“Historias para no dormir”
Hoy es día de San Claudio y reflexionando un poco haciendo un pequeño balance de estos quince días de vacaciones, con un resultado muy positivo, con grandes satisfacciones por mi parte, pero tengo que reconocer que vaya un palizote de marchas me he pegado en estos días. Ahora con cierta nostalgia y algo de pena, he de volver a la aburrida pero necesaria vida laboral. Eso sí, como despedida va la última marcha de esta temporada. El itinerario de hoy es uno que tenía pensado hace bastante tiempo, pero un poco por la aprensión que te produce por un lado el miedo a lo desconocido y por el otro al leer en la guía las condiciones de la ruta en el punto más interesante de la misma, estas dos impresiones me han hecho desistir de hacerla varias veces. Las condiciones del itinerario del Roque Taborno, son muy duras, la guía las indica como: de dificultad muy alta, difícil descripción, peligro de caída y fuerte la sensación de sufrir vértigo, aunque solo se dan estas condiciones en lo que es la circunvalación del roque, solo está aconsejado para expertos; es decir todos los ingredientes necesarios para hacerte desistir de visitarlo. Aunque también son las mismas condiciones que abren la curiosidad y el misterio del riesgo. Soy de los que no suelo llevarme por lo que dicen los demás, aunque si suelo aceptar el consejo y estar con la mosca en la oreja, por eso soy de los que primero voy, luego miro y compruebo para después si es posible ejecutar lo planeado.
Tenía previsto coger la guagua de las nueve y cuarto hacia Taborno, así que salí de Santa Cruz a las ocho y media llegando a la estación de La Laguna a eso de las nueve. Una vez allí me senté en uno de los bancos justo frente al estacionamiento de la 075 a Taborno. Estando aquí sentado, se me acerca un extranjero, un alemán al que casi no le entendía nada, alguna que otra palabra suelta, pero por medio de signos, algún que otro sonido onomatopéyico y una libreta, me las pude apañar un poco. Por lo poco que entendí, él quería ir a Chinamada para después bajar a Punta del Hidalgo. Desde donde nos encontrábamos era un poco difícil de explicarle el itinerario, sobre todo con alguien que no te entiende, pero bueno, más o menos...
Llegó la guagua y subimos a la misma: el alemán, una chica un chico también extranjero con coleta y yo. Al chico como va a tener que intervenir en este relato varias veces y para no estar repitiendo siempre el chico extranjero de la coleta, le llamaremos “el coleta”. En el itinerario de la guagua, el alemán siguió intentado tener una conversación algo fluida pero no había posibilidades, enseguida salió en su ayuda “el coleta” y también la chica que no hablaba idiomas pero resultó ser una guía para niños del Centro de Visitantes. En resumidas cuentas que acabamos los cuatro hablado, o intentando un mínimo diálogo, menos el chofer que estaba en lo suyo. En este diálogo, como no iba pendiente de la carretera al ir la guagua un poco rápida y coger un par de curvas con velocidad, me mareé y un poco, pero nada todo pasó enseguida. La Chica y el alemán se bajaron en la Cruz del Carmen, yo en el cruce de Las Carboneras y “el coleta” en aquel momento supuse que seguiría hacia Taborno, que también era su destino. Pero creo que le iba a resultar un poco incómodo transitar por aquellos pagos, porque venía con zapatos de cuero y ropa urbanita ligera. ¡Situación muy difícil la suya!
Una vez baje de la guagua, corrió a darme la bienvenida una sutil neblina envolviéndome en un frío abrazo, pero enseguida siguió de largo su camino y yo el mío por la carretera al Bailadero. A unos cien metros del cruce esta el restaurante Casa Carlos, mi punto de partida de hoy. Eran las diez menos diez y casi llegando al restaurante en un lateral, mejor dicho en el hueco de un muro, vi algo insólito, una araña había instalado su tela que a modo de cortina había franqueado la entrada al hueco, pero lo más curioso era que debido a la humedad y al mañanero rocío, dicha tela estaba llena de minúsculas gotitas de agua, que le daban un bonito aspecto, estaban tan perfectamente confeccionada que parecía un pequeño mantelito de calado canario.
