sábado, 19 de octubre de 2002

05 De La Esperanza a La Florida


Caminata con Imprevistos

(Llamada así por la cantidad de acontecimientos que nos habrían de pasar durante toda la jornada)


    Nos despertamos temprano, sobre las cinco y media de la mañana. Esta vez teníamos planeado hacer un estupendo itinerario, hacia el Roque Bermejo y al faro de Anaga. Para eso teníamos que coger la guagua de las siete y media que sale de la estación con destino a Chamorga. Salimos de casa, esta vez también venía Merci, y como otras veces, cogimos la guagua sobre las seis y media y nos bajamos en el mercado, se impuso la comprita del pan y un dulcito para llevar puesto, aunque para darle gusto al cuerpo, esta vez tocaron a dos por cada uno. Abandonamos el mercado y nos dirigimos a la estación de guaguas. Una vez allí, nos fuimos a la placita de la estación hacia el punto de partida de la guagua hacia Chamorga y ¿...? ¡Me cago en la leche!... ¡No puede ser!... Alrededor de la parada había dos grupos grandes de jóvenes y unas personas mayores que iban a pescar, además de nosotros cuatro; y solo había un mísero micro de muy pocas plazas. Todas las veces que habíamos estado en la estación la guagüita siempre salía con muy poca gente, por no decir casi vacía, pero hoy no, ¿Qué pasó... para tener la misma idea todos?

    Pues sobre la marcha, como cualquier sitio es bueno para pasar el día, decidimos cambiar el itinerario e irnos a Las Lagunetas, en La Esperanza. Las excursiones para nosotros tienen el sentido de tranquilidad, sin agobios para disfrutar de un día en lugares donde no vaya mucha gente. Rápidamente nos dirigimos a la guagua que va al Puerto de la Cruz, que nos dejaría en la estación de La Laguna. Una vez subidos en la guagua, observamos que el micro de Chamorga salía cargado hasta los topes, incluso habían sentados unos encima de otros, y los viejillos se quedaron en tierra con las ganas de echarse una pesquilla. Bueno pues llegamos a la estación lagunera, no eran todavía las ocho de la mañana, y de suerte que allí estaba la guagua para La Esperanza. ¡Así me gusta, tempranito! Pues como en excursiones anteriores, nos dirigimos a Las Rosas y desde allí, comenzaríamos a caminar para dirigirnos al parque de Las Raíces.

    Cosa graciosa fue que, en los zarzales del camino, que en anteriores sábados había moras, no quedaba muchas y las pocas que quedaban estaban muy altas, con gran desilusión para las chicas. Luego subiendo la pendiente a nuestra derecha, Merci se fijó en una pequeña capillita que los vecinos del lugar la tienen muy bien arregladita, dedicada a la Virgen de Candelaria y donde también hay un busto de José Gregorio Hernández. Y frente a ésta en la pared de un restaurante, han pintado un mural, también dedicado a La Morenita, que está muy bien. Seguimos subiendo y por el camino bajaba un chico montado en su “piba”, ¿... o sería tal vez una chica?, la verdad es que no se sabía muy bien lo que era aquello, así que un saludito y a seguir el caminito.

    En la pista hacia Las Raíces a Loe le dieron ganas de “cambiar el agua al canario” y cuando estaba practicando éste menester, Merci se da cuenta de una cosa y le dice: ¡Mira! El susto que se llevo Loe y el rechazo que hizo hacía atrás, que nunca había visto ponerse unos pantalones tan rápido. Y todo era porque cuando estaba en posición de... ¿Cómo diríamos...? ¡Esquiar! Junto a ella y puesto boca arriba había un cráneo de perro, al que solo le faltaba la mandíbula inferior ¡Qué situación! Para una foto. Si por las trampas del demonio, estando en posición llega a pisar la mandíbula y de un salto, ésta le llega a rozar una nalga, a Loe la hubiéramos tenido que ir a buscar a Granadilla.

