viernes, 30 de mayo de 2003

18 Cabezo de Tejo

 

“Ve confiado amigo caminante que el alma de un senderista asegura tu camino”

    Hoy se conmemora el Día de Canarias y a mi entender creo que lo mejor para celebrar este día es introducirte de lleno en la historia, el folclore o en las costumbres populares, para poder comprender nuestras tradiciones, pero no solo hoy sino todos los días del año. Para mi una opción es caminar y sobre todo hacerlo recorriendo los antiguos senderos que conectaban a los dispersos caseríos de nuestra orografía, la cantidad de kilómetros que se andaban y lo difícil que era a veces atravesar los profundos barrancos. Hoy por unanimidad, dentro de varias opciones, hemos decidido hacer una buena y muy bonita caminata. El recorrido previsto parte desde el túnel de Taganana, pasando por El Bailadero, el Pijaral y la excursión de Cabezo de Tejo. Poco a poco vamos cerrando el anillo del parque forestal de Anaga, gracias a mi entrañable guía, que tantos días agradables me ha brindado, aunque aún falta mucho pero no importa, tenemos toda una vida.
    Nos levantamos a las seis menos cuarto y después de un tonificante baño de agua fría, celebramos el día con un buen café y un espléndido plátano canario, que mejor forma de empezar el día ¡Qué viva el potasio!