Pasando el restaurante y por un lateral de éste, comienza el ancho camino hacia Taborno (yo pensaba que estaría más lejos). Enseguida pasas junto a una casa que está a mi derecha y que según la guía está el cargadero Pelícano, pero a decir verdad, yo no vi ninguno, luego el camino se estrecha un poco aunque sigue siendo anchito y a medida que voy bajando comienzan a aparecer los escalones naturales excavados en el piso, muy mojados debido al chirimiri y llenos de musgo, que más de una vez pegué un resbalón que me hicieron perder el equilibro y casi no me voy de vareta al piso, pero afortunadamente no pasó nada. Antes de llegar a una segunda casa, comenzó a llover algo intenso que me obligó a parar para ponerme mi fabulosa capa de superhéroe y mi gorrita de pana, ya todo arreglado. Pasé la segunda casa, donde sobre un muro de piedras, me esperaba un perro para darme los buenos días, menos mal que estaba amarrado. ¡Empezamos bien la mañana! Sigo bajando con algún que otro resbalón desagradable, hasta que encuentro por mi derecha el camino de Los Carreteros que te lleva a Afur. Continuo el mío, cerrado por la vegetación y rezumando mucha humedad. Para que no haya posibles pérdidas, este camino te lo va indicando una tubería de agua y unos postes de madera que llevan los cables de la luz.
En poco tiempo comienzan a aparecer unos claros en el monte hacia mi izquierda que dan hacia el barranco de Las Carboneras. Desde donde me encontraba se podía apreciar el cielo, un gran manto verde, la carretera y como incrustado en la montaña el caserío de Las Carboneras. En uno de estos claros del camino me encontré una pequeña cuevita excavada en la pared de una forma curiosa, donde también había un asiento para dos en la misma roca, el conjunto te daba la sensación de que uno se sentaba en media cáscara de huevo, estaba simpático el invento. Tal es el encanto del lugar, que a alguno se le olvidó en un lado del asiento una valiosa lata de Coca Cola, vacía; seguro que del clásico vago que le cuesta depositar la lata en una papelera. ¡Siempre tiene que haber alguien que la caga! En fin, sigamos.
El camino ahora bastante anchito, transita entre dos barrancos muy profundos, éste es un lugar despejado de vegetación se podría decir que estaba en monte bajo. Por uno de estos barrancos vez el valle de Afur, con sus dispersos caseríos como El Frontón, Lomo Centeno, etc.; Y por el otro el de Las Carboneras – Taborno. Luego continuando con el arco costero, en las crestas se divisa El Tenefía, Taborno, Anambro, Chinobre y en el mar los roques de Anaga. Por una recta el camino te lleva hacia un tanque de cemento cerrado y cercado con una valla metálica que lo cierra en un recinto. Un poste de la luz te lleva a un lomito (Lomo Alto), donde se puede apreciar lo anteriormente dicho en toda su plenitud. Para redondear la fotografía, un cernícalo o aguililla estaba arriba en lo alto como si estuviera realizando un rito ceremonial, bailaba graciosamente en el aire describiendo círculos, teniendo como pista todo el valle y su límite, la cúpula celestial y el silencio se rompía con el eco del característico grito de su pico que saltaba por los barrancos, retumbado en estos, para que todos supiéramos que estaba allí el rey de estos pagos. Este sitio es un buen lugar para un descanso y así lo hice. Mientras me deleitaba con algunas viandas cual sibarita, miraba con mucha atención los caseríos del entorno, fijándome en cada grupito de casas y comprobar los detalles cuando uno mira con detenimiento. Por ejemplo: desde mi posición y dando rienda suelta a la imaginación se podría decir que me encontraba en el cuello de un gran rinoceronte, donde el caserío de Taborno era la cabeza y el roque el singular cuerno.
Después de un buen descanso, era hora de ponerse en marcha. Dejando atrás el tanque – aljibe, el camino bordea el lomo y ya comienza a bajar hacia la carretera, teniendo ya de frente al caserío de Taborno, y el camino viene a desembocar donde termina la carretera justo frente a la parada de guaguas. La Carretera continúa hacia el caserío en una pista cementada que te lleva directamente a la plaza de la iglesia. Una vez pasado el torreón del tendido eléctrico, lo que me llamó la atención por la originalidad y por lo simpático del cartel, fue el nombre del primer restaurante que me encontré: Bar Restaurante “Historias para no dormir”... ¡De muerte súbita! Ya en la plaza estaba la escuela de la que salía la voz del maestro dando sus clases y enseguida la ermita de San José. Continué por el lado derecho de la plaza donde sigue un camino ancho cementado al que le han adosado un pequeño mirador con vistas hacia el barranco de Afur muy interesante. Seguí el camino, después de saludar a un parroquiano y enseguida me encontré con unas obras que se realizaban para acondicionar este camino y conque maestría se movía un obrero, manejando una pequeña grúa en tan estrecha senda. Después de saludar a los trabajadores y pasando con cuidado para no caerme al barranco, continué hacia unas casas que quedan a la derecha. Pasando entre las casitas del lomo, llega un momento en que el camino se bifurca. Siguiendo de frente bajando, el camino te lleva hacia un mirador, justo debajo de la última casa. Desde donde se puede apreciar una bella estampa del barranco de Afur y Tamadite (o Tamaiste) y el roque Marrubial al que fijándome bien, pude apreciar el fantástico sendero por el que ya transitamos en otra ocasión y que nos llevó por el acantilado de la costa hacia Taganana.