    Llegamos a Las Raíces, donde nos desayunamos y descansamos un poco, después de llenar las botellas de agua, nos pusimos en camino, cuando en ese mismo momento aparecía una guagua y dejaba en el parque una jauría de chiquillos y unas Marías armando un zafarrancho de combate ¡De la que nos libramos! Cogimos la pista que sale de los aparcamientos, pista de “Las Leñas”, pista que se interna en el bosque, comienza a subir para después desembocar en la pista de “Ovejeros”. Una vez aquí, seguimos por la izquierda hasta llegar al cruce con la pista “El Fayal” que por la izquierda baja hasta Barranco Hondo, y por la derecha nos lleva a Las Lagunetas. Nosotros cogimos la de la derecha subiendo entre pinos. Es una pista un poco aburrida, porque no tiene cambios, solo encuentras pinos, pinos y más pinos; sin ninguna variedad salvo al final algunos monumentos metálicos dedicados a Unelco.

    La única novedad fue que la pista era muy transitada. Primero cuando íbamos subiendo, aparecieron por detrás de nosotros, dos corceles muy altivos y distinguidos con jinete y amazona, caminando con paso elegante y muy exquisito, que no cambiaban el ritmo de marcha ni en las subidas, siempre al mismo paso, hasta que nos adelantaron y los perdimos de vista. De lo que sí nos dimos cuenta fue que los caballos debían ir cargados con regalitos porque según íbamos avanzando, nos encontrábamos con esos paquetitos olorosos en mitad del camino que seguro se les cayeron a los equinos, y como algunos de estos se habían roto al caer, se podía intuir que era algún perfume de esos caros por el aroma que desprendían, pero que debían estar un poco caducados.

    Luego nos cruzamos con un jeep que probablemente iría a buscar pinocha. Poco después fue con algunos grupitos de pibes que bajaban, practicando bicicleta de montaña. Por el calorcillo que estaba haciendo, a Loe le estaba molestando el pañuelo y se lo desató; más tarde se dio cuenta de que no lo tenía, que se le había caído en alguna parte del camino. Ya habíamos bajado un par de metros por el camino para buscarlo y cuando ya nos disponíamos a darlo por perdido, aparecieron subiendo dos de los chicos con sus bicicletas después de recorrer un kilometro en pendiente para devolvernos el pañuelo, eran dos pibes muy simpáticos y amables, todavía queda juventud sana y chachi en este mundo, a pesar de lo que la mayoría de la gente piensa.

    Por fin llegamos a Las Lagunetas, hacía muchos años que no estaba en este lugar, aunque con frecuencia pasaba de largo por la carretera general. ¡Qué cambiada estaba la zona! ¡Qué desastre! Además de la casa forestal de toda la vida, hay un bar y muchas casas acotadas por vallas metálicas, hasta incluso una casa rural famosa un poco más lejos. Para completar el equipo, también estaban los clásicos pijos, que por la pista de tierra pasaban a toda velocidad con sus motos de dos ruedas y las modernas de cuatro; como si estuvieran en un campeonato y sin respeto a los demás, levantando una polvacera impresionante. Para nada, nos apetecía quedarnos en un lugar tan pintoresco como éste.

    Seguimos bajando por la pista hasta llegar a Fuente Fría que visto lo anterior, está muy bien, ha sido acondicionado de tal forma que resulta bastante agradable para clásicos domingueros que después de estar toda una semana trabajando rodeado de gente, gustan de estar en las mismas condiciones el fin de semana. De todas formas, está muy bien, porque junto a la pista han hecho unos aparcamientos y en el hoyo: los antiguos chorros con llaves automáticas, una cabaña donde están los fogones y alrededor unas pocas mesas. Tengo que reconocer que está muy bien, aunque me repita. Allí había gente celebrando una fiesta. Aquí hicimos una parada mínima para coger agua y echarnos un trago de la misma ¡Buenísima, fresquita que da gusto!