A eso de las seis y media nos fuimos para la parada de guaguas donde cogimos la perrera que venía del Tablero. Esta nos viene muy bien, porque nos deja en el mercado, porque tenemos la intención de comprar el pan allí. Pero por el camino Merci recordó que es fiesta y que probablemente el mercado estuviera cerrado, y así fue. Pero aún nos quedó la opción de un horno de pan que se encuentra en la calle lateral del mercado, a la que ya habíamos recurrido en otra ocasión. Después de comprar el pan, también compramos unos lasitos de hojaldre para el camino, ya que las chicas se habían levantado y sin echarse nada a la barriga, nos marchamos para que no se nos escapara la guagua. Dentro de la dulcería nos tocó el típico borrachito de amanecida, tranquilo y respetuoso, pero un poco pejiguera, aunque solo hubo algún que otro piropillo a destiempo, pero comprensible en su estado. Pasamos del tipo y seguimos nuestro camino.
    A las siete y cinco, puntuales salimos en guagua de la estación, junto con dos mujeres que por el atuendo también se iban de senderismo. Una vez en San Andrés, sí subió más gente, alguno conocido de otras veces. Y ¡Vámonos compadre, que se nos hace tarde! Y sobre todo despacito que vienen curvas... Pues creo que hablé demasiado alto, porque en todo el trayecto, parecíamos un jarabe que tiene que sacudirse antes de ser tomado ¡Qué rápido iba el chofer! A Ari varias veces tuve que medio despertar porque el movimiento de la guagua es para ella como un arrorró, pero corría el peligro de esnuncarse, tal es así que medio dormida más de un cabezazo se dio. Aunque tengo que decir que se queda siempre dormida en cualquier vehículo.
    Al llegar al túnel antes de comenzar el sendero tuvimos que esperar y descansar un poco en el pequeño parque porque las chicas venían un poco mareadas debido al bamboleo y la rapidez con que nos traía el chofer. A Ari en especial comenzó a dolerle la barriga, pues entre: las porquerías del día anterior en la fiesta del colegio, el ayuno forzoso y el movimiento de la guagua, fraguaron un buen potaje.
    Sobre las ocho menos cuarto, comenzamos a subir por nuestro ya conocido senderito. En diez minutos estabamos en El Bailadero. Una vez allí observo junto al restaurante de color verde, justo a su derecha, el sendero empedrado hacia Taganana, señalado con un cartel de madera. Por un momento pasó una idea por mi cabeza “Nuestra próxima caminata” A las chicas se lo dije, que sería la próxima, ante la fantástica vista de Taganana y enseñándoles el empedrado camino de bestias, pero esto será si Dios quiere, en otra ocasión. Comenzamos a subir por la carretera en sentido hacia Chamorga, enseguida nos tropezamos con un edificio que en otra ocasión nos pareció un colegio (aunque en este sitio no tenía ningún sentido) pero que es el albergue rural de Anaga, una construcción del cabildo sobre un balcón hacia San Andrés. Seguimos adelante por la carretera, admirando a izquierda y derecha: Taganana, Almáciga y Benijo. Luego hacia la otra banda San Andrés e Igueste.
    En unos quince minutos llegamos al principio del sendero del Pijaral. Aunque el paso por esta zona está restringido al ser declarado zona de exclusión, pero como es temprano y aún no hay nadie, nosotros nos metimos por aquí. También por varias razones:
- Primero porque nos da la gana, ya que pienso que nadie puede cortarnos la libertad de andar por cualquier camino comunal, eso si, siempre sin perjudicar a nadie.
- Segundo porque es un sendero que corta muchísimo el trayecto y te evita la cantidad de curvas que tiene la carretera.
- Y por último y para mí la razón más importante es un sendero del que quedé fascinado desde el primer día que lo hice y aún no sé el porqué. Quizás sea esa aura de misterio y romanticismo que se te pega a la piel, a medida que paso a paso te vas internando en sus entrañas ¡Bueno, me gusta y punto!
    A Ari le seguía dando la lata el estómago, pero seguimos adelante. La niña demostraba entereza pero su cara reflejaba lo mal que lo estaba pasando, aunque yo diría que también había un poquillo de teatro.
    Esta vez el sendero no tenía tanta humedad como la última vez, pero sigue siendo muy agradable caminar por él, ya vamos identificando cada vez más los árboles y arbustos, algunos ya abatidos sobre el sendero, que te dificultaban el paso. Sobre las húmedas piedras se asentaban los musgos y líquenes que también se acomodaban en las ramas de los árboles, formando cortinillas o pelucas naturales. Y por supuesto los grandes helechos sobre todo el emblema de esta zona La Píjara. Al conocer ya este itinerario, nos resulta mucho más fácil, pues realizarlo solo nos llevó unos tres cuartos de hora.
    Una vez en la carretera solo nos llevó unos cinco minutos llegar al parque de La Ensillada, hora ya de descansar un poco desayunar y de llenar las botellas con la riquísima agua de los chorros del parque. Ya aquí podíamos elegir la mesa que quisiéramos porque a esta hora teníamos el privilegio de tener un parque para nosotros solos. Después de renovar todas las energías perdidas, a eso de las nueve y media abandonamos el parque y comenzamos a hacer ya el sendero de Cabeza de Tejo. Para eso cruzamos la carretera y subimos el camino ancho que paralelo a la pista sube por la zona habilitada para acampar, que por cierto está muy bien acondicionada y limpia. Ya me gustaría a mi pasar aquí una noche y a la luz de un candil, ya que la hoguera o fuego de campamento está prohibido, poder echarnos unos cuentos de brujas o de miedo. Rebasada esta zona el sendero se estrecha, pero sigue siendo muy cómodo para caminarlo y muy agradable por los árboles porque vas por monte cerrado.
    Al poco rato nos desviamos por una vereda que sube a nuestra izquierda y que nos lleva a la parte alta del roque Chinobre, ese que visto de lejos parece el pecho de una mujer. Este es uno de los puntos más altos de nuestra ruta, el final de esta vereda es una roca descampada con un punto geodésico. Cuando llegamos a este lugar estaba cubierto por la bruma, con mucha pena nos íbamos a marchar, cuando de improviso como si alguien hubiera oído nuestra suplica, comenzó tan fino telón a moverse lentamente de izquierda a derecha, dando comienzo un fantástico paisaje. Una bellísima panorámica del barranco con Igueste a sus pies, luego Taganana jugando al escondite con su roque de Las Ánimas, más cerca Almáciga y Benijo. Aunque cada uno de ellos, enmarcados con suave tisú de neblina que difuminaba el cuadro, como si de una fotografía antigua se tratara, para luego el blanco telón volverse a cerrar, dejándonos solo la visión de los árboles que teníamos delante. Fue una verdadera suerte. Cuando ya nos disponíamos a marcharnos, un pequeño resplandor en el piso, junto al punto geodésico y al borde del risco, nos llamó la atención. Este era una placa que está dedicada a la memoria de un senderista fallecido, y en la que estaba escrita la siguiente leyenda: “Ve confiado amigo caminante que el alma de un senderista asegura tu camino” o algo parecido. Me pregunto si sería él, el que... Bueno mejor dejémoslo así.
    Volvimos otra vez a la encrucijada de caminos en el sendero principal, donde en ciertos puntos había un fuerte olor que dicho finamente, sería como una especie de putrefacta humedad, pero que a alguna de la compañía oí decir: ¡Fos coño! ¡Fuerte pestazo a mierda! Y seguimos adelante. Cinco minutos más tarde, nos sale por la derecha un sendero que baja y que te conduce por el monte de Las Chamuscadas, pues por aquí será nuestro regreso. Proseguimos nuestro camino hasta que llegamos a un pequeño llano, que según mi querido librito, es un antiguo calvero, usado para hacer carbón vegetal, es el Llano de Cha Mariquita. Aunque el llano si estaba, nosotros no pudimos apreciar el calvero o lo pasamos sin darnos cuenta. Así que continuamos y enseguida llegamos a una roca que invade un poco el camino y que era un poco más alta que nosotros. Junto a ella aparece el mojón MP-37, es la Piedra Jurada. A ella la rodea una vereda muy estrecha que en un claro, como el que se asoma a una ventana, te deja ver la costa de Benijo, y otra vez al sendero.
    Desde La Ensillada hasta aquí hemos venido bajo un techo de laurisilva, pero delante de nosotros hay un claro en el monte. Al alcanzarlo de improviso nos sorprende saliéndonos al paso, como dándonos la bienvenida un impresionante pitón, que al llegar a su lado te hace sentir insignificante, es el Roque Anambro. Grande como un titán pero que amablemente te invita a pasar sobre sus pies para que sigas tu camino. Desde este claro pudimos ver las crestas del macizo de Anaga y desde aquí distinguimos el Chinobre. Proseguimos tranquilamente disfrutando del sendero y otra vez comenzamos a bajar por monte cubierto durante unos cinco o quizás diez minutos, hasta que salimos a una pista de tierra. A nuestra izquierda aparece una explanada donde había un maravilloso mirador, aunque con algunas de las vallas de troncos caídas, pero que está colocado en un lugar estratégico, justo debajo de Cabezo de Tejo, este lugar es el final de la pista de tierra. Desde aquí se pueden apreciar espléndidas panorámicas de casi todo el arco costero de Anaga: desde el Roque de Afuera cerca del faro hasta los Charcos de San Mateo en Punta Hidalgo y a nuestros pies, el caserío del Draguillo. Aquí te puedes dar cuenta de la inmensidad del parque rural o tener una idea aproximada de su grandeza. También aquí pude divisar como seguir el sendero de la Ruta a Las Palmas, la nuestra no la de enfrente, para hacerla pronto.
