viernes, 31 de octubre de 2003

28 Taborno - Las Carboneras

 
“Historias para no dormir”

    Hoy es día de San Claudio y reflexionando un poco haciendo un pequeño balance de estos quince días de vacaciones, con un resultado muy positivo, con grandes satisfacciones por mi parte, pero tengo que reconocer que vaya un palizote de marchas me he pegado en estos días. Ahora con cierta nostalgia y algo de pena, he de volver a la aburrida pero necesaria vida laboral. Eso sí, como despedida va la última marcha de esta temporada. El itinerario de hoy es uno que tenía pensado hace bastante tiempo, pero un poco por la aprensión que te produce por un lado el miedo a lo desconocido y por el otro al leer en la guía las condiciones de la ruta en el punto más interesante de la misma, estas dos impresiones me han hecho desistir de hacerla varias veces. Las condiciones del itinerario del Roque Taborno, son muy duras, la guía las indica como: de dificultad muy alta, difícil descripción, peligro de caída y fuerte la sensación de sufrir vértigo, aunque solo se dan estas condiciones en lo que es la circunvalación del roque, solo está aconsejado para expertos; es decir todos los ingredientes necesarios para hacerte desistir de visitarlo. Aunque también son las mismas condiciones que abren la curiosidad y el misterio del riesgo. Soy de los que no suelo llevarme por lo que dicen los demás, aunque si suelo aceptar el consejo y estar con la mosca en la oreja, por eso soy de los que primero voy, luego miro y compruebo para después si es posible ejecutar lo planeado.
    Tenía previsto coger la guagua de las nueve y cuarto hacia Taborno, así que salí de Santa Cruz a las ocho y media llegando a la estación de La Laguna a eso de las nueve. Una vez allí me senté en uno de los bancos justo frente al estacionamiento de la 075 a Taborno. Estando aquí sentado, se me acerca un extranjero, un alemán al que casi no le entendía nada, alguna que otra palabra suelta, pero por medio de signos, algún que otro sonido onomatopéyico y una libreta, me las pude apañar un poco. Por lo poco que entendí, él quería ir a Chinamada para después bajar a Punta del Hidalgo. Desde donde nos encontrábamos era un poco difícil de explicarle el itinerario, sobre todo con alguien que no te entiende, pero bueno, más o menos...
    Llegó la guagua y subimos a la misma: el alemán, una chica un chico también extranjero con coleta y yo. Al chico como va a tener que intervenir en este relato varias veces y para no estar repitiendo siempre el chico extranjero de la coleta, le llamaremos “el coleta”. En el itinerario de la guagua, el alemán siguió intentado tener una conversación algo fluida pero no había posibilidades, enseguida salió en su ayuda “el coleta” y también la chica que no hablaba idiomas pero resultó ser una guía para niños del Centro de Visitantes. En resumidas cuentas que acabamos los cuatro hablado, o intentando un mínimo diálogo, menos el chofer que estaba en lo suyo. En este diálogo, como no iba pendiente de la carretera al ir la guagua un poco rápida y coger un par de curvas con velocidad, me mareé y un poco, pero nada todo pasó enseguida. La Chica y el alemán se bajaron en la Cruz del Carmen, yo en el cruce de Las Carboneras y “el coleta” en aquel momento supuse que seguiría hacia Taborno, que también era su destino. Pero creo que le iba a resultar un poco incómodo transitar por aquellos pagos, porque venía con zapatos de cuero y ropa urbanita ligera. ¡Situación muy difícil la suya!
    Una vez baje de la guagua, corrió a darme la bienvenida una sutil neblina envolviéndome en un frío abrazo, pero enseguida siguió de largo su camino y yo el mío por la carretera al Bailadero. A unos cien metros del cruce esta el restaurante Casa Carlos, mi punto de partida de hoy. Eran las diez menos diez y casi llegando al restaurante en un lateral, mejor dicho en el hueco de un muro, vi algo insólito, una araña había instalado su tela que a modo de cortina había franqueado la entrada al hueco, pero lo más curioso era que debido a la humedad y al mañanero rocío, dicha tela estaba llena de minúsculas gotitas de agua, que le daban un bonito aspecto, estaban tan perfectamente confeccionada que parecía un pequeño mantelito de calado canario.
    Pasando el restaurante y por un lateral de éste, comienza el ancho camino hacia Taborno (yo pensaba que estaría más lejos). Enseguida pasas junto a una casa que está a mi derecha y que según la guía está el cargadero Pelícano, pero a decir verdad, yo no vi ninguno, luego el camino se estrecha un poco aunque sigue siendo anchito y a medida que voy bajando comienzan a aparecer los escalones naturales excavados en el piso, muy mojados debido al chirimiri y llenos de musgo, que más de una vez pegué un resbalón que me hicieron perder el equilibro y casi no me voy de vareta al piso, pero afortunadamente no pasó nada. Antes de llegar a una segunda casa, comenzó a llover algo intenso que me obligó a parar para ponerme mi fabulosa capa de superhéroe y mi gorrita de pana, ya todo arreglado. Pasé la segunda casa, donde sobre un muro de piedras, me esperaba un perro para darme los buenos días, menos mal que estaba amarrado. ¡Empezamos bien la mañana! Sigo bajando con algún que otro resbalón desagradable, hasta que encuentro por mi derecha el camino de Los Carreteros que te lleva a Afur. Continuo el mío, cerrado por la vegetación y rezumando mucha humedad. Para que no haya posibles pérdidas, este camino te lo va indicando una tubería de agua y unos postes de madera que llevan los cables de la luz.
    En poco tiempo comienzan a aparecer unos claros en el monte hacia mi izquierda que dan hacia el barranco de Las Carboneras. Desde donde me encontraba se podía apreciar el cielo, un gran manto verde, la carretera y como incrustado en la montaña el caserío de Las Carboneras. En uno de estos claros del camino me encontré una pequeña cuevita excavada en la pared de una forma curiosa, donde también había un asiento para dos en la misma roca, el conjunto te daba la sensación de que uno se sentaba en media cáscara de huevo, estaba simpático el invento. Tal es el encanto del lugar, que a alguno se le olvidó en un lado del asiento una valiosa lata de Coca Cola, vacía; seguro que del clásico vago que le cuesta depositar la lata en una papelera. ¡Siempre tiene que haber alguien que la caga! En fin, sigamos.
    El camino ahora bastante anchito, transita entre dos barrancos muy profundos, éste es un lugar despejado de vegetación se podría decir que estaba en monte bajo. Por uno de estos barrancos vez el valle de Afur, con sus dispersos caseríos como El Frontón, Lomo Centeno, etc.; Y por el otro el de Las Carboneras – Taborno. Luego continuando con el arco costero, en las crestas se divisa El Tenefía, Taborno, Anambro, Chinobre y en el mar los roques de Anaga. Por una recta el camino te lleva hacia un tanque de cemento cerrado y cercado con una valla metálica que lo cierra en un recinto. Un poste de la luz te lleva a un lomito (Lomo Alto), donde se puede apreciar lo anteriormente dicho en toda su plenitud. Para redondear la fotografía, un cernícalo o aguililla estaba arriba en lo alto como si estuviera realizando un rito ceremonial, bailaba graciosamente en el aire describiendo círculos, teniendo como pista todo el valle y su límite, la cúpula celestial y el silencio se rompía con el eco del característico grito de su pico que saltaba por los barrancos, retumbado en estos, para que todos supiéramos que estaba allí el rey de estos pagos. Este sitio es un buen lugar para un descanso y así lo hice. Mientras me deleitaba con algunas viandas cual sibarita, miraba con mucha atención los caseríos del entorno, fijándome en cada grupito de casas y comprobar los detalles cuando uno mira con detenimiento. Por ejemplo: desde mi posición y dando rienda suelta a la imaginación se podría decir que me encontraba en el cuello de un gran rinoceronte, donde el caserío de Taborno era la cabeza y el roque el singular cuerno.
    Después de un buen descanso, era hora de ponerse en marcha. Dejando atrás el tanque – aljibe, el camino bordea el lomo y ya comienza a bajar hacia la carretera, teniendo ya de frente al caserío de Taborno, y el camino viene a desembocar donde termina la carretera justo frente a la parada de guaguas. La Carretera continúa hacia el caserío en una pista cementada que te lleva directamente a la plaza de la iglesia. Una vez pasado el torreón del tendido eléctrico, lo que me llamó la atención por la originalidad y por lo simpático del cartel, fue el nombre del primer restaurante que me encontré: Bar Restaurante “Historias para no dormir”... ¡De muerte súbita! Ya en la plaza estaba la escuela de la que salía la voz del maestro dando sus clases y enseguida la ermita de San José. Continué por el lado derecho de la plaza donde sigue un camino ancho cementado al que le han adosado un pequeño mirador con vistas hacia el barranco de Afur muy interesante. Seguí el camino, después de saludar a un parroquiano y enseguida me encontré con unas obras que se realizaban para acondicionar este camino y conque maestría se movía un obrero, manejando una pequeña grúa en tan estrecha senda. Después de saludar a los trabajadores y pasando con cuidado para no caerme al barranco, continué hacia unas casas que quedan a la derecha. Pasando entre las casitas del lomo, llega un momento en que el camino se bifurca. Siguiendo de frente bajando, el camino te lleva hacia un mirador, justo debajo de la última casa. Desde donde se puede apreciar una bella estampa del barranco de Afur y Tamadite (o Tamaiste) y el roque Marrubial al que fijándome bien, pude apreciar el fantástico sendero por el que ya transitamos en otra ocasión y que nos llevó por el acantilado de la costa hacia Taganana.
    Regresé al cruce y entré en el sendero que ahora tenía a mi derecha y que entre árboles baja culebreando hacia una hoya. Una vez en la hoya vi una choza corral para cabras y una casita donde el camino pasa por el medio de ambas. Seguí el senderito pasando por la bifurcación a mi derecha del sendero que baja por Palos Jincados hacia Tamadite, pasando también otra bifurcación pero esta vez a la izquierda frente a un chorro de agua, que siguiéndolo te lleva a la plaza de la ermita. De la casa salió una señora mayor, típica del lugar con su sombrera que venía caminando hacia mí y se la veía con ganas de entablar conversación, cosa normal de esta zona pues creo que es la única forma de distraerse en estos lugares, porque no hay nada salvo el bar. No sé por qué creyó que yo era el cartero y comenzamos un mini diálogo de cortesía donde una de las casas que me contaba que me hizo mucha gracia, fue que dicen que los lugareños tenían la culpa de que el monte estuviera tan estropeado por el paso de los animales, a lo que ella si respondía que quienes lo estropeaban eran los extranjeros que venían en rebaños, haciendo agujeros en el campo con esos endemoniados palos, menos mal que yo tenía el bastón mío guardado en la mochila. Pues justo en ese momento apareció en una curva del camino un grupo de extranjeros procedentes del roque, a lo que la señora me dijo: “Míralos ahí vienen todas las cabras juntas”. Después de este simpático comentario me despedí y seguí mi camino, cruzándome con los extranjeros con el correspondiente saludito.
    En unos minutos llegué a una cancela de madera que se encontraba abierta, luego seguí por una cresta sobre un cuchillete es el Lomo del Rayo, que hace de cordón umbilical entre el roque y el caserío. Ahora ante mí t4enía la inmensa mole del Roque. El camino sigue en dirección hacia la izquierda de la base del roque, después por una vereda alcancé un corral abierto junto a una destartalada choza de piedra. En este punto creo que me confundí y en vez de seguir por la choza y por la izquierda subiendo, interpreté mal los datos de la guía y al ver una veredita algo más clara, por debajo de la choza, por ella me metí y la seguí aunque ésta en vez de subir, bajaba. Pero bueno como se suele decir “Todos los caminos llevan a Roma”. Me encontraba rodeando el roque por el poniente, y dirigiéndome hacia la zona norte de este inmenso roque, donde ya comenzaba a divisarse un pequeño adelanto de lo que me esperaba. Una prolongación de la loma donde yo me encontraba, justo bajo del roque, apuntaba hacia la costa a un roque en forma de aguja es El Guincho, que es el límite oeste de la playa de La Fajana, ahora oculta por esta loma. Continué por el sendero que describía un arco que iba de izquierda a derecha en dirección norte.
    Por aquí me cruce con un grupito de extranjeros y también con mi amigo que por el estrecho sendero que estábamos pasando y debido al calzado que llevaba, iban caminando como si le hubiera venido una diarrea espontánea, dando pequeños pasitos y agachado, como si estuviera buscando algo o le hubiera dado un retortiño. Se notaba por su rostro y la posición de la coleta que no lo estaba pasando muy bien. Al llegar junto a él me reconoció y después del saludo inglés de garrafón, me comentó que no había podido seguir, señalándome a sus zapatos. Luego le cedí el paso, porque la vereda era muy estrecha solo tenía casi la medida de un zapato, dándome él la mano para que no cayera, me despedí a lo que en sentido premonitorio respondió un “Bye, Bye, see you soon”, y continué mi camino.
