viernes, 24 de octubre de 2003

25 De Tegueste a Bajamar (por Barranco Porlier)


“… un cielo azul cruzado por una jabalina de nubes rizadas”

    Hoy es día de San Antonio María Claret, y después de un día sabático por una noche de tormenta y un día de lluvia, no me apetece quedarme en casa. Tenía pensado salir hacia Taborno, pero mi intuición me dice que no, que puede haber mal tiempo allá arriba y casi nunca me suelo equivocar.
    Después de marcharse las niñas a clase, comienzo a desayunar y mientras en mi cabeza los pensamientos giran que giran para ver a que lugar podría ir hoy, y enseguida me viene la memoria Tegueste, pues dicho y echo. Al finalizar el desayuno, con todo preparado macuto listo, guagua 105 y enseguida me encontré caminando por la calle Prebendado Pacheco dirección a la plaza de San Marcos.
    Qué agradable es pasear por el pueblo a las nueve de la mañana con ese olor fresco a tierra húmeda y ese poquito de “chirimiri” que te da el puntito de frío para acabar de despertarte. Por las calles casi no te encuentras a nadie, solo hay gente por la calle principal del pueblo. Esta vez voy a hacer el itinerario de otras veces, pero en sentido inverso, es decir; plaza de San Marcos, placeta de Pedro Melián donde estuve dando una vuelta por los chorros que están más secos que un desierto, y continué hacia la placita de la Arañita ¿Qué tendrá esta placita que tanto me atrae? Porque por no tener, no tiene ni bancos. Aquí hice una pequeña paradita para ponerme algo de abrigo porque del fresco de la mañana me estaba entrando “biruji”. Frente a la placita en una casa que hace esquina, un hombre apoyado en el muro no me quitaba la vista de encima hasta que nos encaramos y después del saludo matutino, me hizo el clásico comentario del tiempo.
    Después de despedirme con todo ya listo continué por la calle prolongación a la plaza (no la que sube) que atraviesa el barranco Aguas de Dios y después continua hacia la izquierda bajando. Pero yo seguí recto por una pista que sube hacia la montaña. Esta pista sube entre chalets hasta que encontré una zona que parece un pequeño mirador con muro de piedra, al que accedes subiendo tres escalones, mientras la pista ya en mal estado, da un giro hacia la derecha y se pierde subiendo. Hice una pequeña parada en el mirador viendo todo Tegueste. Pasado los escalones aparece un sendero empedrado muy bueno, es el Camino del Naciente. Antes de llegar a un bellotero giré a la derecha y seguí subiendo. Un poco más arriba en este caminito vi algo simpático y a la vez insólito, las ramas de un bellotero se contorsionaba tanto que ramas y hojas llegaban a alcanzar el lado opuesto del caminito formando un arco vegetal sobre el sendero por el que bajaba un hilo de agua despacio y que caía entre las rocas formando pequeñas cascaditas. Subí pasando por debajo del arco de triunfo orgánico, tendiendo a ir hacia la izquierda, dirección a unos eucaliptos y una vez pasados estos hacia La Gollada. Una vez arriba me encontré junto a una era y en un cruce de caminos donde te llega el aire procedente del barranco de Porlier. El recorrido de hoy enlaza Tegueste con Bajamar atravesando los barrancos de Porlier y La Goleta.
    En esta encrucijada de caminos estando de espaldas a Tegueste, me fijo en que el sendero que va a la derecha sube hacia La Orilla (Qué buenos recuerdos me trae), el que sigue de frente es el que va por la cabecera del barranco Porlier, que es el itinerario que voy a seguir hoy; y la vereda que va hacia la izquierda es la que en vueltas te lleva a La Mesa de Tejina. Esta última alternativa está considerada en mi guía de dificultad alta, de difícil descripción, peligro de caída y posibilidad de vértigo; es decir, todos los claros ingredientes para hacer desistir a cualquiera y no pensar en hacerlo. Pero igual que a los niños chicos, no sé por qué el peligro y lo prohibido me atrae. Así que ¿Iría con todos estos ingredientes?... ¡Creo que no!... No iría... ¡Voy! Pero eso sí teniendo mucha precaución. Así que el tiempo previsto para el recorrido de hoy se verá incrementado siendo el recorrido un poco más largo, al hacer esta alternativa. Así que sin dudarlo, giré tomando el caminito de la izquierda y me dirigí hacia un eucalipto aislado, pasando junto a él y continué subiendo rebasando también por encima de una casa solitaria. Proseguí en dirección a tres eucaliptos de diferentes tamaños, hasta que llegué a una pared de rocas, donde unas veces por veredas y otras entre inciensos, pencas y rocas conseguí ascender hasta la cresta, es decir a la parte más alta de La Mesa de Tejina. Aquí se pueden apreciar unas buenas vistas de todo el valle teguestero, desde la cumbre en Las Canteras hasta el mar.