    Después de estar un rato descansando, admirando el paisaje y atacando una tableta de nuestro oro negro con buches de agua fresca, oímos unas voces que venían del sendero, era hora de dejar sitio, aunque el mirador es bastante amplio a los que vienen bajando que también tienen derecho. Continuamos por el senderito que en escalones y un poco pendiente comienza a bajar por un extremo del mirado. Ahora es época seca, pero en invierno bajar por aquí tiene sus riesgos, pues los escalones tiene bastante musgo. Un poco después se llega a un cruce de caminos, es la Cruz del Draguillo. Continuando por este sendero se puede llegar hasta el faro de Anaga, por la cumbre. Regresando al cruce, nos cruzamos con los dueños de las voces que oímos desde el mirador, eran cuatro señores de edad, dos hombres y dos mujeres que con sus correspondientes palos, estaban pasando el día de Canarias haciendo su caminito, como nosotros. Me pareció fantástico verlos y ellos si siguieron subiendo por el sendero.
    Al llegar al cruce, cogimos el senderito que directamente te lleva a Chamorga por el barranco de La Laja, donde casi al final, en algunos puntos de su cauce había agua corriendo. Por este camino ha sido donde más cantidad y más bonitas crestas de gallo hemos visto, estrellitas y una planta con una flor de color azul, preciosa que investigando más tarde descubrimos que es la violeta de Anaga. Bajando por el sendero nos tropezamos con algunas parejas de extranjeros que lo subían, saludo de “Gurbay” en inglés macaronésico como la cabra de Pepe Monagas, para que se nos entienda y quedar bien.
    Ya casi en el caserío de Chamorga pasamos muy cerca de unas huertitas de papas ya con sus flores y enseguida el sendero sale frente a la laza de la ermita. Esta ermita está dedicada a La Purísima y que por suerte la ermita estaba abierta, y pudimos echar un vistazo al interior. Luego hicimos nuestra parada de rigor en la plaza, frente al perpetuo escenario, en un banco al que cobijaba la sombre de un viejo baobab, por cierto el árbol con el tronco todo lleno de nudos y con más arruga que un viejo centenario, el suelo de la plaza estaba repleto de sus pequeñas semillas. Que delicia descansar aquí, no se oye absolutamente nada, todo es una inmensa paz que como un manantial va brotando suave y poco a poco, a veces interrumpido por el sonido decrépito de algún vehículo pero enseguida te vuelve a conquistar el imperio del silencio, acompañado de la sutil brisa que viene del barranco. Me gustaría poder encerrar en una caja un poco de este momento, para luego en casa en momentos de cierta intensidad, cual caja de Pandora, abrir y dejar escapar todos los efluvios de esta sana naturaleza, ¡Qué felicidad si se pudiera realizar esto!, ¡Qué fácil es dejar escapar la imaginación en un lugar así! Son ya las doce y media y seguimos descansando con nuestro cuadro de energía, alguna que otra fruta y nuestro más preciado líquido: el agua. Reflexionando un poco, desde La Ensillada hasta aquí, es el sendero nuevo, que aún no conocíamos, pues todo lo anterior y lo que nos faltaba ya lo habíamos realizado con anterioridad. Para mí ha sido uno de los senderos más bonitos que hemos hecho, aunque cada uno de los anteriores ha tenido su particularidad.
    A eso de la una menos diez, nos pusimos en marcha para hacer el camino de regreso por otra ruta, y así completar el anillo del sendero de Cabezo de Tejo, y además íbamos muy bien de tiempo, pues en estos lugares tienes que tener muy en cuenta el horario de las guaguas. En la carretera, en un lateral de la plaza de la ermita y frente a la parada de guaguas, sube el sendero (también nuevo para nosotros) que en fuerte pendiente y por u8n hilo de vereda, toda cubierta por los tejos, te lleva en unos diez minutos o quizás menos, a la última curva de la carretera, antes de llegar al túnel de La Cumbrilla. Con lo que evitas tener que hacer la sufrida y fatigosa subida de la carretera. Subiendo por este sendero nos encontramos con un curioso cruce de veredas, donde una tabla pintada a mano a modo de cartel extraño, indicaba lo siguiente:
- Una flecha hacia la izquierda <- Chamorga.
- Una flecha hacia la derecha -> Túnel de La Cumbrilla.
- Una flecha de frente = NO en grande.
Más o menos era comprensible y seguro que antes de colocar el tablón, probablemente más de uno algo despistado habría seguido el camino recto que es más cómodo pero este va a salir a una casa particular. Nosotros cogimos la vereda que sube y con gran esfuerzo llegamos arriba.
    Pasamos el túnel y comenzamos a bajar hacia el cruce de carretera y la pista del Roque de las Bodegas, y continuamos adelante cogiendo interesantes veredas, unas veces cruzando el cauce de un barranco a través de un cañaveral, otras subiendo paralelo a la carretera, pero que en ciertos momentos estabas a bastantes metros de altura con respecto a la carretera que daban cierto miedillo, aunque los árboles hacían de quitamiendos para evitar el vértigo. Estos atajos nos aliviaron muchos tramos de la carretera, ésta prácticamente la cogimos muy poco sólo lo justo para dejar un camino y conectar con otro. La última de estas veredas nos llevó por el monte de Las Chamuscadas, hasta llegar al cruce con el camino a Cabezo de Tejo y desde aquí en muy pocos minutos al parque.
    En La Ensillada ya había gente disfrutando del día. Aquí me hizo gracia un suceso, pasando por la zona de acampadas. Había un grupo de gente que muy alegres, se hallaban almorzando. Loe, de todo lo que había fijó su vista en una fiambrera con un riquísima tortilla de papas con sus cebollitas, (por lo menos rica en aspecto), y agarrándose la barriga, nos dijo que le había entrado hambre repentina, comenzamos todos a reírnos y nos dirigimos hacia la zona de las mesas junto a una con chorro, para liquidar las existencias que nos quedaban. Una vez barriga llena corazón contento, reanudamos la marcha a eso de las dos y media, para así con algo de suerte llegar a tiempo de coger la guagua que desde Taganana sale a las cuatro menos veinte de la tarde, aunque aún nos quedaba bastante camino pues teníamos que pasar El Pijaral, pero nada, íbamos muy bien de tiempo.
    Seguimos la carretera hasta que encontramos el sendero del Pijaral, donde nos encontramos con dos chicas que probablemente habían venido por él y comenzaba a hacer el camino de regreso, en una especie de desenfrenada carrera por su parte que solo tenia dos competidoras, ellas mismas. Esto es algo que ya hemos visto otras veces, lo de que no gusta ser adelantado. Pasamos todo el bellísimo sendero del Pijaral y por fin legamos al último tramo de la carretera, donde vimos a los dos proyectos de atletas anteriores coger su coche en dirección a Chamorga.
    Ya eran las tres y media de la tarde y en los claros de la carretera, echábamos un vistazo hacia Taganana para ver si podíamos divisar la silueta de nuestra perrera de Titsa subiendo por la carretera, pero nada, ni rastro de ella. Seguimos bajando hacia el Bailadero, y desde aquí por el sendero al parque en la carretera cerca del túnel de Taganana. Pues al principio de éste nos dimos cuenta de una tremenda huerta de papas, ya en flor que no habíamos visto cuando subimos ¡Dios me las guarde y me las bendiga, desde los pies hasta la barriga! Y seguimos con tiempo, pero sin bajar el ritmo de marcha. Al pequeño parque del túnel llegamos a las cuatro menos cuarto, había un grupito de gente joven pasándolo bien. Nosotros caminamos un poco hacia la boca del túnel y nos sentamos en un mojón de la carretera de tal manera que desde aquí se podían ver los coches que procedentes de Taganana, entraban en el túnel por la boca opuesta a la nuestra. Les contamos el tiempo y tardaban más o menos, como unos treinta segundos en pasarlo. Cuando las chicas enfocaron y vieron que por la boca del túnel aparecía la guagüita, se levantaron como si les hubiera estallado un volador en los pies y salieron corriendo hacia la parada, como alma que lleva el diablo y eso que la misma estaba a unos veinticinco metros. Es la primera vez que veía la guagua tan llena de gente, ésta si iba mucho más despacio que la de por la mañana. Justo detrás de nosotros iba un grupito de excursionistas que probablemente venían de Almáciga y en el trayecto, aunque no soy cotilla pero como hablaban en alto, no puede evitar oír la fase “... y la próxima, al barranco de Los Cochinos”, al escuchar esto los ojos se me abrieron como chopas y los oídos como dos auténticas parabólicas, captando ahora el menor detalle de todo lo que decían Pero bueno, pensándolo mejor la zona de Teno ya empezaremos a conocerla cuando tengamos un poco más de experiencia.
    Llegamos sin novedad a Santa Cruz y para casa a comer pues ésta tarde nos espera un banco en Valleseco y algún que otro helado para disfrutar de la brisa marina viendo entrar o salir al jetfoil y al catamarán y si tenemos suerte, algún que otro barco. Hay alguna otra forma mejor de pasar el día de Canarias, que la que hemos pasado hoy.