    Llegué al final del arco descrito, donde había una roca a la cual me subí, sentándome encima para admirar el paisaje. Continué hasta llegar a un dique natural ya en el punto norte del roque donde un poco confundido no sabía seguir pues no había ningún rastro de camino. A lo que sí no estaba dispuesto era a renunciar y regresar, después de haber llegado hasta aquí, soy de los que dice que: “pa tras ni pa coger resuello” Salvo que exista peligro. En esta situación lo primero que hice fue bajar por el dique, una especie de escalones que me dejaron en una veredilla algo desdibujada con barro que te hacía resbalar pero que después de caminar un rato te llevaba a un lugar sin salida donde la vereda se perdía. Así que volví al dique e intenté seguir otra senda pero pasó lo mismo. Desde el dique decidí retroceder hasta la roca donde me había subido por ver si me había equivocado de camino, pero nada desde la roca el sendero me llevaba al dique. Ya lo único que me quedaba era intentar subir por el dique hasta llegar a un llanito por encima a pocos metros que tenía a la vista. Pues así lo hice y cuando llegué al llano, veo por mi derecha el caminito que probablemente venia de la choza, el cual debería haber cogido, pero bueno, no hay mal que por bien no venga porque ya estaba aquí.
  •     Seguí subiendo un poco hacia una pequeña degollada y por una cresta hacia la izquierda, llegué a un pequeño altozano es la Era de los Cardos. Bueno pues al alcanzar este lugar, fue como querer besar la luna y lograrlo, la magia de lo que en ese momento me rodeaba, me sustrajo de tal manera que no podía creer que hubiera algo más sublime que lo que apreciaba mis ojos. Sentimiento imposible de expresar en un papel para que quede registrada la sensibilidad del momento y poderlo volver a revivir cuando quiera con solo leer estos renglones y cerrar por unos instantes los párpados. La Era de los Cardos es como estar en un minarete árabe contemplando a los fieles a sus pies. Desde este altísimo púlpito de este particular santuario, disponía de una panorámica extraordinaria, ahora si me da pena que las chicas se hayan perdido este espectáculo, que describo a continuación:
    • Hacia el norte el inmenso y azul océano.
    • Al sur como guardándome la espalda el Roque Taborno.
    • Sobre mi cabeza un nítido cielo de color azul intenso
    • Y de izquierda a derecha:
      •  El Guincho apuntando con su aguja hacia Las Furnias en Punta Hidalgo, pasando por La Fajana que no estaba a la vista pero que se nota que estaba allí.
      • A mis pies la entrañable playa de Tamadite con su choza casi imperceptible y su roque Marrubial.
      • A lo lejos el roque de las Ánimas indicando la posición de Taganana, a la que le sigue el caserío de Almáciga, Benijos y El Draguillo.
      • Un poco más lejos los roques de Anaga señalando el abandonado y perdido caserío de Las Palmas.
    Hace unos días, sentado al borde del precipicio de la Mesa de Tejina, sentí que para mí aquella vista era ya lo máximo, pues tengo que rectificar porque esto de hoy es sublime casi esotérico y mágico. La visión de este entorno te embriaga, de tal manera que hasta emborracha. Ni que decir tiene que aquí me quedé un buen rato a reponer fuerzas y a relajarme de tantas emociones juntas.
    Después de un rato, regresé por la cresta hasta el cruce de veredas y comencé a subir por otra veredita hacia el roque. Daba un poco de miedillo pasar por esta zona, por la inmensidad del lugar, comparado con el pequeño espacio de la vereda por la que subía. Aquí me sentí como una hormiga viendo al roque, como la inmensa pata de un elefante que puede levantarse en cualquier momento y cayendo sobre mí, aplastarme. Pero no sentí vértigo alguno. Llegué a una veredita y me dirigí por ella hacia el naciente del roque. Ya esta zona es la considerada en la guía de peligrosa, la vereda se estrechaba cada vez más llegando a ser del ancho de mis pies juntos, esto hace que el sendero sea difícil y algo peligroso, porque vas pegado a una pared sobre una tremenda fuga que llega al mar. Pero que se puede pasar teniendo mucho cuidado. Enseguida llegué a la Cueva del Beleño, un buen lugar para hacer un descanso al abrigo de la cueva, pero continué por el complicado paso por un lateral de la cueva porque quería pasarlo rápido hasta que en dos minutos llegué a lo alto de la choza con lo que había concluido mi maravilloso e inquietante periplo por el Roque Taborno. Ahora me quedaba alcanzar la cancela de madera y llegar al cruce de caminos donde estaba el chorro del agua. Al llegar allí me volví a encontrar con la señora y a mi amigo. Ya mucho más tranquilo, descansando todo espatarrado, alegando con mi amiga y mandándose una garimba que ésta le había ofrecido: Se impuso el saludito, convite por su parte, ¡gracias... no! por la mía, unos minutos de charla, despedida y cierre.
    Esta vez continué por el camino que baja del chorro, llamado la vereda del Concherío y que te lleva al lado izquierdo de la ermita. Pero un poco antes de llegar, como iba distraído por el camino, no me esperaba que de detrás de un grupo de plantas plantadas en un par de cacharros de pintura, había camuflada una caseta, que no había visto que estaba frente a una de las casas y el camino pasaba por el medio, ¡Me cago en la leche! En ese momento salió disparado hacia mí un perro con no muy buenas intenciones, me llevé un susto que casi me quedo calvo porque hasta los pelos saltaron y salieron huyendo. Menos mal que el bicho estaba amarrado. Ya después del sobresalto y algo más descansado pasé por delante de la iglesia, la escuela, el simpático bar y el torreón de la luz hasta llegar a la parada.
    Era la una y cuarto, la guagua salía a las dos, pero primero paraba en Las Carboneras a las dos menos cuarto. Como no quería esperar sentado tres cuartos de hora, decidí hacer el caminito que une el caserío de Taborno con Las Carboneras por el barranco que los une. Tampoco era que tuviera esa prisa, ¡Estaba de vacaciones! Atravesar el barranco por el camino, según la guía te lleva unos cuarenta minutos, así que si iba un poco rápido podría agarrar la guagua en Las Carboneras, y si no, cogería la de las cuatro. Así que sin pensarlo dos veces, me puse en marcha carretera adelante hasta encontrar el principio del sendero. En la carretera pasada unas curvas, vi el letrero que indicaba el sendero, pero por más que miraba éste no estaba. Y todo porque éste se encontraba a unos cien metros más adelante, en un corte de la valla metálica de la carretera ¡Fuerte unos totufos! ¡Ay! ¿Quién sería el ingeniero?
    El camino baja por un lomo de inciensos que te señala la dirección al caserío de Las Carboneras. Luego llegué a un poste de la red eléctrica y seguí bajando pero ahora hacia la izquierda, bordeando unas huertas y sin pasar por ellas. Después atravesé el barranquillo de Taborno por el que corría un hilo de agua, para después pasar a una lomita y adentrarme por una vereda estrecha pegada a un muro de piedra, perteneciente a un bancal, sobre el que sobresalían algunas matas de zarza que con los picos me hizo una mierda el pantalón del chándal. Por el lado derecho la vereda tenía una pequeña caída hacia un barranquillo, pero bien se podía pasar aunque con la dificultad de as zarzas. Siguiendo esta incómoda vereda, una vez pasado el barranquillo de Las Carboneras, dando un giro en una curva del camino, surgió de improviso como si hubiera salido de una chistera, un hermoso conejito que a juzgar por sus movimientos me invitaba a jugar al escondite, siendo él, el primero en hacerlo y se veía que en este juego era un maestro porque se escondió tan bien que no lo vi nunca más.
    El camino comenzaba ahora a subir y fue cuando comencé a oír el ronroneo característico de un conocido motor, el de la guagua que ya salía de Las Carboneras en dirección a Taborno. Eran las dos menos cuarto de la tarde, como ya no me daba tiempo de cogerla, me lo tomé con calma y algo más relajado seguí mi sendero. Al ratito vi por la carretera a la guagua que llegaba ahora a Taborno, recogía el pasaje y puntual a las dos salía hacia La Laguna, y todo esto mientras yo justo llegaba al otro extremo, frente al bar Valentín ya en la carretera general. Seguí por la carretera hacia la derecha en dirección al caserío mientras pensaba en lo que iba a hacer durante dos horas, que es el tiempo que tardaría en venir la siguiente guagua.
    Pues en vez de quedarme sentado en la plaza del barrio matando el tiempo, decidí llegarme al caserío de Chinamada. Ya en el trayecto llegando a las casas cuevas, me empecé a encontrar con varios grupos de gente, casi todos extranjero que venían del camino de Punta Hidalgo. Una vez llegué a la plaza de Chinamada, cogí el senderito que va hacia el mirador de Aguaide para quitarme una pequeña espinita que tenía, porque la última vez que estuve por este lugar, no conseguí llegar al mirador, que en realidad, solo te lleva unos quince minutos desde la iglesia. El truco estaba en ir por una vereda que va por encima de una casa y seguir hacia la derecha en horizontal. Cuando se llega a una curva hacia la izquierda, caminando unos metros, enseguida vez el mirador al que accedes bajando unos cincuenta metros aproximadamente. A eso de las tres de la tarde llegué al Balcón de Chinamada que es el nombre que cariñosamente le han puesto al mirador de Aguaide. Desde aquí la vista es estupenda, después de quedarte impresionado y de notar cierto vértigo en el precipicio, te encuentras frente a Dos Hermanos que como aguja imantada de una brújula imaginaria que te señala siempre el norte, éste te guía la mirada hacia Punta del Hidalgo. Ante tan magnífico panorama me quedé sentado descansando, en el muro quitamiedos del mirador, durante un rato relajándome con la vista y disfrutando de la brisa marina. Pero solo podía quedarme un poquito, puesto que tenía que contar con el tiempo que me llevaría hacer ahora el camino de regreso que en este caso era en subida, lo que haría que tardara un poco más.
    Después de una media hora de camino de regreso, llegué a la plaza de Las Carboneras, donde me senté en uno de los bancos de la plaza, que situado estratégicamente frente a un callejón, entre el muro lateral de la ermita por la derecha y las casas por la izquierda; te dejaban ver la carretera por la que verías venir la guagua por el paseo de las palmeras. Paseando la vista por la plaza, la cual tienen muy bien cuidada, me fijé que aún conservan el mismo templete de la última vez que estuve aquí. Luego vi que el badajo de la campana de la ermita permanecía inmóvil gracias a una cuerda que lo ataba para luego quedar fijado en el picaporte de la puerta de la entrada de la ermita, además en lo alto de esta puerta hay dispuesto una especia de ventana donde perennemente permanece asomado un colorido Corazón de Jesús y que notas como sus ojos te están constantemente vigilando, según estés en cualquier punto de la plaza al que te dirijas, y creo que del frío que debe hacer en esta zona, al Cristo se le han puesto los pelos rizados.
    Estando sentado en la plaza, de repente el cielo comenzó a ponerse gris oscuro debido a la llegada de unas nubes muy negras y comenzó a levantarse un poco de viento algo frío, que no presagiaban nada bueno. Menos mal que puntual llegó mi perrerita que enseguida salió de Las Carboneras hacia Taborno. Allí estuvo esperando con el motor apagada hasta las cuatro y cuarto, tiempo en el que aproveché para cambiarme de sitio, e ir delante en un único asiento ceca del chofer, a la derecha junto a la puerta. Puntuales salimos hacia La Laguna.
    Al llegar a la parada de la Cruz del Carmen, noto que la guagua se para, espera un poco y ya cuando iba a ponerse en movimiento, del restaurante sale corriendo un individuo dando voces y que luego sube, era mi amigo “el coleta”, al que pensé que no volvería a encontrar porque creía que se había marchado en la guagua anterior. Probablemente lo que hizo fue coger la perrera de las dos y bajarse luego aquí para comer algo. Él entró disparado pensando que la perdería, A mi no me vio pero yo si me fije que presumiblemente, después de haber disfrutado de algún exquisito plato de carne de conejo o cabra, tan famoso por estos lugares, habría mojado el pico en vino de la zona, porque traía, además de una sonrisa fija, la nariz más colorada que un murguero. Siguió de largo hacia los asientos de atrás. Creo que no me vio y yo me hice el loco, verdaderamente a esa hora de la tarde no tenía ganas de mantener ninguna conversación, así que: ¡Hasta luego Lucas!
    Y con todo esto llegué a casa, pasadas las cinco de la tarde, después de haber disfrutado de un fantástico día, que espero poder repetir, pero la próxima compartiendo experiencias con los míos. Acabé con un dolor de pies y un cansancio en todo el cuerpo, aunque creo que no sería debido a la caminata de hoy, sino al trajín que he llevado en estos días, esto no hay cuerpo que lo resista, o si. Y más pereza me daba al pensar que pronto tendría que volver a la rutina diaria del trabajo. ¡Que dolor!, ¡Que pronto se acaba “lo güeno”!

