sábado, 17 de mayo de 2003

15 Montaña La Horca


¿No se te habrá ocurrido subir allá arriba, verdad?

    Es tarde de sábado y un día un poco complicado porque he tenido jornada laboral por mi turno, prorrogada una hora más al ser época de elecciones municipales. Pero una vez terminada, aprieto en mi cabeza el interruptor de desconexión y a disfrutar del pequeño fin de semana. Así que después de un agradable almuerzo y de una buena siesta, casi está acabada la tarde pues son las seis, y como tantas otras tardes, me estoy viendo que la vamos a pasar sentados y pegados mirando a la caja tonta como hipnotizados, oyendo uno tras otro los sucesos horrorosos que ocurren en el mundo y las mentiras de las lenguas viperinas de algunos de los mal llamados periodistas sensacionalistas. ¡Que divertido! ¿No? Pues me niego a que esto sea así.
    En menos de lo que canta un gallo, todos preparados y en fila india hacia el coche, incluido el Trufo, saliendo a la autopista dirección Puerto de la Cruz. Ninguna de las chicas sabían donde íbamos, salvo yo claro está, pero mantuve el secreto, contestado a la que me preguntaba, que no tenía ni idea, lo que yo siempre digo es: “Lo único que yo sé es cuando salgo, pero nunca a donde voy, ni cuando regreso. Aparqué el coche en la urbanización La Paz, muy cerca de la ermita de San Amaro y comenzamos a bajar por el camino de las cabras, y que desde luego ni es camino, ni hay cabras. Bueno salvo alguna que otra media descarriada y de otra índole. El antiguo camino se ha convertido en un bello paseo entre bancos jardines, algún que otro bar restaurante, comercio y casas muy señoriales. Un buen lugar para sentarse a dejar pasar las horas sin otra preocupación que ver pasar a la gente que deambula por el lugar. El paseo continúa desviándose por una calle que baja a la derecha, pero nosotros seguimos de frente cruzando la calzada de Martianez, por debajo del hotel Meliá, y continuamos por un paseo peatonal junto a una cancha de tenis y que después sube junto al barranco de Martianez. Aquí vimos unos bellísimos verodes en flor que salían de los altos riscos, donde uno menos se lo espera. También en el cauce del barranco se ve el sendero turístico que desde el puesto de Siete Ojos en Las Arenas, te lleva hasta la avenida de Las Palmeras. En el fondo del barranco, vimos un lustroso gallo, muy farruquito él, luciendo su vistoso traje de sábado, esperando por alguna de las quícaras que allí se encontraban, para que le alegraran la tarde, pero sin quitar la vista a un gato que se hacia el dormido muy cerca de la zona.
    Llegamos a la carretera general y giramos a la derecha para bajar por ella hasta el semáforo, frente a las escalinatas del paseo que sube hacia los jardines del Taoro, por las que subimos admirando y disfrutando de cada recodo con sus asientos, sus cuadros de cerámica pintada con motivos alegóricos de nuestros pasados guanches. La pena es que, aunque el lugar estaba limpio, los jardines se hallaban un poco descuidados. Este es un lugar muy concurrido y tiene unas fantásticas vistas que abarca casi todo el Puerto y desde donde se pueden divisar unos bellísimos atardeceres. Ni siquiera estaba funcionando la maravillosa cascada, ¡Que pena! Reanudamos nuestro paseo subiendo y dejando atrás el casino y hotel Taoro, hasta que en pocos minutos llegamos al parque, y en vez de entrar en él, proseguimos recto por el camino de la sortija (curioso nombre) pasando por la trasera de la iglesia anglicana, rectos hasta el final que desemboca en la calle Suiza. Este parque es otro bonito y tranquilo lugar, muy usado para pasear, donde vimos mucha gente haciendo deporte. Uno de ellos nos hizo bastante gracia, porque estaba practicando una carrera pedestre y movía de tal manera las caderas y las manos que pareciera que se iba a desarmar. Aún así, me parece una idea excelente, pues no nos debemos preocupar tanto de llenar nuestros bolsillos y sí de sanear nuestra salud. Que al fin y al cabo es el mayor tesoro de que disponemos y aún no nos hemos dado cuenta de ello.