Viernes, 30 de mayo de 2.003

sábado, 24 de mayo de 2003

17 Punta Brava – La Montañeta

 “Por la cuesta de La Pasión”

    Esto de las caminatas aunque sean urbanas, una vez empiezas a cogerle el gustillo, no acabas. Te vas entusiasmando de tal manera que engancha y crea hábito como cualquier vicio, con la diferencia de que éste es muy sano. Hoy como ya tenía medio planeado la semana pasada, nos vamos al Puerto de la Cruz, para dejar el coche en Punta Brava y desde aquí, comenzar el itinerario previsto junto al extremo occidental del Loro Parque. Pero como suele ocurrir no hay sitio para aparcar en la avenida ya que hoy debido al tremendo calor que hace, la gente de las cercanías ha venido a darse un chapuzón en Playa Jardín, por lo que nos vemos obligados a subir por la avenida que está junto al Loro Parque y en una de las calles hacia la derecha de la urbanización, dejamos el coche. Luego bajamos un poco y por la tapia exterior del Loro Parque, comenzamos nuestra ruta de hoy.
    Seguimos recto toda la avenida hasta casi el final, buscando la sombra que nos ofrecían los árboles del recinto, con sus ramas extendidas hacia la calle, y acompañados con el sonido estridente de los loros tenores y las cacatúas soprano, a los que siguió también los de algún mono haciendo los coros. Una vez en el punto dicho comenzaba nuestro calvario particular, por la urbanización Arguayoda, entre una pendiente y curvas cerradas que bajo el intenso sol que hacia, a las seis de la tarde, tenías que tomártelo con calma, subir despacio y en algunos puntos, hacer pequeños descansos. Merci y Loe eran las que peor lo llevaba y las que más se quejaban, Merci tenía ya la camiseta empapada en sudor por el esfuerzo que estaba realizando, Y lo gracioso del caso es que, aunque ellas tenían toda la razón, primero se quejan pero después les gusta y no quieren parar. Pues aquí no queda la cosa, nos esperaba la fuerte pendiente del camino Las Quinteras, que entre que la carretera era estrecha y las curvas muy cerradas, a veces resultaba un poco peligroso y te tenías que apartar para que pudieran pasar los coches, los cuales subían a todo gas para poder superar tremenda pendiente, además esta carretera soporta bastante tráfico. Pero aún así, la subimos, atravesando la carretera de Las Dehesas y continuando subiendo pero ahora ya algo más suave. Me hacía gracia porque la gente se nos quedaba mirando un poco extrañados, pero nosotros a nuestra bola.
    Pasamos un puente peatonal de hierro que estaba ya un poco picado de oxido, y seguimos ascendiendo poco a poco y paso a paso. Atravesamos la antigua carretera general del norte y mirando hacia nuestra derecha, teníamos a nuestra querida Carajita... ¡Buenas arepas! Seguimos por el camino subiendo. Un poco más arriba nos sale a la derecha el camino del Burgado, seguimos de frente y pasamos bordeando un campo de fútbol. Enseguida llegamos al gran puente de La Higuerita que solo es peatonal y comenzamos a subirlo. Los peldaños están formados por una rejilla, por la que ves la base y el fondo, así que a medida que subes te puede dar algo de vértigo porque es alto aunque desde abajo parece pequeño. Este puente es el que atraviesa la autovía del norte y nos lleva hasta la base de la montaña de Los Frailes. Pasado el puente y rebasadas las primeras casas, intenté buscar el sendero que sube a la montaña por la cara norte, pero no lo encontré; lo que sí vimos fue un rebaño de cabras pastando entre piteras en esta ladera, por donde coño se habrán metido. Seguimos por la pista que rodea la montaña, antes de llegar a un cruce vemos una capillita con una cruz muy bien arreglada con flores. Al llegar al cruce seguimos un poquito hacia la derecha para acercarnos a ver otra capillita con una cruz, arreglada pero más sobria. Volvimos sobre nuestros pasos, pasamos el cruce hacia la izquierda y pasando un bar pintado de color rojo, se encuentra justo enfrente otra capillita muy bonita, este es el ejemplo claro de la fuerte devoción y exaltación a la Cruz que existe en Los Realejos.
    Pasamos por las calles del bario de La Montañeta, donde en un muro aparecían las primeras figuras que indicaba la próxima entrada al Monasterio. Una vez allí, la clásica indecisión de alguien que yo me sé y tal vez el miedo al ridículo o a que le llamen la atención; que casi me hace desistir de visitar tan bello lugar, pero el instinto me hizo seguir. Aunque al principio la entrada te frena un poco porque impresiona, pero pienso que en parte no está mal, para que no se deteriore el lugar. El Monasterio a mi poco entender, fue una idea magistral que le da un nuevo sentido al negocio de la restauración. El que lo construyó tuvo la genial idea de, respetando el entorno natural, crear una serie de restaurantes y tascas al más puro estilo canario a ambos lados del antiguo camino, ahora pista, que forma la columna vertebral de este pequeño complejo y por el que se comunican unos con otros, y a sus espaldas resguardados por un pequeño bosquecillo.
    Nos llamó la atención la entrada, enseguida y de frente un lagar con barricas, a continuación aparece las casas típicas que son los restaurantes. Subiendo a la derecha hay un nacimiento con grandes figuras... ¿Estaremos en Navidad y nosotros sin enterarnos? Nos picó la curiosidad por lo simpático, un reloj de sol cuyas manecillas eran la lengua de un lagarto en metal. Ya llegabas al aparcamiento privado donde está el parque infantil y donde también vimos patos, enseguida empieza el camino al principio cementado y entre árboles y manchones de lavanda. También había paseos que salían al camino donde hay bancos y mesas, todo muy bonito. Una cosa peculiar que nos llamó muchísimo la atención fue que en cada punto estratégico del camino han construido unas mini – casetas y en el centro un panel de losetas de cerámica pintada que representaban a medida que ibas subiendo el camino cada una de las estaciones del Vía Crucis, muy bonito, aunque algunos se veían que habían sido estropeados adrede. ¡Qué pena da la ignorancia!
    El camino ahora de picón es un poco pendiente y algo resbaladizo por las piedras sueltas, pero vemos que la montaña se está repoblando con plantas autóctonas. Al llegar casi a la cima, pasas alrededor de un cráter, para después subir y llegar a la capilla en cuyo interior, y como era de esperar hay una cruz. En este punto vimos como una pareja de aguilillas alzaron su elegante vuelo por una esquina de la capilla para permitir a estos intrusos visitantes contemplar sus extensos dominios. Ya podíamos decir que estábamos y que habíamos estado en la montaña de Los Frailes.
    Algo que tengo que criticar, es el mal gusto que tuvo al que se le ocurrió la idea de pintar la capilla por dentro en plan hortera, como si fuera un hippy de los años sesenta porque han pintado en fondo blanco con líneas azules, pétalos de color verde y centros amarillos, formando margaritas extrañas, que hace que la cruz no destaque, sino que quede como incrustada en la pared, pasando a un segundo plano. Aparte de esto, estar sentado en cualquier punto de los alrededores de la capilla, es tener un permanente mirador circular, a vista de pájaro de 360º, con una impresionante panorámica del valle de Taoro. Además forma parte de este entorno porque está justo en el medio. Tuvimos la suerte de tener un día despejado, que te dejaba ver todos los barrios y caseríos de los tres municipios. Aquí nos quedamos descansando y embobados ante tales vistas, Aprovechamos para merendar, aunque más bien era cenar, pues ya eran casi las ocho y media y se notaba que el sol comenzaba a caer.
    Al rato comenzamos a bajar y pasando cerca del cráter empezaron a aparecer conejos, probablemente fueron soltados por los del monasterio para que se criasen salvajes. En la bajada hay que tener un poco de cuidado por las piedras suelta, porque puedes caer debido a un resbalón. Al llegar a los aparcamientos privados, volvimos a ver a los patos sueltos en el parque infantil y a una preciosa chiquilla medio enfadada que intentaba agarrar a uno. Pasamos por los bares donde aún con los altos precios, estaban llenos. Bajando nos llamó la atención en una de las casas, unas losetas de cerámica pintada con la Virgen del Rocío.
    Ya todo lo demás fue desandar todo lo que habíamos hecho, aunque con varias particularidades: al llegar a la última capillita que vimos, de frente vemos el camino de Los Afligidos (ruta que te lleva a Los Realejos, pues haciendo esquina estaba el bar de color rojo, lo que me llamó la atención fue un letrero que decía: “Bodegón El Petudo” nombre curioso, pero que a mí me resulta muy familiar, pues significó algo en una etapa de mi vida. Después casi llegado al puente de La Higuerita, nos despedimos del rebaño de cabras que ahora era más numeroso, incluyendo los macho y a los dos cabreros que las guiaban, con sus peculiares y simpáticos sonido. Luego bajando por el camino de Las Quinteras, una señora mayor que estaba cortando los tallos a unas azucenas y que nos estaba viendo bajar, nos hizo un ligero comentario sobre el tiempo, referente al calor, para un poco entablar conversación, pues ella fue una de las que nos vio subir caminando la pendiente. Ya por último, a medida que el sol llegaba a su ocaso, precioso con ese intenso color naranja para llegar al púrpura, parecía como si el cielo aplastara al astro rey como si fuera un globo por el horizonte, para luego con otra leve presión hacerlo desaparecer. Pues nosotros también llegábamos al ocaso de nuestro camino, aunque un poco despistados buscando el coche por otra calle, pero bastante contentos por la experiencia vivida, aunque siempre habrá quien se queja, y que espero que no sea la última vez que subamos aquí, pues vale la pena el esfuerzo.

Sábado, 24 de mayo de 2003

domingo, 18 de mayo de 2003

16 Las Mercedes – Punta del Hidalgo



¡Que día en la casa forestal!