Regresé al cruce y entré en el sendero que ahora tenía a mi derecha y que entre árboles baja culebreando hacia una hoya. Una vez en la hoya vi una choza corral para cabras y una casita donde el camino pasa por el medio de ambas. Seguí el senderito pasando por la bifurcación a mi derecha del sendero que baja por Palos Jincados hacia Tamadite, pasando también otra bifurcación pero esta vez a la izquierda frente a un chorro de agua, que siguiéndolo te lleva a la plaza de la ermita. De la casa salió una señora mayor, típica del lugar con su sombrera que venía caminando hacia mí y se la veía con ganas de entablar conversación, cosa normal de esta zona pues creo que es la única forma de distraerse en estos lugares, porque no hay nada salvo el bar. No sé por qué creyó que yo era el cartero y comenzamos un mini diálogo de cortesía donde una de las casas que me contaba que me hizo mucha gracia, fue que dicen que los lugareños tenían la culpa de que el monte estuviera tan estropeado por el paso de los animales, a lo que ella si respondía que quienes lo estropeaban eran los extranjeros que venían en rebaños, haciendo agujeros en el campo con esos endemoniados palos, menos mal que yo tenía el bastón mío guardado en la mochila. Pues justo en ese momento apareció en una curva del camino un grupo de extranjeros procedentes del roque, a lo que la señora me dijo: “Míralos ahí vienen todas las cabras juntas”. Después de este simpático comentario me despedí y seguí mi camino, cruzándome con los extranjeros con el correspondiente saludito.
En unos minutos llegué a una cancela de madera que se encontraba abierta, luego seguí por una cresta sobre un cuchillete es el Lomo del Rayo, que hace de cordón umbilical entre el roque y el caserío. Ahora ante mí t4enía la inmensa mole del Roque. El camino sigue en dirección hacia la izquierda de la base del roque, después por una vereda alcancé un corral abierto junto a una destartalada choza de piedra. En este punto creo que me confundí y en vez de seguir por la choza y por la izquierda subiendo, interpreté mal los datos de la guía y al ver una veredita algo más clara, por debajo de la choza, por ella me metí y la seguí aunque ésta en vez de subir, bajaba. Pero bueno como se suele decir “Todos los caminos llevan a Roma”. Me encontraba rodeando el roque por el poniente, y dirigiéndome hacia la zona norte de este inmenso roque, donde ya comenzaba a divisarse un pequeño adelanto de lo que me esperaba. Una prolongación de la loma donde yo me encontraba, justo bajo del roque, apuntaba hacia la costa a un roque en forma de aguja es El Guincho, que es el límite oeste de la playa de La Fajana, ahora oculta por esta loma. Continué por el sendero que describía un arco que iba de izquierda a derecha en dirección norte.
Por aquí me cruce con un grupito de extranjeros y también con mi amigo que por el estrecho sendero que estábamos pasando y debido al calzado que llevaba, iban caminando como si le hubiera venido una diarrea espontánea, dando pequeños pasitos y agachado, como si estuviera buscando algo o le hubiera dado un retortiño. Se notaba por su rostro y la posición de la coleta que no lo estaba pasando muy bien. Al llegar junto a él me reconoció y después del saludo inglés de garrafón, me comentó que no había podido seguir, señalándome a sus zapatos. Luego le cedí el paso, porque la vereda era muy estrecha solo tenía casi la medida de un zapato, dándome él la mano para que no cayera, me despedí a lo que en sentido premonitorio respondió un “Bye, Bye, see you soon”, y continué mi camino.
