viernes, 9 de mayo de 2003

15 La Ruta de Los Molinos (La Orotava)

    Uno de los lugares por los que me gusta pasear por el sabor añejo de sus calles y por la idiosincrasia de la gente, es la Villa de la Orotava. Aquí sin querer, nada más poner un pie en una de sus calles, respiras olor a historia y tradición que te va envolviendo a medida que recorres algunos de sus peculiares rincones. Me llegan recuerdos de mi niñez en los escalones de la trasera de la Iglesia de la Concepción por romerías o las alfombras del Corpus. Hoy gracias a mi librito, me propongo que hagamos un recorrido por los rincones y calles antiguas de La Orotava o lo que se llama el casco histórico, y si da tiempo seguiremos la ruta de Los Molinos.
    Como siempre después de un buen almuerzo y de una reponedora siesta (que buena es ésta última, pero que peligro tiene), todos al coche con rumbo a La Villa. Llegamos al caso urbano por la c/ La Carrera y bajamos por la c/ Tomas Zerolo para luego entrar en la c/ Nicandro Glez. Borges, donde con gran suerte conseguimos un sitio para aparcar. Una vez fuera del coche, volvemos a la bajada de la calle Tomas Zerolo, para enseñarles a las chicas donde está el convento y la iglesia de Santo Domingo, donde se encuentra el actual museo de artesanía iberoamericana. También desde esta altura se puede divisar bien los balcones y fachadas de las antiguas casas señoriales, que se encuentran en esta calle y que están fantásticamente bien conservadas.
    Volvemos a donde está el coche y nos metemos caminando por el empedrado callejón de Araujo, que después discurre junto al barranco del mismo nombre y que después de tanto tiempo, me vengo a dar cuenta de que es el mismo que baja entre el Liceo Taoro y los jardines Victoria. Pues recorriendo estas calles se puede admirar casonas con unos bonitos balcones y miradores. Luego subimos unas escalinatas, por el lateral de un jardín de la c/ Rosales y que me resultaba muy familiar, hasta que llegamos a la c/ Calvario y de frente nos aparece el auditorio Teobaldo Power y la iglesia de San Agustín. Pues al asomarnos por la barandilla de la calle, vemos el jardín por el que habíamos pasado y que tantas otras veces desde aquí habíamos admirado.
    Cruzamos La Carrera para subir por las escalinatas a la plaza de La Constitución, y despacio observar el bonito kiosco central, que gratificante es sentarte en una de las mesas de esta linda marquesina para tomarte algo disfrutándolo sin prisa, viendo ir y venir a la gente cuando pasea o admirar los jardines en terraza del Liceo Taoro o a su vera los Jardines Victoria, con el panteón de la Quinta Roja. Algo que me recordó mucho otros tiempos, fue un antiguo carrito de madera de esos de golosinas y pastillas y que aún se resiste al paso del tiempo, en una esquina de la plaza. Con vitrinas laterales, mostrador de cristal de corredera y con ruedas de madera que lo hacían transportable, aunque éste en particular permanece inmóvil, agarrado al cemento como la raíz del laurel de indias que tiene a su lado. Cuantas suelas, melcochas, medias lunas y pastillas de menta de las de a perra gorda, no compré yo en el que estaba en la plaza de España. Un poco más allá en la acera frente a la plaza, nos llega ese familiar sonido de sábado pachanguero del Club de la tercera edad y cual curiosos hurones, como el que no quiere la cosa, empezamos a fisgonear a través del portón de la casa, que da paso hacia el patio central, ahora convertido en pista de baile, donde vemos que a ritmo de una orquestina, cuatro viejos marchosos se divierten, arrancándose unos pasodobles, sin importarles el antaño ¿Qué dirán? Para luego al terminar el baile convidar a la pareja a un dulcito enfrente, en la esquina de la plaza, en casa de la milenaria Anita, la de los dulces cagones, como dice mamá. Nuestra entrañable Anita que, cual farmacia de guardia, siempre tiene el puesto abierto. Este es un lugar con solera donde, sin ser una tienda de “todo a cien”, aquí encuentras de todo, y aunque todo esté amontonado y patas arriba, con qué maestría se desenvuelve ella en tan reducido espacio; en ese cuartucho que siempre está lleno aunque solo haya dos personas: el cliente y ella. Anita, la que me parece que ha hecho un pacto con el diablo, porque con el correr de los años siempre la recuerdo igual, ni más joven ni más vieja. ¡Y el arte que tiene para sacarte el billetito, en género!... Si eres calvo te vende un peine, si eres sordo una radio, si manco un reloj... En fin, el caso es venderte algo y sobre todo lo que más prima es que no te vayas con las manos vacías, y siempre se despide con su clásico ¡Vuelva pronto!