    Después del paseíto de ayer por la montaña de la Horca, hoy nos vamos de excursión, por un buen lugar tocando zonas que ya conocemos para recorrerlas con más detenimiento y también visitar otros sitios que vamos a ver por primera vez.
    Salimos de casa y entre pitos y flautas, como muchas otras veces, llegamos en guagua a la parada anterior al restaurante Casa Domingo en Las Mercedes. Ahora son las nueve y hace un día estupendo para hacer nuestro itinerario, el tiempo es fresco, pero no hace frío pues una manta de nubes altas nos resguarda del castigo solar. Como tantas otras ocasiones, comenzamos a subir por los ya conocidos escalones de barro, que te llevan al camino que te conduce al mirador de Zapata y desde aquí a la casa forestal, pero aún las chicas no se acostumbran a las subidas, pues por la falta de ejercicio les cuesta un poco, se cansan rápido y la cabeza se les queda como lámparas encendidas, coloradas igual que los tomates. Bueno ¡Paciencia! Lo que notamos en esta subida es que debido a la humedad o a que la noche anterior ha lloviznado, los helechos se han multiplicado creciendo también muy alto que han invadido el camino cerrándolo como formando una barrera, pero apartando con las manos los frondes, se puede pasar muy bien.
    Sin prisa pero sin pausa, llegamos a la casa forestal donde hicimos una parada para descansar y a la vez desayunar. Sentados en el escalón de la puerta de entrada a la casa y con el cielo cubierto, se estaba muy bien... ¡Qué bien saben los bocadillos de chorizo, mortadela o salami! Pues creo que hasta uno de sardinas frescas de lata aquí sería un manjar. Para no quedarte engajado, un buen buche de agua y de postre nuestro cuadrito de energía instantánea.
    Estando aquí parados nos sucedieron varias cosas, dignas de recordar:
  •  Primero, mientras estábamos entretenidos hablando y comiendo, nos llevamos un buen susto porque por el lateral izquierdo de la casa hay una pista de tierra que termina aquí mismo, y por la que apareció de improviso y sin esperarlo, un pibe con una bicicleta a toda velocidad y que pegó un frenazo, que con el chirriar de las ruedas nos dejó secos y en vilo. Casi no se come los escalones de subida a la casa; y todo porque creo que no esperaba que la pista terminara allí; se quedó colorado y más bien no creo que haya sido por el esfuerzo, sino de la vergüenza que le entró cuando nos vio.
  •  En segundo lugar, también comiendo, fue que oímos venir hacia la casa a un grupo de gente de edad que venían hablando muy alto y por lo que se veía parecían un poco despistados del camino que querían llevar. Uno de ellos, con unas gafas que le daban un aire un poco de zumbado, se acercó hasta nosotros y nos pregunto por el camino para Punta Hidalgo y por lo visto quería el que va por el Batan, según me dijeron más tarde las chicas, pero esto en ese momento no lo entendí. Así que les señale el sendero que les llevaría a la pista de las Hiedras y de ahí Punta Hidalgo pero por Chinamada. Muy agradecidos, siguieron mis indicaciones y se marcharon. Espero que no se hayan acordado de mi familia, cuando hubieran comprobado que se encontraban en el lado opuesto a donde ellos querían ir, aunque el lugar de destino fuera el mismo.
  • Y en último lugar, el más comprometido por las circunstancias aunque no menos divertido, fue que debido a un pequeño imprevisto que les ocurre a las mujeres ciertos días del mes, y que en este caso le sucedió a Loe, aunque debería haberlo previsto llevando para esos momentos algo de repuesto; tuve que prestarle la ropa interior mía, ¡más claro!... los calzoncillos, es decir los que en ese momento llevaba puesto, con lo cual tuve que seguir todo el recorrido con las campanas al aire, pero eso sí, muy cómodo, fresquito y que al poco rato ni se notaba, ni me daba cuenta de que no los llevaba. La cara de vergüenza que se le puso a la niña en ese momento al tener que desnudarse a campo abierto, aunque resguardada detrás de la casa, o tal vez fuera por tener que llevar algo que no era suyo. En fin, se solucionó el problema.
    Una vez descansados seguimos ruta, de frente por el acebe hasta que llegamos a la trasera del restaurante Cruz del Carmen. Ya en la carretera general, vimos bastante gente por fuera del restaurante con mochilas, haciendo la paradita de rigor. Nosotros íbamos a hacer un alto en el camino, pero como ya eran las diez y media, lo que hicimos fue bordear el bar y continuamos viaje, metiéndonos por el sendero que te lleva a la pista de Las Hiedras. Una vez en la pista, comprobamos que es muy usada para hacer deporte, pues mucha gente nos pasaba corriendo y volvían otra vez. En cinco minutos estábamos en la carretera que baja hacia Las Carboneras, a la altura del caserío Las Casas del Río, donde en una de las casas las chicas se alegraron al ver, esta vez atado, al perrillo que en otra ocasión anterior cuando era un cachorrito, nos salía alegre al paso; saludito al dueño y seguimos bajando. Luego rebasamos el caserío de Cabeza de Toro y nos metimos por el sendero de La Escalera, hasta llegar aquí hemos hecho la ruta como la vez anterior, menos Merci que no la conocía.
    Esta vez cogimos el sendero de la derecha que te lleva a Las Carboneras, un poco por conocer algo nuevo. Bajando unos pocos metros, a nuestra izquierda a parece un grifo con una tanquilla... ¡Qué agua más rica!, Sin pensarlo dos veces, tiramos el agua que traíamos de casa y llenamos las botellas de esta otra, la botella se quedó fresquita que daba gusto. Seguimos y un poco más abajo, nos topamos con dos cuevitas con su asiento de piedra, que probablemente se use como refugio cuando hay mal tiempo. A lo lejos en la otra ladera del barranco, hacia nuestra derecha se podía ver majestuoso el Roque Taborno, dominando desde lo alto toda la zona y a sus pies el caserío del mismo nombre, impresionante vista que nos acompañara durante casi una buena parte del recorrido. Por este estrecho senderito vimos que tímidamente asomaba entre la hierba, las baritas floridas de tres crestas de gallo, y que bonitas se veían con su color naranja fuego sobre el fondo verde de la hierba y también muchas otras plantas que estaban en flor, formando en el entorno un bonito tapiz floral.