Llegué al final del arco descrito, donde había una roca a la cual me subí, sentándome encima para admirar el paisaje. Continué hasta llegar a un dique natural ya en el punto norte del roque donde un poco confundido no sabía seguir pues no había ningún rastro de camino. A lo que sí no estaba dispuesto era a renunciar y regresar, después de haber llegado hasta aquí, soy de los que dice que: “pa tras ni pa coger resuello” Salvo que exista peligro. En esta situación lo primero que hice fue bajar por el dique, una especie de escalones que me dejaron en una veredilla algo desdibujada con barro que te hacía resbalar pero que después de caminar un rato te llevaba a un lugar sin salida donde la vereda se perdía. Así que volví al dique e intenté seguir otra senda pero pasó lo mismo. Desde el dique decidí retroceder hasta la roca donde me había subido por ver si me había equivocado de camino, pero nada desde la roca el sendero me llevaba al dique. Ya lo único que me quedaba era intentar subir por el dique hasta llegar a un llanito por encima a pocos metros que tenía a la vista. Pues así lo hice y cuando llegué al llano, veo por mi derecha el caminito que probablemente venia de la choza, el cual debería haber cogido, pero bueno, no hay mal que por bien no venga porque ya estaba aquí.
- Seguí subiendo un poco hacia una pequeña degollada y por una cresta hacia la izquierda, llegué a un pequeño altozano es la Era de los Cardos. Bueno pues al alcanzar este lugar, fue como querer besar la luna y lograrlo, la magia de lo que en ese momento me rodeaba, me sustrajo de tal manera que no podía creer que hubiera algo más sublime que lo que apreciaba mis ojos. Sentimiento imposible de expresar en un papel para que quede registrada la sensibilidad del momento y poderlo volver a revivir cuando quiera con solo leer estos renglones y cerrar por unos instantes los párpados. La Era de los Cardos es como estar en un minarete árabe contemplando a los fieles a sus pies. Desde este altísimo púlpito de este particular santuario, disponía de una panorámica extraordinaria, ahora si me da pena que las chicas se hayan perdido este espectáculo, que describo a continuación:
- Hacia el norte el inmenso y azul océano.
- Al sur como guardándome la espalda el Roque Taborno.
- Sobre mi cabeza un nítido cielo de color azul intenso
- Y de izquierda a derecha:
- El Guincho apuntando con su aguja hacia Las Furnias en Punta Hidalgo, pasando por La Fajana que no estaba a la vista pero que se nota que estaba allí.
- A mis pies la entrañable playa de Tamadite con su choza casi imperceptible y su roque Marrubial.
- A lo lejos el roque de las Ánimas indicando la posición de Taganana, a la que le sigue el caserío de Almáciga, Benijos y El Draguillo.
- Un poco más lejos los roques de Anaga señalando el abandonado y perdido caserío de Las Palmas.
Hace unos días, sentado al borde del precipicio de la Mesa de Tejina, sentí que para mí aquella vista era ya lo máximo, pues tengo que rectificar porque esto de hoy es sublime casi esotérico y mágico. La visión de este entorno te embriaga, de tal manera que hasta emborracha. Ni que decir tiene que aquí me quedé un buen rato a reponer fuerzas y a relajarme de tantas emociones juntas.
Después de un rato, regresé por la cresta hasta el cruce de veredas y comencé a subir por otra veredita hacia el roque. Daba un poco de miedillo pasar por esta zona, por la inmensidad del lugar, comparado con el pequeño espacio de la vereda por la que subía. Aquí me sentí como una hormiga viendo al roque, como la inmensa pata de un elefante que puede levantarse en cualquier momento y cayendo sobre mí, aplastarme. Pero no sentí vértigo alguno. Llegué a una veredita y me dirigí por ella hacia el naciente del roque. Ya esta zona es la considerada en la guía de peligrosa, la vereda se estrechaba cada vez más llegando a ser del ancho de mis pies juntos, esto hace que el sendero sea difícil y algo peligroso, porque vas pegado a una pared sobre una tremenda fuga que llega al mar. Pero que se puede pasar teniendo mucho cuidado. Enseguida llegué a la Cueva del Beleño, un buen lugar para hacer un descanso al abrigo de la cueva, pero continué por el complicado paso por un lateral de la cueva porque quería pasarlo rápido hasta que en dos minutos llegué a lo alto de la choza con lo que había concluido mi maravilloso e inquietante periplo por el Roque Taborno. Ahora me quedaba alcanzar la cancela de madera y llegar al cruce de caminos donde estaba el chorro del agua. Al llegar allí me volví a encontrar con la señora y a mi amigo. Ya mucho más tranquilo, descansando todo espatarrado, alegando con mi amiga y mandándose una garimba que ésta le había ofrecido: Se impuso el saludito, convite por su parte, ¡gracias... no! por la mía, unos minutos de charla, despedida y cierre.