Viernes, 31 de octubre de 2.003

miércoles, 29 de octubre de 2003

27 Cruz del Carmen - Valleseco

 ... y el misterioso Matazno.

    Hoy me encuentro algo fatigado por el largo y duro trayecto de ayer, tengo un molimiento en el cuerpo y unas agujetas en las patas, como para estar en cama una semana recuperándome. Pero como si me hubieran puesto las pilas nuevas y una buena infusión con Ginseng, me voy de marcha, pero eso sí, una jornada suavita, que no tenga ninguna subida. También quiero quitarme una pequeña espinita que me quedó de la vez que pasé por Monte Aguirre y por una confusión cogí el sendero de Valle Luis para salir al barrio de La Alegría. Así que hoy sin más, de La Cruz del Carmen a Valleseco, sin imprevisto y sin sobresaltos, pues como todos estos días atrás, después de dejar todo preparado y las chicas en el instituto, directos a la estación, guagua que te pego para La Laguna, a esperar a la de las nueve y cuarto con destino a Taborno. Una vez en ruta me bajé en la Cruz del Carmen para solicitar en el Centro de Visitantes un mapa de Anaga.
    Después de la visita de rigor al mirador y pedir la bendición a la virgencita de piedra, aunque a decir verdad, yo soy un poco ateo; me marché por detrás de la ermita para entrar en el sendero que te lleva a la carretera general un poco más arriba en dirección a Pico del Ingles. Por el lado izquierdo de la carretera, subía cuando veo en sentido contrario un jeep forestal que se cruza conmigo pero no le di importancia. Dejé atrás el cruce hacia El Bailadero, paré junto a la veredita que oculta te lleva a la Cruz de Taborno, últimamente tan en boca de todos por la intención de AENA de instalar un radar para la navegación aérea. Más tarde llegué al derruido edificio del restaurante Cruz de Afur, donde paré un minuto a contemplar y aspirar el aroma de un arbusto de algaritofe, luego crucé la carretera buscando el principio de un sendero que por Aguirre te lleva a la antigua casa forestal, por cierto, sendero un poco peligroso por lo resbaladizo del principio.
    Solo habían pasado unos diez minutos aproximadamente cuando me veo pasar a mi lado con dirección a Pico del Ingles el jeep forestal, que al pasar junto a mí aminoró la marcha y después siguió. Me quedé pensando pero ¿Qué le pasa a éste?... ¿Qué tanto misterio?...
    Al llegar a Pico del Ingles me encuentro al jeep parado y al forestal, como despistando un poco mirando todo el monte cual experto rastreador “pies negros”. ¿Me conoces mascarita? Saludito rápido de compromiso y de cabeza por el sendero a Cuatro Caminos, no sin dejar de pensar en el forestal que en su celo profesional (cosa que no critico y me parece muy bien) tal vez pensara que me iba a meter en la restringida zona de Aguirre. En fin cada loco con su tema.
    Llegué a Cuatro Caminos en unos quince minutos y esta vez a conciencia seguí un poco la ruta hacia el barrio de La Alegría, para admirar de nuevo el monte Aguirre desde la antigua casa forestal hasta La Llanada, donde me encontraba en este momento. Eran ya las diez, hora de comer algo, así que desde Las Llanadas retrocedí el camino y en una lomita con una bonita vista hacia Catalanes, sobre un rellano me senté para mantener una fluida conversación con un bocadillo de choperri, donde yo llevaba la voz cantante, rematando este diálogo con algo de fruta y un buen buche de agua. ¡Qué bien sabe comer aquí! El día estaba que ni pintado, con nubes altas que tamizaban un poco la fuerza del dorado Goliat de los cielos. Desde donde me encontraba se podía divisar una fantástica vista de Casas de la Cumbre con el monte de Aguas Negras y bajo mis pies la plaza y la ermita de Catalanes. Como no tenía ninguna prisa me quedé aquí largo rato sentado en silencio, tal es así que podía oírse a un grupo de gente que venían por el sendero de Aguirre y de seguro que les acompañaría un forestal porque se podía percibir claramente el pitido de un radio control.
    A eso de las once, regresé hacia Cuatro Caminos y ya de lleno me metí por el sendero hacia el barrio de Valleseco que ahora lo tenía a mi derecha. Este es un buen camino rodeado de tejos. Un poco más abajo aparece una bifurcación a la izquierda que va a la Degollada de Las Hijas. Después de un rato de bajada en zigzag termina el monte, donde aparece de frente al fondo de esta panorámica. El valle del Bufadero, franqueado por dos colosos: a la derecha La Fortaleza, a la izquierda la gran mole del Roque Chiguel, y justo bajo mis pies Catalanes. Seguí por una veredita y un poco más adelante, al girar hacia la derecha en una curva, veo algo que enseguida me trajo a la memoria a Idafe, el monolito orgullo de la historia aborigen palmera. Pues mira por donde sin saberlo, aquí nosotros también tenemos uno, mirando hacia arriba en medio de una hoya, donde hay eucaliptos, emerge arrogante un altivo y solitario monolito, de unos ocho metros de altura y que es el resto de un antiguo dique, ¿Su nombre?... Matazno.
    Continué el sendero hasta que llegué a una bifurcación de sendas, Partecaminos. Una de estas te lleva bajando a Catalanes, pero yo continué mi camino hacia la Gollada la Cancela, donde ya dejé de ver Catalanes y a Chiguel, pero aparecen otros como el roque Marrubial y la impresionante Fortaleza y por el lado derecho el roque Yal y La Muela. El camino sigue bordeando la cabecera del barranco por la derecha hacia la siguiente degollada, La Gollada de La Fortaleza, cerca de las casas del mismo nombre. Desde este punto parte el sendero que conecta con el del barrio de La Alegría por Valle Luis. Desde esta degollada se pueden ver las casas de Los Berros, El Chorro y La Pasada. Y en la altura La Llanada donde estuve hace un rato.
    Retrocedí un poco, pero aquí me confundí de vereda, porque en esta zona hay tal confusión de caminos que no sabía cuál seguir. Cogí una de estas veredas pero pasado un rato tuve que regresar porque no iba a ningún lado en concreto. Lo que sabía es que tenía que llegar al cauce del barranco. Elegí la veredita que me pareció mejor para alcanzar el cauce y justo vine a salir al sendero principal, por debajo del Corral de Las Ovejas, es decir una especie de cueva frente a un cercado hecho de troncos de madera delgados, buen sitio para un descanso, dos buches de agua y... ¡P’alante compañero!, Que aún falta mucho. Continué mi camino pasando al lado izquierdo del cauce del barranquillo y justo pasando casi sumiso por la falda de La Fortaleza. Enseguida llegué a lo que se llama la Fuentecilla de Valleseco, que para acceder a ella, tienes que seguir el camino unos metros más adelante, para después bajar por una veredita algo desdibujada que te hace retroceder por el mismo cauce hasta llegar a la... ¿Fuente?..., es decir dos pequeños huecos llenos de agua que por nada del mundo probaría, pues el agua está mas negra que mis patas después de una buena caminata.
    Por el camino venía haciéndome unas reflexiones un poco absurdas pero que ahí estaban, no sé por qué al barrio se le llama Valleseco, primero no está seco siempre corre un hilo de agua por el cauce del barranco, donde también hay muchas charcas, es la mano del hombre la que ha impedido que el agua siga su curso natural, por cierto en una de estas charcas vi a una turista que nadando hacia el cristo (una rata que probablemente cayó de algún ricos y se ahogó). Y la segunda premisa es que no es un valle, más bien todo lo contrario, un barranco encajonado con laderas muy escarpadas y abruptas.
    Dejé atrás la fuentecilla de Valleseco y volví al camino, bajo la impresionante presencia de La Fortaleza que se hace sentir. Un poco más adelante pasé al otro lado del barranquillo y enseguida aparece una bifurcación del camino que te lleva a una casa que aún no esta a la vista. Continué por el camino que baja al cauce. El tiempo, aunque cubierto me había acompañado bien durante todo el trayecto, se estaba cerrando cada vez más e incluso comenzaba a hacer un poco de fresco, cosa que es de agradecer para el que camina. No sé por qué, pero me parece que amenaza lluvia, así que decidí seguir caminando y no entretenerme mucho. Ahora en la cresta aparece La Muela a mi derecha, simpático nombre el que le pusieron a este risco y es que se parece a una muela , que en el itinerario como jugando al escondite unas veces aparece y otras se desvanece. Sigo la vereda cerca del cauce del barranco el cual cruzo varias veces, unas voy por la derecha y otras por la izquierda. Una de las veces que iba por la derecha, oigo ladridos de perros bastante agitados que procedían de lo alto de las laderas de La Fortaleza, que aumentaban al ser llevados por el eco del barranco y después oí la voz del dueño pero a ninguno los vi. Si notaba que estaban bastante lejos y menos mal porque de la forma que oía ladrar a los perros al principio me puso un poquillo inquieto. Luego noté que caía como decía mi abuelo, una pequeña posmita pero nada para lavar la cara y seguir.
    Al girar en una curva del barranco siguiendo por las faldas de La Muela, veo un pequeño puente pero algo raro sin barandas que cruza el cauce del barranco, es el Puente Chico, que forma parte de un canal que procedente de Catalanes, se descuelga en pronunciada pendiente por las laderas de La Fortaleza, pasa por este puente y vuelve a subir por la otra ladera. Al poco rato comenzó a llover de improviso y con fundamento así que era hora de buscar algún refugio, no quiero quedarme como un espárrago en salmuera. En la otra ladera veo una pequeña cueva y rapidito hacia ella me dirigí, pues la lluvia comenzaba a ser algo más intensa. Al llegar allí, me resguardo en esta cueva y al mirar hacia el cielo para contemplar la lluvia, aparece ante mí La Muela, es la vez que más cerca he estado de este roque, enmarcado por una pequeña degollada que lo deja en medio ¡Preciosa! Una vez amainó un poco, saqué la capa impermeable de superhéroe y mi gorrita de pana, ya no hay agua que me asuste.
    Seguí mi sendero y enseguida aparece otro canal mucho más antiguo, pero más espectacular porque forma un acueducto sobre un salto de agua, es el acueducto de Catalanes, igual que el anterior puente, se descuelga de una ladera a otra formando una gigantesca “uve”, fijándome en esto me saltó a la cara una sonrisa al recordar de repente un echo que llevo grabado en la memoria hace años por carnavales, la cara de Merci y mi suegra, cuando se bajaron de una atracción de feria llamada “La Uve”, mejor no comentar más nada porque podría haber un asesinato del narrador.
    Cuanto más me acerco al barrio de Valleseco, más se pone a llover, da la sensación de que este lugar no quiere que lo abandone. Después de unos diez minutos alcanzo las tuberías gemelas procedentes de la galería de Guañaque, las cuales paso por debajo y que dan paso a las primeras casas de Las Cuevas. Aquí ya el camino, después de pasar un puente que va a una casa particular, se convierte en pista cementada y a continuación ya en la carretera que indica el principio de una parada de guaguas. A partir de aquí siguiendo la carretera que baja junto al barranco, ahora ya seco, te lleva en unos diez minutos a lo que llamamos el barrio de Valleseco, un conjunto de casas sobre una ladera del risco de La Altura de Paso Alto. Algo que si me llamó la atención en este tramo de carretera, fue que vi un par de descargaderos cosa que no pensaba que aquí hubiera, pues solo los había visto en el barranco de las Carboneras – Taborno. Y también un gran pozo cerrado con su arco y su polea. Una vez llegado al cruce con la autovía de San Andrés, solo me restaba esperar en la parada la guagua y para casa.
    Ahora que ya conozco las dos maneras de llegar a Santa Cruz desde Pico del Inglés, me resulta mucho más entretenida esta senda de Valleseco que la de Valle Luis.