    En unos veinte minutos quizás menos, llegamos a las primeras casas de Las Carboneras. La entrada al caserío, viene precedida por una avenida de palmeras que nos guía hacia una lomita donde la iglesia es el punto central del núcleo urbano. Al estar en época de elecciones entre palmera y palmera habían plantado paneles de ATI, con Ani Oramas y sus compinches y también alguno del PSOE y lo gracioso es que no había nada de cualquier otra formación política, ¡Qué viva la democracia! Salvo por estos adefesios, el caserío es muy bonito y entrañable y bien vale la pena una visita, aquí se suele venir a comer carne de cabra y conejo. Llegamos a la linda placita donde había un chico con una escoba muy afanado, barriendo la plaza y alegre nos saludó, en cuanto nos comenzó a hablar, vimos que tenía algún problemilla de coherencia, Dimos una vuelta por la placita, la cual tenían muy bien cuidada, con sus plantas. También había montado un pequeño templete con un fondo folclórico, recuerdo de alguna fiesta pasada. Gracias al chico vimos que la capilla estaba abierta, pequeñita dedicada a San Isidro pero muy bonita. Aquí nos pasó un caso insólito, que si no lo veo no lo creo, dentro de la ermita hay un candelero o velorio de esos modernos, donde las velas son eléctricas y puestas en hilera. Estas se encienden cuando se introduce una moneda (50 cts.). Hoy el pobre y triste panel solo tenía una velita encendida, así que nosotros pinchamos en la hucha, como digo yo, para que se encendiera una y lo que ocurrió fue que se apagó la única vela que había encendida, en ese momento, Ari y yo nos miramos y casi no nos morimos de un ataque de risa.
    Después de este gracioso evento, salimos de la ermita y pasando junto a una casa de comidas, bajamos por la c( El Montito, donde nos quedamos con la boca abierta al ver unos fantásticos patios con parrales y unos poyos llenos de plantas con flores, sobre todo geranios de pensamiento, los de olor. También la amabilidad de la gente fue lo que me impresionó.
    Continuamos por la nueva pista que va a Chinamada, y al rato vemos el antiguo sendero, para otra vez será que sigamos este senderito. También vamos admirando el profundo y bellísimo barranco que separa Las Carboneras de Taborno y siempre bajo la atenta mirada del Roque. Y nosotros caminando a la vera de la gran mole del Tenejías, en una de las vueltas, ya dejando atrás Las Carboneras, pudimos ver en su cumbre, las ramas de un joven drago, arropado por un grupo de árboles. En una de las curvas, en una especie de mirador, avistamos un artilugio ya en desuso, pero que antiguamente fue muy útil para transportar víveres y otros enseres, de un lado a otro del barranco, es algo parecido a un mini teleférico, pero ya algo oxidado, bastante simpático el aparatito.
    Ya en los Lomos de Chinamada, casi en las últimas curvas pudimos ver de frente el sendero por el que bajaban un grupito de gente y que desde La Escalera pasando por Tamé, te lleva a Chinamada. Pues casi llegando, seguimos un sendero con farolas que rodea un lomo y que vuelve otra vez a la carretera. Pues en este sendero vimos como se han acondicionado unas cuevas haciéndolas habitables, son las famosas casas - cuevas de Chinamada. Con mucho respeto, y con un poquito de vergüenza, seguimos el senderito que pasaba por delante de la misma entrada a las casas. De una de estas casas salió una entrañable viejita, que me hizo recordar a mi querida Pastora, porque con un cacharrito regaba sus flores y con mucho cariño sacaba la jaula del pajarito al pequeño patio para colgarla en la pared y nosotros caminando por el medio de este patio, para luego salir a la carretera. Ya en la carretera solo nos quedaba una bajada que te lleva de frente a la ermita de Chinamada. En su plaza descansaban y a la vez almorzaba un grupo de montañeros. Saludito de rigor, buen provecho y para la ermita que por suerte estaba abierta. Esta está dedicada a San Ramón y a un lado de la misma había una fotografía de la Virgen de Las Mercedes.
    Dejamos la plaza por un lateral y mi intención era llegar al mirador de Aguaide, así que seguimos el sendero también con farolas que subía el lomo y en una explanada donde apreciaba una tremenda vista del barranco del Batan aquí me dio un poco de reparo por las chicas pues sufren de vértigo, así que decidí no seguir adelante y regresamos al principio del sendero, pasamos por la trasera de la iglesia y subimos a la izquierda, para coger el sendero a Punta Hidalgo que queda señalado por un cartel. Y por aquí nos metimos, bajando ya por el sendero, se oían unas voces por encima de nuestras cabezas que provenían de una casa. Eran dos mujeres que mantenían un debate parlamentario, mucho mas entretenido que este último, siendo el orden del día: ¿Quiénes eran más magos y brutos, sí ellos o los de Icod el Alto? Al final como era de esperar, ganaron estos últimos por unanimidad. Esta vez el sendero se nos hizo algo más corto o al menos lo parecía pero si igual de duro, pues los dedos de los pies venían sufriendo la fuerte bajada en escalones y también las coquetas pantorrillas, pero teníamos a nuestro favor el tiempo pues no había sol. Al llegar al Roquetillo, ¡Qué fresquito más rico el que venía de la brisa marina! Que al llegar al acantilado y subir hacia nosotros, continuaba su camino bajando la ladera a nuestras espaldas, aquí daban ganas de quedarte un buen rato a pensar, meditar o simplemente estar por estar. En el desfiladero a nuestros pies, había varios palominos en flor. Esta es una planta algo parecida a la inflorescencia del tajinaste pero mucha más pequeña y bastante bonita.
    Continuamos bajando ya viendo el Roque de los Dos Hermanos, y caminando por su ladera hacia el barranco del Tomadero. Al rato vemos la solitaria casita de la ladera de enfrente: ¡Felisa vete poniendo las papitas al fuego! Ver esta casita significa que falta ya muy poco para llegar a nuestro destino. Una vez en el cauce del barranco, pasamos el puentito de troncos y comienza la fatigosa subida por la pista, pasando junto a una casa – fábrica que hoy estaba funcionando la cual hacía bastante ruido. Ya casi en el final de la pista, llegando a la plaza, un hombre con su familia, se quedó asombrado al saber que veníamos desde Las Mercedes y el recorrido que habíamos hecho.
    Llegamos a la placita y nos sentamos a beber agüita y a esperar a nuestra perrera de Titsa, la cual vino enseguida, ya cerca de las tres de la tarde. El chofer el muy cabrito, tenía la guagua cerrada mientras hablaba por un móvil y no nos dejaba subir haciéndonos esperar un poco. Pasados unos minutos de espera nos subimos y sin novedad para casa.
    Aunque pasó un caso algo desagradable que a mi entender va contra las buenas maneras y costumbres, aunque uno ya está pasado de rosca. Sucedió que en la siguiente parada del trayecto se subió una pareja donde ella parecía mayor que él y también más lagarta y él un ingenuo tolete, que se pensaban que en la guagua iban ellos solos. Pues se montaron un pequeño espectáculo hasta que llegaron a La Laguna, de toma y daca, morreo va y morreo viene, que resultaba algo chabacano, grotesco y sin sentido; y para más inri, justo detrás iba una señora, que de la vergüenza no sabía dónde meterse, con su niña, la cual se estaba empapando de toda la película. ¡Ay las calenturas de la primavera que la sangre altera, y otras cosas también! En fin vamos para casa, que nos espera algo bueno, seguro...