    Continuamos bajando por la pista, y un par de curvas más adelante en el cruce con la pista Cabeza de Toro, entramos en ella e hicimos ya una parada con fundamento para dar buena cuenta de un condumio de frutas y descansar un poco. Estando aquí vimos bajar y subir motos y bicicletas. Nos llamó la atención, un matrimonio alemán de edad madurita: Él muy bien, se veía que practicaba este deporte; pero ella un poco rezagada, colorada como un tomate, se veía que le costaba ¡Oye, que la pendiente se las trae en lata!

    Media hora más tarde, continuamos nuestro camino bajando por la pista de Fuente Fría, ya que nos quedaba poco para llegar a nuestro destino, el parque recreativo “Lomo la Jara” y finalmente Agua García, cuando nos encontramos con una encrucijada de caminos, de donde salían tres pistas sin señalizar. Al no saber cual coger y ante la duda, decidimos continuar por la pista de Fuente Fría, hasta que llegamos a un punto de la pista donde nos encontramos con un cartel que ponía “T.M. El Sauzal”, ¡Me cago en la leche!, Ya nos habíamos pasado, pues a partir de aquí, la excursión se convirtió en un imprevisto total (de ahí el título), ya la pista no bajaba comenzaba a ir en llano.

    Lo primero que nos ocurrió fue que al grupo se unió un fulelé (o caballito del diablo) de un color azul turquesa muy bonito y que nos acompaño durante todo el camino; haciendo el papel de uno de esos nuevos guías de un centro de visitantes que nos lo enseñaba todo con el revoloteo y movimiento de sus alas. Seguimos adelante, encontrándonos más parejas montando en bicicleta, saludito de rigor y caminito adelante, La pista divide esta zona en dos: la zona de pinos a la izquierda y la de matorrales, zarzas y arbustos a la derecha, abriéndose también grandes claros que nos mostraban unas impresionantes vistas de montañas cubiertas de un intenso color verde esmeralda en contrapunto de un cielo azul claro, nítido y diáfano, que solo lo manchaba de forma graciosa, unas pocas nubes colocadas estratégicamente con cierta armonía, para que la escena, no resultara aburrida y de fondo un poco tamizado por la luz, nuestro querido Teide, y a sus pies sumisa la corona forestal.

    Un día muy bueno, y eso que la previsión meteorológica del día anterior nos indicaba lluvia y fuertes vientos en zonas de medianía y en altura. Para otra vez, cuando la previsión sea de “lluvias y vientos fuertes”, coge el bañador y la toalla para ir derechitos a la playa. ¡Qué petardos son! Estos deben de pertenecer al gabinete astrológico de alguna bruja, y por si acaso “dos velas negras que te vas a c_ _ _ _ _”, ¡No dan una!

    Continuamos por el camino y nos encontramos con varias pistas que nos salían al paso, pero estas si estaban señalizadas con letreros de madera nuevos, que el cabildo ha colocado (por fin, algo que hacen bien). Desde aquí se apreciaban unas vistas de Tacoronte, Los Naranjeros y Agua García muy interesantes. Después de un rato de camino, en el suelo empieza a brillar algo que, según te situaras brillaba más o menos, era una alianza de oro con dibujos en forma de red y que eran los que producían los destellos. Probablemente su dueña (por el tamaño) era una novia engañada que acabaría por descubrir las fullerías de su amado y que en este mismo lugar enfrentándolo con la verdad, quiso terminar para siempre con el pacto, lanzando al suelo el sagrado compromiso que la ataba a él (Ya estoy otra vez soñando). Pues al bolsillo que a mi no me importa de quien fuera, oro es oro.