Miércoles, 29 de octubre de 2.003

martes, 28 de octubre de 2003

26 Circular Valle Brosque - Taganana

“La excursión del ocho”

“¡Más nunca!... aunque siempre digo lo mismo”

    Hoy se celebra la festividad de San Simón y de San Judas Tadeo, éste último patrón de los imposibles ¿Por qué será que este santo me va con el día de hoy? Esta vez me apetece hacer un itinerario algo más fuerte y... ¡Vaya que si lo fue! Antes de realizar el recorrido nuevo, sobre todo por zonas que no conozco, se apoderó de mí una cierta inseguridad, un ligero miedillo a lo desconocido, pero que en cuanto empecé la jornada esta aprehensión se disipó.
    Para empezar el día, tanta prisa que me di para poder realizar temprano el recorrido de hoy y por culpa del tráfico en Santa Cruz, se me escapó la guagua 916 de las ocho de la mañana que por María Jiménez me llevaría a Los Valles, y eso que cogí la de Muelle Norte para ver si la alcanzaba, pero no hubo forma, así que paciencia. Como tenía que esperar cerca de una hora a que viniera la siguiente, decidí llegarme a la estación del Jet-foil para hacer tiempo y allí cogí la de las nueve menos cinco. El itinerario de la guagua desde María Jiménez me hizo fijarme en lo abrupto de los barrancos de esta zona, hasta llegar al Valle y a la confluencia de varios barrancos en él. Primero la unión del barranco del Bufadero con el de Valle Grande, donde se encuentra el restaurante Dos Barrancos. Un poco más arriba esta la Charca de María Jiménez, más seca que las tetas de mi abuela, y junto a esta el restaurante La Charca. Otra confluencia es el barranco de Valle Crispín al que accedes a través de un puente, con el barranco de Ajítio. Llegué a la última parada del recorrido a eso de las nueve y veinte, sin bajar en Los Caminitos, como tenía previsto, con lo que me ahorré subir caminando un repechito. Porque actualmente la guagua llega hasta el final de la pista de Valle Brosque, un lugar llamado Las Casas de Cueva Labrada.
    Mochila en ristre comencé el recorrido, pasando junto a la última casa que está a continuación de la parada de guaguas y girando por el camino en dirección hacia el barranquillo, mejor dicho hacia la confluencia de dos barranquitos, por un lado el de Chafurdo y por la derecha, el barranco Bizcocho, ¡Hasta el nombre me gusta! Y dirigiendo el tráfico, una cabra echada en medio del sendero, arropada por unos matojos y que por cierto, no me miraba con muy buenos ojos. Enseguida encontré a mi derecha una roca, adelgazada en su base y como puesta en un pedestal natural, es lo que llaman El Pelotón, me acerqué a él y rodeándolo por el camino y me detuve un rato observándolo, era curiosa la formación de aquella roca. Regresé y continué mi camino atravesando el barranco de la izquierda, rebasando por encima de los matojos donde estaba la cabra, y muy cerca por encima de la última casa, siguiendo el sendero por el cauce del barranco, pasando de un lado a otro unas cuantas veces.
    Un buen rato caminando barranco arriba, el sendero se perdió por la irrupción de plantas y un cañaveral favorecido por el constante hilo de agua que corría por el mismo. Estaba en la incertidumbre de no seguir, me encontraba en un erial acompañado de algunas cabras que estaban pastando y rodeado por una finca en un bancal. Aunque sabía hacia donde tenía que dirigirme, no encontraba el camino. De pronto se me apareció la solución, por encima de la huerta se levantó un viejillo, dueño de las cabras y que no pude ver antes porque estaba agachado faenando en la tierra. Le pregunté por el camino y muy amable me lo indicó, así que, saludo y... ¡P’alante! Vuelvo a entrar, un poco más tarde, en una parte del barranco cerrado por la vegetación, donde el camino se divide en dos: uno que sube hacia la izquierda y el otro a la derecha que va hacia el cauce del barranco. Aquí la duda... ¿Cuál cojo?... ¿Izquierda o derecha?... Pues opté por el de la derecha y enseguida llegó la confirmación de mi error. Al cruzar el barranquillo el camino queda cerrado por una cancela pequeña hecha de tronquitos de madera. Vuelvo sobre mis pasos riéndome de mí mismo y al llegar al cruce, sigo por la vereda de la izquierda (ahora de frente). Este sendero comenzaba ya a subir alejándose del cauce del barranco, estaba en el barranquillo de La Tablada, probablemente el barranquillo por el que el camino anterior cruzaba venía el canal de Chabuco, según se podía apreciar desde aquí, y de éste a su galería.
    Seguí subiendo que por cierto ya comenzaba a resultar pesadillo y eso que no era más que el preludio de lo que me esperaba. Al llegar a una nueva bifurcación de caminos, seguí por el de la derecha subiendo, porque el de la izquierda se dirigía hacia una casa que aún no tenía a la vista. Siguiendo el senderito pasé junto y por debajo de un cuchillete La Mocanera, rodeándolo. En un tramo algo más arriba había una pequeña explanada sin árboles, a esto se le denomina La Vistita de La Tablada, desde donde se podía ver allá abajo el tramo más próximo a Brosque, delante un picacho cuyo nombre tiene cierto aire de romanticismo El Pozo de La Rosa de Juan Pérez, donde vi que se concentraban hasta cuatro cuchilletes. Continuando un poco más arriba en dirección a Casas de La Cumbre, mi objetivo, en la cabecera del barranco está el monte de Aguas Negras y debajo El Salto del Rey. A partir de aquí me encontré ya el monte bajo, formado por brezo, tejo y codeso; y comenzó el calvario porque tuve que sufrir una fuerte y pesada pendiente que se dirige hacia la cumbre en una línea quebrada para poder salvar esta zona. El nombre de esta subida a mí entender creo que ha sido uno de los más merecidos, simplemente Mataborricos. Pues n sé porqué en esta subida me acorde de Merci y de las chicas.
    Por fin después de un buen rato subiendo, llegué a una pista, era el indicio de que me faltaba poco para llegar a mi primer destino. La atravesé y continué subiendo por mi senderito, más bien mi penosa vereda, y por supuesto haciendo paraditas esporádicas para coger resuello. Menos mal que tenía de aliado al tiempo que me ofreció un cielo cerrado con nubes que hacían de parasol en esta subida. Por otro lado valía la pena el esfuerzo por la estupenda estampa del Valle del Bufadero, barranco abajo que te brinda esta zona. Seguí subiendo hasta que volví a encontrar la pista, la cual ahora seguí incorporándome por la derecha y subiendo pero esta vez en pendiente muy suave. Esto quería decir que había superado Mataborricos. Llegue a las casas de Llano Grande, ya en la carretera general al Bailadero en Casas de La Cumbre. Saludito a los perros que tan cariñosos te dan la bienvenida y que bonitos son cuando están amarrados. Hubo uno que incluso me enseño una bonita dentadura... ¡Hasta luego Lucas, patas para que os quiera! Eran ya las once y cuarto y me encontraba en la carretera a la altura del restaurante Casa Dominga, junto al que se halla la plaza con la ermita, aquí hice una pequeña parada, admirando los detalles de la misma.
    Ahora la siguiente meta era la Casa Forestal de Anaga, así que me puse en marcha siguiendo ahora por la carretera hacia la derecha en dirección al Bailadero, a la que llegué en unos quince minutos. Junto a la casa se hallaba una guagua de turismo en la que solo estaba el chofer mandándose en solitario, una buena “jartada matutina”. Saludito rápido para no entretenerlo ni distraerlo de su faena, aunque creo que el saludo suyo no lo oí, probablemente porque tenía la boca llena. Paré un momento en el chorro para un buen buche de agua y subí por el camino que va por detrás de la casa forestal. Sendero que sube en escalones muy resbaladizos y con musgo pues la zona resuma mucha humedad. Hay que tener mucho cuidado porque la caída es segura. En unos tres minutos llegué a un cruce de caminos, frente a una cueva con mucho musgo y una intensa humedad y en el lado opuesto en una roca una pequeña cruz de madera, había llegado a La Cruz de Taganana. En medio entre la cueva y la cruz, el sendero. Si hubiera seguida hacia la izquierda, hubiera entrado en el Camino de Las Vueltas de Taganana y para mi pensé que algún día haría este camino.
    Continué por la derecha subiendo y casi no me pego un buen batacazo, porque apartado las ramas de un brezo, resbalé al pisar el primer escalón que te da acceso a este sendero. Continué subiendo por un camino anchito y muy cómodo, bastante bueno, hasta que a los cinco minutos llegué a una encrucijada de caminos, mejor dicho el camino se divide en dos uno que sube de frente, tendiendo a ir hacia la izquierda que va a Taganana, por el Bailadero y el de la derecha hacia los Apartaderos de Tierra y de aquí al Bufadero. Este era el que tenía que seguir para completar mi itinerario de hoy.
    Eran las doce del mediodía en la bifurcación de caminos y pensé que terminaría muy temprano abajo en María Jiménez. Así que sin pensarlo dos veces, cogí el camino que sube de frente en dirección al Bailadero. Esto significaba un incremento del tiempo y del recorrido pero ¿Qué importa el tiempo? ¿Para qué son las vacaciones? Continué mi nuevo itinerario y al rato me encontré pasando junto a la pared del Roque de Los Pasos y su inseparable amigo El Infiernillo. Un poco más tarde, en un claro del monte aparece por mi derecha un espigón un poco peligros pues a ambos lados tienes un desfiladero. Desde aquí hay una vista muy interesante del valle de San Andrés. Ya enseguida en la Gollada Abicore, salí a la carretera, u poco más adelante te encuentras el mirado del Cresol. Éste está en una lomita con unas impresionantes vistas sobre Taganana y su litoral, aquí paré un pisco para un descansito, deleitándome con la vista del valle.
    Al poco rato me puse en marcha y a unos tres minutos sabía que había una vereda por mi izquierda que cortaba el camino, pero me despisté y seguí de largo, aunque enseguida me di cuenta, de que la veredilla tenía que estar antes de la curva hacia la izquierda de la carretera. Me encontraba por la 8izquierda de la carretera frente a una pista particular a mi derecha. Retrocedí unos pasos fijándome bien a ver si encontraba algún indicio de camino, y allí estaba la vereda un poco escondida tras unos tejos. Pues de cabeza “p’adentro”, en menos de diez minutos esta senda te lleva al mirador del Bailadero, comprobando que caminando por senderos desde la casa forestal hasta aquí se corta muchísimo camino y te lleva muy poco tiempo. Al pasar junto al mirador, el sol ya comenzaba a aparecer entre las nubes. Allí había dos pibes en pantalón corto descamisados, sentados en la barandilla tomando sol ¡Compadres, a vuestra salud! En dos patadas estaba pasando junto al verde y antiguo restaurante y entrando en el sendero que desde aquí te lleva a Taganana. Ya eran las doce y media más o menos, hora ya de comer algo, así que en el mismo empedrado del camino me senté a descansar un poco y a dar buena cuenta de las viandas, entre dos muros de tejos y por techo un bello azul cielo.
    Una vez barriga llena corazón contento, bajé por el sendero que me llevó a la carretera un poco antes del Roque Amogoje, pero a partir de aquí, aunque me ha ayudado bastante, no le hice caso a mi guía porque esta me hacia ir hacia el roque para después rodearlo. Lo que hice fue que una vez en la carretera, crucé al otro lado donde enseguida encontré una veredilla y después otra y otra... Tal es así que empecé a cortar camino cogiendo estas veredas y le cogí tanto el gustillo que la carretera solo la tocaba para atravesarla y continuar por la siguiente senda. En un silbo llegué al barrio tagananero de Azano, con una pista que accedía a él. Al principio de esta pista había un cartel que te indicaba como ir a la ermita de la Virgen de la Caridad del Cobre, como me llamó la atención subí por esta pista. Si hubiera seguido al pie de la letra lo que me indicaba la guía, hubiera salido un poco más abajo del barrio, que después de cruzar el puentito del barranco de la Fajanela, llegas a la parada de guaguas y desde aquí por una calle ascender a la trasera de la Iglesia.
    En la subida, por cierto con bastante inclinación, enseguida aparece un camino enlozado por la izquierda que te lleva hasta un proyecto de placita, con dos bancos y a la ermita. La cual queda rodeada por las casas formando una pequeña ciudadela. La pena fue como en muchas otras ocasiones, que la ermita estaba cerrada y no puede admirar la talla de la Virgen de la Caridad del Cobre, como era realmente mi intención. En fin, otra vez será.
    Volví hacia la pista pero en vez de regresar hacia la carretera, seguí subiendo por la misma ya que siguiéndola sabía que iba a dar también a la plaza de la iglesia de Las Nieves, mi próximo destino. Pero no fue así, porque continuando por la pista llegué al barrio de Los Naranjos, donde vi que en una curva la pista baja hacia la plaza del pueblo y en esa misma curva, veo un cartel de: Sendero turístico al Monte de Las Vueltas y por supuesto el camino que sube. Pues sin pensarlo dos veces “P’adentro compadre”. La verdad es que me hubiera gustado haber llegado a la plaza de Taganana, pero ahora en el punto que estaba me hubiera desviado un poco de la ruta y me hubiera llevado un poco más de tiempo.
    Esta sendero turístico que sube es un ancho camino empedrado que pasa unto a unas casas, donde en una de ellas había una señora que no me quitaba la vista de encima, mientras sacudía un paño, y que parecía decir sin mover los labios ¿A dónde irá a parar ese loco? Un poco más arriba me crucé con la única gente que encontré en todo el recorrido, estaba compuesta por un matrimonio y un niño, extranjeros y los tres me observaron arqueando las cejas con una mirada incrédula ¿Por qué me mira todo el mundo como si fuera un bicho raro? Saludito y rapidito que se me escapan los perros “Ellos p’abajito y yo p’arribita”. En unos minutos me encuentro por la derecha el sendero que te lleva a Afur por La Cumbrecita. Pasé de largo, subiendo mi sendero y entre vueltas, revueltas, más vueltas y muchas, muchas más vueltas; iba salvando el camino de Las Vueltas de Taganana con las correspondientes paradas, porque entre el cansancio que ya acusaba de estar todo el día caminando y la fuerte subida de esta vereda, el corazón casi se me salía por la boca y los pies casi se ponen en huelga, separándose del cuerpo como dos hermanos que se pelean.
    Llegué a una zona un poco llana donde hice una paradita de unos minutos, no muy larga para que no se me enfriara el cuerpo porque llegado el caso no hay quien me hubiera movido el esqueleto. Continué subiendo en vueltas y miles de escalones ¡Ay! ¿Quién aguantará mañana las agujetas? Enseguida el camino se hacía menos pendiente, más fácil hasta casi llanear y por fin llegué a La Cruz de Taganana, cosa que me llenó de alegría, porque había realizado lo más duro y difícil del improvisado periplo de hoy. En mi vida había deseado tanto llegar a un sitio, aunque por el camino iba solo y no encontré a nadie, realmente no fue así siempre había algún pajarito que con sus trinos me alegraba el sendero, dándome ánimos para seguir subiendo y alcanzar mi meta.
    Una vez en la cruz, me acerqué a la casa forestal para llenar la botella de agua ¡La rica agüita! Y volver hasta la cruz y sin pérdida de tiempo subir el escalón, esta vez con cuidado, que accede al sendero hacia el Bailadero. En cinco minutos llegué a la encrucijada de caminos. Esta vez cogí el que baja a la derecha. Este camino es el que antiguamente era cogido por los que viniendo de Taganana iban hacia Bufadero. Por eso, la mejor manera de comprender las difíciles condiciones de aquella época es hacer estos caminos para entender lo dura que era la vida de antaño. En poco tiempo salí a la carretera general, continué por la izquierda unos metros y enseguida cruzando la misma en un apartadero por la derecha, comienza un senderito que al principio va paralelo a la carretera y poco a poco se aleja de ésta, El camino recibe el nombre de Los Descansaderos de Tierra. Ya todo el camino hasta Bufadero era bajando. Un poco más tarde llegué a Lomo Jacinto en un descampado, eran ya cosa de las tres de la tarde, desde éste lugar se podía divisar Valle Brosque, la cresta del Chiguel, Minoque y Lomo el Viento.
    Diez minutos más tarde crucé un barranquillo que proviene del Minoque. Un poco más abajo había un salto, y debajo de éste una fuente, a la que se accede un poco más abajo por una vereda hacia la derecha pero en malas condiciones, es La Fuente de los Berros. Bajando el sendero, al girar en una curva, vi en la siguiente curva, la figura e un joven pastor alemán, negro y blanco, con dos preciosos ojos de color gris claro muy intenso que daban la sensación de tenerlos encendidos, pues destacaban del color negro del pelaje de la máscara de la cara. Me quedé un instante quieto, para ver que hacía y lo que hizo al verme fue retroceder hasta la siguiente curva, luego siguió hasta que con un par de ladridos avisó de mi presencia al dueño, un señor que se hallaba trabajando en un terrenito. Al perro le ofrecí una galleta de las de madera (como dice papá), pero desconfiado sin perderme de vista se quedó inmóvil, la golosina la deposité sobre una piedrita, un saludito al dueño y caminito adelante.
    Un poco más abajo me encuentro un camino empedrado por la izquierda que invitaba a seguirlo pero este es uno que sube a las cuevas del Majimial y que aún no tenía a la vista. El sendero mío, el principal, bajaba en vueltas hasta llegar al cauce del barranco Bizcocho, sigo diciendo que me gusta este nombre y no sé por qué. Seguí el cauce del barranco por el lado izquierdo, hasta que al girar en una vuelta sale a mi encuentro El Pelotón, con lo que me dio una alegría para el cuerpo muy gratificante, porque esto significaba que había llegado casi al final de la expedición de hoy. Una ruta que en principio debería haber durado dos horas y con recorrido en forma de anillo y que luego se convirtió en una excursión con una duración aproximada de seis horas y media. ¡Fue una pasada!... ¡Más nunca!... Aunque siempre digo lo mismo y siempre vuelvo a caer en algo semejante. En cuanto a titular el recorrido de hoy por “La excursión del ocho”, no es porque tuviera que empezar a las ocho, sino porque trazando en un papel con un lápiz el recorrido de hoy, el gráfico sería lo más parecido a un ocho.


