martes, 28 de octubre de 2003

26 Circular Valle Brosque - Taganana

“La excursión del ocho”

“¡Más nunca!... aunque siempre digo lo mismo”

    Hoy se celebra la festividad de San Simón y de San Judas Tadeo, éste último patrón de los imposibles ¿Por qué será que este santo me va con el día de hoy? Esta vez me apetece hacer un itinerario algo más fuerte y... ¡Vaya que si lo fue! Antes de realizar el recorrido nuevo, sobre todo por zonas que no conozco, se apoderó de mí una cierta inseguridad, un ligero miedillo a lo desconocido, pero que en cuanto empecé la jornada esta aprehensión se disipó.
    Para empezar el día, tanta prisa que me di para poder realizar temprano el recorrido de hoy y por culpa del tráfico en Santa Cruz, se me escapó la guagua 916 de las ocho de la mañana que por María Jiménez me llevaría a Los Valles, y eso que cogí la de Muelle Norte para ver si la alcanzaba, pero no hubo forma, así que paciencia. Como tenía que esperar cerca de una hora a que viniera la siguiente, decidí llegarme a la estación del Jet-foil para hacer tiempo y allí cogí la de las nueve menos cinco. El itinerario de la guagua desde María Jiménez me hizo fijarme en lo abrupto de los barrancos de esta zona, hasta llegar al Valle y a la confluencia de varios barrancos en él. Primero la unión del barranco del Bufadero con el de Valle Grande, donde se encuentra el restaurante Dos Barrancos. Un poco más arriba esta la Charca de María Jiménez, más seca que las tetas de mi abuela, y junto a esta el restaurante La Charca. Otra confluencia es el barranco de Valle Crispín al que accedes a través de un puente, con el barranco de Ajítio. Llegué a la última parada del recorrido a eso de las nueve y veinte, sin bajar en Los Caminitos, como tenía previsto, con lo que me ahorré subir caminando un repechito. Porque actualmente la guagua llega hasta el final de la pista de Valle Brosque, un lugar llamado Las Casas de Cueva Labrada.
    Mochila en ristre comencé el recorrido, pasando junto a la última casa que está a continuación de la parada de guaguas y girando por el camino en dirección hacia el barranquillo, mejor dicho hacia la confluencia de dos barranquitos, por un lado el de Chafurdo y por la derecha, el barranco Bizcocho, ¡Hasta el nombre me gusta! Y dirigiendo el tráfico, una cabra echada en medio del sendero, arropada por unos matojos y que por cierto, no me miraba con muy buenos ojos. Enseguida encontré a mi derecha una roca, adelgazada en su base y como puesta en un pedestal natural, es lo que llaman El Pelotón, me acerqué a él y rodeándolo por el camino y me detuve un rato observándolo, era curiosa la formación de aquella roca. Regresé y continué mi camino atravesando el barranco de la izquierda, rebasando por encima de los matojos donde estaba la cabra, y muy cerca por encima de la última casa, siguiendo el sendero por el cauce del barranco, pasando de un lado a otro unas cuantas veces.
    Un buen rato caminando barranco arriba, el sendero se perdió por la irrupción de plantas y un cañaveral favorecido por el constante hilo de agua que corría por el mismo. Estaba en la incertidumbre de no seguir, me encontraba en un erial acompañado de algunas cabras que estaban pastando y rodeado por una finca en un bancal. Aunque sabía hacia donde tenía que dirigirme, no encontraba el camino. De pronto se me apareció la solución, por encima de la huerta se levantó un viejillo, dueño de las cabras y que no pude ver antes porque estaba agachado faenando en la tierra. Le pregunté por el camino y muy amable me lo indicó, así que, saludo y... ¡P’alante! Vuelvo a entrar, un poco más tarde, en una parte del barranco cerrado por la vegetación, donde el camino se divide en dos: uno que sube hacia la izquierda y el otro a la derecha que va hacia el cauce del barranco. Aquí la duda... ¿Cuál cojo?... ¿Izquierda o derecha?... Pues opté por el de la derecha y enseguida llegó la confirmación de mi error. Al cruzar el barranquillo el camino queda cerrado por una cancela pequeña hecha de tronquitos de madera. Vuelvo sobre mis pasos riéndome de mí mismo y al llegar al cruce, sigo por la vereda de la izquierda (ahora de frente). Este sendero comenzaba ya a subir alejándose del cauce del barranco, estaba en el barranquillo de La Tablada, probablemente el barranquillo por el que el camino anterior cruzaba venía el canal de Chabuco, según se podía apreciar desde aquí, y de éste a su galería.
