“Por la cuesta de La Pasión”
Esto de las caminatas aunque sean urbanas, una vez empiezas a cogerle el gustillo, no acabas. Te vas entusiasmando de tal manera que engancha y crea hábito como cualquier vicio, con la diferencia de que éste es muy sano. Hoy como ya tenía medio planeado la semana pasada, nos vamos al Puerto de la Cruz, para dejar el coche en Punta Brava y desde aquí, comenzar el itinerario previsto junto al extremo occidental del Loro Parque. Pero como suele ocurrir no hay sitio para aparcar en la avenida ya que hoy debido al tremendo calor que hace, la gente de las cercanías ha venido a darse un chapuzón en Playa Jardín, por lo que nos vemos obligados a subir por la avenida que está junto al Loro Parque y en una de las calles hacia la derecha de la urbanización, dejamos el coche. Luego bajamos un poco y por la tapia exterior del Loro Parque, comenzamos nuestra ruta de hoy.
Seguimos recto toda la avenida hasta casi el final, buscando la sombra que nos ofrecían los árboles del recinto, con sus ramas extendidas hacia la calle, y acompañados con el sonido estridente de los loros tenores y las cacatúas soprano, a los que siguió también los de algún mono haciendo los coros. Una vez en el punto dicho comenzaba nuestro calvario particular, por la urbanización Arguayoda, entre una pendiente y curvas cerradas que bajo el intenso sol que hacia, a las seis de la tarde, tenías que tomártelo con calma, subir despacio y en algunos puntos, hacer pequeños descansos. Merci y Loe eran las que peor lo llevaba y las que más se quejaban, Merci tenía ya la camiseta empapada en sudor por el esfuerzo que estaba realizando, Y lo gracioso del caso es que, aunque ellas tenían toda la razón, primero se quejan pero después les gusta y no quieren parar. Pues aquí no queda la cosa, nos esperaba la fuerte pendiente del camino Las Quinteras, que entre que la carretera era estrecha y las curvas muy cerradas, a veces resultaba un poco peligroso y te tenías que apartar para que pudieran pasar los coches, los cuales subían a todo gas para poder superar tremenda pendiente, además esta carretera soporta bastante tráfico. Pero aún así, la subimos, atravesando la carretera de Las Dehesas y continuando subiendo pero ahora ya algo más suave. Me hacía gracia porque la gente se nos quedaba mirando un poco extrañados, pero nosotros a nuestra bola.
Pasamos un puente peatonal de hierro que estaba ya un poco picado de oxido, y seguimos ascendiendo poco a poco y paso a paso. Atravesamos la antigua carretera general del norte y mirando hacia nuestra derecha, teníamos a nuestra querida Carajita... ¡Buenas arepas! Seguimos por el camino subiendo. Un poco más arriba nos sale a la derecha el camino del Burgado, seguimos de frente y pasamos bordeando un campo de fútbol. Enseguida llegamos al gran puente de La Higuerita que solo es peatonal y comenzamos a subirlo. Los peldaños están formados por una rejilla, por la que ves la base y el fondo, así que a medida que subes te puede dar algo de vértigo porque es alto aunque desde abajo parece pequeño. Este puente es el que atraviesa la autovía del norte y nos lleva hasta la base de la montaña de Los Frailes. Pasado el puente y rebasadas las primeras casas, intenté buscar el sendero que sube a la montaña por la cara norte, pero no lo encontré; lo que sí vimos fue un rebaño de cabras pastando entre piteras en esta ladera, por donde coño se habrán metido. Seguimos por la pista que rodea la montaña, antes de llegar a un cruce vemos una capillita con una cruz muy bien arreglada con flores. Al llegar al cruce seguimos un poquito hacia la derecha para acercarnos a ver otra capillita con una cruz, arreglada pero más sobria. Volvimos sobre nuestros pasos, pasamos el cruce hacia la izquierda y pasando un bar pintado de color rojo, se encuentra justo enfrente otra capillita muy bonita, este es el ejemplo claro de la fuerte devoción y exaltación a la Cruz que existe en Los Realejos.
Pasamos por las calles del bario de La Montañeta, donde en un muro aparecían las primeras figuras que indicaba la próxima entrada al Monasterio. Una vez allí, la clásica indecisión de alguien que yo me sé y tal vez el miedo al ridículo o a que le llamen la atención; que casi me hace desistir de visitar tan bello lugar, pero el instinto me hizo seguir. Aunque al principio la entrada te frena un poco porque impresiona, pero pienso que en parte no está mal, para que no se deteriore el lugar. El Monasterio a mi poco entender, fue una idea magistral que le da un nuevo sentido al negocio de la restauración. El que lo construyó tuvo la genial idea de, respetando el entorno natural, crear una serie de restaurantes y tascas al más puro estilo canario a ambos lados del antiguo camino, ahora pista, que forma la columna vertebral de este pequeño complejo y por el que se comunican unos con otros, y a sus espaldas resguardados por un pequeño bosquecillo.