Martes 28 de octubre de 2.003

viernes, 24 de octubre de 2003

25 De Tegueste a Bajamar (por Barranco Porlier)


“… un cielo azul cruzado por una jabalina de nubes rizadas”

    Hoy es día de San Antonio María Claret, y después de un día sabático por una noche de tormenta y un día de lluvia, no me apetece quedarme en casa. Tenía pensado salir hacia Taborno, pero mi intuición me dice que no, que puede haber mal tiempo allá arriba y casi nunca me suelo equivocar.
    Después de marcharse las niñas a clase, comienzo a desayunar y mientras en mi cabeza los pensamientos giran que giran para ver a que lugar podría ir hoy, y enseguida me viene la memoria Tegueste, pues dicho y echo. Al finalizar el desayuno, con todo preparado macuto listo, guagua 105 y enseguida me encontré caminando por la calle Prebendado Pacheco dirección a la plaza de San Marcos.
    Qué agradable es pasear por el pueblo a las nueve de la mañana con ese olor fresco a tierra húmeda y ese poquito de “chirimiri” que te da el puntito de frío para acabar de despertarte. Por las calles casi no te encuentras a nadie, solo hay gente por la calle principal del pueblo. Esta vez voy a hacer el itinerario de otras veces, pero en sentido inverso, es decir; plaza de San Marcos, placeta de Pedro Melián donde estuve dando una vuelta por los chorros que están más secos que un desierto, y continué hacia la placita de la Arañita ¿Qué tendrá esta placita que tanto me atrae? Porque por no tener, no tiene ni bancos. Aquí hice una pequeña paradita para ponerme algo de abrigo porque del fresco de la mañana me estaba entrando “biruji”. Frente a la placita en una casa que hace esquina, un hombre apoyado en el muro no me quitaba la vista de encima hasta que nos encaramos y después del saludo matutino, me hizo el clásico comentario del tiempo.
    Después de despedirme con todo ya listo continué por la calle prolongación a la plaza (no la que sube) que atraviesa el barranco Aguas de Dios y después continua hacia la izquierda bajando. Pero yo seguí recto por una pista que sube hacia la montaña. Esta pista sube entre chalets hasta que encontré una zona que parece un pequeño mirador con muro de piedra, al que accedes subiendo tres escalones, mientras la pista ya en mal estado, da un giro hacia la derecha y se pierde subiendo. Hice una pequeña parada en el mirador viendo todo Tegueste. Pasado los escalones aparece un sendero empedrado muy bueno, es el Camino del Naciente. Antes de llegar a un bellotero giré a la derecha y seguí subiendo. Un poco más arriba en este caminito vi algo simpático y a la vez insólito, las ramas de un bellotero se contorsionaba tanto que ramas y hojas llegaban a alcanzar el lado opuesto del caminito formando un arco vegetal sobre el sendero por el que bajaba un hilo de agua despacio y que caía entre las rocas formando pequeñas cascaditas. Subí pasando por debajo del arco de triunfo orgánico, tendiendo a ir hacia la izquierda, dirección a unos eucaliptos y una vez pasados estos hacia La Gollada. Una vez arriba me encontré junto a una era y en un cruce de caminos donde te llega el aire procedente del barranco de Porlier. El recorrido de hoy enlaza Tegueste con Bajamar atravesando los barrancos de Porlier y La Goleta.
    En esta encrucijada de caminos estando de espaldas a Tegueste, me fijo en que el sendero que va a la derecha sube hacia La Orilla (Qué buenos recuerdos me trae), el que sigue de frente es el que va por la cabecera del barranco Porlier, que es el itinerario que voy a seguir hoy; y la vereda que va hacia la izquierda es la que en vueltas te lleva a La Mesa de Tejina. Esta última alternativa está considerada en mi guía de dificultad alta, de difícil descripción, peligro de caída y posibilidad de vértigo; es decir, todos los claros ingredientes para hacer desistir a cualquiera y no pensar en hacerlo. Pero igual que a los niños chicos, no sé por qué el peligro y lo prohibido me atrae. Así que ¿Iría con todos estos ingredientes?... ¡Creo que no!... No iría... ¡Voy! Pero eso sí teniendo mucha precaución. Así que el tiempo previsto para el recorrido de hoy se verá incrementado siendo el recorrido un poco más largo, al hacer esta alternativa. Así que sin dudarlo, giré tomando el caminito de la izquierda y me dirigí hacia un eucalipto aislado, pasando junto a él y continué subiendo rebasando también por encima de una casa solitaria. Proseguí en dirección a tres eucaliptos de diferentes tamaños, hasta que llegué a una pared de rocas, donde unas veces por veredas y otras entre inciensos, pencas y rocas conseguí ascender hasta la cresta, es decir a la parte más alta de La Mesa de Tejina. Aquí se pueden apreciar unas buenas vistas de todo el valle teguestero, desde la cumbre en Las Canteras hasta el mar.
    Embriagado por esta prodigiosa perspectiva, seguí caminando por el lado derecho pero aquí ya con cuidado, pues hay varios pasos algo difíciles y un poquito peligroso porque vas sobre unas lajas, pero bien nada que temer. Ahora estaba en la cara de La Mesa que mira hacia Bajamar. Luego pasé por una vereda ancha a modo de puente que a ambos lados hay un pequeño precipicio, pero muy fácil de pasar y sin sensación de vértigo, que va a dar a un morro rocoso que una vereda lo salva por un lateral entre zarzas y helechos y que a su vez pasa junto a unas cuevas que se comunican de un lado al otro de este morro. La última cueva tiene un hueco de un metro más o menos con forma de boca que, por un efecto óptico, puedes apreciar que hasta tiene su campanilla y por donde claramente se ve la luz procedente del lado de Tegueste. Pues por esta boca me metí como si ella me engullera de un bocado y me encontré con una cueva abierta. Salí de aquí y seguí por la veredita hasta llegar a una cuevita, por la que subí trepando por un lateral de la misma y que me llevó ya a la plataforma de La Mesa de Tejina, y como dice mi guía, puede comprobar que es completamente horizontal.
    Proseguí por el lado derecho del círculo, de cara al barranco de Porlier, donde paré un minuto para fijarme en el caminito que posteriormente tendría que acometer. Pues mirando hacia abajo hacia el cauce del barranco me ocurrió algo apasionante. Me fijo en lo que supuse era un guirre o un cernícalo (todavía no los distingo), que desde el fondo del barranco, muy lentamente con las alas completamente extendidas y sin apenas moverlas, comienza a elevarse aprovechando las corrientes de aire caliente con mucha maestría, para mostrarme una elegante demostración de acrobacia. Al llegar a mi altura, en un cruce de miradas, pasó orgulloso frente a mi casi sin inmutarse y con sus alas me indicaba con cierta arrogancia de señor del aíre, lo grande que eran sus dominios. Luego siguió subiendo, teniendo de fondo para completar el cuadro, un cielo azul cruzado por una jabalina de nubes rizadas, como si fueran bolitas de algodón muy juntas, hasta que éste se quedó inmóvil, ofreciéndome una demostración de equilibrio sin par. Y a todo esto yo embobado sin perderlo de vista. Después comenzó a describir círculos sobre mí lanzando al infinito su sonido característico ¡Una verdadera gozada! Continué por el senderito y el guirre seguía mis pasos subiendo y bajando a su antojo hasta que dio un giro y rápido se alejo hacia La Orilla. Ni con dinero se paga este fascinante espectáculo.
    En poco tiempo llegué al extremo más bajo de La Mesa, donde un grupo de guirres salió volando de detrás de unas rocas, al notar mi presencia. Al llegar a este punto, en este mismo instante no puedo expresar con palabras, como yo quisiera, lo que realmente siento. Solo sé que me sentí diminuto, poca cosa frente a tan grandioso espejismo, cuya hechicera visión, me cautiva y seduce, con un amor completamente distinto pero compatible al que siento por los míos. A veces pienso si soy merecedor de todo lo que se me está ofreciendo en estos días, es imposible recibir tanto por tan poco o mejor por nada. Solo puedo expresar la sensación de libertad y de paz que pude sentir en ese momento. Ante mi una completa panorámica que va desde Punta del Hidalgo por la derecha hasta la punta de Teno por la izquierda, teniendo sumiso a mis pies Tejina y Bajamar. Y frente a mí el océano hermanado con el cielo.
    En Tejina el campo de fútbol parecía un futbolín, los chiquillos del colegio hormigas corriendo en el patio, la carretera con sus rotondas un circuito de carreras. Hay grandes charcas a los pies de La Mesa que nunca había visto porque están por encima de la carretera. Sin dudarlo este lugar se merece una buena parada para un buen descanso, sentado en el borde del precipicio disfrutando además de la vista y aspirando la fresca brisa sin soltar una sola palabra solo escuchar... Ahora son ya casi las once de la mañana, momento para echar algo a la panza para poder recuperar energías. Estando comiendo volví a ver, como el viernes pasado, el avión de la compañía Santa Bárbara, pero esta vez saliendo del aeropuerto hacia su lejano destino, ¡Buen viaje! Al rato de estar sentado en la roca del despeñadero, la brisa empezó a ser un poco más fresca y comenzó a darme un poco de frío, así que era cuestión de ponerse algo de abrigo también me fije que se acercaba amenazadora una gran nube gris que presagiaba agua y aquí en La Mesa al ser un descampado no hay nada donde resguardarte, solo tenías las cuevas un poco más arriba, menos mal que al final no pasó nada, solo fue un amago.
    Una vez descansado era el momento de marcharse de este lugar, dicho de aso solo reservado a los dioses y a algún que otro mortal que se atreva a llegar hasta aquí. Así que media vuelta y sin mirar atrás, doy comienzo a desandar todo el camino, hasta llegar a la encrucijada en La Gollada, no sin antes sentir cierta nostalgia de abandonar este lugar. Una despedida a Tegueste y comencé a bajar el sendero por el barranco de Porlier. El caminito va por la cabecera del barranco hacia la ladera derecha del mismo. El problema que me encontré en todo el camino hasta Bajamar, fue que debido a la lluvia del día anterior, el campo estaba completamente anegado, el lodo se te pegaba a las botas que a veces te hacía resbalar, por esto tenía que pisar con mucho cuidado, aún así el bajo de los pantalones acabaron llenos de barro.
    Después de Porlier atravesé dos barranquillos que son afluente de éste y fue muy gratificante ver correr por el cauce el agua que desde La Orilla, bajaba entre las piedras formando pequeñas cascadas. En el silencio del valle podía oírse el sonido limpio que hacia el agua cristalina al caer golpeando las rocas. Pasados los afluentes se llega a un morro que separa los dos barrancos principales, es El Campillo, desde donde se puede apreciar Bajamar y el barranco de La Goleta. Después de atravesar una era abandonada, me dirigí por la derecha hacia el este, bajando hacia el cauce del barranco. Y lo mismo que en los anteriores barranquillos, caía el agua por las paredes pero aquí se apreciaba mucho más la fuerza del agua al caer a mayor altura, formando charcos en todo el cauce.