Esta vez continué por el camino que baja del chorro, llamado la vereda del Concherío y que te lleva al lado izquierdo de la ermita. Pero un poco antes de llegar, como iba distraído por el camino, no me esperaba que de detrás de un grupo de plantas plantadas en un par de cacharros de pintura, había camuflada una caseta, que no había visto que estaba frente a una de las casas y el camino pasaba por el medio, ¡Me cago en la leche! En ese momento salió disparado hacia mí un perro con no muy buenas intenciones, me llevé un susto que casi me quedo calvo porque hasta los pelos saltaron y salieron huyendo. Menos mal que el bicho estaba amarrado. Ya después del sobresalto y algo más descansado pasé por delante de la iglesia, la escuela, el simpático bar y el torreón de la luz hasta llegar a la parada.
Era la una y cuarto, la guagua salía a las dos, pero primero paraba en Las Carboneras a las dos menos cuarto. Como no quería esperar sentado tres cuartos de hora, decidí hacer el caminito que une el caserío de Taborno con Las Carboneras por el barranco que los une. Tampoco era que tuviera esa prisa, ¡Estaba de vacaciones! Atravesar el barranco por el camino, según la guía te lleva unos cuarenta minutos, así que si iba un poco rápido podría agarrar la guagua en Las Carboneras, y si no, cogería la de las cuatro. Así que sin pensarlo dos veces, me puse en marcha carretera adelante hasta encontrar el principio del sendero. En la carretera pasada unas curvas, vi el letrero que indicaba el sendero, pero por más que miraba éste no estaba. Y todo porque éste se encontraba a unos cien metros más adelante, en un corte de la valla metálica de la carretera ¡Fuerte unos totufos! ¡Ay! ¿Quién sería el ingeniero?
El camino baja por un lomo de inciensos que te señala la dirección al caserío de Las Carboneras. Luego llegué a un poste de la red eléctrica y seguí bajando pero ahora hacia la izquierda, bordeando unas huertas y sin pasar por ellas. Después atravesé el barranquillo de Taborno por el que corría un hilo de agua, para después pasar a una lomita y adentrarme por una vereda estrecha pegada a un muro de piedra, perteneciente a un bancal, sobre el que sobresalían algunas matas de zarza que con los picos me hizo una mierda el pantalón del chándal. Por el lado derecho la vereda tenía una pequeña caída hacia un barranquillo, pero bien se podía pasar aunque con la dificultad de as zarzas. Siguiendo esta incómoda vereda, una vez pasado el barranquillo de Las Carboneras, dando un giro en una curva del camino, surgió de improviso como si hubiera salido de una chistera, un hermoso conejito que a juzgar por sus movimientos me invitaba a jugar al escondite, siendo él, el primero en hacerlo y se veía que en este juego era un maestro porque se escondió tan bien que no lo vi nunca más.
El camino comenzaba ahora a subir y fue cuando comencé a oír el ronroneo característico de un conocido motor, el de la guagua que ya salía de Las Carboneras en dirección a Taborno. Eran las dos menos cuarto de la tarde, como ya no me daba tiempo de cogerla, me lo tomé con calma y algo más relajado seguí mi sendero. Al ratito vi por la carretera a la guagua que llegaba ahora a Taborno, recogía el pasaje y puntual a las dos salía hacia La Laguna, y todo esto mientras yo justo llegaba al otro extremo, frente al bar Valentín ya en la carretera general. Seguí por la carretera hacia la derecha en dirección al caserío mientras pensaba en lo que iba a hacer durante dos horas, que es el tiempo que tardaría en venir la siguiente guagua.
