viernes, 17 de octubre de 2003

22 De Peregrinación al Cristo por Los Valles


¡Otro loco suelto y el manicomio vacío!

    Hoy es día de San Ignacio, ¡Felicidades sobrino! Y también es segundo día de unas ansiadas y muy esperadas vacaciones a las que les pienso dar más mecha que a un foguete. Además después del largo paréntesis estival, hace tiempo que no salgo de marcha y necesito hacer alguna escapada. Para comenzar he querido hacer realidad una idea que me venía rondando hace tiempo por la cabeza, visitar al Cristo sin usar los medios comunes en los que se tarda menos, pero que no tienen esa salsita, ni son tan divertidos. Antes que nada tuve que percatarme de cómo estaba el tiempo, pues ayer cayeron unas gotas y por la noche otro par, preludio de que el día de hoy sería igual. Subí a mi querido mirador matutino y estaba amaneciendo con un día despejado lo que auguraba un fantástico día, como así ocurrió después. Esta vez al ser un día laboral, las niñas se marcharían para el instituto y Merci a su trabajo, así que tenía que salir solo, cosa que realmente no me gusta y que no se debería hacer por la seguridad, pero siendo prudente y poniendo los cinco sentidos en lo que estas haciendo, puedes pasar un buen día.
    Hacía rato que las niñas se habían marchado, así que una vez planeado el itinerario, a eso de las ocho cerré las puertas de mi castillo y comenzó mi peculiar aventura. En la calle se veía mucho movimiento, nerviosismo y tráfico que contrarrestaba con mi tranquilo y pausado paseo. Para intentar seguir una ruta lo más recta posible hacia mi primer objeto que era Cueva Roja, decidí ir por las calles del barrio El Perú, pasando por el parque de Las Indias y mirando hacia Las Mesas me di cuenta de cómo pasaba muy bajito y despacio en dirección al mar y casi como si se fuera a estampar contra las torres, un avión MD-11 de la compañía venezolana Santa Bárbara ¡Impresionante! Bueno pues caminando por esta zona, resultó que algo desorientado vine a salir mucho más arriba de lo que yo tenía previsto tal fue así que siguiendo la calle Mencey Bencomo, vine a salir al principio de la avenida Venezuela, frente al campo de fútbol ¡Fuerte despiste!. Así que pase la avenida y comencé a bajar por la calle Princesa Guayarmina hasta llegar al camino de La Ermita. Y justo un poco antes de llegar a este camino volví a ver en el cielo al avión pero esta vez enfilando hacia el aeropuerto.
    Una vez en el fondo del barranco de Santos, se impone el saludo a la otra Morenita y mi petición de compañía y guía durante toda la expedición. Aún no había comenzado a tocar el primer escalón de lo que muy bien podría llamarse la escalera hacia el cielo y ya estaba sudando, no sé si por lo que me esperaba o solo de pensarlo. Ya una vez arriba en la calle Ribera, seguí hacia mi punto de referencia, no sin antes pasar por delante de la venta de Ramón y saludo: ¡Adiós ladrón! Una vez en la carretera hacia La Llavita, hice una parada fijándome donde hace años había un estanquito que lo regentaban unas petuditas, que apenas se podían mover, pero ya no estaba y me acordé que las había visto ya motorizadas, vendiendo cupones en el mercado.
    Al llegar a la altura de Cueva Roja, en La Llavita, se imponía subir, pero en vez de hacerlo por la fuerte, pesada y monótona carretera, que además me vino bien porque bajando por la misma venía una cuba de agua regando la pista; decidí ir por las interminables mil y un escalones que sufridamente te llevan a un laberinto de callejuelas que casi no tienen fin, pero que por el contrario tienen el aliciente del afectuoso saludo de los perros, el olor a potaje recién hecho procedente de las casas de los pasillos mientras se van oyendo los diálogos de la novela de turno y sobre todo las palabras de ánimo que te da el clásico viejito al sol que te da el aliento para llegar a la cúspide del barrio e igual que un guía turístico, cariñosamente te indica la manera más fácil de llegar a tu objetivo. Ya casi llegando al final del barrio, entrando en la última calle – pasillo, que en honor al esfuerzo me aprendí su nombre c/ Monturrio, me ocurrió una graciosa situación. Yo colorado como un tomate y exhausto por el esfuerzo, me paro un segundo para recuperar el aliento y en ese mismo instante creo que al oír mis pasos, sale a mi encuentro de una de las casas un viejillo que muy decidido me pregunta si yo venía revisando la luz o el agua, a lo que yo le respondí con una seña conocida y él me entendió perfectamente, porque en ese momento el corazón lo tenía en la garganta y no podía articular palabra. De todas maneras, si llego a ser el revisor de algo, enseguida hubiera cambiado de trabajo, tremendo palizón. Una vez arriba y más pausadamente pero si parar, me fui recuperando en la bajada y sin descanso pero más relajado comencé a subir los altos escalones de Cueva Roja a eso de las ocho y media, y ya disfrutando del caminito. Incluso aquí llegaba el sonido de corneta que desde el barrio La Salud pregonaba el pescadero, ofreciendo su mercancía. En un santiamén me encontré bajando por El Toscal hacia el Valle Jiménez, saludando a todo viejillo que salía al paso y que extrañados me miraban como diciendo ¡Otro loco suelto y el manicomio vacío! (¡Perdón!, que ahora se le dice hospital psiquiátrico).