    Una vez en el fondo del barranco, comencé a ir hacia el oeste por la otra ladera y subiendo hacia dos casas abandonadas que ya había visto anteriormente. Pasé por encima y por detrás de ellas, metiendo las botas por barro y ahora ya empezaba a bajar la vereda. En esta ladera del barranco entre inciensos, tabaibas y piteras solo hay tres palmeras, la primera pasé muy cerca de ella, una vez rebasada la casa, la segunda esbelta y muy bonita, por debajo y algo alejado de ella y la tercera pequeña pero esplendorosa en su melena de palmas, el camino me llevó directamente a ella. Después de pasarla, el sendero va paralelo a un canal tapado que al bajar perdí de vista pero que luego volví a recuperar.
    Caminando distraído por esta zona, como en otras excursiones, volvieron a salirme de improviso dos codornices con sus estridentes graznidos y como nunca me las espero, me volvieron a pegar un susto... ¡Las muy hijas de... su mamá! Más adelante cruce otro canal, éste estaba abierto y por él corría agua, y el camino me llevo hasta un eucalipto, y aquí se perdía el sendero. A continuación me dirigí hacia un canal que vertía agua en un estanque. Pasé por el lado derecho bordeando el estanque y comencé a descender por grandes bloques de piedra que rodeaban el estanque, después pasé junto a un derrubio de toscas y barro que se veía plantado. Llegué a una pista que empezaba en muy mal estado pero que después mejoraba. Por debajo había una casa, que para mi era un goro aunque no vi cochinos, pero su presencia se notaba en el ambiente. Pasé la casa por su izquierda y seguí la pista que giraba hacia la derecha enfilando una pequeña recta y a la izquierda en otra curva, una casa con unas palmeras y un drago. Pues bajando pude ver cerca de la casa y en medio de la pista un perro dormido. Al verlo se me dispararon todas las alarmas, no me gusta ver perros sueltos, así que desde aquí comencé a hacer ruido tocando palmas para llamar la atención del perro y del dueño donde quiera que estuviera. Además de levantarse este perro enseguida salió una perra de la casa armando un gran escándalo, menos mal que detrás apareció el dueño y menos mal que eran mansos, los peligrosos estaban amarrados. Saludo de rigor y carretera y manta en dos minutos llegue a la carretera general, donde solo quedaba ir a la parada y como siempre en ese momento pasaba la perrera, pues para no esperar aquí me llegue en cinco minutos a Bajamar y de aquí para casa.
    Estando en la parada de Bajamar, justo enfrente hay un horno de pan que estaba desprendiendo un olorcillo a pan recién hecho que cruzaba la carretera y llegaba a donde yo estaba, con el consiguiente aviso de peligro por el vuelco en mi estómago, con el hambre que tenía a esa hora. Pues solo era cuestión de cruzar y aprovechar para llevar pan para casa. Pero no sé que ocurrió que por el camino uno de los panes se esfumó y también el hambre. ¡Gran misterio, difícil de resolver!

Viernes 24 de octubre de 2.003

miércoles, 22 de octubre de 2003

24 Zapata

 
¡Vaya un ratito me hizo pasar, la muy...!

    Hoy día de Santa María Salome, después de un día de descanso, me lo he tomado a pecho y me vuelvo a poner en marcha aunque ayer, los nuevos agoreros del tiempo, habían pronosticado tormenta con intensas lluvias y en las zonas altas nieve. Sin embargo son las siete y media de la mañana, está comenzando a despuntar el día y por lo que pueden ver mis ojitos que están bastante cascaditos, hay nubes dispersas de las que parecen que sí... ¡Pero no! Bueno pues como el tiempo parece que va a ser conmigo bastante clemente, no pienso quedarme en casa enconejado, esperando a ver que pasa. En caso de algo tengo mi capa de superhéroe. Hoy tengo pensado hacer un recorrido que me viene rumiando hace tiempo en mi cabeza, es Zapata en lo alto de Igueste de San Andrés pero sin bajar a la playa. Con todo preparado en un momento y las niñas para el instituto, salí de casa a eso de las ocho y media porque la perrera para Igueste salía a las nueve y cuarto y fue muy puntual.
    A Igueste llegué sobre las diez menos cuarto y me baje en la penúltima parada, en Lomo la Cruz, justo donde la carretera hace una curva muy cerrada para pasar el barranco. Comencé a caminar por la pista rumbo a La Crucita pero sin tener que llegar arriba. La pista ahora se encuentra en obras, debido a las intensas lluvias del 2.002 que provocaron desprendimientos y derrubios sobre la misma. Un camión subía y bajaba constantemente transportando materiales y se podían apreciar varios grupos de obreros en algunos puntos estratégicos de la pista para acondicionar las obras del barranco. Después de llevar un buen rato caminado: pasar dos badenes, una pendiente y un grupito de casas aisladas; justo doblando una curva, me encuentro a un señor mayor muy amable que se encontraba lavando su coche a la sombra de la pared de un risco, y como me parecía que llevaba más de un cuarto de hora caminando, tenía el presentimiento de que me había pasado en el recorrido. Le pregunte al señor si me faltaba mucho para llegar a Lomo Bermejo, punto clave para iniciar mi ascenso a la cumbre, y con una sonrisa me dijo que me había pasado un poco, pues era el primer grupo de casas aisladas que había dejado atrás hacía ya un rato. Pues otra vez a retroceder lo ya andado, menos mal que esta vez era bajando.
    Por el camino, a mitad de la pendiente, vi la cabeza de un perro, por mi derecha en el lado opuesto bajando la pista, que asomaba entre el margen de la pista y el cauce del barranco, que no me quitaba la vista de encima y que me estaba poniendo un poquillo nervioso. Pues poco a poco iba asomando el cuerpo hasta que se situó en el margen de la carretera, con los ojos vigilantes clavados en mí... ¡Coño! En ese momento del tembleque que me entró, los calzoncillos se me quedaron en las patas y los escapularios se me pusieron de un salto en el cogote, que no me dejaban articular palabra. Todo porque veía que el animal muy despacio, se estaba dirigiendo a mí, menos mal que enseguida me tranquilicé porque vi aparecer la cabeza del dueño, que salía en ese momento del cauce del barranquillo y atajó al perro. Este resulto ser una preciosa perra bardina leonada. ¡Vaya un ratito me hizo pasar, la muy...! Pasé por delante de ellos, con saludito de buen paisano pero por el extremo opuesto de la pista y vigilando a la perra con el rabillo del ojo, y ésta a su vez no me quitaba la vista de encima.
    Enseguida llegué a Lomo Bermejo y justo en un badén, una vez pasado éste bajando, hay una piedra grande por donde sube una veredita que se dirige hacia una casa. Como no estaba muy seguro, pregunté a un maguito que se encontraba trabajando su finquita y me confirmó que ese era el camino para llegar a La Atalaya. Pues por él me metí y giré enseguida dejando una casa a mi derecha, luego según la guía, seguí por unos tubos y continué el senderito, siempre siguiendo las tuberías, pero me armé tal lío que en vez de cambiar la dirección, continué toda la vereda pasando por el lado derecho de unas casas, cuando debería haberlas dejado por mi lado izquierdo; Por esta razón, no pase junto a una vieja torreta de electricidad, que había visto al principio del camino. El truco estaba en no seguir hacia las casas y yo sin embargo, me metí de lleno en ellas. Comencé a subir por veredas un poco raras y por unos pasos algo difíciles entre tabaibas, piteras y cardones. Hubo momentos en que las veredas se perdían e incluso hasta mi paciencia, de tal manera que a punto estuve de dejarlo y volver por donde había venido. Pero también sabía, aunque más bien intuía, cual era el punto de la montaña al que tenía que dirigirme. Este era hacia una degollada. No sé como, pero me dio por seguir el rastro de las cabras, es decir, el de sus cagaditas, y santo remedio me llevaron hacia el verdadero camino. Éste era en largos tramos de una línea quebrada que subía hasta la cima, formando el camino de las vueltas, hasta llevarte a la Degollada del Cuchillo. La vista en este álgido punto es maravillosa teniendo allá abajo, bajo mis pies las casitas de Lomo Bermejo y el barranco como línea fronteriza de las dos laderas. En este lugar me fijé que en un hueco que había en una roca del piso, se hallaba resguardado del sol y casi imperceptible, una botella de plástico con agua que seguro sería la reserva de algún cabrero que se queda por aquí largo rato, puesto que en el trayecto había visto cuevas acondicionadas para tal fin, incluso alguna servía para pernoctar pues tenía hasta una manta doblada.
    Al pasar hacia el otro lado de la degollada, dejaba de ver el barranco de Igueste y me encontraba en un lateral de la cabecera del barranco de Zapata, justo en la ladera derecha. Continué por una veredita que va paralela a la cresta, subiendo unas veces y otras bajando, en dirección al mar. El cauce del barranco es muy suave, cubiertas sus laderas por tabaibas y cardones, donde destacaban dos pequeñas palmeras. Enseguida llegué a un cruce de caminos, que han marcado con un montoncito de piedras, esta zona se llama Jagua. La veredita que baja te lleva en una media hora a la playa de Zapata, pero como ésta no era mi meta de hoy no la seguí. Continué de frente por el sendero y empecé a ver un tremendo roque en el mar. Este es el roque de Antequera, algo que me fascinó porque no esperaba verlo desde esta posición. Seguí el camino ahora un poco ascendente que me llevó hacia una especie de mirador natural, lugar llamado El Anden, donde pude apreciar un curioso efecto óptico, el perfil de las laderas del barranco de Zápata formando una “uve” y el roque de Antequera al norte, tocando los extremos de cada ladera, dejan en su centro un trozo del mar cautivo, formando un perfecto triángulo, este insólito efecto recibe el nombre de El Lago de Antequera ¡Fascinante!
    Continué subiendo hacia la cresta, dejando atrás este simpático mini mirador. Cuando llegue a la cima, apareció ante mí la Casa de los Atalayeros, pero no me dirigí hacia ella. Eran ya casi las doce del mediodía hora ya de echar algo a la panza, así que cogí hacia la izquierda hasta llegar a un punto geodésico, lugar donde hice la parada para descansar y comer algo, acompañado por un grupo de cabras que con sus balidos me daban la bienvenida sin dejar de rumiar una buena ración de pasto fresco. Este lugar recibe el nombre de la Atalaya vieja y para mí, es uno de los puntos más deslumbrantes de esta zona donde la panorámica es bastante interesante:
 - Frente a mi un soberano océano, donde como un niño se mece el Volcán de Tacande en su aletargado viaje hacia Las Palmas, dejando como indicio de su andadura una estela de espuma.
 