    Una vez hecho este pequeño descanso en la plaza, fuimos por la c/ San Agustín y subimos la pendiente que te lleva frente a la entrada de la Hijuela del Botánico, seguimos subiendo bordeando la verja por la c/Hermano Apolinar, donde a mitad de calle vimos que a través de un portón de una casa antigua, pero muy bien conservada había un patio canario. Entramos de curiosos en el zaguán (vestíbulo que es más moderno) y pudimos ver uno de los impresionantes patios canarios que tiene La Orotava, todo lleno de plantas sobre todo helechas de "a metro". A nuestra izquierda una escalinata de madera que me figuro sería de tea y que te lleva a un pasillo abalconado todo lleno de ventanas que rodea, desde lo alto el patio, lugar que bien merece una paradita para visitarlo. Algo de lo que me he dado cuenta y es digno de alabar es que el ayuntamiento de La Orotava, ha hecho un itinerario turístico, mostrando todas las casonas y lugares de interés y por fuera de cada uno de ellos aparece un cartel leyenda metálico, donde te va explicando las peculiaridades de estos lugares ¡Bravo por el acierto!
    Como todavía es temprano, nos animamos y nos metemos ya de lleno a hacer el recorrido de la "Ruta de Los Molinos". Para ello comenzamos a subir la fuerte pendiente de la c/ San Juan ¡Dios mío! ¡Más nunca! Pasamos por una placita con cuatro palmeras altas, una en cada esquina y con un busto de Rómulo Betancourt y después por la Casa de la Cultura que ahora es el Consejo Regulador de vinos Valle de La Orotava, para luego meternos en la plaza de la iglesia de San Juan Bautista. Seguimos por un lateral, entre la plaza y la iglesia y justo en la pared, en lo alto de la puerta de la casa parroquial, pudimos ver un estupendo mural de cerámica pintada que representa a la Virgen del Carmen. Por un extremo de la plaza, pasa la carretera que va a La Perdoma, y subiendo las escaleras, enfrente a la curva, hay una de tantas capillitas con una bonita imagen. Seguimos hacia la derecha por la carretera y con mucho cuidado por los coches, para otra vez subir por la c/ San Juan (y cada vez más empinada), aquí se te cae un duro y lo vas a recoger al Puerto de la Cruz.
    Un poco más arriba aparecen los arcos del canal del primer molino. Aquí Merci se llevó la gran decepción con el consabido enfado, porque después de haber caminado tanto y por tan acusadas pendientes, ella pensaba encontrarse molinos de viento y estos de aquí son molinos de agua, que antiguamente se construían para aprovechar el agua que venía de la cumbre hacia los viejos ingenios de azúcar.
    Con otro esfuerzo, subimos un poco más y llegamos a una plaza con una ermita, hacia la izquierda en una esquina se encuentra el Molino de La Piedad, que está muy bien conservado. La acusada pendiente se hace más fuerte y nosotros, recios caminantes, subimos hasta la siguiente plaza, aquí hasta los coches que se paran les cuesta subirla. Ahora comenzamos a bajar por la c/ Domingo Glez. García, por donde continuamos viendo otros molinos, aunque el que mejor está para verlo en toda su plenitud, es el último donde aún se sigue vendiendo gofio, aunque no hecho a la manera tradicional de estos molinos.
    Acabada la ruta, entramos en el patio exterior del hospital de la Santísima Trinidad, donde el portón de entrada al mismo, aún posee el torno giratorio de madera para “los expósitos” y que llamó la atención de las chicas. En este patio nos quedamos un rato embelesados mirando la magnífica vista del valle de Taoro. Seguimos bajando la calle y un poco más abajo, hay una parada obligatoria para admirar las bellísimas fachadas de las casonas, ejemplo de ello es La Casa de Los Balcones. Continuamos bajando para ver si a nuestra izquierda encontrábamos un molino que nos faltaba, pero sólo pudimos ver, a través de un portón con barrotes, una de las piedras de moler apoyada en un muro, a modo de objeto decorativo. Bajamos hasta la esquina, donde hay a modo de homenaje a la familia que lo hizo, un monumento con un boceto en cerámica de la primera alfombra que se hizo en La Orotava. Nos metimos por una de las calles de la urbanización La Duquesa, porque necesitaba urgentemente encontrar un lugar para hacer una pausa en nuestro itinerario por temas fisiológicos; y por casualidad, vimos el molino que veníamos buscando, más conocido como La Máquina, fantástico es poco para describirlo. También pudimos admirar los patios de las casas de la burguesía orotavense, con los clásicos balcones interiores y sus helechas sobre maceteros altos.
    Continuamos el recorrido y llegamos a la iglesia de la Concepción, para luego por la c/ La Carrera acceder a la plaza del Kiosco o de la Constitución, donde al pasar por casa de Anita, intentamos seguir de largo pero la tentación fue más fuerte... ¡Anita, un dulcito para cada uno! Bueno, pensándolo bien, mejor que sean dos y para tirarle de la lengua le digo: ¡Oye. pero que no estén viejos! a lo que responde con su gracia villera "Aquí lo único viejo que hay, soy yo" ¿Qué le pongo?...  y se quedó tan pancha. Y después de haber saciado nuestra gula, nos fuimos derechitos al coche y para casa. Esta visto que para encontrar algo, primero tienes que moverte y buscarlo, de ahí que pasáramos una muy buena tarde, aunque no a gusto de todos.

Sábado, 10 de mayo de 2003

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