    A eso de las diez menos, veinte llegué a la entrañable placita del valle, e igual que yo pero por la carretera, dos trabajadores que habían dejado aparcado un furgoncito pero lo dejaron abierto, cruzaron la plaza y se perdieron por un lateral; el lugar es tranquilo pero no como para fiarte en dejar un coche abierto. En una placa de la iglesia, ponía “Plaza de Pérez de Ascanio y Gutiérrez de Ossuna, Valle Jiménez a sus padrinos, año 1.965. Pero ocurrió que cuando estaba leyendo esta placa, veo aparecer a uno de ellos que rápidamente se dirige al vehículo para cerrarlo y de nuevo regresar, por lo que pensé para mí: “amigo este lugar es tranquilo, pero no hay que fiarse de nadie, que todos somos honrados hasta que dejamos de serlo”. Aquí hice un pequeño descanso me dirigí al chorro del agua que ya está automatizado con una llave de esas modernas para ahorrar el flujo de agua, pero tiene un problema que la han dejado tan pegada a la base que apenas entra de forma lateral por el gollete una botella. Pero ésta no dejaba de salir agua y también vi que se movía, así que me vi un poco comprometido por si alguien me estuviera mirando, hasta el punto de que ya iba a dejarla cuando ella misma sola se paró, vaya un sofoco. ¡Resultó ser un chorro vacilón!
    Una vez descansado, mochila en ristre y ¡p’alante! Que se nos escapan los perros. Me metí por la pista del barranco de Carmona hacia los ya conocidos belloteros. Pasé de largo por ellos y en la siguiente curva a la izquierda me sale una pista por la derecha donde en un lomo, habían muchos perros de caza amarrados y ladrando sin parar al verme. Me desorienté un poco pensando que me había equivocado ahí, al girar vi que la pista de los perros se dirigía a una casa donde en la puerta había un señor que sentado en un banco, se dedicaba a sus menesteres. Me dirigí hacia él, pasando cerca de los perros que no paraban de ladrar, luego apareció la esposa, y los dos muy amables me dijeron que iba bien por la pista, pero me indicaron que atravesando su terreno cortaría camino y llegaría a la famosa cadena. Me despedí dando las gracias y continué siguiendo sus indicaciones. Pues cuando me encontraba cruzando el terreno casi a mitad del recorrido oigo a la mujer que a gritos llamaba a alguien: ¡Raúl! ¡Raúl! Y como insistía me gire, viendo que los gritos iban dirigidos a un perro mansito que me había seguido sin yo darme cuenta. Simpático el nombre ¿A quien me recordaba?
    Enseguida llegué a la cadena, ya me encontraba e la zona denominada El Castillo, pasé por delante de la casa deshabitada y la nave sin techo, sin pausa dejé la pista y cogí el senderito que ya me resultaba familiar, pasé junto a un cuarto en ruinas y por un abrevadero, luego atravesé el oculto canal y llegue a la derruida Fuente de las Vacas. Al llegar aquí y por no consultar mi querida guía, me equivoque y continué un sendero que no era el que tenía que haber seguido, pero al final resultó una manera de cortar camino para llegar al Salto de Carmona. Siguiendo este sendero me acordé de Ari, porque en un estrechamiento del caminito cerrado por las piteras, me mandé tan fuerte picotazo con la hoja de una de estas piteras que me hizo ver las estrellas, pero nada, “Sana, sana, culito de rana...” y otra vez en camino. Ya en medio del Salto de Carmona, hice una pequeña parada de unos segundos para admirar a conciencia todo el valle. Comencé a subir por el casi oculto camino, hacia la cima de Roque Hilario, hasta que llegué a la verjita de menos de un metro que delimita un terreno particular y desde aquí aparece el final de una pista, por la que comencé a subir y donde yo ya acusaba el cansancio, con un fuerte sol a mis espaldas, aunque mitigado por una agradable brisa.