Domingo 18 de mayo de 2003

sábado, 17 de mayo de 2003

15 Montaña La Horca


¿No se te habrá ocurrido subir allá arriba, verdad?

    Es tarde de sábado y un día un poco complicado porque he tenido jornada laboral por mi turno, prorrogada una hora más al ser época de elecciones municipales. Pero una vez terminada, aprieto en mi cabeza el interruptor de desconexión y a disfrutar del pequeño fin de semana. Así que después de un agradable almuerzo y de una buena siesta, casi está acabada la tarde pues son las seis, y como tantas otras tardes, me estoy viendo que la vamos a pasar sentados y pegados mirando a la caja tonta como hipnotizados, oyendo uno tras otro los sucesos horrorosos que ocurren en el mundo y las mentiras de las lenguas viperinas de algunos de los mal llamados periodistas sensacionalistas. ¡Que divertido! ¿No? Pues me niego a que esto sea así.
    En menos de lo que canta un gallo, todos preparados y en fila india hacia el coche, incluido el Trufo, saliendo a la autopista dirección Puerto de la Cruz. Ninguna de las chicas sabían donde íbamos, salvo yo claro está, pero mantuve el secreto, contestado a la que me preguntaba, que no tenía ni idea, lo que yo siempre digo es: “Lo único que yo sé es cuando salgo, pero nunca a donde voy, ni cuando regreso. Aparqué el coche en la urbanización La Paz, muy cerca de la ermita de San Amaro y comenzamos a bajar por el camino de las cabras, y que desde luego ni es camino, ni hay cabras. Bueno salvo alguna que otra media descarriada y de otra índole. El antiguo camino se ha convertido en un bello paseo entre bancos jardines, algún que otro bar restaurante, comercio y casas muy señoriales. Un buen lugar para sentarse a dejar pasar las horas sin otra preocupación que ver pasar a la gente que deambula por el lugar. El paseo continúa desviándose por una calle que baja a la derecha, pero nosotros seguimos de frente cruzando la calzada de Martianez, por debajo del hotel Meliá, y continuamos por un paseo peatonal junto a una cancha de tenis y que después sube junto al barranco de Martianez. Aquí vimos unos bellísimos verodes en flor que salían de los altos riscos, donde uno menos se lo espera. También en el cauce del barranco se ve el sendero turístico que desde el puesto de Siete Ojos en Las Arenas, te lleva hasta la avenida de Las Palmeras. En el fondo del barranco, vimos un lustroso gallo, muy farruquito él, luciendo su vistoso traje de sábado, esperando por alguna de las quícaras que allí se encontraban, para que le alegraran la tarde, pero sin quitar la vista a un gato que se hacia el dormido muy cerca de la zona.
    Llegamos a la carretera general y giramos a la derecha para bajar por ella hasta el semáforo, frente a las escalinatas del paseo que sube hacia los jardines del Taoro, por las que subimos admirando y disfrutando de cada recodo con sus asientos, sus cuadros de cerámica pintada con motivos alegóricos de nuestros pasados guanches. La pena es que, aunque el lugar estaba limpio, los jardines se hallaban un poco descuidados. Este es un lugar muy concurrido y tiene unas fantásticas vistas que abarca casi todo el Puerto y desde donde se pueden divisar unos bellísimos atardeceres. Ni siquiera estaba funcionando la maravillosa cascada, ¡Que pena! Reanudamos nuestro paseo subiendo y dejando atrás el casino y hotel Taoro, hasta que en pocos minutos llegamos al parque, y en vez de entrar en él, proseguimos recto por el camino de la sortija (curioso nombre) pasando por la trasera de la iglesia anglicana, rectos hasta el final que desemboca en la calle Suiza. Este parque es otro bonito y tranquilo lugar, muy usado para pasear, donde vimos mucha gente haciendo deporte. Uno de ellos nos hizo bastante gracia, porque estaba practicando una carrera pedestre y movía de tal manera las caderas y las manos que pareciera que se iba a desarmar. Aún así, me parece una idea excelente, pues no nos debemos preocupar tanto de llenar nuestros bolsillos y sí de sanear nuestra salud. Que al fin y al cabo es el mayor tesoro de que disponemos y aún no nos hemos dado cuenta de ello.
    En un momento del paseo, las chicas miraban hacia la montaña del antiguo hotel Las Arenas, pues la veían cada vez más cerca y luego me miraban a mí y negando con la cabeza me decían: “A ti no se te habrá ocurrido que vayamos a subir esa montaña ¿Verdad? A lo que respondí: “Pero como pueden ustedes pensar en esa locura”. Seguimos por la izquierda de la calle Suiza y ascendimos por la pendiente de la c/ Bélgica, donde a nuestra derecha nos sorprendió los apartamentos La Chiripa, porque se estaba celebrando una boda y se oía el jolgorio. También nos llamó la atención lo bonito y bien cuidado que tenían las terrazas de las viviendas, todas llenas de plantas con flores, sobre todo conejillos reales que caían formando unas sutiles y delicadas cascadas. Seguimos ascendiendo pasando junto al hospital Bellevue y por su trasera continuamos en el camino Las Tapias, para luego entrar en la c/ Rafael Folch... ¡y la montaña cada vez más cerca! Estamos en la urbanización El Águila, un lugar muy tranquilo fuera de lo que es el caso urbano, con casas de nuevos ricos y donde también los perros salen a saludarnos a las verjas. Al llenar al final de la calle subimos por unas escaleras que, estaban bastante sucias por los restos de los paseos diarios de los perros y de los hediondos de sus dueños, para acceder por medio de un pequeño pasillo a la c/Manuel Parejo y de aquí a la que verdaderamente nos interesaba, la c/ Dr. Barajas. Caminando por esta calle vimos que estaban haciendo una casa con los huecos de las ventanas y puertas de estilo moruno, que nos dio la impresión de que iba a ser una iglesia, pero nada más lejos de la realidad, según el cartel del proyecto, sería una vivienda unifamiliar.
    Proseguimos y como iba delante, ya estaba sintiendo detrás en el pescuezo, la mirada inquisidora de las chicas, a la que siguió la pregunta: ¿Seguro que no vamos a subir a esa montaña? A lo que yo respondí con una sonrisa, afirmando con la cabeza.
    Comenzamos a subir la pendiente de la calle hacia la última casa, pasando junto a los depósitos municipales de agua y al llegar a ésta, después de pasar una cadena, seguimos la pista que sube hacia la izquierda. Esta estaba llena de Rabo de Gato, que en algunos puntos invadían y casi cubrían la abandona pista, y que por poco no dejaba ver a los bonitos Matorriscos que allí se encontraban. En unos quince minutos nos pusimos en la cima de la montaña de La Horca, por fin cumplido uno de mis objetivos. Inigualable panorámica la que se puede apreciar desde el mirador, al que accedes por una escalinata y siguiendo el sendero marcado en el jardín, que tiene una fuente con un meón en medio, que no estaba en ese momento meando, digo funcionando. Nos quedamos un rato admirando el paisaje hacia Los Realejos, cundo me fijo en la montaña de Los Frailes, más conocida por la Montañeta y con una sonrisa de pícaro, me vino a la cabeza una idea y enseguida pensé "para la próxima semana”, pero no dije nada a nadie.
    Ya eran las ocho y media de la tarde y comenzaba a caer el día. Así que se imponía el regreso. Al principio queríamos seguir hacia Las Arenas, bajando por un costado del hotel, pero por las obras de remodelación del mismo, tenía los jardines acotados, la carretera estaba cerraba por una valla y vigilada por un perro, así que decidimos regresar por el mismo camino pero esta vez al llegar a la c/ Bélgica, la seguimos toda hasta el final de la misma que desemboca en la carretera general del Botánico, justo un poco más abajo de la urbanización La Paz, donde teníamos aparcado el coche, y ya cerca de las nueve para casa. Hay que ver lo que puede dar de sí una media tarde de sábado casi perdida, si uno así se lo propone.

