaban pero nadie escuchaba. Expuse mi opinión pero la idea de volver hacia atrás, como que no gustó mucho y no se me hizo caso, pero como equivocarse es un derecho que tenemos todos, decidí callarme y que se viera quien tenía la razón. Isabel quería que nos quedáramos donde estábamos a pasar el resto del día, ¡Que divertido!, Merci que no quería volver a hacer el mismo camino y Toñi… Bueno eso es otra historia. Menos mal que yo llevaba conmigo mi librito, y consultándolo mientras comía para ver cuales eran las posibles rutas que salían desde aquí, me fijé en la nº 14, “Los Órganos”, y una vez puesta en la mesa todas las posibilidades, decidimos hacer esta ruta aunque un poco a regañadientes de algunos, y es que la que Toñi había planeado era algo confusa y le faltaba bastante información.
Merci que muchas veces tiene la razón hay que reconocerlo, erre que erre con no volver a hacer el mismo recorrido y como con un mapa es como un calvo con un peine, trastocó las indicaciones de la ruta y se internó con todas las chicas directamente en la vaguada por el camino que la atravesaba dirigiéndose a la izquierda y que al final no iba a ningún lado, cuando en realidad teníamos que seguir la pista pero subiendo aunque después fuera hacia la izquierda, es decir ir por donde habíamos venido hasta un punto en concreto. Pero en seguida se dio cuenta del error y a los cinco minutos estaba devuelta otra vez en la choza, donde la esperábamos Toñi y yo. Debo confesar que después de esto ya el día no me estaba gustando y prometía ser algo diferente de lo que yo esperaba.
No pusimos en marcha y comenzamos a subir otra vez pasando un barranquillo, el lomo La Arena, de picón negro, haciendo el camino por donde habíamos venido que es en realidad el camino forestal. Pasamos una pequeña vaguada del Salto de las Barranqueras hasta que nos encontramos con el Pino de la Mesita y posteriormente con el cruce por donde habíamos subido desde el Lomo los Brezos, que no es más que el camino a Candelaria. Pero esta vez el que se equivocó fui yo pues quería meterme hacia la izquierda y bajando, no se en qué estaba pensando, pero rectificar es de sabio y volví otra vez continuando recto atravesando la barranquera de Puerta Bucarón para después ascender por el caminito.
Aunque el día no era soleado porque estaba cubierto de nubes, pero no hacia frío, casi todos íbamos con camisetas, el único Toñi con pantalón corto pero arropado con un polar (creo que para sudar) pero intuyo que se pasó porque lo veía bastante sofocado y sudando a mares, creo que venía sufriendo. Luego a lo largo del recorrido cuando comenzó a apretar el calor no le quedó más remedio que quitárselo. El caminito por el que estábamos, ascendía sobre una montaña de picón y luego se suavizaba, para seguir ascendiendo en vueltas, revueltas y más vueltas, unas veces mas ancho que otras pero muy como de caminar. En algunos puntos donde la masa forestal se aclaraba un poco, se podía divisar algunas vistas bastante bonitas del Teide, y de la pista forestal pero nada más, porque por debajo de nosotros se levantaba un manto de nubes que no te dejaba en estos momentos ver nada.
“No me gustaba el andar de la perrita” por varias razones: por la retaguardia del grupo, Toñi que como en Teno comenzaba a quedarse rezagado en las subidas y eso que el paso de marcha era muy bueno. A la cabeza del pelotón, Carmela con las chicas que por momentos se separaban del grupo al tener un ritmo más ligero, y en medio como dividiendo a los dos grupos yo, queriendo ir con un paso más rápido pero esperando por Toñi para no dejarlo solo.
El camino a veces subía en quiebros y otras bajaba, en algunos puntos se estrechaba, otras era bastante ancho y también se apoyaba en escalones de piedra, pero estaba muy bien y era muy cómo de andar. Al rato llegamos a un lomito con un mojón de caminos, el número 22. A esta zona se la conoce como Risco Atravesado, que no es otra cosa que un mirador natural, justo encima de Los Órganos, que en días despejados te pueda dar un poco de vértigo. Aquí Carmela, las niñas y yo nos desviamos unos metros hacia la izquierda por una veredita que te lleva hacia una piedra, la cual remontamos para seguir unos pocos metros por la veredilla hasta una pequeña planicie donde se podía contemplar la grandiosa vista hacia el oeste de la isla, el Monteverde y El Teide, pero la pena fue que por el manto de nubes a penas se podía divisar nada.
Regresamos al camino principal donde nos esperaba Toñi tumbado, Merci e Isabel y decidimos hacer una pequeña paradita para un descanso, buche de agua y dar buena cuenta de unas deliciosas galletas que traía Carmela. ¡Que Dios te lo pague, porque yo no tengo perras!