Pues en vez de quedarme sentado en la plaza del barrio matando el tiempo, decidí llegarme al caserío de Chinamada. Ya en el trayecto llegando a las casas cuevas, me empecé a encontrar con varios grupos de gente, casi todos extranjero que venían del camino de Punta Hidalgo. Una vez llegué a la plaza de Chinamada, cogí el senderito que va hacia el mirador de Aguaide para quitarme una pequeña espinita que tenía, porque la última vez que estuve por este lugar, no conseguí llegar al mirador, que en realidad, solo te lleva unos quince minutos desde la iglesia. El truco estaba en ir por una vereda que va por encima de una casa y seguir hacia la derecha en horizontal. Cuando se llega a una curva hacia la izquierda, caminando unos metros, enseguida vez el mirador al que accedes bajando unos cincuenta metros aproximadamente. A eso de las tres de la tarde llegué al Balcón de Chinamada que es el nombre que cariñosamente le han puesto al mirador de Aguaide. Desde aquí la vista es estupenda, después de quedarte impresionado y de notar cierto vértigo en el precipicio, te encuentras frente a Dos Hermanos que como aguja imantada de una brújula imaginaria que te señala siempre el norte, éste te guía la mirada hacia Punta del Hidalgo. Ante tan magnífico panorama me quedé sentado descansando, en el muro quitamiedos del mirador, durante un rato relajándome con la vista y disfrutando de la brisa marina. Pero solo podía quedarme un poquito, puesto que tenía que contar con el tiempo que me llevaría hacer ahora el camino de regreso que en este caso era en subida, lo que haría que tardara un poco más.
Después de una media hora de camino de regreso, llegué a la plaza de Las Carboneras, donde me senté en uno de los bancos de la plaza, que situado estratégicamente frente a un callejón, entre el muro lateral de la ermita por la derecha y las casas por la izquierda; te dejaban ver la carretera por la que verías venir la guagua por el paseo de las palmeras. Paseando la vista por la plaza, la cual tienen muy bien cuidada, me fijé que aún conservan el mismo templete de la última vez que estuve aquí. Luego vi que el badajo de la campana de la ermita permanecía inmóvil gracias a una cuerda que lo ataba para luego quedar fijado en el picaporte de la puerta de la entrada de la ermita, además en lo alto de esta puerta hay dispuesto una especia de ventana donde perennemente permanece asomado un colorido Corazón de Jesús y que notas como sus ojos te están constantemente vigilando, según estés en cualquier punto de la plaza al que te dirijas, y creo que del frío que debe hacer en esta zona, al Cristo se le han puesto los pelos rizados.
Estando sentado en la plaza, de repente el cielo comenzó a ponerse gris oscuro debido a la llegada de unas nubes muy negras y comenzó a levantarse un poco de viento algo frío, que no presagiaban nada bueno. Menos mal que puntual llegó mi perrerita que enseguida salió de Las Carboneras hacia Taborno. Allí estuvo esperando con el motor apagada hasta las cuatro y cuarto, tiempo en el que aproveché para cambiarme de sitio, e ir delante en un único asiento ceca del chofer, a la derecha junto a la puerta. Puntuales salimos hacia La Laguna.
Al llegar a la parada de la Cruz del Carmen, noto que la guagua se para, espera un poco y ya cuando iba a ponerse en movimiento, del restaurante sale corriendo un individuo dando voces y que luego sube, era mi amigo “el coleta”, al que pensé que no volvería a encontrar porque creía que se había marchado en la guagua anterior. Probablemente lo que hizo fue coger la perrera de las dos y bajarse luego aquí para comer algo. Él entró disparado pensando que la perdería, A mi no me vio pero yo si me fije que presumiblemente, después de haber disfrutado de algún exquisito plato de carne de conejo o cabra, tan famoso por estos lugares, habría mojado el pico en vino de la zona, porque traía, además de una sonrisa fija, la nariz más colorada que un murguero. Siguió de largo hacia los asientos de atrás. Creo que no me vio y yo me hice el loco, verdaderamente a esa hora de la tarde no tenía ganas de mantener ninguna conversación, así que: ¡Hasta luego Lucas!
Y con todo esto llegué a casa, pasadas las cinco de la tarde, después de haber disfrutado de un fantástico día, que espero poder repetir, pero la próxima compartiendo experiencias con los míos. Acabé con un dolor de pies y un cansancio en todo el cuerpo, aunque creo que no sería debido a la caminata de hoy, sino al trajín que he llevado en estos días, esto no hay cuerpo que lo resista, o si. Y más pereza me daba al pensar que pronto tendría que volver a la rutina diaria del trabajo. ¡Que dolor!, ¡Que pronto se acaba “lo güeno”!
Viernes, 31 de octubre de 2.003