Sábado, 17 de Mayo de 2003

viernes, 9 de mayo de 2003

15 La Ruta de Los Molinos (La Orotava)

    Uno de los lugares por los que me gusta pasear por el sabor añejo de sus calles y por la idiosincrasia de la gente, es la Villa de la Orotava. Aquí sin querer, nada más poner un pie en una de sus calles, respiras olor a historia y tradición que te va envolviendo a medida que recorres algunos de sus peculiares rincones. Me llegan recuerdos de mi niñez en los escalones de la trasera de la Iglesia de la Concepción por romerías o las alfombras del Corpus. Hoy gracias a mi librito, me propongo que hagamos un recorrido por los rincones y calles antiguas de La Orotava o lo que se llama el casco histórico, y si da tiempo seguiremos la ruta de Los Molinos.
    Como siempre después de un buen almuerzo y de una reponedora siesta (que buena es ésta última, pero que peligro tiene), todos al coche con rumbo a La Villa. Llegamos al caso urbano por la c/ La Carrera y bajamos por la c/ Tomas Zerolo para luego entrar en la c/ Nicandro Glez. Borges, donde con gran suerte conseguimos un sitio para aparcar. Una vez fuera del coche, volvemos a la bajada de la calle Tomas Zerolo, para enseñarles a las chicas donde está el convento y la iglesia de Santo Domingo, donde se encuentra el actual museo de artesanía iberoamericana. También desde esta altura se puede divisar bien los balcones y fachadas de las antiguas casas señoriales, que se encuentran en esta calle y que están fantásticamente bien conservadas.
    Volvemos a donde está el coche y nos metemos caminando por el empedrado callejón de Araujo, que después discurre junto al barranco del mismo nombre y que después de tanto tiempo, me vengo a dar cuenta de que es el mismo que baja entre el Liceo Taoro y los jardines Victoria. Pues recorriendo estas calles se puede admirar casonas con unos bonitos balcones y miradores. Luego subimos unas escalinatas, por el lateral de un jardín de la c/ Rosales y que me resultaba muy familiar, hasta que llegamos a la c/ Calvario y de frente nos aparece el auditorio Teobaldo Power y la iglesia de San Agustín. Pues al asomarnos por la barandilla de la calle, vemos el jardín por el que habíamos pasado y que tantas otras veces desde aquí habíamos admirado.
    Cruzamos La Carrera para subir por las escalinatas a la plaza de La Constitución, y despacio observar el bonito kiosco central, que gratificante es sentarte en una de las mesas de esta linda marquesina para tomarte algo disfrutándolo sin prisa, viendo ir y venir a la gente cuando pasea o admirar los jardines en terraza del Liceo Taoro o a su vera los Jardines Victoria, con el panteón de la Quinta Roja. Algo que me recordó mucho otros tiempos, fue un antiguo carrito de madera de esos de golosinas y pastillas y que aún se resiste al paso del tiempo, en una esquina de la plaza. Con vitrinas laterales, mostrador de cristal de corredera y con ruedas de madera que lo hacían transportable, aunque éste en particular permanece inmóvil, agarrado al cemento como la raíz del laurel de indias que tiene a su lado. Cuantas suelas, melcochas, medias lunas y pastillas de menta de las de a perra gorda, no compré yo en el que estaba en la plaza de España. Un poco más allá en la acera frente a la plaza, nos llega ese familiar sonido de sábado pachanguero del Club de la tercera edad y cual curiosos hurones, como el que no quiere la cosa, empezamos a fisgonear a través del portón de la casa, que da paso hacia el patio central, ahora convertido en pista de baile, donde vemos que a ritmo de una orquestina, cuatro viejos marchosos se divierten, arrancándose unos pasodobles, sin importarles el antaño ¿Qué dirán? Para luego al terminar el baile convidar a la pareja a un dulcito enfrente, en la esquina de la plaza, en casa de la milenaria Anita, la de los dulces cagones, como dice mamá. Nuestra entrañable Anita que, cual farmacia de guardia, siempre tiene el puesto abierto. Este es un lugar con solera donde, sin ser una tienda de “todo a cien”, aquí encuentras de todo, y aunque todo esté amontonado y patas arriba, con qué maestría se desenvuelve ella en tan reducido espacio; en ese cuartucho que siempre está lleno aunque solo haya dos personas: el cliente y ella. Anita, la que me parece que ha hecho un pacto con el diablo, porque con el correr de los años siempre la recuerdo igual, ni más joven ni más vieja. ¡Y el arte que tiene para sacarte el billetito, en género!... Si eres calvo te vende un peine, si eres sordo una radio, si manco un reloj... En fin, el caso es venderte algo y sobre todo lo que más prima es que no te vayas con las manos vacías, y siempre se despide con su clásico ¡Vuelva pronto!
    Una vez hecho este pequeño descanso en la plaza, fuimos por la c/ San Agustín y subimos la pendiente que te lleva frente a la entrada de la Hijuela del Botánico, seguimos subiendo bordeando la verja por la c/Hermano Apolinar, donde a mitad de calle vimos que a través de un portón de una casa antigua, pero muy bien conservada había un patio canario. Entramos de curiosos en el zaguán (vestíbulo que es más moderno) y pudimos ver uno de los impresionantes patios canarios que tiene La Orotava, todo lleno de plantas sobre todo helechas de "a metro". A nuestra izquierda una escalinata de madera que me figuro sería de tea y que te lleva a un pasillo abalconado todo lleno de ventanas que rodea, desde lo alto el patio, lugar que bien merece una paradita para visitarlo. Algo de lo que me he dado cuenta y es digno de alabar es que el ayuntamiento de La Orotava, ha hecho un itinerario turístico, mostrando todas las casonas y lugares de interés y por fuera de cada uno de ellos aparece un cartel leyenda metálico, donde te va explicando las peculiaridades de estos lugares ¡Bravo por el acierto!
    Como todavía es temprano, nos animamos y nos metemos ya de lleno a hacer el recorrido de la "Ruta de Los Molinos". Para ello comenzamos a subir la fuerte pendiente de la c/ San Juan ¡Dios mío! ¡Más nunca! Pasamos por una placita con cuatro palmeras altas, una en cada esquina y con un busto de Rómulo Betancourt y después por la Casa de la Cultura que ahora es el Consejo Regulador de vinos Valle de La Orotava, para luego meternos en la plaza de la iglesia de San Juan Bautista. Seguimos por un lateral, entre la plaza y la iglesia y justo en la pared, en lo alto de la puerta de la casa parroquial, pudimos ver un estupendo mural de cerámica pintada que representa a la Virgen del Carmen. Por un extremo de la plaza, pasa la carretera que va a La Perdoma, y subiendo las escaleras, enfrente a la curva, hay una de tantas capillitas con una bonita imagen. Seguimos hacia la derecha por la carretera y con mucho cuidado por los coches, para otra vez subir por la c/ San Juan (y cada vez más empinada), aquí se te cae un duro y lo vas a recoger al Puerto de la Cruz.
    Un poco más arriba aparecen los arcos del canal del primer molino. Aquí Merci se llevó la gran decepción con el consabido enfado, porque después de haber caminado tanto y por tan acusadas pendientes, ella pensaba encontrarse molinos de viento y estos de aquí son molinos de agua, que antiguamente se construían para aprovechar el agua que venía de la cumbre hacia los viejos ingenios de azúcar.
    Con otro esfuerzo, subimos un poco más y llegamos a una plaza con una ermita, hacia la izquierda en una esquina se encuentra el Molino de La Piedad, que está muy bien conservado. La acusada pendiente se hace más fuerte y nosotros, recios caminantes, subimos hasta la siguiente plaza, aquí hasta los coches que se paran les cuesta subirla. Ahora comenzamos a bajar por la c/ Domingo Glez. García, por donde continuamos viendo otros molinos, aunque el que mejor está para verlo en toda su plenitud, es el último donde aún se sigue vendiendo gofio, aunque no hecho a la manera tradicional de estos molinos.
    Acabada la ruta, entramos en el patio exterior del hospital de la Santísima Trinidad, donde el portón de entrada al mismo, aún posee el torno giratorio de madera para “los expósitos” y que llamó la atención de las chicas. En este patio nos quedamos un rato embelesados mirando la magnífica vista del valle de Taoro. Seguimos bajando la calle y un poco más abajo, hay una parada obligatoria para admirar las bellísimas fachadas de las casonas, ejemplo de ello es La Casa de Los Balcones. Continuamos bajando para ver si a nuestra izquierda encontrábamos un molino que nos faltaba, pero sólo pudimos ver, a través de un portón con barrotes, una de las piedras de moler apoyada en un muro, a modo de objeto decorativo. Bajamos hasta la esquina, donde hay a modo de homenaje a la familia que lo hizo, un monumento con un boceto en cerámica de la primera alfombra que se hizo en La Orotava. Nos metimos por una de las calles de la urbanización La Duquesa, porque necesitaba urgentemente encontrar un lugar para hacer una pausa en nuestro itinerario por temas fisiológicos; y por casualidad, vimos el molino que veníamos buscando, más conocido como La Máquina, fantástico es poco para describirlo. También pudimos admirar los patios de las casas de la burguesía orotavense, con los clásicos balcones interiores y sus helechas sobre maceteros altos.
    Continuamos el recorrido y llegamos a la iglesia de la Concepción, para luego por la c/ La Carrera acceder a la plaza del Kiosco o de la Constitución, donde al pasar por casa de Anita, intentamos seguir de largo pero la tentación fue más fuerte... ¡Anita, un dulcito para cada uno! Bueno, pensándolo bien, mejor que sean dos y para tirarle de la lengua le digo: ¡Oye. pero que no estén viejos! a lo que responde con su gracia villera "Aquí lo único viejo que hay, soy yo" ¿Qué le pongo?...  y se quedó tan pancha. Y después de haber saciado nuestra gula, nos fuimos derechitos al coche y para casa. Esta visto que para encontrar algo, primero tienes que moverte y buscarlo, de ahí que pasáramos una muy buena tarde, aunque no a gusto de todos.

Sábado, 10 de mayo de 2003

Domingo, 25 de mayo - Cno. de San Salvador 2025

6ª etapa:      🚶18 Kilómetros Mieres > Oviedo Mieres - La Peña - La Rebollada - El Rollu - El Padrún - Olloniego - Picullanza - Manjoya...