Proseguimos el camino subiendo entre la pinocha seca hasta que pasados unos cinco minutos llegamos a un a un espigón que se salía del camino hacia la izquierda con restos de troncos de madera incrustados en el suelo, señal de un antiguo quitamiedos, esto es Jilargo, donde vuelve a aparecer un mirador natural sobre un soberbio barranco. Parte del grupo se quedó en el camino descansando, la intrépida de Carmela y Loe bajaron un poco por un sinuoso sendero algo peligrosillo para llegar a otro punto donde había una tremenda panorámica de la zona, y yo en medio como siempre ¡hay que joderse! Pero sin perderme la preciosa panorámica que tenía delante de mí, con una sensación de vacío sobre el precipicio, magnifico y un buen preludio de lo que aún nos esperaba.
Seguimos el camino y fue unos dos minutos más tarde donde apareció algo sublime, pues el camino se estrechaba un poco de tal forma que solo podía pasar una persona y teníamos que pasar por un risco desnudo, con quitamiedos que no era más que unos tubos sujetos a la pared como el pasamanos de una escalera, que te permitían superar este tramo. Creo que nadie se dio cuenta realmente del lugar por donde estábamos pasando sino cuando lo habíamos superado. Tal fue así que, incluso sacándonos unas fotos Merci y las chicas simularon ser bailarinas de ballet, levantando un pie para apoyarlo en el tubo y echar el cuerpo hacia detrás señalando con la cabeza el despeñadero. Pasamos en fila india uno atrás de otro la curva que hacía este risco y que enseguida subía un poco. Teniendo a Ari detrás de mí, cuando me giro para ver que tal iba y yo un poco por encima de ella (en alto), me encaro con el precipicio del barranco que me entró un hormigueo en las patas, que los calzoncillos se me cayeron y se quedaron en los tobillos. Sabiendo como es Ari para las alturas, enseguida me puse detrás de ella para ayudarla a superar esta zona, pero creo que ella no era consciente del lugar donde se encontraba, menos mal.
Pasado este fantástico tramo, continuamos el camino superando un barranquillo y a continuación otro, donde pudimos ver colgados en la pared frente a nosotros, un grupo de madroñeros que se agarraban a las paredes con uñas y dientes. Y dominando este hoyo culmina impresionante, el Roque Guanchijo.
Al echar una mirada retrospectiva sobre el lugar por donde habíamos pasado y viendo en toda su plenitud el precipicio, pensamos que si hubiéramos ido al revés, nos hubiera costado bastante pasarlo por el vértigo y hay quien señaló que no lo hubiera pasado. Por esta zona vimos venir en sentido contrario una pareja de caminantes peninsulares (lo digo por la pinta) a paso acelerado dirigiéndose hacia el paseo de tubos, en ese momento pensé para mi lo que les esperaba, saludito de rigor y pa’ lante que todavía nos queda bastante. Seguimos el sendero con el regusto de todo lo vivido, pasando por varios barranquillos que son ramales del barranco Madres del Agua que es el más profundo y sube un poco en altitud, tras rodear el Roque Camalima que se encuentra en un saliente.
Continuamos subiendo por el senderito con unas maravillosas vistas sobre el Teide, aunque las nubes y el cielo algo encapotado, a veces tapaba estas panorámicas. Ya se empezaba a notar el cansancio en los pies de algunos, pero nada que no se solucionara con alguna que otra parada durante el trayecto. Alcanzamos otro mirador natural y aquí si hicimos una parada algo más larga para un buen descanso de los pies y para comer algo para reponer fuerzas, sobre una pequeña plataforma desnuda hacia el precipicio, donde creo que se podría sentir algo de vértigo, pero hoy no porque teníamos debajo de nosotros tapando la panorámica una gran manto de nubes, ¡Que pena! Lo que sí se podía apreciar bien es el camino por donde habíamos venido y sobre todo la parte donde estaba el famoso tubo pasamanos, ¡precioso!
A la media hora nos pusimos otra vez en marcha. Después de unos diez minutos de camino, pasando por la ladera derecha del barranco veo a mi suegra que iba ya delante de mí por la otra ladera y a la que le pregunte por como iba y si le estaba gustando el recorrido. Veo que comienza a sonreír, se agacha, coge una piedra y con casi certera puntería me la lanza, para después continuar tan campante con el típico meneo de caderas de una vedette. ¡Es fantástica! Al llegar a la parte más alta de la otra ladera me fijo que todo el cauce del barranco estaba repleto de derrubios, con piedras del tamaño de un huevo de avestruz, menos mal que pasamos rápido, si hubiera habido algún movimiento raro, las patas nos hubieran llegado a las posaderas.