    Subiendo por la pista me encontré con un jeep Vitara, conducido por un viejillo marchoso que al cruzarnos se impuso el saludito de rigor, este señor había dejado en la curva un poco más arriba a un compañero que con sombrero ancho, guantes y un cubo, se disponía a llenar éste con la entretenida tarea de coger higos picos. Al cruzarnos, saludo y comentario sobre el paseo y de nuevo ¡Sube p’arriba! Por la sofocante pendiente, a ver si llego de una vez a la Degollada de los Jorneros. Una vez llegas arriba, enseguida te acaricia y envuelve la agradecida y suave brisa que proviene de Valle Hilario ¡Qué rico p’al cuerpo! Aquí me quedé admirando desde el mar hasta la cumbre: los riscos de Taodio, La Muela, Roque Yal y el monte Aguirre. Luego a mi derecha el Pico Hilario y a mi izquierda la pista cortada por una verja. En este lugar puse atención para descubrir la veredilla viniendo de La Cancelilla cruza la pista y sigue bajando hacia el Valle Hilario y que te lleva al Lomo de Las Casillas.
    Ya tenía ganas de descansar un poco, después de la tremenda paliza que me metí en todo el trayecto y casi de un golpe. Ya eran las once de la mañana y el estómago me estaba hablando, así que comencé a subir por la veredilla rumbo a las Cuevas de Hilario, buen sitio para hacer el descanso y el último lugar desde donde puedo divisar mi casita allá a lo lejos, siguiendo con la vista el curso del Valle de Carmona. Una vez en las cuevas, relajante y gratificante cambio de agua menores, parada admirando el magnifico paisaje luego refrescante trago de agua, buen bocadillo de queso con chorizo, (pero no de Choperri, que ése es para final de mes, cuando uno esta tieso, porque se puede estirar y da para tres). Y de postre una fresca manzana ¡Riquísima! Aunque a mí me produce ciertas flatulencias, pero como estoy en el campo y todo es aire, ¡Qué viva el soplo!
    Después de una media horita de descanso, a eso de las once y media, me puse en marcha hacia La Cancelilla, punto donde el camino es más ligero y agradable porque comienzas ya a bajar hacia La Laguna. Comenzamos a bajar hacia el Valle de Las Chozas, digo "comenzamos" porque aunque iba yo solo, no me sentía así. La vez anterior con las chicas, seguimos una pista que nos salía al encuentro, pero esta vez me desvié por un senderito a la derecha en paralelo a la pista pero un poco más alto, una vez pasado el primer grupo de colmenas y unas cuadras-cuevas. Por esta veredita descubrí a la derecha una especie de fuente, aunque más bien era un charquito lleno de mujo y hierbas, luego un grupo grande de cañahijes alineadas en dos hileras un poco más altas que yo, formando un pasillo a ambos lados de la veredita. Pues por culpa de esto me lleve un buen susto, porque una vez metido en medio de este pasillo vegetal, de improviso se oyeron dos agudos y estridentes chillidos unos metros por delante de mí que el eco recorrió el valle. Esto eran dos codornices salvajes que al verme comenzaron a berrear como dos locas despavoridas, dándome el aviso y de súbito batieron sus alas armando un gran escándalo y rápidamente salieron volando, perdiéndose por la otra ladera. ¡Vaya un susto me metieron las muy hijas de su madre...!
    Pasé por delante de la pesebrera (que cada vez está más guarra) echando un último vistazo a los riscos de Carmona y a la charca de Tabares, bonita panorámica. Un poco más abajo, por una pista procedente del valle, divisé a dos hombres probablemente los dueños de las colmenas. Seguí mi camino hasta que volví a salir a la pista y un poco más adelante al cruce de La Cañada, ya eran las doce del mediodía.
    Esta vez no fui hacia la derecha para bajar por Gonzalianez, sino que seguí por la izquierda por la pista del Bronco - Lomo Largo y fue una decisión muy acertada, porque además de pasar por un pequeño bosque de refrescantes eucaliptos, ibas paseando por uno de los bordes en los que queda acotada la vega lagunera, es como si estuvieras caminando por un largo pasillo mirador que te va deleitando con los fascinantes paisajes y la acuarela de colores que te regala a la vista, la vega ¡maravilloso! Una de las cosas en que me estuve fijando mientras caminaba, era en el trayecto que va desde el camino de Jardina, pasando por el Lomo de los Mirlos, Vueltas Blancas, la subida al cine, hacia la Mesa Mota hasta llegar al Púlpito y de ahí al aeropuerto. Todo este recorrido forma un sendero "la Cañada Verde" que cierra el anillo lagunero pero comenzando en el camino de San Roque. ¡Se me acaba de encender la clásica bombilla de las malas ideas!