Nos llamó la atención la entrada, enseguida y de frente un lagar con barricas, a continuación aparece las casas típicas que son los restaurantes. Subiendo a la derecha hay un nacimiento con grandes figuras... ¿Estaremos en Navidad y nosotros sin enterarnos? Nos picó la curiosidad por lo simpático, un reloj de sol cuyas manecillas eran la lengua de un lagarto en metal. Ya llegabas al aparcamiento privado donde está el parque infantil y donde también vimos patos, enseguida empieza el camino al principio cementado y entre árboles y manchones de lavanda. También había paseos que salían al camino donde hay bancos y mesas, todo muy bonito. Una cosa peculiar que nos llamó muchísimo la atención fue que en cada punto estratégico del camino han construido unas mini – casetas y en el centro un panel de losetas de cerámica pintada que representaban a medida que ibas subiendo el camino cada una de las estaciones del Vía Crucis, muy bonito, aunque algunos se veían que habían sido estropeados adrede. ¡Qué pena da la ignorancia!
El camino ahora de picón es un poco pendiente y algo resbaladizo por las piedras sueltas, pero vemos que la montaña se está repoblando con plantas autóctonas. Al llegar casi a la cima, pasas alrededor de un cráter, para después subir y llegar a la capilla en cuyo interior, y como era de esperar hay una cruz. En este punto vimos como una pareja de aguilillas alzaron su elegante vuelo por una esquina de la capilla para permitir a estos intrusos visitantes contemplar sus extensos dominios. Ya podíamos decir que estábamos y que habíamos estado en la montaña de Los Frailes.
Algo que tengo que criticar, es el mal gusto que tuvo al que se le ocurrió la idea de pintar la capilla por dentro en plan hortera, como si fuera un hippy de los años sesenta porque han pintado en fondo blanco con líneas azules, pétalos de color verde y centros amarillos, formando margaritas extrañas, que hace que la cruz no destaque, sino que quede como incrustada en la pared, pasando a un segundo plano. Aparte de esto, estar sentado en cualquier punto de los alrededores de la capilla, es tener un permanente mirador circular, a vista de pájaro de 360º, con una impresionante panorámica del valle de Taoro. Además forma parte de este entorno porque está justo en el medio. Tuvimos la suerte de tener un día despejado, que te dejaba ver todos los barrios y caseríos de los tres municipios. Aquí nos quedamos descansando y embobados ante tales vistas, Aprovechamos para merendar, aunque más bien era cenar, pues ya eran casi las ocho y media y se notaba que el sol comenzaba a caer.
Al rato comenzamos a bajar y pasando cerca del cráter empezaron a aparecer conejos, probablemente fueron soltados por los del monasterio para que se criasen salvajes. En la bajada hay que tener un poco de cuidado por las piedras suelta, porque puedes caer debido a un resbalón. Al llegar a los aparcamientos privados, volvimos a ver a los patos sueltos en el parque infantil y a una preciosa chiquilla medio enfadada que intentaba agarrar a uno. Pasamos por los bares donde aún con los altos precios, estaban llenos. Bajando nos llamó la atención en una de las casas, unas losetas de cerámica pintada con la Virgen del Rocío.
Ya todo lo demás fue desandar todo lo que habíamos hecho, aunque con varias particularidades: al llegar a la última capillita que vimos, de frente vemos el camino de Los Afligidos (ruta que te lleva a Los Realejos, pues haciendo esquina estaba el bar de color rojo, lo que me llamó la atención fue un letrero que decía: “Bodegón El Petudo” nombre curioso, pero que a mí me resulta muy familiar, pues significó algo en una etapa de mi vida. Después casi llegado al puente de La Higuerita, nos despedimos del rebaño de cabras que ahora era más numeroso, incluyendo los macho y a los dos cabreros que las guiaban, con sus peculiares y simpáticos sonido. Luego bajando por el camino de Las Quinteras, una señora mayor que estaba cortando los tallos a unas azucenas y que nos estaba viendo bajar, nos hizo un ligero comentario sobre el tiempo, referente al calor, para un poco entablar conversación, pues ella fue una de las que nos vio subir caminando la pendiente. Ya por último, a medida que el sol llegaba a su ocaso, precioso con ese intenso color naranja para llegar al púrpura, parecía como si el cielo aplastara al astro rey como si fuera un globo por el horizonte, para luego con otra leve presión hacerlo desaparecer. Pues nosotros también llegábamos al ocaso de nuestro camino, aunque un poco despistados buscando el coche por otra calle, pero bastante contentos por la experiencia vivida, aunque siempre habrá quien se queja, y que espero que no sea la última vez que subamos aquí, pues vale la pena el esfuerzo.
Sábado, 24 de mayo de 2003
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