    Seguí subiendo que por cierto ya comenzaba a resultar pesadillo y eso que no era más que el preludio de lo que me esperaba. Al llegar a una nueva bifurcación de caminos, seguí por el de la derecha subiendo, porque el de la izquierda se dirigía hacia una casa que aún no tenía a la vista. Siguiendo el senderito pasé junto y por debajo de un cuchillete La Mocanera, rodeándolo. En un tramo algo más arriba había una pequeña explanada sin árboles, a esto se le denomina La Vistita de La Tablada, desde donde se podía ver allá abajo el tramo más próximo a Brosque, delante un picacho cuyo nombre tiene cierto aire de romanticismo El Pozo de La Rosa de Juan Pérez, donde vi que se concentraban hasta cuatro cuchilletes. Continuando un poco más arriba en dirección a Casas de La Cumbre, mi objetivo, en la cabecera del barranco está el monte de Aguas Negras y debajo El Salto del Rey. A partir de aquí me encontré ya el monte bajo, formado por brezo, tejo y codeso; y comenzó el calvario porque tuve que sufrir una fuerte y pesada pendiente que se dirige hacia la cumbre en una línea quebrada para poder salvar esta zona. El nombre de esta subida a mí entender creo que ha sido uno de los más merecidos, simplemente Mataborricos. Pues n sé porqué en esta subida me acorde de Merci y de las chicas.
    Por fin después de un buen rato subiendo, llegué a una pista, era el indicio de que me faltaba poco para llegar a mi primer destino. La atravesé y continué subiendo por mi senderito, más bien mi penosa vereda, y por supuesto haciendo paraditas esporádicas para coger resuello. Menos mal que tenía de aliado al tiempo que me ofreció un cielo cerrado con nubes que hacían de parasol en esta subida. Por otro lado valía la pena el esfuerzo por la estupenda estampa del Valle del Bufadero, barranco abajo que te brinda esta zona. Seguí subiendo hasta que volví a encontrar la pista, la cual ahora seguí incorporándome por la derecha y subiendo pero esta vez en pendiente muy suave. Esto quería decir que había superado Mataborricos. Llegue a las casas de Llano Grande, ya en la carretera general al Bailadero en Casas de La Cumbre. Saludito a los perros que tan cariñosos te dan la bienvenida y que bonitos son cuando están amarrados. Hubo uno que incluso me enseño una bonita dentadura... ¡Hasta luego Lucas, patas para que os quiera! Eran ya las once y cuarto y me encontraba en la carretera a la altura del restaurante Casa Dominga, junto al que se halla la plaza con la ermita, aquí hice una pequeña parada, admirando los detalles de la misma.
    Ahora la siguiente meta era la Casa Forestal de Anaga, así que me puse en marcha siguiendo ahora por la carretera hacia la derecha en dirección al Bailadero, a la que llegué en unos quince minutos. Junto a la casa se hallaba una guagua de turismo en la que solo estaba el chofer mandándose en solitario, una buena “jartada matutina”. Saludito rápido para no entretenerlo ni distraerlo de su faena, aunque creo que el saludo suyo no lo oí, probablemente porque tenía la boca llena. Paré un momento en el chorro para un buen buche de agua y subí por el camino que va por detrás de la casa forestal. Sendero que sube en escalones muy resbaladizos y con musgo pues la zona resuma mucha humedad. Hay que tener mucho cuidado porque la caída es segura. En unos tres minutos llegué a un cruce de caminos, frente a una cueva con mucho musgo y una intensa humedad y en el lado opuesto en una roca una pequeña cruz de madera, había llegado a La Cruz de Taganana. En medio entre la cueva y la cruz, el sendero. Si hubiera seguida hacia la izquierda, hubiera entrado en el Camino de Las Vueltas de Taganana y para mi pensé que algún día haría este camino.
    Continué por la derecha subiendo y casi no me pego un buen batacazo, porque apartado las ramas de un brezo, resbalé al pisar el primer escalón que te da acceso a este sendero. Continué subiendo por un camino anchito y muy cómodo, bastante bueno, hasta que a los cinco minutos llegué a una encrucijada de caminos, mejor dicho el camino se divide en dos uno que sube de frente, tendiendo a ir hacia la izquierda que va a Taganana, por el Bailadero y el de la derecha hacia los Apartaderos de Tierra y de aquí al Bufadero. Este era el que tenía que seguir para completar mi itinerario de hoy.