- Luego a mi derecha todas las crestas de los escarpados barrancos con Igueste, San Andrés, Santa Cruz y hasta podría decir que podía divisar el faro del Porís de Abona, y un poco antes la Basílica de la Candelaria. Hoy toda esta zona estaba cubierta por un manto de espesas nubes de color gris que a mi parecer amenazaban un buen palo de agua.
 
- A mi izquierda la impresionante vista de la playita de Antequera con su gran Roque, desde aquí con ayuda de unos prismáticos podía observar bien el muellito y las casas diseminadas incluso pude seguir el paseo de una lancha. Algo más alejada la montaña del Sabinar, puesto desde donde dicen que se comunicaban, a veces por medio de hogueras, los lugareños de Punta de Anaga con los atalayeros de Igueste, cuando divisaban en la lejanía algún barco.
 
A mis espaldas, tengo todo el manto esmeralda de Anaga, donde destaca El Chinobre.
 
    Se puede pedir una tribuna mejor que ésta, con 360° de impresionante panorámica, percibiendo la frescura del aíre que baja de los barrancos en contrapunto con el ascenso de la brisa marina, que te aporta el punto justo de esencia suave y deliciosa con sabor a sal que te abre el apetito. Luego a comer se ha dicho.
    A eso de las doce y veinte recogí los bártulos y con algo de pena pero con la promesa de volver alguna vez, me marché de este lugar en dirección a la abandonada Casa de los Atalayeros, a la que llegué en cinco minutos. Esta casita tiene un solo cuarto con muros anchos y fuertes que han aguantado bien el paso del tiempo y un techo abovedado que más que una casa parece un búnker y donde se ve que ha servido para pasar alguna que otra juega nocturna. Desde la atalaya se divisa todo el barrio de Igueste y el cordón umbilical que lo une a San Andrés. Desde aquí pude ver en la lejanía que venía la guagua, así que como no me daba tiempo de cogerla, decidí disfrutar del momento e ir un poco más relajado, pues la próxima perrera de Titsa no llegaría hasta las tres y diez de la tarde.
    Dejé atrás la casa y me dirigí por la cresta hacia La Arrobada, donde se encuentra la Cueva de Las Vacas. Según mi guía por esta zona hay un pozo natural de unos cuarenta metros de fondo, llamado El Bujero, pero yo no lo vi. Aquí ante la inmensidad del valle puedes tener una pequeña sensación de vértigo, que enseguida se disipa cuando comienzas a bajar. La vereda es una especie de rampa de tosca que en ciertos sitios tiene escalones irregulares y que en pocos minutos me llevó al camino carretero, algo más ancho pero que en fuerte pendiente viene desde Igueste. En este cruce seguí hacia la izquierda y desde aquí pude ver que por el camino subían dos personas a las que por la forma de andar se las veía bastante fatigados.
    Siguiendo este camino en unos diez minutos llegué por fin al Semáforo, lugar al que hacia tiempo quería venir. Es un edificio abandonado y en ruinas, muy peculiar que se construyó para reemplazar a la Casa de los Atalayeros. Su estructura es similar a la que se construyen junto a los faros: tiene un pasillo central bastante largo que comunica los cuartos a ambos lados de éste. Al final del pasillo hay una sala de forma hexagonal con grandes ventanales, aunque del edificio solo queda la estructura. Y bajo esta sala un gran aljibe, que aún tenía algo de agua estancada. Luego se sale a un gran patio con vista al mar, donde se encuentra verdaderamente lo que es el Semáforo. Este es un artefacto parecido al mástil de un barco pero construido en hormigón con unos ganchos a modo de escala para poder acceder a lo alto, hacia la cruceta de la que salen dos cables de acero y donde se colocaban los objetos geométricos, que avisaban de la llegada de algún barco. Este semáforo dejó de funcionar hace pocas décadas. El patio es un gran balcón hacia el mar y a todo el litoral de este a sur, se puede ver la zona de Antequera y aquí me quedé un ratillo disfrutando del paisaje.
    Poco después abandoné este lugar para coger el camino carretero, ahora convertido en una pesada pendiente, que en ciertos puntos el corazón parecía que iba a salirse por mi boca. Por el camino me crucé con la pareja de extranjero que había visto anteriormente y que estaban más colorados que yo. Al llegar arriba a la encrucijada, la cosa cambió comencé a bajar en dirección a Igueste por el camino carretero, convertido ahora en una rampa con un fuerte desnivel, lo que significaba un duro sacrificio para los pies. Este seguía en vueltas, más vueltas y más revueltas, es decir que dibujaba una línea quebrada donde algunos tramos estaban bastante deteriorados. En una curva del camino me asomé sobre un murito y pude ver que justo debajo estaba el cementerio de Igueste. Y pensé que este punto es idóneo, porque si te da aquí un telele, con la ayuda de un pequeño empujoncito vas derechito y sin costarte un durito. Seguí adelante pasando junto a un pitón que se asoma al precipicio y después de un buen rato bajando, llegue al cruce con el camino enlosetado que, desde el barrio se dirige al cementerio. Cogí hacia la derecha en dirección al barrio y enseguida aparece el camino que baja a la playa, pero continué recto pasando por Las Casas de Abajo, en un laberinto de pasillos que conectan las casas del lugar. Llegué a un chorro de agua, ya automatizado con una inscripción en la que figuraba la siguiente leyenda: “San Benito 1.954”... ¡Este chorro es más viejo que yo!
    Continué por el barrio pasando por las casas donde a esa hora no se veía a nadie, solo se oían las voces de los moradores y del interior de las mismas se desprendían ricos olores a potajes recién hechos y a papas fritas como guarnición de algún condumio. En ese momento el estómago me pegó una sacudida que tuve que salir de allí corriendo. Llegué a la plaza y paré junto a la iglesia de San Pedro y en poco tiempo alcancé la carretera donde se encuentra la parada de guaguas, punto inicial de mi recorrido de hoy.
    Era la una y media de la tarde y la próxima guagua no llega hasta las tres, así que me veía aquí sentado como un “juanmama” esperando en la parada más de una hora y cuarenta minutos. Sin pensarlo dos veces decidí buscar una cabina de teléfono para llamar a Merci y comencé a caminar hacia la parte alta del barrio buscando una. Después de la llamadita tranquilizadora, opte por no esperar y como no tenía nada que hacer, continué mi periplo con un paseo de seis kilómetros hacia San Andrés, admirando el litoral de la playa de Igueste, luego conocí la desierta playa del Balayo y su olvidado proyecto de urbanización. Continué por la carretera en ligero ascenso, hasta que divisé primero la urbanización y después la playa de Las Gaviotas con su caseta bar y tres náufragos torrándose al sol con toda su naturalidad al aíre. Unos tres cuartos de hora me llevó llegar a la playa de Las Teresitas, atajando en una curva de la carretera para ahorrarme la vuelta de San José del Suculúm. Ya solo me quedaba esperar a la primera guagua que llegara, y para casa que son las tres y ya tengo mucho jilorio. No sé por qué pero siempre termino con hambre.


Miércoles, 22 de octubre de 2.003

lunes, 20 de octubre de 2003

23 Jardina - Barrio de la Alegría (por Valle Luis)

“De Jardina por Monte Aguirre hacia el Barrio de La Alegría”

“… siempre pensando con el estómago”