Subiendo por una zona del camino cubierta por los pinos, Toñi se fija hacia la derecha en un pequeño refugio sin techo, que las chicas no vieron y pasaron de largo. Este recinto estaba formado por cuatro muritos de piedra en el que solo cabían dos personas, subí por encima de esto pidiéndole a Toñi que entrara en el cuadrado para tomar una fotografía, cuando estaba enfocando la cámara me llegó de repente un ligero tufillo que se iba haciendo cada vez mas intenso, mirando a Toñi veo que se ríe a lo que respondí con un: ¡Fos! ¡jediondo ya te cagaste! Y patas para que os quiero para salir del lugar y volver al camino. Luego me encontré a la suegra sentada en el camino descansando esperando por nosotros, mínima parada y continuamos adelante, esta vez a Toñi no le quedó más remedio que quitarse el polar que llevaba, las subidas lo estaban haciendo polvo, sudando a mares. Ya al rato iba más fresco pero todavía seguía caminando el último.
En poco tiempo llegamos al Portillo del Topo y hacia la izquierda entre dos grandes pinos bajaba una pista que te lleva en una hora a La Caldera. Eran ya casi las cuatro de la tarde y Loe aquí comenzó a dar unos pequeños síntomas de enfado, porque pensaba que tomaríamos esta alternativa pues quería terminar ya el recorrido. Uno de los pinos de esta zona tenía una gran brecha en el tronco y me acerqué a él para verlo, metiéndome dentro y puedo decir que cabía en él, las paredes de este pino rezumaba gran cantidad de resina que, formaban graciosas formas de color ámbar y justo merecía que se le tomara una foto.
En una vuelta del camino ya comenzamos a divisar sobresaliendo de la masa arbórea los Roques de Aje, llamado también Roque de los Niños, en la parte alta de La Ladera. Esta vista ya nos siguió acompañando durante un buen rato. Seguimos subiendo, bajando, y otra vez subiendo en vueltas, revueltas y más vueltas; pero por un camino bastante bueno ya con el grupo dividido en tres partes que no nos veíamos unos a otros por la masa forestal, solo nos veíamos cuando nos parábamos a descansar. Y Toñi cada vez más retrasado, ya no solo en las subidas, sino también en las bajadas, alegando cualquier pretexto para demostrar que tenía razón, como que íbamos tan rápido que no disfrutábamos del paisaje, ¡chorradas! Al esperar por él para no dejarlo solo, hacía que se aumentará más la distancia de lejanía entre el otro grupo. Ari también esperaba conmigo por él, pero creo que cambió de idea al ver la actitud del tío, y poco a poco fue acelerando el paso hasta alcanzar al grupo de cabeza y seguir con ellos.
Atravesamos la ladera del barranco de Los Leres después la parte alta del barranco del Infierno y pasando Lomo Blanco a la vista del barranco de Los Rosales teníamos a la vista un tremendo dique que iba de un lado a otro del barranco. Comenzamos a subir una caminito en zigzag algo empinado por el lado derecho de este dique, por una zona despoblada de árboles y por donde ya nos podíamos ver todos ¡por fin! Se hizo un alto casi en la cima del camino para descansar un poco y para que se reuniera todo el grupo. A mi suegra se la veía ya algo cansada por el esfuerzo que estaba haciendo, pero muy entera y altiva. Caso contrario al de Toñi o eso me pareció a mí. Estábamos casi todos reunidos, solo faltaba Toñi por llegar al que todavía le faltaba un buen trocito para alcanzarnos, pero al divisar una tableta de chocolate, pidió que alguien le alcanzara un trozo. ¡Y una mierda, sube hasta aquí a buscarlo! Cuando llegó junto a nosotros se interesó por mi suegra, pero de una manera un poco rara, como para demostrar que la madre no se encontraba muy bien y él estaba perfectamente. Pues a mi juicio era al contrario porque Isabel estaba perfectamente, sudando por el esfuerzo pero muy bien. ¡Ay Toñi, que se te está viendo el plumero!
Al llegar a la cima volvimos a tener a la vista, la continuación de un dique ahora ya era un talud en medio del barranco, bastante bonito e impresionante. Y en una roca a la izquierda del camino, apareció una especie de bonsái de pino, que ya había visto en alguna de las ilustraciones del libro, pero que ahora lo tenía frente a mí y por supuesto merecedor de una fotografía. Continuamos el ascenso bordeando este impresionante dique en dirección a la cima ya junto a los Roques de Aje donde ya se terminaba la subida y comenzaba el camino a ser llano y donde en algunos puntos los brezos y el codeso cerraban el camino convirtiéndolo en una veredita algo sinuosa que ya no se podía distinguir por donde deberíamos seguir, hasta que el camino desemboca en una pista de tierra que bajaba, esta es la pista cortafuegos que baja por la Montaña Blanca, lugar donde ahora nos encontrábamos. Habíamos llegado ya al punto culminante de nuestro recorrido, tocaba ahora bajar y regresar al punto de partida.