    Eran las doce del mediodía en la bifurcación de caminos y pensé que terminaría muy temprano abajo en María Jiménez. Así que sin pensarlo dos veces, cogí el camino que sube de frente en dirección al Bailadero. Esto significaba un incremento del tiempo y del recorrido pero ¿Qué importa el tiempo? ¿Para qué son las vacaciones? Continué mi nuevo itinerario y al rato me encontré pasando junto a la pared del Roque de Los Pasos y su inseparable amigo El Infiernillo. Un poco más tarde, en un claro del monte aparece por mi derecha un espigón un poco peligros pues a ambos lados tienes un desfiladero. Desde aquí hay una vista muy interesante del valle de San Andrés. Ya enseguida en la Gollada Abicore, salí a la carretera, u poco más adelante te encuentras el mirado del Cresol. Éste está en una lomita con unas impresionantes vistas sobre Taganana y su litoral, aquí paré un pisco para un descansito, deleitándome con la vista del valle.
    Al poco rato me puse en marcha y a unos tres minutos sabía que había una vereda por mi izquierda que cortaba el camino, pero me despisté y seguí de largo, aunque enseguida me di cuenta, de que la veredilla tenía que estar antes de la curva hacia la izquierda de la carretera. Me encontraba por la 8izquierda de la carretera frente a una pista particular a mi derecha. Retrocedí unos pasos fijándome bien a ver si encontraba algún indicio de camino, y allí estaba la vereda un poco escondida tras unos tejos. Pues de cabeza “p’adentro”, en menos de diez minutos esta senda te lleva al mirador del Bailadero, comprobando que caminando por senderos desde la casa forestal hasta aquí se corta muchísimo camino y te lleva muy poco tiempo. Al pasar junto al mirador, el sol ya comenzaba a aparecer entre las nubes. Allí había dos pibes en pantalón corto descamisados, sentados en la barandilla tomando sol ¡Compadres, a vuestra salud! En dos patadas estaba pasando junto al verde y antiguo restaurante y entrando en el sendero que desde aquí te lleva a Taganana. Ya eran las doce y media más o menos, hora ya de comer algo, así que en el mismo empedrado del camino me senté a descansar un poco y a dar buena cuenta de las viandas, entre dos muros de tejos y por techo un bello azul cielo.
    Una vez barriga llena corazón contento, bajé por el sendero que me llevó a la carretera un poco antes del Roque Amogoje, pero a partir de aquí, aunque me ha ayudado bastante, no le hice caso a mi guía porque esta me hacia ir hacia el roque para después rodearlo. Lo que hice fue que una vez en la carretera, crucé al otro lado donde enseguida encontré una veredilla y después otra y otra... Tal es así que empecé a cortar camino cogiendo estas veredas y le cogí tanto el gustillo que la carretera solo la tocaba para atravesarla y continuar por la siguiente senda. En un silbo llegué al barrio tagananero de Azano, con una pista que accedía a él. Al principio de esta pista había un cartel que te indicaba como ir a la ermita de la Virgen de la Caridad del Cobre, como me llamó la atención subí por esta pista. Si hubiera seguido al pie de la letra lo que me indicaba la guía, hubiera salido un poco más abajo del barrio, que después de cruzar el puentito del barranco de la Fajanela, llegas a la parada de guaguas y desde aquí por una calle ascender a la trasera de la Iglesia.
    En la subida, por cierto con bastante inclinación, enseguida aparece un camino enlozado por la izquierda que te lleva hasta un proyecto de placita, con dos bancos y a la ermita. La cual queda rodeada por las casas formando una pequeña ciudadela. La pena fue como en muchas otras ocasiones, que la ermita estaba cerrada y no puede admirar la talla de la Virgen de la Caridad del Cobre, como era realmente mi intención. En fin, otra vez será.
    Volví hacia la pista pero en vez de regresar hacia la carretera, seguí subiendo por la misma ya que siguiéndola sabía que iba a dar también a la plaza de la iglesia de Las Nieves, mi próximo destino. Pero no fue así, porque continuando por la pista llegué al barrio de Los Naranjos, donde vi que en una curva la pista baja hacia la plaza del pueblo y en esa misma curva, veo un cartel de: Sendero turístico al Monte de Las Vueltas y por supuesto el camino que sube. Pues sin pensarlo dos veces “P’adentro compadre”. La verdad es que me hubiera gustado haber llegado a la plaza de Taganana, pero ahora en el punto que estaba me hubiera desviado un poco de la ruta y me hubiera llevado un poco más de tiempo.