    Hoy es día de Santa Irene, la verdad es que no sé por qué motivo me ha dado últimamente por nombrar a los santos en su día. La ventaja de estar disfrutando de unos días de vacaciones es el poder salir de marcha en días laborables, cosa que me parece rara. La ruta que he decidido hacer hoy es desde Las Mercedes llegar al barrio santacrucero de Valleseco (o al menos eso pretendía)
    Todo preparado y listo, a las ocho de la mañana ¡p’a fuera, p’a la calle! Hacia la autopista, guaguita a La Laguna y luego pa Las Mercedes hasta Casa Domingo, pero... ¡Soooo! ¡Aparate ahí mesmito, no vaigas tan rápido que te escarrilas! Pues como suele suceder, siempre hay algún que otro imprevisto: primero en vez de ir en guagua iba en un burro mecánico por lo lento que subía, menos mal que no había ninguna prisa. Luego al ser día laborable y una hora punta, surgió un pequeño atasco en la rotonda de las facultades del campus de Guajara, que nos retrasó más de veinte minutos, lo que hizo que llegáramos a la estación a eso de las nueve menos veinticinco minutos, con lo que la guagua de las ocho y media se me había escapado, pues calma a esperar la de las nueve. Entonces me dirigí a uno de los bancos de la estación donde en una esquina estaba sentada una chica que no me quitaba el ojo. Yo iba para el monte, luego eso quiere decir que no vestía de “pitiguay”, sino en el extremo opuesto del piti pero eso si, muy guay, vamos lo que se dice un poco arramblado. Me senté en la otra esquina del banco y no se si por el aspecto que traía, la chica se levantó enseguida, dejando el banco para mí solo, pues creo que se lo pensó mejor que volvió a su esquina del banco, viendo que yo estaba en la otra ¡Cosas de la vida!, Mi niña las apariencias engañan. La verdad que me hizo sentir un poco piojo. ¡Quieto!... que aquí no quedó la cosa, pues mientras estábamos sentados esperando, aparece una loquinaria – esquizofrénica intentando pasar por moderna con un par de copas repetidas encima, poniendo la nota de humor ridículo. Al llegar pidió asiento e hizo que la chica se rodara hacia el medio mientras ella se sentaba en la esquina, y para llamar la atención, a todo el que pasaba le pedía un cigarrito o un fosforito, dependiendo de la cara del transeúnte de turno. Una de las cosas que me llamó la atención de esta chica fue el pelo, negro todo rebujado síntoma de alguna movida nocturna con unos labios gruesos, carnosos y encarnados, pero que no se debían a la silicona, sino que gracias al buen tino que tenía se los había pintado por fuera, es decir una mamarrachada y después dicen que hay mucho mariquita en este mundo, pues no me extraña nada viendo el ejemplo.
    De la estación salimos a las nueve y al llegar a la última parada (pasado Casa Domingo) la carretera se encuentra en obras y fue el motivo por el que el chofer no podía maniobrar bien. Por cierto el sendero hacia el Llano de los Viejos aún sigue cerrado por las obras. Subiendo por la carretera, de bruto me metí por lo que creía que era un sendero que, pasado una tubería con un motor para bombear agua, me llevó hacia una fuerte pendiente por la que, agarrado como un gato, subí y vine a salir unos metros antes del Mirador del Viento, o de La Atalaya, o de Jardina,… ¡o como quiera que se llame! Punto de partida del itinerario de hoy. Eran las diez menos cuarto en el mirador, donde me encontré un grupito de cinco hombres que después de echar un vistazo cogieron el coche y se perdieron por la carretera hacia la Cruz del Carmen.
    Después de una mínima parada para echar una ojeada a toda la panorámica y con todo preparado para comenzar el periplo de hoy, me dirigí hacia el lateral derecho del mirado teniendo la vega a mi espalda) y comencé a andar por una pista de tierra muy cómoda y bastante ancha, donde a pocos metros te encuentras por la izquierda con unos escalones de piedra que están acondicionando y una cuevita por donde continua un sendero que te lleva hacia la Cruz del Carmen. Luego por la derecha un poco más adelante te encuentras una gran verja de hierro que por un camino particular va hacia unas casas con fincas. Aquí ya entras en monte con eucaliptos y continué por ellos hasta que en una curva la pista empieza a bajar describiendo un arco, pues un poco más adelante en una cueva cerrada hacia la derecha, justo en la misma derecha está el antiguo camino a Taganana. Frente a este punto, ahora por la izquierda y casi imperceptible entra una veredita que se pierde en perpendicular a la carretera y que tienes que estar muy atento porque es fácil pasártela sin verla. Según la querida chivata de papel, aquí debería haber una fuente, pero yo no la vi por ningún lado. Este lugar es Gareguito (o Ganiguito) aquí ya se pueden apreciar bellas estampas de la zona.
    La estrecha vereda va en horizontal y paralelo al monte. Al principio te va guiando unas tuneras en todo el borde y se ve que en algunos sitios invadía el camino cerrándolo, que las tuneras habían sido cortadas en vertical formando una pared, para facilitar el tránsito por la vereda y también el paso a las fincas particulares. Luego las tuneras pasan el relevo a las piteras que te van marcando el camino y con unas impresionantes vistas hacia Santa Cruz. Después de unos minutos de camino, llegue a una pequeña explanada despejada de árboles es La Asomada y a mi izquierda encuentro la vereda que baja y que te interna de lleno en el Monte Aguirre. Yo continué recto hacia un lomo y desde allí pude ver la antigua casa forestal y hacia ella me dirigí. Eran ya las diez y cuarto, hora de echar algo a la panza, a la sombra de una tabaiba que con fuerza se agarra al viejo muro de la casa y desde su posición, vigila todo lo que ocurre a su alrededor y junto a mi una pitera y un joven drago que ha sido vilmente tatuado con una sangrante inscripción para inmortalizar de una forma estúpida el nombre de dos enamorados. En este pequeño descanso, mientras comía algo, descubría que estaba en un extremo de lo que podría ser un gran caldero para hacer bizcochones (siempre pensando con el estómago) que forma el Monte Aguirre y formando el cono de este peculiar caldero se haya majestuoso el Roque Lombarda y que a sus pies se postran todos los barranquillos de la zona que desde las cumbres del monte confluye en este caldero que forma la cabecera de barranco de Taodio y sus agua quedan apresadas en la charca de su mismo nombre, que desde aquí la puedes ver a la derecha del roque. En el centro de las dos laderas del gran barranco, Santa Cruz; en el lado opuesto, en las crestas de Aguirre, el pico del Ingles con sus antenas. Y a mi derecha la zona de Jardina con el roque Hilario y Las Mesas. Aquí en La Asomada aunque no lo parecía no estaba solo siempre me acompañan los lagartos de la zona que no se dejan ver, pero que se nota su presencia por los rápidos y bruscos movimientos en las ramas y hojas caídas en el suelo. Uno de ellos se llevó en volandas un trozo de manzana que adrede dejé en un murito.
    A eso de las diez y media me puse en marcha subiendo al lomito. Pues justo en ese momento apareció de improviso, cual tapón que sale de una botella de sidra agitada, un joven con ropa de color verde militar, con su mochila y muy agradable en el trato. Se llamaba Domingo era uno de los agentes de medio ambiente, o como se decía antiguamente, el guarda forestal, que venía de Jardina y que iba a entrar en el sendero del monte, cuando me vio me saludó y luego me pregunto hacia donde me dirigía y después de saberlo decidió acompañarme. Yo cuando lo vi, me dio un poco de reparo porque esta zona es de paso restringido mucho más controlada que la zona del Pijaral, pero me hice un poco el zueco, pero al final nada era un tío muy legal. Íbamos a recorrer todo el Monte Aguirre y al llegar a Cuatro Caminos nos separaríamos. Yo seguiría por el sendero hacia Valleseco y él la ruta hacia Pico del Inglés. El que me acompañara por todo el camino, lo agradecí bastante porque, pasar ese sendero es un poco aburrido hacerlo solo, salvo que te vayas fijando en cosas puntuales. Así que fue un trayecto bastante ameno, alegando todo el rato, dándome algunas indicaciones ciertos trucos, un par de senderos chachis (sobre todo uno que por Catalanes y atravesando unos túneles te lleva a Valleseco), y también algunas descripciones sobre laurisilva uy algunas anécdotas que le habían ocurrido, fue bastante divertido. El sendero del Monte Aguirre se me parece mucho al del Pijaral, cerrado de vegetación pero menos húmedo. Por el camino nos salió al paso por la izquierda, un sendero que, Según Domingo, se dirigía a la Cruz del Carmen ¿O era al Pico del Inglés?, Ahora no recuerdo. Y que junto con el que estábamos haciendo, cerraba el anillo del Monte Aguirre, formando un excelente paseo. Un poco más adelante nos encontramos con otro sendero que bajando te lleva a la pista del Tomadero, y desde aquí por otro sendero puedes llegar hacia un lateral de la Charca Taodio, finalizando posteriormente en el Barrio de La Alegría.
 Una de las cosas que comentamos y que no nos gustó a ninguno de los dos, fue encontrarnos ciertos recuerdos de la empresa de suministro de agua por estos lugares, ya que tiene el monte lleno de tuberías viejas, carcomidas y oxidadas; con el peligro que esto supone para el agua que se filtra por la tierra y llega a los acuíferos que usamos todos. Y también por la degradación que supone para el medio ambiente y peligro de accidente para las personas. Pues ya no solo es el que estas tuberías permanezcan aquí, sino que al haber quedado obsoletas, estas no han sido sustituidas sino que acompañan a unas nuevas de plástico (o PVC), es decir, permaneciendo junto a las antiguas, y para más “inri”, al descubierto. Con lo bien que hubieran estado tapaditas... ¡Deplorable!
    Después de aproximadamente una media hora de pateo, llegamos a Cuatro Caminos, donde me despedí de Domingo. El siguió subiendo por el sendero en su camino a Pico del Inglés, y yo como él me había indicado, en sentido opuesto con un herrumbriento letrero que ponía B° de La Alegría, y que me resultó muy familiar, tanto que una vez dado unos pasos supe que no era el sendero que debería coger, pues enseguida recordé que éste fue el itinerario que hicimos por primera vez las chicas y yo. En Cuatro Caminos y de espaldas a Aguirre debería haber cogido el sendero de la izquierda que comienza bajando, pero bueno, no hay mal que por bien no venga. De esta forma volvía a recordar aquella primera caminata muy entrañable y así completar el recorrido de Valle Luis. En marcha por el sendero, en pocos minutos llegue a un lomito despejado de vegetación “La Llanada”, desde donde podía divisar frente a mí, en la loma opuesta, la antigua casita forestal, con su tabaiba a modo de peineta, ahora ya casita porque estaba muy lejos. Esto quería decir que había completado el arco forestal de Aguirre, siendo sus extremos la casa forestal y por el otro lado, el lugar donde yo ahora me encontraba. Y en el medio como juez y arbitro, se erguía majestuoso el bonito Roque Lombarda, visto desde otra perspectiva.
    Comencé a descender por mi izquierda ya hacia Valle Luis, pero esta vez fijándome mucho más en detalles que anteriormente me pasaron desapercibidos. La primera casa que encontré fue la de Los Berros que tiene frente a ella un erial, luego al lado opuesto de la casa y a la derecha del camino hay unas cuevas cuartos donde se podía apreciar que aquí se habían disfrutado unos buenos tenderetes. Junto a estas cuevas una galería cerrada con su tanquilla. Seguí mi camino bajando por la veredilla, pasando un barranquillo. El lugar estaba todo en silencio, solo se oían las pisadas y el rodar de las piedrecillas que caían a mi paso, el chillido en la lejanía, para que se supiera que allí estaba, de un guirre o lo que fuera aquello (que pena me da el que aún no pueda distinguirlos, pero tiempo al tiempo) Cuando de pronto se oyó como si de un trueno aletargado se tratara que recorrió todos los recónditos rincones del barranco con su eco, y con el correspondiente y tremendo susto que me llevé porque no me lo esperaba ¿Qué era aquello?... Pues nada mas y nada menos que el profundo rebuzno de un burro como respuesta y aviso al notar mi presencia. Sonido que provenía de un establo que estaba un poco más abajo de la Casa de los Berros, junto a una casita aislada. Continué mi sendero, pasando por debajo de la casa que quedaba ahora en lo alto a mi izquierda, desde donde también comenzó el ladrido de algún perro flaco, cuya serenata me acompaño barranco abajo un buen rato. Esta zona se llama El Chorro. Enseguida encontré un camino por la izquierda que sube a La Degollada de las Hijas. Continué por el principal, bajando por el sendero, atravesé dos barranquillos y luego el sendero subía pasado por debajo de una casa que aún no tenía a la vista y que quedaba oculta por las piteras y los cardones, ya podía decir que estaba en el cauce del barranco de Valle Luis, del que ya no me alejaría hasta llegar al final del recorrido.
    En unos minutos llegue a la zona llamada El Castillejo, donde hay una especia de casa represa abandonada, bajo una oquedad del risco, desde la que parte un canal y a mutilado y en desuso que llevaba agua a Taodio. En esta zona hay varias higueras, pero lo que más me llamó la atención por lo insólito del asunto y por la manera en que estaba, fue un tremendo cardonal que se abarraba a la vida en lo alto del risco, sujeto a éste solo por sus raíces y como buen trapecista manteniendo la mayor parte de su gran masa vegetal en el aire, hay que ver lo sorprenderte que puede ser la naturaleza. Después de una mínima parada para recuperar el aliento perdido por tantas emociones, seguí bajando rodeando una conocida palmera y atravesando el cauce del barranco unas cuantas veces, hasta llegar a la zona en que el barranco se vuelve más profundo y encajonado, haciendo una curva cerrada, es El Verodal y que según mi guía, este proyecto de desfiladero, se encuentra en medio de dos roques el Roque del Baifo y el Pico del Navío, pero yo en honor a la verdad, no los vi a ninguno (ni al bicho ni al barco).
    De aquí llegué en pocos minutos a la salida en la desembocadura del barranco de Valle Luis con el de Taodio, justo en el “Caserío de En medio”, donde comienza la pista asfaltada a medias, es decir hacia la derecha de tierra que te lleva a la Charca y hacia la izquierda ya asfaltada hacia el B° de la Alegría.
Después de una media horita de camino llegué al Barrio de la Alegría, justo a la parada de las guaguas a eso de la una y media y de ahí para casa, que hay muchas ganitas de comer (o sea hambre), y me duelen los pies. Tengo que reconocer que esta vez bajar por Valle Luis, no me resultó nada pesado, fue más entretenido porque ya lo conocía y no me estaba castigando ese sofocante sol de la primera vez.

Lunes, 20 de octubre de 2.003

Domingo, 25 de mayo - Cno. de San Salvador 2025

6ª etapa:      🚶18 Kilómetros Mieres > Oviedo Mieres - La Peña - La Rebollada - El Rollu - El Padrún - Olloniego - Picullanza - Manjoya...