Ante todo soy chicharrero de pura cepa, nacido en el barrio Duggi y toscalero de adopción, pero no puedo negar que Icod de los Vinos por mis raíces me tiene robado el corazón. Paseando por internet me he encontrado una joyita, que no tiene desperdicio y que para muchos pasa desapercibida y que descubriré más adelante. Cada vez que puedo suelo escaparme a Icod porque me vienen a la memoria muy buenos recuerdos. Dejar el coche aparcado y comenzar una aventura en el túnel del tiempo hacia el pasado, simplemente caminando. Salir desde El Calvario y coger la calle San Agustín, por excelencia la principal de Icod, hasta llegar a la iglesia de San Marcos, hay todo un universo de posibilidades por descubrir y me gusta callejear una tranquila tarde de sábado sin el bullicio de coches ni ruidos, solo disfrutar del silencio que te ofrecen los muros de las casas que aún así, te van contando sus anécdotas particulares a cada paso. ¿Cuántas historias nos podrían contar los adoquines de la calle ya cansados por el paso del tiempo y gastados por el deambular de paisanos y carromatos? Aún quedan esas casitas con ventanas adornadas con cortinas de cretona y visillo que detrás esconde una carita con una difusa mirada que intuyes que está ahí, pero que tu no ves.
Otra estampa cotidiana es también las clásica ventana que tienen un tragaluz que se abre y se cierra, que cuando vas caminando y te aproximas a ella, esa puertita la vez abierta sostenida por una mano y una carita que se asoma y te mira con curiosidad, pero que se cierra de un golpe al llegar junto a ella. Pasas de largo y justo después ves de reojo que se vuelve a abrir y notas en el cuello esa mirada inquisidora que te examina de arriba abajo y no te pierde de vista hasta que te has alejado unos pasos, para luego volver con el mismo ritual ante una próxima víctima.
El olor a un rico café que sale de estas casitas en tardes de frio que te hace apetecer entrar en un bar y disfrutar de tan rico elemento sentado en una mesita dejando pasar el tiempo sin prisas. Mejor aún si lo haces en el fabuloso patio del Hotel San Agustín a mitad de camino, en el que cada rincón te habla y descubres pedacitos de la historia de Icod.
Pasar sin prisas por la Media Naranja admirando los caserones que te encuentras a cada paso hasta llegar al ayuntamiento, luego disfrutar de los olores que desprende la cocina de Casa Rosa, seguimos pasando por el casino hasta llegar a la plaza, porque aunque se llame la plaza de Andrés Lorenzo Cáceres, para todos será siempre "La Plaza". Esta esconde unos rincones fantásticos que solo podrás descubrir si te sumerges en un pausado paseo por ella misma, disfrutando de los parterres, esculturas, pequeñas fuentes adosadas a una pared, los banquitos en los que esos abuelos con la experiencia reflejada en su rostro que te saludan al pasar, el kiosco con amenas tertulias del día a día y real mentidero del pueblo y la iglesia de San Marcos un tesoro para todos.
Pero mi corazoncito está puesto en una esquina de la plaza, justo en el extremo opuesto, insignificante y a veces olvidada se encuentra una pérgola que esconde un tesoro que solo puedes ver si te acercas a ella. ¿Qué cual es?… pues el mar, la vista del Drago y el padre Teide; no tiene desperdicio alguno. Aquí en esta pérgola puedes apreciar uno de los más bellos atardeceres que he visto, justo cuando el sol ha caído y empiezan a florecer las luces de las farolas de la plaza, te quedas sin palabras. ¿Cuántas promesas de amor abran visto esas columnas? o quizás algún beso robado a escondidas de miradas ingenuas.
Pero esta marquesina aún esconde otro tesoro, una magia que descubres en noches de Semana Santa, cuando te asomas a la calle del Arcipreste de Ossuna y en la madrugada del Viernes Santo a eso de las 6 con el fresco olor del poleo recién cortado que aroma el ambiente. De pronto ves aparecer por la esquina de abajo la sombra de una figura que poco a poco va revelando el resplandor de las lámparas del trono de nuestro Cristo del Calvario, en su lento ascenso por la empinada calle hacia su triste pero glorioso destino. Ver cómo lentamente asciende y pasa por debajo de esta marquesina, acompañado por la muchedumbre, con el rostro ensangrentado que suplica el perdón para todos nosotros, hasta que llega arriba a la esquina de la calle y ya en la Plaza de la Pila se produce el esperado encuentro con su madre…
Por todo esto digo que, Icod de los Vinos me puede.
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