    Una vez pasado el bosque de eucaliptos comienzan las primeras casas. La primera de todas en proyecto todavía porque no está terminada, aquí esta vez fui yo sin querer, con mi presencia el que le dio un susto a un joven perrito que dormitaba, éste con sus ladridos y el rabo entre las patas salió corriendo hacia la trasera de la casa, alertando a un grupo numeroso de perros escandalosos de la siguiente casa que resultó ser una pequeña perrera ¡Fos, qué peste! Además creo que estos alertaron a todos los perros del camino hasta llegar al Cristo. Ya empezaban a verse grupos más numerosos de casas, y de casi todas te salían a saludar sus correspondientes perros, algún que otro parroquiano con su saludo de buena gente y que extrañados me miraban sin quitarme un ojo de encima, hasta que llegaba a la curva y me perdían de vista. En una de estas casas había un lomito y en lo alto como subida en un pódium esperando recibir una medalla, había una impresionante y coqueta cabra negra, que no perdía detalle del extraño que pasaba por debajo de su balcón, con una raya al medio de la cabeza que dividía en dos su melena, se parecía a Liz Taylor en Cleopatra. Indiferente me dijo “Be,e,e,e” a lo que yo respondí “Be,e,e,e” porque hay que ser educado pues a nadie se le niega el saludo y continué mi camino.
    Llegue al final del camino El Bronco, en el cruce con la vía de Ronda y por debajo de ésta, continúe el camino La Rua. ¡Ya falta poco para llegar al Cristo!, Justo pasando junto a la urbanización Las Mercedes, oigo el ronco sonido de un motor que me resultó familiar, que provenía de una de las calles, era una moto de correos y encima Fachi, un compañero de trabajo que después de un breve diálogo, donde al contarle el recorrido que había hecho y la pinta que llevaba, se echó las manos a la cabeza, poco más o menos llamándome loco. Saludito, despedida y p’al Cristo, que me queda poco. En un minuto escaso alcancé la plaza y enseguida al Santuario. Una vez dentro y después de darle las gracias por ayudarme en conseguir mi objetivo, me senté un rato. Noté como el corazón se me hubiera caído a las patas, ¡Vaya unos latidos me estaban dando los músculos de los pies! Pero bien. La iglesia estaba concurrida por ser viernes, y como siempre me ocurrieron dos casos de muerte súbita:
    Primero vi que de detrás de la mesa del cura (no me acuerdo ahora como se llama esto) sale una vieja que quería por lo visto estar más cerca del Cristo, pero que al retirarse y bajar los tres escalones, se enredó un poco con el cordón que impedía el paso, que casi no besa el piso, con el consiguiente batacazo por golifiona.
    Luego me encontraba sentado delante de un señor, en uno de los últimos bancos descansando, y justo al lado de la imagen de un Niño Jesús. Pues resultó que en ese momento hasta mi vera llegó un ligero tufillo a incienso corrosivo que me hizo girar la vista hacía la imagen pero pensé que él no podía ser, es más el olorcillo no era precisamente a santidad. Enseguida pensé en el señor de detrás porque muy efusivamente estaba rezando dándose golpitos contra el pecho. Y debe ser que de la emoción uno de estos golpes fue un poquito más fuerte que los demás, que le abrió un poco la caja de los truenos y se le escapó un cohetillo, No se oyó, ni se vio, pero se notó. Así que, así muy bajito porque estamos en un lugar sagrado ¡salud, compadre!
    Una vez cumplido mi propósito de hoy, salí del santuario y por el nuevo carril de bici, llegué a uno de los laterales del mercado y para dentro de cabeza hacia el aromático patrio de las flores donde en uno de los puestos cumplí el encargo de llevar para casa una hiervita, Cola de Caballo. Luego me dirigí a la plaza Adelantado hacia la caseta de información a solicitar unos folletos de los edificios emblemáticos de La Laguna, pues hacía tiempo que estaba detrás de ellos. Después continué por la Carrera hacia La Concepción, no sin antes recibir la visita del diablo que en cada esquina hasta la Catedral me tentaba para que entrara en la dulcería de la esquina ¡Apártate de mi Satanás! Firmes y hacia la estación sobre la una de la tarde, llegando a casa a eso de la una y media muy cansado pero muy satisfecho del insólito día.

Viernes, 17 de octubre de 2.003

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