    Esta sendero turístico que sube es un ancho camino empedrado que pasa unto a unas casas, donde en una de ellas había una señora que no me quitaba la vista de encima, mientras sacudía un paño, y que parecía decir sin mover los labios ¿A dónde irá a parar ese loco? Un poco más arriba me crucé con la única gente que encontré en todo el recorrido, estaba compuesta por un matrimonio y un niño, extranjeros y los tres me observaron arqueando las cejas con una mirada incrédula ¿Por qué me mira todo el mundo como si fuera un bicho raro? Saludito y rapidito que se me escapan los perros “Ellos p’abajito y yo p’arribita”. En unos minutos me encuentro por la derecha el sendero que te lleva a Afur por La Cumbrecita. Pasé de largo, subiendo mi sendero y entre vueltas, revueltas, más vueltas y muchas, muchas más vueltas; iba salvando el camino de Las Vueltas de Taganana con las correspondientes paradas, porque entre el cansancio que ya acusaba de estar todo el día caminando y la fuerte subida de esta vereda, el corazón casi se me salía por la boca y los pies casi se ponen en huelga, separándose del cuerpo como dos hermanos que se pelean.
    Llegué a una zona un poco llana donde hice una paradita de unos minutos, no muy larga para que no se me enfriara el cuerpo porque llegado el caso no hay quien me hubiera movido el esqueleto. Continué subiendo en vueltas y miles de escalones ¡Ay! ¿Quién aguantará mañana las agujetas? Enseguida el camino se hacía menos pendiente, más fácil hasta casi llanear y por fin llegué a La Cruz de Taganana, cosa que me llenó de alegría, porque había realizado lo más duro y difícil del improvisado periplo de hoy. En mi vida había deseado tanto llegar a un sitio, aunque por el camino iba solo y no encontré a nadie, realmente no fue así siempre había algún pajarito que con sus trinos me alegraba el sendero, dándome ánimos para seguir subiendo y alcanzar mi meta.
    Una vez en la cruz, me acerqué a la casa forestal para llenar la botella de agua ¡La rica agüita! Y volver hasta la cruz y sin pérdida de tiempo subir el escalón, esta vez con cuidado, que accede al sendero hacia el Bailadero. En cinco minutos llegué a la encrucijada de caminos. Esta vez cogí el que baja a la derecha. Este camino es el que antiguamente era cogido por los que viniendo de Taganana iban hacia Bufadero. Por eso, la mejor manera de comprender las difíciles condiciones de aquella época es hacer estos caminos para entender lo dura que era la vida de antaño. En poco tiempo salí a la carretera general, continué por la izquierda unos metros y enseguida cruzando la misma en un apartadero por la derecha, comienza un senderito que al principio va paralelo a la carretera y poco a poco se aleja de ésta, El camino recibe el nombre de Los Descansaderos de Tierra. Ya todo el camino hasta Bufadero era bajando. Un poco más tarde llegué a Lomo Jacinto en un descampado, eran ya cosa de las tres de la tarde, desde éste lugar se podía divisar Valle Brosque, la cresta del Chiguel, Minoque y Lomo el Viento.
    Diez minutos más tarde crucé un barranquillo que proviene del Minoque. Un poco más abajo había un salto, y debajo de éste una fuente, a la que se accede un poco más abajo por una vereda hacia la derecha pero en malas condiciones, es La Fuente de los Berros. Bajando el sendero, al girar en una curva, vi en la siguiente curva, la figura e un joven pastor alemán, negro y blanco, con dos preciosos ojos de color gris claro muy intenso que daban la sensación de tenerlos encendidos, pues destacaban del color negro del pelaje de la máscara de la cara. Me quedé un instante quieto, para ver que hacía y lo que hizo al verme fue retroceder hasta la siguiente curva, luego siguió hasta que con un par de ladridos avisó de mi presencia al dueño, un señor que se hallaba trabajando en un terrenito. Al perro le ofrecí una galleta de las de madera (como dice papá), pero desconfiado sin perderme de vista se quedó inmóvil, la golosina la deposité sobre una piedrita, un saludito al dueño y caminito adelante.
    Un poco más abajo me encuentro un camino empedrado por la izquierda que invitaba a seguirlo pero este es uno que sube a las cuevas del Majimial y que aún no tenía a la vista. El sendero mío, el principal, bajaba en vueltas hasta llegar al cauce del barranco Bizcocho, sigo diciendo que me gusta este nombre y no sé por qué. Seguí el cauce del barranco por el lado izquierdo, hasta que al girar en una vuelta sale a mi encuentro El Pelotón, con lo que me dio una alegría para el cuerpo muy gratificante, porque esto significaba que había llegado casi al final de la expedición de hoy. Una ruta que en principio debería haber durado dos horas y con recorrido en forma de anillo y que luego se convirtió en una excursión con una duración aproximada de seis horas y media. ¡Fue una pasada!... ¡Más nunca!... Aunque siempre digo lo mismo y siempre vuelvo a caer en algo semejante. En cuanto a titular el recorrido de hoy por “La excursión del ocho”, no es porque tuviera que empezar a las ocho, sino porque trazando en un papel con un lápiz el recorrido de hoy, el gráfico sería lo más parecido a un ocho.


Martes 28 de octubre de 2.003

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