    La pista seguía recta y a nuestra izquierda continuaba el tapiz forestal, que solo quedaba ensombrecido por unas estructuras metálicas, premio a la ecología concedido por y para Unelco (aunque sé que son necesarias), pero aún así intentando ignorar que no están, no me impedían admirar el espléndido panorama que se presentaba ante nosotros, ahora estabamos, según el cartel, en el T.M. La Matanza. Por aquí nos llega el olor del brezo, mezclado con el de unos cuantos eucaliptos que hay por la zona. Andando nuestro camino, pasamos ahora por el T.M. de La Victoria y nuestro amigo el fulelé, delante como fiel escolta, atento a cualquier peligro y abriendo paso. Por esta área, apareció un grupo de motos de dos y de tres ruedas que harían después todo el camino, pues nos los encontrábamos cuando hacían paradas. Por este sector ya nos estaba tocando un poco el cansancio y las primeras molestias de los pies, pero seguimos adelante pues el ímpetu y ansía de descubrir algo nueva era mayor y el paisaje merecía la pena.

    Entramos en el T.M. de Santa Ursula, y después de caminar un rato, nos encontramos a la derecha, en una olla, el parque recreativo Hoya del Abade, cuya entrada estaba presidida por un gran pescado, hecho de madera de pino muy original, pero yo me pregunto ¿Qué hace un pescado por estos andurriales? Estaba muy bien la zona de recreo, con mesas y columpios y para ser sábado, había gente disfrutando del día. Un poco más adelante, la pista quedaba cortada por unas obras que está acometiendo el cabildo, haciendo un pontón (puente ancho) para unir las laderas de un pequeño pero profundo barranco, que estaba en muy mal estado, aunque el paso estaba cerrado, incluso se prohibía el paso a personas, nosotros viendo que no había ningún peligro, saltamos la cadena y seguimos la pista, pasando por encima del pontón que ya estaba terminado, solo faltaba subir los muros. Pero eso sí, con mucha precaución por si acaso.

    Ya eran casi las cuatro de la tarde, cuando empezábamos a sentirnos cansados y con ganas de dejar la pista por la primera que se nos apareciera y así llegar al pueblo de Santa Ursula. Seguimos adelante y se nos aparece, como anillo al dedo, una pista por la derecha que ponía Tosca Barrios, pero decidimos no bajar por aquí, porque por ella se llega a unas zonas donde hay gente conocida nuestra y no teníamos ganas de visitar a nadie, así que seguimos adelante por una pequeña pendiente, que para Merci era mortal, del malestar se quejaba cada vez que pasaban las motos porque tenía que parar y apartarse del camino y también por el fuerte escándalo que armaban pues iban a todo trapo por la pista. Por el lado derecho teníamos un profundo barranco que, si por un accidente uno se cayera, se tardaría bastante rato en ser encontrado. Desde La Victoria a Santa Ursula el monte de pinos se va mezclando con la laurisilva y zonas de fayal brezal, pues siguiendo nuestro camino, en una de las curvas, vimos lo que creo que es un pequeño atentado ecológico, pues aparecieron unos cinco o seis cipreses grandes y altísimos, que por la disposición que tenían, seguro que fueron plantados, y que, a mi parecer, estaban fuera de lugar, haciendo el papel de intrusos dentro de la laurisilva.

    Ahora aparecían en el camino algunas pistas, pero estas no tenían salida. Después de pasar unas cuantas curvas, llegamos a otra pendiente y a una curva cerrada, que tapaba el otro lado, al final de esta curva se nos aparece en todo su esplendor un grandísimo, abrupto y profundo barranco, donde la ladera opuesta se veía bastante lejos y que para llegar allí tardamos aproximadamente una media hora de camino. Al final del barranco se podía divisar el gran puente de la autopista que une ambos lados del barranco. Por ciertas curvas donde no había tanto follaje, se podían apreciar unas vistas muy bonitas de toda la zona de La Victoria y Santa Ursula.