    Embriagado por esta prodigiosa perspectiva, seguí caminando por el lado derecho pero aquí ya con cuidado, pues hay varios pasos algo difíciles y un poquito peligroso porque vas sobre unas lajas, pero bien nada que temer. Ahora estaba en la cara de La Mesa que mira hacia Bajamar. Luego pasé por una vereda ancha a modo de puente que a ambos lados hay un pequeño precipicio, pero muy fácil de pasar y sin sensación de vértigo, que va a dar a un morro rocoso que una vereda lo salva por un lateral entre zarzas y helechos y que a su vez pasa junto a unas cuevas que se comunican de un lado al otro de este morro. La última cueva tiene un hueco de un metro más o menos con forma de boca que, por un efecto óptico, puedes apreciar que hasta tiene su campanilla y por donde claramente se ve la luz procedente del lado de Tegueste. Pues por esta boca me metí como si ella me engullera de un bocado y me encontré con una cueva abierta. Salí de aquí y seguí por la veredita hasta llegar a una cuevita, por la que subí trepando por un lateral de la misma y que me llevó ya a la plataforma de La Mesa de Tejina, y como dice mi guía, puede comprobar que es completamente horizontal.
    Proseguí por el lado derecho del círculo, de cara al barranco de Porlier, donde paré un minuto para fijarme en el caminito que posteriormente tendría que acometer. Pues mirando hacia abajo hacia el cauce del barranco me ocurrió algo apasionante. Me fijo en lo que supuse era un guirre o un cernícalo (todavía no los distingo), que desde el fondo del barranco, muy lentamente con las alas completamente extendidas y sin apenas moverlas, comienza a elevarse aprovechando las corrientes de aire caliente con mucha maestría, para mostrarme una elegante demostración de acrobacia. Al llegar a mi altura, en un cruce de miradas, pasó orgulloso frente a mi casi sin inmutarse y con sus alas me indicaba con cierta arrogancia de señor del aíre, lo grande que eran sus dominios. Luego siguió subiendo, teniendo de fondo para completar el cuadro, un cielo azul cruzado por una jabalina de nubes rizadas, como si fueran bolitas de algodón muy juntas, hasta que éste se quedó inmóvil, ofreciéndome una demostración de equilibrio sin par. Y a todo esto yo embobado sin perderlo de vista. Después comenzó a describir círculos sobre mí lanzando al infinito su sonido característico ¡Una verdadera gozada! Continué por el senderito y el guirre seguía mis pasos subiendo y bajando a su antojo hasta que dio un giro y rápido se alejo hacia La Orilla. Ni con dinero se paga este fascinante espectáculo.
    En poco tiempo llegué al extremo más bajo de La Mesa, donde un grupo de guirres salió volando de detrás de unas rocas, al notar mi presencia. Al llegar a este punto, en este mismo instante no puedo expresar con palabras, como yo quisiera, lo que realmente siento. Solo sé que me sentí diminuto, poca cosa frente a tan grandioso espejismo, cuya hechicera visión, me cautiva y seduce, con un amor completamente distinto pero compatible al que siento por los míos. A veces pienso si soy merecedor de todo lo que se me está ofreciendo en estos días, es imposible recibir tanto por tan poco o mejor por nada. Solo puedo expresar la sensación de libertad y de paz que pude sentir en ese momento. Ante mi una completa panorámica que va desde Punta del Hidalgo por la derecha hasta la punta de Teno por la izquierda, teniendo sumiso a mis pies Tejina y Bajamar. Y frente a mí el océano hermanado con el cielo.
    En Tejina el campo de fútbol parecía un futbolín, los chiquillos del colegio hormigas corriendo en el patio, la carretera con sus rotondas un circuito de carreras. Hay grandes charcas a los pies de La Mesa que nunca había visto porque están por encima de la carretera. Sin dudarlo este lugar se merece una buena parada para un buen descanso, sentado en el borde del precipicio disfrutando además de la vista y aspirando la fresca brisa sin soltar una sola palabra solo escuchar... Ahora son ya casi las once de la mañana, momento para echar algo a la panza para poder recuperar energías. Estando comiendo volví a ver, como el viernes pasado, el avión de la compañía Santa Bárbara, pero esta vez saliendo del aeropuerto hacia su lejano destino, ¡Buen viaje! Al rato de estar sentado en la roca del despeñadero, la brisa empezó a ser un poco más fresca y comenzó a darme un poco de frío, así que era cuestión de ponerse algo de abrigo también me fije que se acercaba amenazadora una gran nube gris que presagiaba agua y aquí en La Mesa al ser un descampado no hay nada donde resguardarte, solo tenías las cuevas un poco más arriba, menos mal que al final no pasó nada, solo fue un amago.