La preocupación que tenía durante todo el camino era ver que el tiempo se nos echaba encima por el retraso y no quería que la tarde empezará a oscurecer estando en este camino que no conocía, pero ya una vez en la pista se acabaron todos los miedos. Comenzamos a bajar por la pista ahora ya todos juntos, ¡menos mal, ya era hora! En vueltas y cogiendo algún que otro atajo hasta que en una curva el estómago empezaba a apretar un poco y decidimos parar para echar algo a la barriga. Aquí Merci se sentó de una manera un poco rara cruzando los pies, que cuando se fue a levantar se sintió un poco agarrotada y se dio cuenta de que tenía los pies entumecidos, comenzó a cojear y a quejarse de dolor, pero una vez se volvieron a calentar los músculos se le quitó todo.
Continuamos nuestro itinerario en unos veinte minutos y después de un par de vueltas de la pista, metiéndonos por una pista que bajaba cortando a la que traíamos, llegamos a una encrucijada de pistas con varios letreros y un poco escondida divisamos la choza de Almadi. Llegamos a ella y se impuso un nuevo atracón de viandas y otras porquerías comestibles.
A eso de las cinco y media nos pusimos en camino bajando ahora ya bastante más descansado y relajados. Comenzamos a ver como Toñi acelera poco a poco el paso hasta que lo perdimos de vista durante un buen rato, dejando alguna que otra señal en el camino para que cogiéramos los atajos. En uno de estos Carmela interpretó mal una de estas señales que nos llevo a una zona un poco sombría por la que se veía que no seguía ninguna vereda clara. Merci algo desconfiada comenzó a ponerse un poco nerviosa, exponiendo su malestar y parecer sobre lo que estaba pasando y sobre la actitud de su hermano al dejarnos solos, cuando durante todo el trayecto habíamos tenido que esperar por él. Ella sabe lo que yo pienso al respecto cuando vamos de pateo, y tengo que darle la razón. No seguimos las indicaciones de Carmela, volvimos todos de nuevo a la pista para continuar por ella.
Pasamos por el Llano de los Corrales y continuamos por la pista en vueltas. En una de estas íbamos Mercy, mi suegra y yo por la pista que luego giraba hacia la derecha, viendo en la siguiente a Carmela y Loe que ya iban llegando a la curva hacia la izquierda, luego otra pista que giraba hacia la derecha para después girar hacia la izquierda y allá abajo en la siguiente Toñi bastante alejado. Creo que esto fue lo que nos puso un poco enfadadillos, incluyendo a mi suegra. Porque otra vez íbamos separados. Cuando lo llegamos a alcanzar por una parada que hizo, Merci le echo un rapapolvo de padre y señor mío, dándoles todos la razón. A pesar de todo para alegrar un poco el camino y olvidarnos de nuestro mal humor, se podían apreciar unas estupendas vistas del Teide y del Monteverde a esta hora con la caída del sol aunque estuviese nublado. Al poco rato comenzó a subir la bruma y rodearnos un poco de neblina que te dejaba en la ropa el regalo de un instante de lluvia muy fina que pensamos que nos iba a coger de lleno, pero solo fue eso un instante.
La pista de El Pino, que así se llamaba por la que estábamos caminando, era bastante ancha y muy cómoda de caminar, comenzaba a atardecer y ya llevábamos mucho tiempo caminando casi nueve horas. En nuestros rostros ya se reflejaba el cansancio de una dura jornada aunque muy instructiva, pero todavía nos quedaba como una hora y algo más de camino. Pasamos por delante de la choza El Topo, luego por una construcción a nuestra izquierda La Casa del Agua, y un poco más adelante con la choza de Pedro Gil. Esto significaba que ya nos faltaba muy poco para terminar el recorrido de hoy. En la choza de Pedro Gil ya en penumbra, nos fuimos todos al chorro del agua como posesos, pero solo destilaba un hilito, así que no nos quedó más remedio que esperar a que se llenara la botella y a beber por turnos.
Al lugar donde estaban los coches llegamos a eso de las ocho y dimos por finalizada la ruta de hoy, aquí estuvimos un buen rato descansando. Cuando veo que mi suegra saca del coche un estupendo biscochón relleno de frutas que en casa es un deleite pero aquí sabía a gloria bendita, receta mágica y secreta para el mejor gourmet. ¡Doña, no pierda las mañas! Y después de pasar un día estupendo con algún que otro contratiempo sin importancia, nos marchamos para casa llenos de satisfacción.
Viernes, 19 de agosto de 2005