    Y seguimos adelante con nuestro amigo el fulelé, como un niño con su globo, ya bastante cansadillos. Al fin, la pista del Rayo, desemboca en otra que venía de arriba del monte y continuaba. Aquí había dos carteles: uno decía que estabamos en Cuatro Caminos y el otro, que la pista iba hacia Santa Ursula y a La Orotava. Comenzamos a bajar por la pista aliviados y un poco más alegres porque veíamos que ya íbamos a llegar... ¡Y una mierda! Todavía nos quedaba bastante camino.

Bajando por la pista nos sale a la izquierda, la pista que va hacia la Orotava, continuamos bajando y por esta zona, nos encontramos con el único grupo de gente que subía caminando la pista. También algún que otro jeep conducido por algún que otro magito (esto se nota enseguida). Después de estos, un grupo de motos de cuatro ruedas como haciendo un safari, donde en cada una venían dos personas. En la última de estas motos venía conduciendo una extranjera que yo creo que venía promocionando algún producto lácteo y que después se hacían los pedidos por Internet, porque con el movimiento de la moto, los embaces que retenían el producto, que aparentemente venían sueltos (que por ciento antiguamente eran metálicos y se llevaban en la cabeza con un rodete de tela) tenían un movimiento de vaivén de izquierda a derecha con giro y saltos de arriba abajo ¡Y no se derramaba nada! Y eso que estaban sujetos por un trozo de tela negro, anudado al cuello y a la espalda ¡Buenas cántaras señora! Que Dios se las guarde y conserve para que nadie les haga mal de ojos. ¡Cómo cambian los tiempos! Si esto lo llegan a ver nuestras queridas lecheritas, salen despavoridas.

    Continuamos bajando y llegamos a un cruce donde terminaba la pista de tierra y seguía ahora por asfalto con un sendero a la izquierda de tierra, justo aquí nos abandonaba nuestro compañero de viaje el fulelé ¡Adiós amigo y hasta la próxima! ¡Buen muchacho y un guía muy barato! En esta encrucijada había un furgón con una chica y nos indicó, que por el camino llegaríamos antes a Pino Alto y que, pasando por una plaza con una ermita, llegaríamos a otra pequeña placita y aquí cogiéramos a la izquierda. Pues así lo hicimos, por el camino de tierra, pero para como teníamos los pies, estaba echo un campo de minas, aunque la chica tenía razón se cortaba bastante camino, accediendo otra vez a la carretera bastante más abajo. Ya eran cosa de las seis y diez de la tarde y según íbamos bajando, se observaban unas asombrosas vistas del Valle de La Orotava, Los Realejos y Puerto de la Cruz.

    Cuando llegamos a la placita, había gente sentada pasando la tarde y siguiendo las indicaciones de la chica, cogimos a la izquierda, pues se equivocó, era hacia la derecha. Al rato de ir caminando veíamos que nos acercábamos más al Valle y nos alejábamos de Santa Úrsula, ahora estábamos en el barrio de Pino Alto, ¡y yo p’atrás no vuelvo, ni pa’ coger resuello! Seguimos adelante. Pasamos por unas casas que tenían de particular, unos buzones de correo que estaban decorados muy simpáticos, incluso había uno que simulaba una casa de muñecas, con sus ventanas y puerta. Luego nos encontramos con una fuerte pendiente, ¡Qué pena para nuestros pies!, donde los coches subían a todo meter, porque si no se quedarían a mitad de la cuesta. Bajamos ésta y seguimos por otra calle que sube para dirigirnos a un núcleo de casas que se veía. No sabíamos bien donde estábamos.

    Al final de la subida, después de aguantar muchas quejas de una de las chicas, aunque sé que tenía razón. Loe vio una cabañita con un asiento largo, frente a un bar y pensó que esta era la parada de guaguas, salió disparada hacia ella, pero resultó que no era. La parada estaba bajando la calle que cortaba a la nuestra, en otra cabañita. Eran ya las siete menos veinte. En la parada había dos chicas, a las que le preguntamos por el horario de la guagua y nos dijeron que, sobre la siete menos cuarto, aunque nos lo dijeron riéndose, porque no son puntuales. Sabíamos que estábamos en la Orotava, pero aún no sabíamos en donde y por vergüenza, por no hacer el ridículo y nos trataran como a ignorante, no preguntamos nada ¡Fuerte estupidez por nuestra parte!