    En un momento del paseo, las chicas miraban hacia la montaña del antiguo hotel Las Arenas, pues la veían cada vez más cerca y luego me miraban a mí y negando con la cabeza me decían: “A ti no se te habrá ocurrido que vayamos a subir esa montaña ¿Verdad? A lo que respondí: “Pero como pueden ustedes pensar en esa locura”. Seguimos por la izquierda de la calle Suiza y ascendimos por la pendiente de la c/ Bélgica, donde a nuestra derecha nos sorprendió los apartamentos La Chiripa, porque se estaba celebrando una boda y se oía el jolgorio. También nos llamó la atención lo bonito y bien cuidado que tenían las terrazas de las viviendas, todas llenas de plantas con flores, sobre todo conejillos reales que caían formando unas sutiles y delicadas cascadas. Seguimos ascendiendo pasando junto al hospital Bellevue y por su trasera continuamos en el camino Las Tapias, para luego entrar en la c/ Rafael Folch... ¡y la montaña cada vez más cerca! Estamos en la urbanización El Águila, un lugar muy tranquilo fuera de lo que es el caso urbano, con casas de nuevos ricos y donde también los perros salen a saludarnos a las verjas. Al llenar al final de la calle subimos por unas escaleras que, estaban bastante sucias por los restos de los paseos diarios de los perros y de los hediondos de sus dueños, para acceder por medio de un pequeño pasillo a la c/Manuel Parejo y de aquí a la que verdaderamente nos interesaba, la c/ Dr. Barajas. Caminando por esta calle vimos que estaban haciendo una casa con los huecos de las ventanas y puertas de estilo moruno, que nos dio la impresión de que iba a ser una iglesia, pero nada más lejos de la realidad, según el cartel del proyecto, sería una vivienda unifamiliar.
    Proseguimos y como iba delante, ya estaba sintiendo detrás en el pescuezo, la mirada inquisidora de las chicas, a la que siguió la pregunta: ¿Seguro que no vamos a subir a esa montaña? A lo que yo respondí con una sonrisa, afirmando con la cabeza.
    Comenzamos a subir la pendiente de la calle hacia la última casa, pasando junto a los depósitos municipales de agua y al llegar a ésta, después de pasar una cadena, seguimos la pista que sube hacia la izquierda. Esta estaba llena de Rabo de Gato, que en algunos puntos invadían y casi cubrían la abandona pista, y que por poco no dejaba ver a los bonitos Matorriscos que allí se encontraban. En unos quince minutos nos pusimos en la cima de la montaña de La Horca, por fin cumplido uno de mis objetivos. Inigualable panorámica la que se puede apreciar desde el mirador, al que accedes por una escalinata y siguiendo el sendero marcado en el jardín, que tiene una fuente con un meón en medio, que no estaba en ese momento meando, digo funcionando. Nos quedamos un rato admirando el paisaje hacia Los Realejos, cundo me fijo en la montaña de Los Frailes, más conocida por la Montañeta y con una sonrisa de pícaro, me vino a la cabeza una idea y enseguida pensé "para la próxima semana”, pero no dije nada a nadie.
    Ya eran las ocho y media de la tarde y comenzaba a caer el día. Así que se imponía el regreso. Al principio queríamos seguir hacia Las Arenas, bajando por un costado del hotel, pero por las obras de remodelación del mismo, tenía los jardines acotados, la carretera estaba cerraba por una valla y vigilada por un perro, así que decidimos regresar por el mismo camino pero esta vez al llegar a la c/ Bélgica, la seguimos toda hasta el final de la misma que desemboca en la carretera general del Botánico, justo un poco más abajo de la urbanización La Paz, donde teníamos aparcado el coche, y ya cerca de las nueve para casa. Hay que ver lo que puede dar de sí una media tarde de sábado casi perdida, si uno así se lo propone.

Sábado, 17 de Mayo de 2003

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