    Una vez descansado era el momento de marcharse de este lugar, dicho de aso solo reservado a los dioses y a algún que otro mortal que se atreva a llegar hasta aquí. Así que media vuelta y sin mirar atrás, doy comienzo a desandar todo el camino, hasta llegar a la encrucijada en La Gollada, no sin antes sentir cierta nostalgia de abandonar este lugar. Una despedida a Tegueste y comencé a bajar el sendero por el barranco de Porlier. El caminito va por la cabecera del barranco hacia la ladera derecha del mismo. El problema que me encontré en todo el camino hasta Bajamar, fue que debido a la lluvia del día anterior, el campo estaba completamente anegado, el lodo se te pegaba a las botas que a veces te hacía resbalar, por esto tenía que pisar con mucho cuidado, aún así el bajo de los pantalones acabaron llenos de barro.
    Después de Porlier atravesé dos barranquillos que son afluente de éste y fue muy gratificante ver correr por el cauce el agua que desde La Orilla, bajaba entre las piedras formando pequeñas cascadas. En el silencio del valle podía oírse el sonido limpio que hacia el agua cristalina al caer golpeando las rocas. Pasados los afluentes se llega a un morro que separa los dos barrancos principales, es El Campillo, desde donde se puede apreciar Bajamar y el barranco de La Goleta. Después de atravesar una era abandonada, me dirigí por la derecha hacia el este, bajando hacia el cauce del barranco. Y lo mismo que en los anteriores barranquillos, caía el agua por las paredes pero aquí se apreciaba mucho más la fuerza del agua al caer a mayor altura, formando charcos en todo el cauce.
    Una vez en el fondo del barranco, comencé a ir hacia el oeste por la otra ladera y subiendo hacia dos casas abandonadas que ya había visto anteriormente. Pasé por encima y por detrás de ellas, metiendo las botas por barro y ahora ya empezaba a bajar la vereda. En esta ladera del barranco entre inciensos, tabaibas y piteras solo hay tres palmeras, la primera pasé muy cerca de ella, una vez rebasada la casa, la segunda esbelta y muy bonita, por debajo y algo alejado de ella y la tercera pequeña pero esplendorosa en su melena de palmas, el camino me llevó directamente a ella. Después de pasarla, el sendero va paralelo a un canal tapado que al bajar perdí de vista pero que luego volví a recuperar.
    Caminando distraído por esta zona, como en otras excursiones, volvieron a salirme de improviso dos codornices con sus estridentes graznidos y como nunca me las espero, me volvieron a pegar un susto... ¡Las muy hijas de... su mamá! Más adelante cruce otro canal, éste estaba abierto y por él corría agua, y el camino me llevo hasta un eucalipto, y aquí se perdía el sendero. A continuación me dirigí hacia un canal que vertía agua en un estanque. Pasé por el lado derecho bordeando el estanque y comencé a descender por grandes bloques de piedra que rodeaban el estanque, después pasé junto a un derrubio de toscas y barro que se veía plantado. Llegué a una pista que empezaba en muy mal estado pero que después mejoraba. Por debajo había una casa, que para mi era un goro aunque no vi cochinos, pero su presencia se notaba en el ambiente. Pasé la casa por su izquierda y seguí la pista que giraba hacia la derecha enfilando una pequeña recta y a la izquierda en otra curva, una casa con unas palmeras y un drago. Pues bajando pude ver cerca de la casa y en medio de la pista un perro dormido. Al verlo se me dispararon todas las alarmas, no me gusta ver perros sueltos, así que desde aquí comencé a hacer ruido tocando palmas para llamar la atención del perro y del dueño donde quiera que estuviera. Además de levantarse este perro enseguida salió una perra de la casa armando un gran escándalo, menos mal que detrás apareció el dueño y menos mal que eran mansos, los peligrosos estaban amarrados. Saludo de rigor y carretera y manta en dos minutos llegue a la carretera general, donde solo quedaba ir a la parada y como siempre en ese momento pasaba la perrera, pues para no esperar aquí me llegue en cinco minutos a Bajamar y de aquí para casa.
    Estando en la parada de Bajamar, justo enfrente hay un horno de pan que estaba desprendiendo un olorcillo a pan recién hecho que cruzaba la carretera y llegaba a donde yo estaba, con el consiguiente aviso de peligro por el vuelco en mi estómago, con el hambre que tenía a esa hora. Pues solo era cuestión de cruzar y aprovechar para llevar pan para casa. Pero no sé que ocurrió que por el camino uno de los panes se esfumó y también el hambre. ¡Gran misterio, difícil de resolver!

Viernes 24 de octubre de 2.003

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