    Al poco rato apareció una guagua que ponía “La Orotava, La Florida, Los Pollos” y cogimos pues la guagua que venía de La Florida. Ésta nos llevo por unas calles estrechas que en algunos puntos tenía que parar, porque muchos coches mal aparcados le impedían seguir; en otros lugares las aceras eran estrechas o no existían que incluso podías sacar la mano y saludar a cualquier María que estuviera asomada a la ventana. En uno de estos lugares en los que la guagua tuvo que parar, me fijo en el letrero de un comercio y leo “Panadería, Dulcería La Florida”, Merci y yo nos miramos y empezamos a reírnos, pues la guagua no venía de la Florida, sino que estaba en ella. Aunque tengo que decir que el barrio estaba cambiadísimo, no lo reconocí sino cuando llegué al cruce. La guagua siguió por Los Pollos y salió por la carretera que va a La Perdoma. Ya luego a la estación que serían cosa de las siete de la tarde.

    La guagua para Santa Cruz, procedente del Puerto de la Cruz salía a las ocho menos cuarto. ¡Teníamos que esperar tres cuartos de hora! En ese momento apareció una que iba para el Puerto por Las Arenas, pues para no esperar la cogimos. Menos mal que con el bonobus te puedes mover a muchos sitios con muy poco dinero, Merci me dijo riéndose que parecíamos "giris”, haciendo un tour turístico por la ciudad. Esta guagua pasa por la zona comercial de El Mayorazgo y desde luego por el C.C. La Villa (o sea Alcampo) ¡Ay! ¡Lo que consigue el vil dinero! Llegando a la estación del Puerto, vemos como se nos escapa la guagua para Santa Cruz, bueno pues a esperar en vez de salir a las ocho menos cuarto de la Orotava, salimos a la misma hora del Puerto.

    Una vez en la estación, no sé si por una corriente de aire, por una bajada de tensión o por el mal estar del cuerpo del propio viaje, a mi querida Ari le dio como un vahído, un mareíllo vamos, que se quedó blanca como un fantasma, más pálida que un gufo, con perdón, toda mareada y con ganas de vomitar. La madre la acompañó a los servicios y Loe y yo nos quedamos fuera. Pues justo en ese momento, aparecía mi guagüita/gusano ¡Me cago en la leche! ¡Qué inoportuno! Loe fue rápido a buscar a las chicas pues en la parada había muy poca gente y la guagua arrancaría enseguida. Pero yo no sé lo que pasó que, como si de unas grandes rebajas se tratara, empezó a llegar gente que no sé de donde salió y se armó una cola bastante grande. Así la niña pudo volver a los servicios y terminar bien la faena, llevándose las dos orejas y el rabo. Por suerte que después se le quitó todo. Bueno, por fin nos subimos a la guagua, pero dentro hacía un gran calor, pues era de grandes ventanales condenados y solo estaban abiertos unos ventanillos pequeños en lo alto, pero al estar la guagua parada no entraba aire; y eso que, como en los aviones, con la mano abrimos los aparatitos que acondicionan y dirigen el aire hacia tu cabeza, pero ni así, a esto se le sumó algún problema que tenía el conductor con una conversación un poco acalorada, en la cabina de información de Titsa de la estación, pero al fin salimos.

    Llegamos a casa sobre las nueve de la noche, cansados, agotados, molidos y lleno de dolores por todos lados; pero aún después de todos los imprevistos e inconvenientes, haciendo una encuesta general, ¡Sí! Volveríamos a repetir la experiencia, vale la pena y nos llena de vida. Y el pobre Trufo, solo todo el día en casa.

Sábado, 19 de octubre de 2002

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